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España España · Madrid
Críticas de Luth
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Críticas 125
Críticas ordenadas por utilidad
9
11 de diciembre de 2021
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Raíces profundas es uno de los westerns clásicos más recordados de todos los tiempos. Originalmente titulado en inglés "Shane", el nombre del personaje principal, el pistolero "reconvertido" que interpreta con gran tino Alan Ladd, es una película de culto desde hace años.
El bonito título que eligieron para su exhibición en España ha adquirido una semántica inesperada pues para los que tenemos cierta edad y mucho visionado de cine clásico, la cinta genera metafóricamente precisamente eso: raíces profundas en nuestro recuerdo individual y colectivo. Es una película que llevamos en el corazón.

Curiosamente, los cinéfilos empedernidos han preferido casi siempre referirse a ella por el nombre original y rememorar así al personaje de Ladd, seguramente el mejor que jamás interpretó. Y es que Shane es todo un caramelo para cualquier actor, personaje clásico de western, épico y humano al mismo tiempo, muy bien trabajado por el habilidoso George Stevens, que cuenta con una larga y elogiable filmografía con bastantes títulos que rivalizan en calidad con Raíces profundas: Gigante, Un lugar en el Sol, La historia más grande jamás contada, Serenata nostálgica, etc.

Paradójicamente, también ha habido cierta inercia en muchos críticos y aficionados al Cine, en cuestionar la idoneidad de haber elegido a Alan Ladd para tan jugoso papel. Y es que se trata de un papel tan clásico que permite especular sobre cómo hubiera resultado si hubiera sido interpretado por otros grandes. Es un juego divertido que recomiendo ¿Cómo hubiera sido Shane interpretado por John Wayne? ¿Por Burt Lancaster? ¿Por Brando? Sin duda, todos hubieran imprimido su sello personal al personaje generando una bellísima policromía de interpretaciones potenciales del personaje.

El que es "inamovible" en Raíces profundas, de hecho lo es en todas sus películas, es Jack Palance, que aquí interpreta, cómo no, al pistolero a sueldo Jack Wilson, contratado por el abyecto cacique Rufus Ryker (Emile Meyer), mezquino, como necesariamente tiene que ser un villano y cobarde como para enfrentarse (aunque tenga su banda de acólitos matones, como ya suponíamos, mediocres) a Shane, que no solo es un eficaz y carismático tirador sino que posee la fuerza de la dignidad. Ryker no está a su altura en talento y mucho menos moralmente.

La película plantea una vez más el duelo entre la moral y la inmoralidad, entre la valentía y la cobardía, entre el bien y el mal. Shane, llega a una granja donde vive la familia Starret cuyo padre de familia es el honrado y pacífico Joe Starrett (Van Heflin), su esposa Marian (Jean Arthur) y el niño, rubito y silencioso (Brandon de Wilde). El chiquillo tendrá un protagonismo absoluto en la cinta que habrá que detallar en el spoiler. Shane que llega a la granja buscando una nueva vida tras una violenta trayectoria, que solo insinúa el guion, se entromete en el chantaje y matonismo que Ryker ejerce sobre los Starrett, Simplemente, por una cuestión de conciencia, por el rechazo al abuso, a la injusticia.

Shane intenta resolver el conflicto como no la ha hecho nunca en su vida, con diálogo, con respeto, pacíficamente. Naturalmente las buenas acciones, las buenas palabras no suelen causar efecto en la gentuza, en los violentos. El pasado de Shane regresará como si existiera el fatum, el Destino inexorable que nos obliga a hacer siempre lo que nos ha tocado en la vida. Como si fuera una maldición.

La narración de Stevens no baja la tensión en ningún momento. El conflicto irá in crescendo a medida que Shane no cesa de inmiscuirse en los asuntos de los villanos de turno. Diálogos agresivos, con continuas provocaciones hacia Shane solo conseguirán que afiance sus dudas sobre seguir interviniendo o no en un asunto que no le concernía en lo personal y que podría dejar pasar sin mayores remordimientos.

Y tendrá que llegar Wilson, el matón profesional contratado por Ryker, un Jack Palance como siempre perfecto, con esa mirada tan propia y ese lenguaje gestual, lento, calculador, inquietante que solo él era capaz de imprimir a sus personajes. El Diablo hecho persona.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Luth
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8
7 de diciembre de 2021
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Clint Eastwood es una de las figuras con más consenso en torno a su valía y obra cinematográfica. Se podría hacer un estudio pormenorizado, incluso con detalles sociológicos, de por qué gusta tanto a tanta gente llegando a la idolatría. Pero hay una respuesta sencilla que explica lo básico: Eastwood siempre fue una persona inteligente y que sabe escuchar. Es un buen estudiante, sabe aprender.
Todos recordamos sus inicios, hacía películas, aparentemente "menores" donde interpretaba pistoleros y otros personajes rozando lo secundario. Hacía un cine que algunos llamaban spaghetti western que nos encantaba pero no sabíamos, en aquel momento, por qué. Tardamos un tiempo en entender que detrás de esas películas había excelentes actores cuyo talento solo empezaba a ser aprovechado y directores como Sergio Leone que eran literalmente geniales.
Eastwood siguió aprendiendo y, cuando llegó el momento apropiado, dio el siguiente paso, hacerse director. Pero no lo hizo hasta que estuvo seguro de que conocía el oficio. Es un bebé que aprende a gatear, luego usa tacataca, aprende a caminar, luego a correr cada vez mejor y termina triunfando en los Juegos Olímpicos con películas como Sin perdón, Gran Torino y demás.

Gran Torino, de 2008, es atemporal. Ya lo sospechábamos entonces, como las grandes películas. Hoy en día se ve igual que cuando se estrenó y seguirá siendo válida. Habla de muchas cosas, de cosas profundas, la amistad, el sentido de la vida, la vejez, el hastío existencial, de la amistad, de la dignidad, de racismo y xenofobia, de ser padre o madre, de injusticia social,...

Pero la clave de la película está precisamente en su desenlace, en la conclusión de todas las reflexiones que hemos ido haciendo mientras se exponían todos los grandes temas antes mencionados. Paso, por tanto, a zona spoiler para hablar de ello.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Luth
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3
15 de mayo de 2021
11 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando en 2001 Odisea del Espacio (S. Kubrick) el ordenador principal se va apagando, empieza a volverse todo lento, muy lento en su habla. Así es esta película de Joe Penna (Stowaway, 2021): muy, ,muy lenta, lentorra, lentooooooooooooooooooorra...
Voy a ser muy breve en esta crítica: me quedé dormido viéndola. No hace falta decir mucho más.

Y quiero aclarar que no me pilló por sorpresa que la película no sea de acción, que supuestamente se trate más de una historia dramática emocional que habla de personas y no tanto de hechos. A mí esto no me molesta, hasta puede ser motivador si la película se plantea y se realiza correctamente. Hay infinidad de buenas películas con estas premisas. Pero no es el caso de Polizón.

Tampoco incidiré en su planteamiento absurdo: aparece en una rutilante y ambiciosa misión a Marte un polizón en la nave sin que nadie se enterara, ni siquiera él mismo. Sencillamente ridículo.

En fin, lo dicho, 117 minutos de sopor, de sensación de tomadura de pelo al espectador.
Luth
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2
16 de diciembre de 2021
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si yo fuera cineasta no haría una película así.

Con esto queda todo dicho aunque, a lo mejor lo que diría alguien que fuera rico es que sí la haría, una vez que, siendo rico, puedes hacer, en teoría cualquier cosa que te dé la gana. Para eso sirve ser rico, eso es con lo que soñamos. Tener mucho dinero sirve para dos cosas: para tener libertad y para conseguir bienes materiales o no materiales.

Si yo fuera rico es una comedia de 2019 que aborda, una vez más, el tema de qué pasaría cuando alguien (alguno de nosotros. Es decir, es una pregunta retórica con la que nos identificamos inmediatamente y empezamos a especular y soñar) tiene suerte y le toca un premio millonario en la lotería o en cualquier otro juego de azar.

Por supuesto, es una hipótesis que da mucho juego y, bien elaborada, puede desarrollar un buen guion cinematográfico, sea en comedia, drama o cualquier otro género. En este caso, Álvaro Fernández Armero elige hacer una comedia, por tanto, debemos exigirle, como espectadores, que nos haga al menos sonreír o nos transmita un mensaje simpático, optimista, a poder ser, divertido, etc.

Pues no es el caso. La película es muy, muy floja. No tiene prácticamente ninguna gracia. Es todo escandalosamente previsible. Los actores están de pena. Malos de solemnidad. No tienen credibilidad (salvando a Antonio Resines y alguno más que se me olvida, pido disculpas), el guion es una anécdota, mal elaborado y peor desarrollado.

Una de las características que podían haber salvado este desastre es la localización, en principio irrelevante para la trama, en tierras asturianas. Quizá podía haberse usado el fondo geográfico para crear una historia poco usual, más personal, darle un determinado toque, dar personalidad a la cinta. ¡Pues tampoco! Que se desarrolle en Gijón o alrededores no afecta lo más mínimo ni para bien ni para mal. Hubiera dado igual que se localizase en cualquier otro sitio, el resultado sería igual de mediocre. Hemos visto en la "saga de los ocho apellidos" el uso, esta vez sí relevante, de situar la acción en Euskadi o en Cataluña, de contraponer lo andaluz con lo vasco o lo catalán y sacarle partido en forma de comedia, de reírnos de nosotros mismos. Eso es humor.

En fin, no me entretengo más.
No recomiendo esta película.
Luth
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7
24 de noviembre de 2021
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La conquista del Oeste (1962), título original en inglés: How the West Was Won, algo así como "Cómo se ganó el Oeste" Película pantagruélica, ambiciosa y cine-homenaje autocomplaciente para el espectador estadounidense. Hecha con cariño y pasión por lo propio, resulta inevitablemente lejana para los que no pertenecemos al público de ese país.

Podría hasta parecer, si se me permite el sarcasmo, una especie de clase de historia (la poca que tienen) para los ciudadanos del país de las barras y estrellas. Se habla en sus cuatro episodios individuales, dirigidos por tres grandes, Ford, Hathaway y Marshall, de prácticamente todos los elementos fundacionales mitificados y edulcorados de la colonización y desarrollo político embrionario. Tramperos, vaqueros, sheriffs, soldados federales y confederados, chicas alegres y no alegres, familias de colonos, irlandeses, Abraham Lincoln, Shermann, arribistas, el ferrocarril, el Ponny Express, etc, etc.

Y para que no falte de nada, un elenco de figuras del género que parece una enciclopedia viva del Western en cuanto a actores famosos. Asistimos al desfile de "galácticos" (termino futbolero): John Wayne, Henry Fonda, R. Widmark, Eli Wallach, Lee J. Cobb, James Stewart, Gregory Peck, George Peppard o el contrapunto femenino de Carroll Baker y Debbie Reynolds.

No quiero que parezca mi crítica una visión despectiva de La conquista del Oeste. Es una de las películas con arranque musical más brutal e impactante de la Historia gracias a la BSO legendaria, épica y motivadora de Alfred Newman. Seguramente la obra musical más emblemática del Western ¡Y ya es decir! A quien no le cautive, no sé qué hace viendo pelis de este género.

Fotografía de impacto, de belleza buscada, también homenaje a los mejores paisajes de un país tan grande, rodada en Cinerama (fue la primera) y narrada por otro grande, Spencer Tracy, algo así como el profesor de esta clase de Historia de los EE.UU.

Para los fans del Western, no es una película más. Es de las imprescindibles aunque seguramente casi todos tenemos en nuestro top ten de las mejores otros títulos más emocionales, los que nos robaron el corazón ya desde que las vimos siendo niños, esos clásicos de Raoul Walsh, Hawks, Ford y demás que defendemos como si fueran nuestros hijos pequeños, los más mimados, los intocables.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Luth
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