Dice el protagonista que sólo importan los hechos, no las palabras, pero ¿acaso no son hechos las palabras? Es cierto que parece trazarse una frontera entre el mundo y el lenguaje (ya desde Platón). Sin embargo en esta película las palabras se nos muestran con una fuerza capaz de devastar mil vidas. No tanto por las que se dicen, sino por las que se omiten. Fassbender, con ese carisma suyo, ayuda al director en la labor de causar un impacto directo sobre el espectador, sin necesidad de las palabras, para demostrar precisamente, hasta qué punto importan tanto como cualquier "hecho". Pero esta línea de interpretación es ambigua, pues las palabras en la película se nos muestran bajo distintos puntos de vista. El jefe-amigo de Brandon (M.F.) con su parloteo excéntrico y patético ejemplificaría la vulgaridad de la palabra, su carácter anonadante y vacío, cuya única y positiva utilidad es la mentira y el engaño. Engaño en que cae la dulce Sissy (C. Mulligan), la hermana de Brandon, arrastrada también por las palabras a una realidad incomprensible; realidad en la que se siente plenamente integrada solamente en los breves instantes en que da rienda suelta a su bella voz, y canta. En la música (de hecho, en todo arte que emplee las palabras) las palabras dejan de ser tan directas y dogmáticas, se transforman en símbolos de infinitas referencias y sentidos, y permiten expresar profundidades insondables. No creo que haya nadie a quien no se le haya puesto la piel de gallina escuchando música. Pues dentro de ese hecho insignificante que es el erizamiento de los pelillos del cuerpo, se esconde toda esa profundidad de que hablo: una profundidad que esta película, esta obra de arte, consigue transmitir a todo aquel que esté dispuesto a no masturbarse viéndola. Qué, por cierto, son pocos. Las escenas con contenido sexual son abundantes en la película, y ésta corre el riesgo de ser condenada en un juicio por pornografía. La sensibilidad, esa florecilla moribunda de nuestra época, apenas puede germinar entre un suelo tan basto y brutal como lo es el de la industria pornográfica. Tal vez el director también quiera llamar la atención sobre ese problema, y esa podría ser una interpretación para el mutismo del protagonista. No hay nada que decir, las palabras son basura, lo único que importa es el placer sexual, frío, tórrido, sucio, con su subsecuente "vergüenza". Y es vergonzoso porque la misión del sexo en un ser racional y emocional como el humano (además de la evidencia de la reproducción) se identifica con la unión, con la fusión de de dos cuerpos en una "sola autotrascendencia" (A.H.). Evidentemente esto es imposible, como se suele decir, nacemos y morimos solos. Sin embargo, perder toda esperanza en este sentido, es convertir la vida en un ataúd. Claro que hay otros caminos sí, pero la mayoría son ilegales.
En fin, la cuestión es que tras el engaño de la liberación sexual las emociones son un valioso tesoro. Valioso en términos vitales (o existenciales para los dramáticos), porque en el mercado sociológico, valen más bien poco. Brandon, silencioso y podrido de satiriasis, vive aislado en un mundo sin placer, pese a sus múltiples y variadísimas experiencias sexuales, un mundo en el que el amor familiar (expresado en la figura de su hermana Sissy) es una carga, una cárcel de arrepentimiento y vergüenza. El sexo para este hombrecillo tan trágico como patético, no es liberador, y es el único hecho que podría serlo; y las palabras, por supuesto, no importan nada.

Conclusión inequívoca: los hechos no importan nada, hasta que aparecen las palabras (también se puede sustituir "hechos" por "vida" y "palabras" por "muerte")