The Rings of Power. Dos capítulos iniciales llenos de propuestas insulsas, forzadas y apelotonadas, con una dirección fría, cinematográfica en el peor sentido hoy en día... sí, en el sentido más rancio: correcta pero obvia y aburrida, esos tres adjetivos; en fin, J. A. Bayona (¿algo más predecible y aburridamente correcto narrativamente que "Un monstruo viene a verme"?; es peor incluso que el espanto de la "Regresión" de Amenábar; los dos “americanos” del cine español son de cartón piedra).

La serie comienza a quemarropa, con una definición excesiva de los propósitos épicos de Galadriel por vengar la muerte de su hermano; excesiva porque solo en el primer capítulo ya empachan sus miradas concienzudas por el que está convencida que es su sino. Aquí, los guionistas nos han querido llenar los ojos con la tradicional frase de Bowra («the pursuit of honor through risk») llevada al extremo. Hubiera sido preferible un comienzo más lento de la serie, quizá conociendo en un solo capítulo uno solo de los pueblos, con los demás apareciendo solo al final. Me ha saturado la cantidad de cosas que se quieren proponer, como si tuvieran miedo de perder espectadores (quizá sea cierto, frente a "House of the Dragon").

Destacaré tres cosas muy concretas a modo de pequeños síntomas de lo dicho: la primera, que en la narración inicial no se explica muy bien por qué hay orcos en ambos lados de los Mares Divisorios, ¿cómo puede darse esa inexactitud en las primeras palabras de la serie?; la segunda, que parece un meme cuando Elrond y Celembribor surgen de pronto sin un viaje intermedio ante las puertas de Khazad-Dûm, sin ningún equipaje y casi con los brazos a la espalda, como en un agradable y poco exigente paseo dominical a lo largo de una fresca alameda; la tercera, esa obsesión por hacer inclusivo un material que en su original no lo es, de modo que resulta forzado.

Hay como un espíritu de empezar rápido la historia, una cosa y otra cosa y otra cosa y desde el principio altos y elevados designios y sinos y honores y planes… Es un error. "Game of Thronos" comenzaba mucho más distendida, creando convivencia con los personajes (aquella fantástica escena de tiro al arco en el patio de Invernalia, por ejemplo), cosa que aquí no pasa, pues el espectador aparece ya en mitad de una acción obsesiva, en unas escenas de acción que, en mi opinión, son disruptivas para un inicio. Estoy deseando ver cómo sigue esto; de momento, estoy más aturdido que simplemente decepcionado…

En fin, no hay más ni mejor distensión inicial que el largo inicio de "The Fellowship of the Ring": crear convivencia con el personaje antes del estallido de la épica, ir ascendiendo gradualmente hacia el problema de la historia, no caer directamente sobre él.

No obstante, a nivel visual es impecable, de hecho, exuberante, siendo el fuerte principal contra "House of the Dragon". El continuo lirismo de las imágenes sí es fiel a Tolkien; quizá esta inventiva ambiciosa en lo visual termine por compensar los posibles fallos en el ritmo de la trama, que hasta ahora es absurdamente desbordante.

"Game of Thronos" empezaba con una secuencia de acción, pero con quienes en seguida se confirma que no son los protagonistas. De hecho, no es hasta el encuentro con los lobos huargos que comienzan las suspicacias, y ni siquiera eso era muy evidente. Caer tan pronto y tan de lleno y explícitamente en la obsesión activa de Galadriel no me parece acertado; es más, es que la entradilla copiosa en ocurrencias líricas de los niños y el barco-cisne de Galadriel no pesa tanto como para compensar lo repentino de la acción.

Empezar en lo alto de la ola no es muy buena idea, ¿verdad?

No obstante, esperemos.

El cuarto capítulo de House of the Dragon confirma una madurez total en el dominio del ritmo narrativo y de las líneas argumentales. Nada queda suelto y sí, en cambio, queda todo atado lejos de lo obvio. Los guionistas mantienen de forma soberbia la tensión, de manera que la trama crece a cada paso, y no aparece ya casi desvelada en la definición de los personajes, como sí pasa torpe e inaguantablemente en The Rings of Power, donde todo es de cartón piedra y cae en la molicie: el nudo principal de la serie de HBO es la protección de Viserys hacia Rhaenyra, su insistencia en que siga siendo la heredera al trono. Ese resorte lo está aglomerando e intensificando todo de forma sutil pero decisiva; es el corazón de estos primeros cuatro capítulos, en los que el aire se corta.

Esa línea recta de Viserys tensa de momento la serie, de forma magistral, pues evita rápidos giros de la trama hacia la complacencia del espectáculo más ramplón, el que darían, por ejemplo, una insubordinación directa y descarada de Daemon, o una muerte directa de Viserys, o que este hubiera reusado de Rhaenyra sin pensarlo tras el rumor de cópula con Daemon, o que Rhaenyra mostrara más abiertamente su celo y su inquietud hacia Aegon y Daemon, o que Alicent Hightower hubiera traicionado sonora, vil y prontamente a Rhaenyra, o que Rhaenyra hubiese anunciado ya en este cuarto capítulo que elige a Criston Cole como su pretendiente. No, nada de eso sucede, nada sucede de forma descarada y como aparentemente pareciera ser más llamativo; no, los guionistas tienen inteligencia y un alto sentido de la narración profunda, y nos están dando un material hecho a fuego lento, con el mejor fuego y con la mejor de las lentitudes. Son cuatro capítulos perfectos.

Además, hay en este capítulo una muestra de cómo se ha concebido la serie; me refiero a la escena erótica entre Rhaenyra y Ser Criston Cole. La serie es tan mesurada, reflexiva, detallista y profunda como lo es dicha escena: en este tipo de series nada queda al azar, y todo lo que se ve en pantalla ha sido largamente meditado; bien, el botón de esta muestra es ese momento en que ambos dejan con sumo cuidado en el silencio penumbroso de la alcoba la armadura del guardia real. La decisión de mostrar esa imagen es la decisión de quien está pensando en que aquello que cuenta no está siendo contado para agradar a un hipotético espectador, sino porque realmente tiene vida propia.

Esa es la diferencia entre House of the Dragon y The Rings of Power: la velocidad, el collage y el atropello de la segunda es porque ha sido creada más para gustar que para crear un mundo nuevo. Los ritmos, las dosificaciones de la trama, la profundidad de los diálogos y la mesura en las propias imágenes son materiales formales que nos permiten advertir esa clara diferencia entre una serie y otra. La de HBO la veo queriendo más y más. Sin embargo, los capítulos de la de Amazon he llegado a detenerlos porque no daba crédito a la tosquedad de todos sus elementos; en especial, el centro de todos sus horrores son esos diálogos escritos para guiar la trama de forma explícita, cosa vulgar y propia de los malos guionistas, esos que tienen una historia quizá perfecta en su cabeza pero sencillamente nos saben contarla.

De hecho, la de Amazon está muy por detrás de la de HBO: de contar a contar con poeticidad hay trecho, y The Rings of Power ni siquiera está siendo contada, sino que se nos arroja a la cara como retales desprendidos de un todo al que unos guionistas no saben darle la armonía de lo vivo. Así, de esta escala [no contar > contar > contar con poeticidad > dar vida], la serie de McKay y Payne se sitúa en el primer peldaño con acercamientos mínimos al segundo, mientras que la de Condal y R. R. Martin oscila noblemente entre el penúltimo y el último.