Con catorce largometrajes desde el 94 Paolo Virzi (1964) se consolida como un cronista desde diversos ángulos de la sociedad de su Italia natal. Con un guion a tres manos incluido Virzi nos lleva de forma frenética y a veces atropellada a la Italia de los 90 en una sátira sobre el cine italiano y los sueños y las aspiraciones en la juventud. Aquello que cantaba Sabina de "lo que pudo ser y la mierda que ha sido".  Sus tres guionistas protagonistas sueñan con cambiar, comerse o abandonar este mundo en una vorágine donde los mitos descubren su trastienda mucho menos glamourosa de lo que aparentan, sabios y resabidos, ya de vuelta de un camino donde han tenido que tragar y plegarse para asomar tímidamente la patita de su creación artística. Mucho fetichismo cinéfilo italiano trufado de gags irregulares en la noche romana preñada de nostalgia a un ritmo que nos impide la reflexión de lo que estamos viendo para mantenernos en la butaca. Me quedo con ese cliché de amante tonta del productor que encarna muy acertadamente Marina Rocco, realmente divertida.

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La vienesa Hedwig Eva Maria Kiesler (1914-2000) mundialmente conocida como Hedy Lamarr fue una mujer dotada con los dones de la belleza y la inteligencia, cosa que en los años cuarenta del siglo pasado no parecía o interesaba que fueran compatibles. Así es que a pesar de que en este mundo mundial del siglo XXI todavía hay muchos que insisten en ello o precisamente por ello cuando soplan vientos favorables de empoderamiento femenino a ras de superficie, bienvenida sea esta mirada sobre esta mujer que hizo lo que le pedía el cuerpo en tiempos en que si eras mujer no te dejaban.

Abandonó su formación académica de ingeniería por amor al arte y a los 19 años ya saltó a la fama por mostrar su cuerpo desnudo y simular un orgasmo por primera vez en pantalla comercial en la cinta checoeslovaca "Éxtasis" en el 33. !Para que queremos más! A partir de ahí  comienza una aventura plagada de hombres poderosos que la consideraban poco más que un hermosos trofeo de caza de los que fue escapando al tiempo que iniciaba una carrera en Hollywood que comenzó en el 38 con "Argel" y duró hasta el 58 con "The Female Animal". Aplastada por la tiranía que imponían los estudios y en concreto en su caso Louis B. Mayer quien le dio su nombre artístico y la "oportunidad" de convertirse en una más de las actrices y actores esclavos que debían llenar la pantalla con films mediocres. "Sansón y Dalila" (1949 / Cecil B. DeMille), en el tramo final de su carrera la elevó al estrellato popular.

Pero entre tanto glamour y papel cuché, la ingeniera Hedwig Kiesler, tomando buena nota de su etapa como esposa en su primer matrimonio concertado con el industrial armamentístico Fritz Mandl que suministraba municiones y sistemas de control a Hitler y Mussolini, patentó junto con el músico George Antheil en 1940 un sistema de comunicación basado en el salto de frecuencia para dirigir torpedos que ofreció al ejercito USA. De lo que ocurrió al respecto es donde más carga las tintas la directora en la línea de sus documentales sobre invenciones que venia realizando para televisión. Baste decir que dicho sistema básico en las comunicaciones por bluetooh y wi-fi actuales le sirvió a Hedy para que el ejercito lo metiera en el cajón del olvido y la pusiera a explotar su belleza vendiendo bonos de guerra.

El documental se encalla por momentos, se vuelve repetitivo a partir de su segunda mitad y nos detrae las sombras familiares y las adiciones (originadas casi con seguridad por los barbitúricos que suministraban los estudios para que los actores y actrices trabajaran a destajo) de una Lamarr que se enclaustra y se oculta en sus últimos años. Aporta como gran baza las propias declaraciones de Lamarr descubiertas en unas cintas que grabó en una entrevista en 1990. Las cabezas parlante de rigor completan el biopic documental de esta mujer que al final consiguió un reconocimiento artístico con una estrella de la fama y un reconocimiento de sus aportaciones como inventora por la comunidad científica sin menoscabo de llegar a se considerada la mujer más bella del mundo. Hasta Blancanieves tomó su rostro.

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La publicación de la novela gráfica "Ciudad"  del dibujante de cómics Ande Parks en la que se basa la película coincide en el tiempo, 2014, con el estreno de "John Wick". Gente solucionando entuertos (generalmente hombres) a base de repartir estopa viene de antiguo. Una catarsis general que siempre da pingües beneficios de taquilla. La industria del porno descubrió en un momento dado que no hacía falta una historia para "servir la carne". Las pelis de acción han llegado a la misma conclusión. La cosa es cargarse contrarios, cuantos más mejor, a ritmo vertiginoso y espectacular por mucho que el "héroe" siempre guarde en su manga un trauma que le justifique y redima.

Así pues los exitosos hermanos  Russo invierten en ello y confían las riendas del asunto a imagen y semejanza de "John Wick" a quienes mejor saben de esto de "dar y recibir": los especialistas en coreografiar tiros y mamporros, muchos de ellos doblando a los protagonistas. Ahora resulta que cuando se pensaba que a estos profesionales se les acababa el curro por la irrupción digital, están de moda y los actores protagonista llevan a gala ser ellos mismos los que se ponen las pilas para que no les quiten el puesto.

Sam Hargrave que venía haciendo lo propio en MARVEL hace a la perfección su trabajo (con algunas secuencias sobresalientes) y nos da lo que promete en su estreno como director: una versión de videojuego adrenalítico de "shooter" a mayor gloria de Hemsworth que obra el milagro en los escasos segundos que le dejan de ponerle alma a su personaje. El caótico laberinto de Dhaka, capital de Bangladesh, rodado en Tailandia, pone el marco apropiado y subraya las diferencias sociales sangrantes. Dhaka se quejó lógicamente de esta visión de su ciudad.

En NETFLIX lo ha petado, así es que, secuela, universo propio, franquicia..., lo que haga falta.

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Algunos gags más o menos afortunados en su planteamiento inicial y la inevitable reflexión sobre el uso de la vida de cada cual que plantea el argumento no son a mi juicio suficientes para implicarme con este tipo patético, egoísta, infantil y machista con el que Luchetti pretende que nos identifiquemos. Tampoco es que ayude PIF, un actor al que no acabo de encontrarle la gracia y como ya demostró en "Amor a la siciliana" (2016) que dirigió y protagonizó carece de la vis cómica necesaria para estos personajes. El aroma al cine de Moretti del que Luchetti fue ayudante en un par de películas se disipa pronto.

El subgénero de segundas oportunidades celestiales ha dado un puñado de títulos mejores que este, en el que la melancolía se apodera repetitivamente del metraje con un señor que buena parte de su vida la ha dedicado a ponerle los cuernos a su mujer (no sé qué le ven) y a pasar de su hogar y sus hijos. No creo que se merezca ni un minuto más entre los vivos, pero ya se sabe que los caminos del Señor son inescrutables.

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Descubro con sorpresa y agrado a los hermanos Safdie. Judíos neoyorquinos nacidos a mediados de los 80 que llevan cinco películas en la última década haciendo valer su estilo e independencia. Eso dicen y a tenor de lo visto habrá que revisitar sus anteriores trabajos y estar atentos a lo futuros. Tocan casi todos los palos: dirección,actuación, montaje, filmación, producción, guión...

Aquí nos cuentan con brío adrenalítico la historia de un perdedor que cada segundo sueña con dejar de serlo en un Nueva York inmisericorde y frenético. El thriller corre y nunca mejor dicho en paralelo a un estudio psicológico de personaje que no nos deja tregua. Un personaje tan patético como admirable en su empeño de ser feliz encarnado por un Adam Sandler que se reivindica como actor no solo de comedias y que es capaz de contagiarnos su angustia vital y al que no podemos dejar de seguir en el laberinto de ratón que los hermanos Safdie y Ronald Bronstein le han creado.

El ritmo narrativo apenas nos deja tiempo, pero si la sensación, para darnos cuenta que hay un trabajo de dirección y fotografía que merece un segundo visionado por sí solo, una vez que ya estamos liberados de la trama. Un buen hacer en el elenco de secundarios cierra un trabajo notable.

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