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España España · OVIEDO
Críticas de ALESNAKE
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Críticas 201
Críticas ordenadas por utilidad
6
4 de octubre de 2018
25 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
-Seguramente la película española más importante del año. Un thriller atrevido, intenso y muy auténtico.
-Una perfecta alegoría de la España moderna, repleta de corrupción y buen cine.

No puede haber mejor manera de terminar la fiesta del cine que yendo a ver la nueva propuesta del cineasta español Rodrigo Sorogoyen. Tras “Stockholm” y “Que Dios nos perdone” el madrileño nos trae un thriller político que nos muestra la corrupción de nuestro país desde la mirada de su propios instigadores. La película, que con toda probabilidad -y justicia- se alzará con un par de Goyas, supone la tercera colaboración entre el director y la guionista Isabel Peña, y parece que ha sido uno de los trabajos más personales de ambos, requiriendo una profunda investigación y el compromiso de elaborar un relato justo y complejo que pudiera parecerse a la realidad. Les adelanto que lo han conseguido.
Nuestro protagonista es Manuel López-Vidal (Antonio de la Torre), un influyente vicesecretario autonómico que lo tiene todo a favor para dar el salto a la política nacional. La cámara de Sorogoyen le sigue por los pasillos de su vida de lujo, entre comilonas de amiguetes, tejemanejes varios, fiestas en veleros y apariencias partidistas con falsos amigos que en cualquier momento pueden volverse peores enemigos. Manuel no es sino uno más de tantos corruptos que se pasan la vida afanando con la excusa de que los hay peores o de que cualquiera lo haría si estuviera en su lugar para darle una buena vida a su familia. Y en cierto modo, el director quiere que sepamos que Manuel es uno de los nuestros. Nos obliga a estar siempre en consonancia con la perspectiva de ese tipo horrible, a sintonizar con su caída constante por una escalera de consecuencias de sus instintivas reacciones de supervivencia, sin ningún condescendiente arco de redención. Elimina cualquier posible maniqueísmo de la ecuación para mostrar a Manuel como una persona, como un individuo al igual que usted o que yo, con el que incluso podemos empatizar en ciertas ocasiones. Es una realidad que quizás nunca nos habíamos planteado, porque es difícil aceptar que cualquiera puede hacer lo que Manuel hace, o incluso que nosotros también somos engranajes de la cadena. Por eso es tan importante la forma en la que está construido el personaje por los guionistas y a través de otra magnífica interpretación de Antonio de la Torre (¿el mejor actor español actual?): sin sesgos ni concesiones.
El movimiento de cámara, el montaje incisivo y la música electrónica ayudan a hacer palpable esa sensación de desenfreno constante con la que conviven estos personajes en sus irrastreables rutinas. Sorogoyen controla el ritmo como un maestro en una suerte de “in crescendo” perfectamente refinado, que convierte el caos en puro desasosiego casi de forma bíblica. La situación se calienta más y más mientras a Manuel se le terminan las oportunidades, se estrecha el cerco hasta llegar a una media hora final de tensión absoluta, un chute de adrenalina asfixiante que pasa directamente del personaje al espectador provocando sudor frío. Para el recuerdo dos de las escenas más emocionantes del cine patrio reciente: la recogida de archivos en una fiesta y una persecución nocturna por la autopista. Una verdadera pena desaprovechar un clímax minuciosamente dispuesto, que tiene al espectador noqueado tras una serie de impactos vertiginosos, con una conclusión desacertada, por verborreica y sobreexplicativa, que pone en palabras las dos horas anteriores.
Ahora no vayan ustedes a quedarse con mi reproche al desenlace, que no desmerece en absoluto esta enorme historia que nos han traído Sorogoyen e Isabel Peña. “El reino” es un thriller furioso y elegante, elaborado con meticulosidad, interpretado con talento y rodado con artesanía, que machaca los pilares de nuestra podrida sociedad con un bisturí en lugar de un martillo. Una película notable y necesaria, capaz de colocarse en lugares delicados para entregar mensajes difíciles e importantes. La película española que no debe perderse en 2018.
ALESNAKE
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3
27 de mayo de 2017
34 de 53 usuarios han encontrado esta crítica útil
-Todo resulta forzado e irrisorio en este perezoso intento de reflotar la famosa franquicia.
-Los nuevos fichajes del reparto aportan lo más destacable de la cinta, que está a un paso de ser tan criminal como la piratería.

Recuerdo cuando llegaron los Piratas del Caribe al cine la primera vez, una magnífica forma de traer de vuelta un género de aventuras que me encantaba de niño. Resulta curioso que con cada nueva película la franquicia se haya acercado más a sus orígenes, las atracciones de un parque temático. De ahí salió la idea, simplemente Disney vio un buen filón y lo aprovechó. Ahora bien, cuando digo que se acerca a sus orígenes en este sentido, me refiero a que cada vez hay menos cine en estas películas y más entretenimiento mecánico para un gran público que disfruta de una fórmula calcada que se agotó hace mucho. Como cada nuevo viaje en una montaña rusa, cada nueva entrega sigue ofreciendo vaivenes, giros y hasta algún sobresalto, pero la sensación de subir una y otra vez en la misma atracción, pese a cierta nostalgia de la primera vez, es la de algo anodino, reiterativo y carente de ningún riesgo. A eso hay que sumarle éstos últimos viajes de la tripulación de Jack Sparrow, dónde la aventura ha sido reducida al mínimo para dejar paso a un desespertante elemento de comedia caricaturesca. En este quinto filme pirata, cogen el testigo de Rob Marshall los directores Joachim Rønning y Espen Sandberg, con un curriculum entre la infumable “Bandidas” y la admirable “Kon-Tiki”. Al conocido reparto se unen algunas novedades, entre ellas: Javier Bardem, Brenton Thwaites, Kaya Scodelario y David Wenham. Veamos si el quinto viaje aún mantiene algo de interés, aunque sea por el mareo.
Comienza con dos breves e inmensos prólogos. El primero que establece el tema familiar, núcleo de la cinta, y un segundo que nos presenta de forma magistral al villano de Javier Bardem, el temible Salazar, y a su fantasmagórica tripulación. Tras estas dos escenas el bajón que pega la película es apabullante, con la típica entrada en escena de Sparrow seguida del final de “Fast & Furious 5” pero a lo grande, con edificio incluido. A partir de ahí todo se resume en un larguísimo torrente de comedia de enredos con toneladas de humor rancio y trucos ya conocidos, a la cuenta de un guion plano, dado al brochetazo y que tras guillotinar el sentido de la aventura desaprovecha el elemento fantástico. Y aunque la franquicia no vea un futuro sin Sparrow hay que decir que Depp destila de todo menos carisma, su icónico personaje que le llevó a la cima y después a su peor momento sobrevive a base del recuerdo de los fans en lugar de brindar ningún nuevo momento perdurable o a resaltar más allá de su irritante conversión a dibujo animado. Por suerte Bardem sí que es capaz de hacer que su personaje se coma la pantalla, elaborando a otro nuevo gran villano con tragedia pasada. También se libran del desastre Kaya Scodelario y su curioso personaje, aunque no puede escapar de co-protagonizar la predecible subtrama romántica sustituta de Bloom-Knightley, tan torpe como falta de chispa. El paso de los minutos solo evidencia la falta de ideas, tanto en un apartado visual nada sorprendente como en el mencionado guion, que únicamente se centra, de modo incansable eso sí, en buscar el contrapunto cómico de cada situación. Por suerte aún queda la "musiquilla" de Zimmer (a manos de Geoff Zanelli) y un par de correctas escenas de acción. Suficiente para llegar despiertos a un eterno epílogo mal editado que toca a su fin con el reencuentro de algunos viejos conocidos a través de unos insistentes travellings circulares. Por si no fuera suficiente con una aparición de Keira Knightley digna del peor anuncio de Chanel, hay que esperar a una desechable escena post créditos que abre la puerta a una sexta película.
La nueva película de “Piratas del Caribe” es como unos zapatos de cemento. La premisa argumental, el desarrollo narrativo y los engranajes que lo hacen avanzar son tan planos y manufacturados que no valen ni para ser “de usar y tirar”. Así la franquicia ha pasado de estar a la deriva en alta mar a hundirse hasta tocar fondo. La fórmula no puede dar mayores muestras de fatiga y la frescura se ha agotado por completo, como mi humor mientras veía hundirse definitivamente esta franquicia que debió concluir hace más de una década.
ALESNAKE
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4
25 de enero de 2017
24 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
-Un complaciente drama de superación que a pesar de su poderoso aliado, el subrayado, trivializa todo lo atractivo de la propuesta. Es como el café que toman los pequeños, todo leche y azúcar.
-Entretenida y académica propuesta que funciona gracias a su carismático reparto y a su estructura funcional.

Seguro que algunos os lo pasasteis genial con la anterior película del director Theodore Melfi. Allá por el 2014, se estrenaba la divertida comedia dramática titulada “St. Vincent” y protagonizada por Bill Murray. No es que fuera nada nuevo ni extraordinario, pero el reparto lo hacía funcionar a la perfección. Algo parecido ocurre con el nuevo trabajo del director, que acaba de ser nominado a los Oscar en las categorías de: “Mejor película”, “Mejor guion adaptado” y “Mejor actriz de reparto”. En esta ocasión el reparto es también lo que hace funcionar bien a la película, pero no es suficiente. “Hidden Figures” se deja llevar por sus buenas intenciones y se convierte en una simplificada y condescendiente comedia tan rebosante de fórmula como carente de sustancia. Vamos a hablar un poco de la película menos merecedora de sus nominaciones.
El guion lo firma Allison Schroeder, una guionista de productos televisivos no especialmente maravillosos y conocida -en este ámbito- por escribir el guion de “Mean Girls 2”. En este caso, el guion corriente y superficial de “Hidden Figures” es puramente académico. Las previsibles tramas están bien estructuradas para que todo llegue a su desenlace en el orden y a la velocidad indicada, con los cambios de tono precisos y pequeños elementos que le dan solidez al conjunto. Los personajes protagonistas lo hacen todo bien, pero tampoco es que les dé muchas cosas importantes que hacer, su condición está por encima de eso, y prefiere remarcar la mala situación de los negros con ayuda del subrayado constante para luego trivializar la lucha contra la segregación y en pro de la igualdad de género, el cambio de la situación de estas mujeres en el final feliz ocurre con una facilidad pasmosa, de un modo acomodaticio. Algún enfado ligero y un de palabras gentiles remarcadas épicamente por la persistente banda sonora y todos los malvados blancos comienzan a llevarles cafés, a tratarlas con respeto, etc. Parece después de todo que la lucha por la igualdad (racial y de género) no fue tan difícil. El trabajo de Melfi tampoco se sale del esquema marcado para contentar a los académicos y al público fácil; aunque la ambientación está muy bien. Las costuras de la película se muestran desde la primera escena y el único vigor proviene del carisma de sus intérpretes, destacando la labor de Taraji P. Henson. En cuanto a Octavia Spencer, rezuma carisma, pero tampoco se merece su nominación.
En su nuevo trabajo, Theodore Melfi intenta contentar al gran público, a la crítica y a la Academia, por medio de unas buenas intenciones, almibaradas píldoras superficiales, corrección política, complaciente unidimensionalidad y ningún riesgo. La película es como el personaje de John Glen, el astronauta rubio cuya altura y peso deben estar dentro del esquema, de sonrisa calculada para agradar a todo el mundo y que abre la boca para soltar sus chistes fáciles, efectivos e insípidos. No hay nada auténtico, sustancial o interesante; todo es liviano, inocuo y soso. Este es el paradigma de un producto manufacturado para la academia de Hollywood, de como el cálculo milimétrico y la fórmula matemática pueden fallar si no se les aplica una observación no mecánica, una mano humana, un riesgo a veces necesario.
ALESNAKE
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7
30 de noviembre de 2017
18 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
-Este oso mantiene la increíble habilidad de alegrar el día de cualquiera que se acerque a él. Deje usted que alegre su día.
-Paddington es el superhéroe que la cartelera necesita.

Paul King regresa con la secuela de “Paddington” (2014), aquella divertida y enternecedora sorpresa navideña que adaptaba las aventuras del famoso oso de gorro rojo y trenca azul creado por Michael Bond (que nos dejó en Junio de este mismo año). Un símbolo de la literatura infantil británica que llegaba al cine manteniendo intacta su energía, su ternura, su entrañable torpeza y sus refinados modales. En esta ocasión no hemos tenido que esperar a la navidad para disfrutar de una de las mejores propuestas familiares del año. Porque eso es precisamente está ingeniosa, amable y encantadora película.
La sorprendente acogida de Paddington allá donde va se debe fundamentalmente a varios elementos. En primer lugar a su capacidad de sacar lo mejor de las personas, de hacer amigos gracias a una sonrisa y un trato gentil y unirlos a todos en favor de una buena causa; algo que muchos han relacionado con una educada respuesta frente al Brexit. En segundo lugar es la precisión y el ingenio con el que reúne y revisita prácticamente todos los tipos de comedia -blanca- cinematográfica desde Chaplin y Keaton, pasando por Jacques Tati y hasta dejando hueco para resonancias del mejor Wes Anderson. La última razón está relacionada con el modo en el que este oso consigue que volvamos a ser niños de nuevo, que nos involucremos en alocadas peripecias, no menos divertidas por previsibles, repletas de magníficos detalles que solicitan una temprana revisión. Todo ello bajo una impresionante dirección artística, por la que todo parece cobrar vida directamente de un libro pop-up. Un desplegable con ocurrentes persecuciones y una galería de variopintos personajes en la que destacan Nudillos (Brendan Gleeson) y el estrafalario villano Phoenix Buchanan (Hugh Grant), un papel para el que el actor parece haber nacido.
Empieza a hacer mucho frío en la calle, la nieve cae, recordamos el valor de las mantas y la gente aprovecha el Black Friday para hacer sus compras navideñas. Es el momento en el que Paddington llama a nuestra puerta, ese oso de CGI que parece más humano que muchos de nosotros (pobre Ebenezer Scrooge). Lo mejor de esta secuela de Paul King es que sabes desde el principio todo lo que va a pasar, y aún así consigue sorprender, emocionar y mantener una sonrisa de oreja a oreja en tu rostro. Recórcholis, da igual cual sea tu edad o de donde provengas, este osezno es capaz de sacar lo mejor de todos nosotros y unirnos en un gran abrazo colectivo. Me importa un comino ser ingenuo, de mayor quiero ser como Paddington.
ALESNAKE
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3
8 de septiembre de 2018
16 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
-Una posesión tonta y soporífera, era difícil imaginar un spin-off menos interesante.
-No les hará recobrar su fe en el género pero tal vez sí en las aspirinas.

Las películas de “The Conjuring” ayudaron a otorgarle a James Wan la categoría popular de maestro del terror. Su renovación del género supuso una bocanada de aire fresco para todos aquellos que llevaban tiempo viéndolo de capa caída, soportando la incesante repetición de historias manidas repletas de lugares comunes como excusa para encadenar una serie de exasperantes y perezosos “jumpscares”. Los guiones no ofrecían nada auténtico ni mucho menos novedoso y no había artesanía, creatividad ni hermosura en las imágenes que pasaban ante nuestros ojos. Wan no rompió el molde, simplemente cogió los elementos conocidos y los combinó con una destreza que por primera vez en mucho tiempo, nos recordó como era asustarse de verdad. El éxito de los expedientes del matrimonio Warren desembocó en la ramificación hacia otras historias demoníacas que han ido construyendo una suerte de universo del terror, lejos del malogrado intento de Universal por crear el suyo. Aquí tenemos el último spin-off que se añade al canon, con guion de Gary Dauberman (responsable de ambas películas de “Anabelle”) y James Wan, y la dirección de Corin Hardy, que hasta ahora solo había realizado su ópera prima, “The Hallow”. Veamos como le queda el hábito a esta monja.
Es una de las películas de terror más necias e insustanciales que he visto en los últimos años. El propósito de su director parece simplemente ofrecer una sucesión de sustos tan previsible como carente de gusto. En 96 minutos hay solo dos secuencias que sean capaces de sorprender al espectador, el prólogo y la bien resuelta escena de las campanas; el resto del metraje se conforma con refugiarse en el golpe de sonido y fotocopiar con descaro los ademanes de la franquicia hasta que los hilos se transparenten. Se echa de menos la pericia de Wan para la delimitación del encuadre, su talento con los movimientos y la colocación de la cámara, su pulso para la atmósfera y la inteligencia con la que trata al espectador. Pero lo que más se echa en falta es una historia. Porque aunque pueda sonar extraño “La monja” no tiene ningún tipo de desarrollo argumental, no digamos ya un sentido de la narración o algún personaje que pueda llegar al menos a la bidimensionalidad. No se entiende que Wan haya colaborado en la escritura de un tan guion plano y descuidado, del cual no irrita tanto su adoración por el absurdo o su burda retahíla de tópicos como la indolencia con la que ni se molesta en explicar qué es y qué quiere este omnipresente demonio que nos lleva persiguiendo desde el inicio de la franquicia. Como si sus cándidos sustos pudieran reemplazar a esas respuestas.
Aunque es una propuesta que encontrará su público, no hallarán aquí nada de lo que nos sedujo en las películas de “The Conjuring”. Por el contrario “La monja” revela en cierto modo el agotamiento del modelo concebido por Wan para la franquicia y la necesidad de cambiar dicha fórmula. Sin historia ni personajes tridimensionales, sin drama ni terror, sin capacidad para llevarnos a lugares nuevos o explotar con alguna inventiva los conocidos, esta película se convierte en un lóbrego somnífero. El verdadero novicio de esta trama es el propio Corin Hardy, que quizás debería plantearse si tomar los votos como cineasta o si estaría mejor cultivando tomates. Fíjense, ahí tienen un conflicto que le habría venido bien a una película tan aburrida.
ALESNAKE
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