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Críticas de Vivoleyendo
Críticas 1.745
Críticas ordenadas por utilidad
4
25 de octubre de 2018
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
No dudo de que la novela debe de ser buena, eso seguro, pero lo que es la película, pese a su brevedad, se me ha hecho aburrida, pesada, irritante y vacía.
Aburrida, porque mi mente se iba de la película cada pocos segundos. He tenido que realizar un esfuerzo considerable para mantener la atención.
Pesada, porque parecía que no se iba a terminar nunca.
Irritante, porque no he empatizado con nadie y unos cuantos personajes me han caído muy gordos.
Vacía, porque no profundiza en nada de lo que trata ni en nadie.
Se desarrolla a trompicones, con unos saltos temporales tan grandes entre escena y escena que una no sabe por qué ni cómo han pasado las cosas. Lo único que sé de Philip Carey es que es un pintor frustrado, que tiene por ahí un tío forrado y que es tonto del culo. Y no me interesa en absoluto como personaje, no digamos ya como protagonista. Lo cual para mí es uno de los mayores crímenes de una peli.
Por otro lado, Bette Davis, que es la única con una actuación digna de ser reconocida, interpreta uno de sus primeros roles de bruja, los que la harían tan famosa. Mildred no tiene la culpa de que su babeante pretendiente sea un pringao, después de todo ella le pone las cartas sobre la mesa desde el principio, le deja claro que es una petarda y que lo desprecia (tanto por la malformación de su pie como por su lastimosa docilidad y su falta de dinero), y él es mayorcito para darse cuenta de que la chica lo único que pretende es tenerlo ahí como felpudo o como sujeto de prácticas para su mala leche.
No voy a cuestionar las razones por las que un individuo que aparentemente tiene algún dedo de frente (aunque visto lo visto, está claro que las apariencias engañan) se enamora de semejante pájara (ya sabemos de sobra que “el corazón tiene razones que la razón no entiende.”) Si me hubieran presentado el “romance” con una dosis suficiente de profundidad y algún ingrediente con el que poder empatizar, me habría involucrado. Pero no. Sólo veo a un tío con cara de pasmao al que parece que le gusta que le den caña (y sinceramente, se merece todo lo que le pasa), y a una tía desequilibrada que tiene la ¿suerte? de toparse con el nota más tonto en un amplio radio. Ella es de esas personas a las que por un lado les gusta tener a un pardillo al que maltratar (y al que siempre pondrá el caramelo en la boca para quitárselo antes de que lo cate), y por otro a un abusón con dinero (o que hace como que lo tiene) que la dejará tirada después de habérsela tirado (valga la homonimia), al igual que ella deja en la estacada a Philip cuando le viene en gana.
Él por idiota, y ella por insoportable, lo cierto es que yo no sabía qué era peor.
Pero Philip tampoco era un santito (un par de comentarios suyos muy chungos y el hecho de hacer daño a una buena mujer como Norah me dieron a entrever que no era tan buena persona como hacía creer.) Cada vez me caía peor el tipo.
Entiendo que Bette llamara la atención. Era muy joven y tenía ese atractivo felino que crecería con los años. La diva aprueba.
Pero Leslie Howard, un suspenso. Aunque él no tendría la culpa, con semejante soserío de material con el que tuvo que apañárselas.
Vivoleyendo
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8
11 de octubre de 2018
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ah, esos pueblos del profundo sur donde la segregación racial estuvo vigente hasta hace relativamente poco. No era de extrañar que los prejuicios fueran mucho más lejos que eso y que abarcaran otros ámbitos además del color de la piel. Como tener el mal gusto de no nacer con un pan bajo el brazo.
No es que los Adams vayan mendigando por las esquinas precisamente. Puestos a quejarse de ser pobres, hay millones de familias al lado de las cuales los Adams son como la realeza británica. Lo cierto es que estos modestos ciudadanos no pasan hambre, tienen un techo decente bajo el que guarecerse y ropa normal que ponerse. Pero si vives en un pueblo como South Renford, que tiene pinta de ser uno de esos reductos de la más rancia cerrazón, si tu apellido no es de abolengo, entonces da igual que te rompas los cuernos, porque no eres nadie, y nunca lo serás.
Esa es la píldora amarga que se tienen que tragar día tras día las mujeres Adams, madre e hija, a quienes los desprecios de la élite del pueblo afectan mucho más que al padre y al hijo. Mientras ellas desesperan por ascender en el escalafón, a ellos les da igual y son felices en su relegada posición. Pero en aquella sociedad de principios del siglo veinte que apenas había evolucionado desde hacía décadas, el status de las mujeres venía definido por el de los hombres, y no importaba que ellas fuesen inteligentes y refinadas y con miras elevadas, porque si ellos no lo eran, entonces las condenaban a ellas al ostracismo. Totalmente injusto pero era lo que había.
Para el espectador actual puede parecer en algunos momentos que la situación de Alice y su madre no es para tanto y que son dos quejicas (hay tantísima gente que no tiene prácticamente nada, al contrario que ellas.) Pero si uno se detiene a reflexionar sobre el contexto en el que tienen ¿la desgracia? de vivir (pueblo pacato donde todos tienen que bailar al son de los ricos), se comprende mejor. ¿Es el señor Adams un egoísta por no haber pensado en el futuro de Alice, una joven hermosa y sensible que carece de perspectivas de tener un pretendiente que le ofrezca lo que ella merece?
Por eso la señora Adams presiona a su marido implacablemente. Porque Alice no es feliz. Se muere por pertenecer a un mundo que la rechaza descaradamente y sin el menor miramiento bajo la apariencia de sus modales elegantes, un mundo de buitres disfrazados con plumas de seda.
Porque, seamos francos... ¿Quién quiere ser pobre? De acuerdo que, como dijimos, ella no es pobre de necesidad, pero lo mismo da en South Renford, porque la hacen sentirse como si lo fuera. Todo está en el color del espejo en el que te miras y en el rasero que te marcan. Si no hubiera tanto snob insufrible en el pueblo y si el resto de la población pasara de ellos, Alice podría haber sido una chica feliz y valorada.
Pero no es así, y ella tiene que emplear sus formidables armas femeninas fingiendo ser quien no es, aunque no engaña a nadie, pues su etiqueta está ahí firmemente impuesta en su sitio, a la vista de todos. Por muy bonito que sea el vestido que lleva a la fiesta de los Palmer, no es de los caros y está pasado de moda, pues no es la primera vez que lo luce. Los adornos que le ha añadido no lo ocultan.Y nadie olvida que su padre es un simple empleado de segunda categoría.
Bueno, puede que no a todos esos snobs les importen tanto esos detalles. Puede que haya alguien que aprecie las cualidades de Alice, debajo de su desesperación por agradar y aparentar que es una gran dama.
Pero hay una gran diferencia entre Alice y las damas de alcurnia que la ningunean, y es que ahí la única y verdadera dama es ella.
No tardas en descubrirlo a medida que te involucras en su lucha, que por momentos es tristemente patética (la cena organizada por la entrañable actriz que fue oscarizada pocos años después, Hattie McDaniels, es el culmen de lo ridículo, no sabes si partirte de la risa o salir por pies), y observas cómo Alice mantiene el tipo a pesar del barco que se hunde a sus pies, no como una necia señorita digna de lástima, sino como la gran mujer que es.
La gran mujer que sueña con amar y ser amada por alguien a quien respete de verdad y que la valore como ella es.
¿No es eso con lo que la mayoría sueña?
Vivoleyendo
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4
28 de diciembre de 2014
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para tener tanta acción es mortalmente aburrido. Es de esos "thrillers" en los que falla estrepitosamente la presentación de los personajes, directamente se la saltan, llegas a los créditos finales y no te has terminado de enterar de quién era quién (te meten tanto nombre por minuto que ni pajolera idea), pero como que te importa un pito porque los has mandado a tomar por saco desde la primera media hora. Tampoco te enteras de la mitad de las cosas que dicen porque, además, es de esas irritantes películas que también se salta el ponerte un poco en antecedentes, y claro, parece que hablan en alienígena. Diálogos de besugos. Yo es que voy demasiado lenta para tanta velocidad.
Y claro, a mí qué coño me importa que el prota se pase su puta vida persiguiendo al maloso (que luego te lo quieren poner como que no es tan maloso, se fríe a casi todo quisqui y encima te tiene que caer bien). Y ahí está el problema, que a mí qué más me da todo el fregao, cuando como mínimo me tendría que interesar.
Y luego están las absurdas escenas de tiros, pegan trillones de disparos y fallan más que una escopeta de caña, cojonudo, así dispararía yo también si algún infausto día me diera por tocar un arma de fuego, Dios no lo quiera.
Ah, y al principio, cuando la primera persecución nocturna, están en Londres, una de las ciudades más grandes y pobladas de Europa, y no hay ni un vehículo circulando, ni un peatón en las aceras, nada de nada. Que es LONDRES. ¿Hubo una invasión extraterrestre y los aliens abdujeron a toda la población para que esta gente pudiera rodar la escena sin estorbos? ¿Salía más barato no meter tráfico ni extras? ¿Quedaba más chulo así aunque fuera totalmente ridículo?
Esta y otras muchas preguntas sobre los límites de la absurdez y del tedio que cruza esta peli.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vivoleyendo
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7
22 de diciembre de 2014
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todavía recuerdo la Sevilla de antes de la Expo. Un caos por el que era un infierno circular en coche. Mi padre odiaba tener que conducir por ella cada vez que íbamos, y eso que a él siempre le ha gustado conducir.
Después llegaron las faraónicas obras para remodelar la ciudad y sus accesos. Se construyó la Autopista del Quinto Centenario que conectaba la capital andaluza con Huelva y nuestras playas. La faz de Sevilla cambió radicalmente. Puentes nuevos, avenidas transformadas, carreteras, calles y barrios remozados, toda la Isla de la Cartuja convertida en un crisol de pabellones, países, provincias, culturas, vanguardias del arte, la ciencia y la tecnología, curiosidades, pantallas gigantes, cines en 3D, escenarios, fuentes, monorraíl, teleférico... El 92, no por casualidad coincidiendo con el quinto centenario del descubrimiento de América, fue el año en que España acogió algunos de los acontecimientos culturales y deportivos más importantes de su historia. La Expo, las Olimpiadas de Barcelona y Madrid Capital Europea de la Cultura. No se me olvida aquel aire de renovación, de efervescencia ante todo lo que se avecinaba en el que sin duda fue uno de los años más intensos, en un sentido positivo, no sólo a nivel nacional, sino a nivel personal. Era una sensación como de estar en el centro de la acción, un optimismo alimentado por el hecho de que había tanto que ver, tanto que hacer, tanto que visitar, tantas maravillas por vivir. Creo que fue el año en que más veces he viajado y uno de los más felices por los que he pasado.
Yo visité la Expo el 2 de agosto, la única vez que pude ir. El calor era tan aplastante como el que la estoica capital soporta cada verano. Los termómetros gigantes marcaban más de cincuenta grados y yo, recorrida por aquella fiebre del adolescente en pleno descubrimiento, corría de un pabellón a otro, rellenando la botella de agua en los grifos de los servicios públicos porque el agua fría de las máquinas expendedoras se agotó en todo el recinto, recibiendo el alivio del aire acondicionado cada vez que me metía en un edificio cualquiera, no me importaba cuál con tal de que no hubiese que hacer una cola kilométrica. Y así, mientras la gente se derretía esperando durante horas para entrar en el cúbico pabellón de España u otros igual de masificados, yo decidí no perder el tiempo y entré sin problemas en muchos que también tenían cosas mágicas que ofrecer. Tantos que perdí la cuenta a partir del número diez. Cayó la noche y la ausencia del sol ofreció un poquito de tregua, no mucha. Me fui a ver los fuegos artificales junto al lago artificial, presencié un espectáculo en la Plaza Sony y después me metí en un disco-pub a bailar hasta la madrugada. En el viaje de vuelta a casa me quedé tan profundamente dormida en el asiento (yo rara vez duermo cuando viajo de pasajera en coche) que ni siquiera me enteré de que cayó una lluvia veraniega.
Fue un buen año, al menos para mí.
Las imágenes de Sevilla hormigueante de obras y construcciones me atraviesan de nostalgia.
No todo fue fiesta y alegría. Aquel impresionante lavado de cara, como siempre sucede, intentaba tapar las lacras de detrás. Mientras muchos vivíamos la euforia, otros seguían nadando en la mierda de la marginalidad, la corrupción, el narcotráfico...
Los lavados de cara pretenden que las ciudades presenten una imagen de belleza y ejemplaridad que no es más que un espejismo de apariencia. Que cuando vengan los millones de turistas no se topen con los camellos vendiendo en las esquinas y no regresen a sus casas echando pestes de lo mal que funciona todo en España.
La droga pululaba y la policía hizo lo que hace cada vez que se ve sometida a una gran presión cuando un evento mastodóntico sacude su ciudad. Endureció sus métodos. Algunas brigadas lo hicieron más que otras. Y ahí es donde se difumina la delgada línea entre legalidad y crimen, entre ética profesional y brutalidad. Es alarmante que quien ostenta la autoridad abuse de ella, pero es que es muy fácil dar el paso hacia el abuso. El poder y un arma en la mano se pueden subir a la cabeza rápidamente como las burbujas del champán, pueden nublar cualquier principio.
Ahí queda un testimonio más de lo peligroso que es introducirse en el inframundo, de que es prácticamente imposible que salga de ahí un alma limpia o ilesa, ya sea del bando que sea. Hay muy pocos héroes si los hay y ni siquiera éstos salen indemnes. Y casi todos pierden de alguna forma. O acabando muertos o mutilados física o psicológicamente. Buenos y malos, qué patraña, no es como en las películas ñoñas. Supongo que "Grupo 7" se aproxima sospechosamente a la realidad.
Lo mejor, la ambientación pre-Expo. Los barrios. La hostilidad. Las persecuciones, redadas, emboscadas y palizas, muy verosímiles. La cantinela que sonaba en mi cabeza y que me decía que yo no habría sido poli ni mujer de poli por nada del mundo. No tengo agallas, coraje o estómago ni para lo uno ni para lo otro.
El 92 se acabó y llegó el bajón, el latigazo del exceso que viene con la factura en cuanto la juerga se ha vuelto cenizas en la boca.
Sombras y zonas vacías que quedaron para la culpa y el olvido, reflejadas en una Cartuja desmantelada y fantasma que ya había perdido su efímero esplendor.
Vivoleyendo
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5
27 de abril de 2014
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay películas mucho mejor contadas y más creíbles sobre el alcoholismo. De entrada la pareja Meg Ryan - Andy García no me agrada mucho, y el pastel que meten para arreglar el desaguisado no pega. No digo que Meg no tuviera derecho a salirse del encasillamiento de las comedias románticas, es que no me la creo como borracha crónica, aunque no lo hace mal, pero la película no está a la altura y es decepcionante porque el final es de risa, cuando está claro que eso no hay quien se lo trague, al menos yo.
Como aspecto positivo, refleja un problema que abunda más en las casas de lo que mucha gente quiere admitir.
Vivoleyendo
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