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España España · Granada
Críticas de Kikivall
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Críticas 2.005
Críticas ordenadas por utilidad
7
7 de octubre de 2018
24 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta cinta es interesante y muestra cómo debió ser la decadente ‘guerra fría’ en Estados tan castigados como la invadida Polonia por los nazis en el inicio de la II Guerra Mundial, y su posterior colonización por el imperio URSS tras los acuerdos de Yalta. Además, “Cold War” presenta una apasionada historia de amor entre personas con maneras de ser y de pensar distintas a los que cierto ‘sino’, los aboca a un destino común.

Tras leer tanta buena crítica sobre esta película, he salido del cine no entendiendo bien la cosa. Detrás del film hay una gran dirección clasicista de Pawel Pawlikowski (mejor director en Cannes, 2018) y un guión bueno pero sobredimensionado del propio Pawlikowski junto a Janusz Glowacki. Lo que se dice de esta película es lo mejor y sin tacha. A mí, confieso que emocionalmente apenas me ha rozado (salvando la reflexión de la terrible época y lugar: la Polonia de postguerra y sometida) y el final me ha parecido misterioso. Quizá los padres del director, a quien dedica la obra, entiendan mejor la cosa. Yo sólo podría entenderlo por toda la basura que fue esa región del mundo que Pawlikowski recorre desde 1945 hasta los años cincuenta y tantos. Ahí sí puedo entender mejor, pero el film quiere ser ante todo una obra de amor imposible con funestas consecuencias.

Es excelente la fotografía en B&N de Lukasz Zal, que con su grisura, textura y profundidad de campo captar el clima de tan penosa etapa histórica en la Europa del Este. A lo que colabora poner la pantalla en una forma de cuadrado, formato 4x3, como para que veamos el espacio que ronda por encima de la cabeza de los personajes.

En el reparto sobresalen una genial, bonita y gran actriz Joanna Kulig y un eficiente y dramático Tomasz Kot, con enorme química entre ellos.

Gran puesta en escena en la que nada sobra ni falta para arropar una triste historia de amor. Y música diversa y evocadora de un tiempo asfixiante.

La película es ciertamente el relato de un amor pasional con tintes de tragedia y que en ocasiones traslada el mensaje de la “atracción fatal”, más que esa hipótesis de “un destino que los condena a estar juntos”. Cuando se escribe así, pienso que quien lo hace no ha visto la película pues lo que hay es un amor de alto voltaje por el cual, él más que ella, se ve atraído hasta el punto de abandonar su libertad y un buen futuro en París, para volver al presidio bolchevique con la única intención de reencontrarse con una mujer desquiciada y paradójica. No sólo en el terreno sentimental sino incluso en el plano de las ideas. Ella se muestra como atraída por el comunismo estalinista, a la vez que se manifiesta profundamente católica, como buena polaca. Increíble, salvo para alguien que no está en su sano juicio. Él al menos se define deliberadamente anti-soviético y anti-estalinista. Pero su pasión por la chica le hace volver al presidio tras el ‘telón de acero’.

Claro, aquel tiempo histórico da para retratar la desesperanza o la angustia, el erial creativo y el adoctrinamiento. Y todo ello queda muy bien reflejado en la cinta: la tensa pugna que dibujó en buena medida la segunda mitad del siglo XX, cuando todavía ninguno de los bloques en los que se había dividido el mundo en ese entonces, era capaz de ganar la batalla. De ahí, a ese intento de trasladar esta panorámica al terreno sentimental, Pawlikowski no ha sabido cumplir.

También tiene la película apuntes muy logrados de cine musical. Es la parte de danza y coros polacos, que incluye también el jazz parisino en otros pasajes. Esta faceta está impecablemente rodada y merece una alta consideración.

En fin, película con una fuerte carga de desolación, imágenes tremendas y universales, recreación de ambientes diversos, también el mundo de las miradas y los gestos casi imperceptibles, pasión y tristeza. Es todo eso pero no es para tanta gloria cinematográfica como nos pretenden dar a entender. Al menos esta es mi opinión.
Kikivall
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Muchos hijos, un mono y un castillo
Documental
España2017
7,2
10.388
Documental, Intervenciones de: Julia Salmerón, Gustavo Salmerón
8
14 de febrero de 2018
23 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
El visionado de esta cinta hará que sonrías o sencillamente rías a carcajada limpia con las extravagantes idas y venidas, ocurrencias y acciones de una familia singular, la del propio director del film Gustavo Salmerón, que pone en el foco de esta comedia-documento a su madre, una octogenaria Julia Salmerón que tiene el don de ¡caer en gracia’! y de sintonizar con la cámara con desparpajo, de manera natural. Lo que para sí quisieran muchas actrices.

La película viene a narra plan seguimiento (Gustavo Salmerón lleva 14 años grabando a su madre y lo que le ocurre a su padre y a sus cinco hermanos), el recorrido de una familia matriarcal al mando de Julita, una madre que ha ido cumpliendo sus sueños de tener una familia numerosa con seis hijos, con el tiempo un mono que resultó ser peligroso y que ha llegado a ser propietaria de su ansiado castillo, merced a una herencia que vino como llovida para una familia de clase media que tenía que hacer números para salir adelante. Pero tras la crisis económica en 2007, la familia se va quedando sin dinero para sostener el majestuoso inmueble, lo cual obliga a tomar la iniciativa de parte de la familia al conjunto de desalojar el castillazo, evitando que la familia no se hunda.

El director Gustavo Salmerón ha tenido una brillante idea que se ha hecho viral en cines y festivales, habiendo conseguido la fama contando de boca de su madre los avatares de una familia más que estrambótica, con muchos tics surrealistas y berlanguianos que ameniza los 90 minutos de rodaje-montaje en un torbellino de vida, emociones y diálogos aparentemente improvisados que mantiene al espectador pegado a su butaca.

El guion del mismo Salmerón junto a Raúl de Torres y Beatriz Montáñez no puede ser más redondo dentro de su cuadratura, o al revés. La cosa es nada sobra ni falta, todo encaja en un también excelente montaje que incluye una parte de filmaciones antiguas de la familia, cuando los hijos eran niños y los padres jóvenes. Magnífica la música de Nacho Mastretta y la inclusión final de Alberto Cortez y su canción “Castillos en el aire”. Buena la fotografía de Gustavo Salmerón y todo está rodado a la primera, sin repeticiones.

El reparto es el propio director Gustavo Salmerón junto a su súper madre Julia Salmerón que resulta un personaje insólito, entrañable, surrealista y gracioso; todo lo cual ha sabido sacar de ella su hijo Gustavo quien, por cierto, también produce el film.

Así es este documental, comedia o como se quiera llamar, una obra con un dislate tras otro que, empero encierra un poso de tristeza, que también muestra contradicciones y quiere combinar la parte luminosa con la más oscura de una Julia, mujer insatisfecha y a la vez disfrutona.

Creo que la clave principal de éxito de este film es su sinceridad, su limpieza y su encanto y por supuesto su tratamiento de comedia disparatada y absurda, todo ello junto a la capacidad escénica de Julia, amén de la habilidad de su hijo para extraer lo mejor de ella. Una película para verla, yo la recomiendo.
Kikivall
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7
28 de julio de 2019
20 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
La historia que cuenta el film fue real y se refiere a Eugène-François Vidocq (1775-1857), quien tras haber sido uno de los delincuentes más buscados de Francia, eterno fugado de presidios, se convirtió en el primer director de la Sûreté Nationale y un investigador cimero. Vidocq fue un personaje de leyenda, mencionado en su momento por Victor Hugo, Honoré de Balzac o Edgar Allan Poe, entre otros. Su trayectoria como investigador fue pionera en formas y técnicas modernas, convirtiéndose en un precursor de los métodos forenses en la investigación de casos criminales en el país galo.

El defecto de la obra consiste en que Richet consigue una mezcla de policial y cine violento, quitando al personaje su carácter icónico y excepcional. Es decir, el perfil de Vidocq carece en el film de la singularidad que requiere tan ilustre personaje, deviniendo hombre de acción como tantos que en el cine hay, como muchos héroes de la cinematografía americana, sobre todo.

Pero la película y la misma figura del histórico Vidocq, tiene momentos que resultan fascinantes (como cuando se introduce desafiante él solo en la celda de los delincuentes que ha apresado), lo cual es debido en gran medida a la magistral interpretación que del personaje hace Vincent Cassel, un grande de la pantalla, aunque en ocasiones haya errado al escoger papeles a su medida. Y de entre los diversos actores que participan en la cinta dotándola de enjundia, está también Fabrice Luchini, que interpreta al Ministro de la policía Joseph Fouché.

La película ofrece imágenes, tanto de los irrespirables y mugrientos bajos fondos parisinos, como de los distinguidos salones y despachos de palacio, lo cual sirve de encuadre a esta especie de folletín de aventuras que incluso se atreve con ciertas reflexiones políticas no siempre atinadas.

Tiene una fotografía interesante de Manuel Dacosse, apagada y oscura, propia de los ambientes criminales que recoge. Richet hace un trabajo hiperrealista de las escenas violentas que abundan en estallidos de pólvora y sangre, e inimaginables luchas de sable que nunca antes vi en el cine, con harakiri doble incluido. Es vistosa la perspectiva del París napoleónico, que pretende ir acompañada de una historia épica que no acaba de lucir lo que debiera. La banda sonora de Marco Beltrami y Marcus Trumpp es distinguida y hace a la estética de la obra.

La resultante es un metraje que descuella como obra entretenida que tiene su interés como film de acción. Ya estamos un poco hartos de la gran cantidad de producciones francesas tipo comedias remake de originales americanos o sencillamente insoportables (no todas, claro). Por ello, bienvenida esta cinta sobre el histórico y memorable personaje Eugène-François Vidocq, con mucha emoción, violencia bien rodada y agradable de ver.
Kikivall
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8
28 de enero de 2019
22 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta es una cinta anti muchas cosas. Anti-hoy, época nuestra de desatino, falta de educación, grandes dificultades para encontrar una pasión absorbente en la vida o problemas para reflexionar. Así y contrariamente, el protagonista del film, Forrest Tucker, ladrón de bancos, es un hombre pulcro, correcto, apasionado por robar y evadirse de la cárcel cuando lo pescan. O sea, es educado, es vocacional y es juicioso. Además, hay igualmente otro aspecto en la peli que choca con el mundo actual donde los viejos ni roban ni nada de nada, porque no cuentan, no existen, son ‘invisibles’ socialmente. Aquí es todo lo contrario, Tucker y amigos viejetes forman la llamada ‘banda de los carrozas’, fichados y perseguidos, aunque sea por la justicia, pero hay alguien que los tiene en consideración. Nuestro personaje sabe de dónde viene y a dónde quiere ir. Es el la glorificación de lo más criminal pero que, al ser Forrest tan cordial y desinteresado, está por encima del asesino cruel, que no lo es.

Y es curioso porque no hace mucho tuve oportunidad de ver fuera de España, en Argentina concretamente, el film “Te Mule” (2018), aún no estrenada en España, donde un Eastwood de ochenta y muchos interpreta un rol igualmente verídico, de un anciano pintoresco que se vio obligado a realizar un trabajo fuera de la Ley, acosado como estaba por los Bancos y sin remuneración para subsistir y todo eso. Parece que a los viejos de Hollywood les ha gustado esto de la ‘sociopatía’, pero una antisocialidad entrañable y digerible.

El director David Lowery, con un guión suyo, adaptación de un artículo del periodista David Grann sobre la historia del impenitente ladrón de Bancos Forrest Tucker, consigue tejer una historia agradable, inteligente, delicada y simpática, con momentos sin duda exagerados y conjugando otros instantes de romance con el sabor agridulce de las cosas de la vida. Así es el planteamiento de cinta sobre incansable y gentil atracador que nunca hirió a nadie, y que incluso encuentra un amor otoñal con una mujer interpretada con solvencia por Sissy Spacek.

El reparto y la película están obviamente sostenidos por un Robert Redford que es ya un icono, uno de los actores más solventes de la historia del cine norteamericano junto. Redford, rostro surcado por el tiempo, broncíneo, limpio en su mirada azul, con aspecto de hombre sabio, se despide a lo grande, sin aspavientos, haciendo lo difícil fácil. Junto a él una Sissy Spacek con quien protagoniza escenas románticas muy bellas e intensas. Y entre tanto poderío no hay que olvidar la meritoria interpretación de Casey Affleck como el policía obsesionado e incluso encariñado con el asaltante ‘carroza’.

La película es Robert Redford, no sólo actor o cineasta en su más amplia expresión de director, productor, etc., sino que él mismo es el elemento sustancial que da sentido cabal al relato. Lo queramos o no, muchos hemos ido a ver esta película por ser el adiós de un actor para la eternidad, un actor que ha interpretado y dirigido grandes películas y que, ese es el quid de los grandes, tiene sintonía con la cámara y llena pantalla.

La cinta, a pesar de su tintura nostálgica, los adioses y todo eso, no renuncia al sentido del humor, que es un recurso muy importante de este testamento cinematográfico.

También creo ajustado decir que esta obra destila el aroma del cine independiente, del que Redford fue un gran defensor y todo un emblema para directores de este corte a través del Sundance Film Institute, el organismo creado en los años ochenta para apoyar a nuevos directores. No sólo la película desprende esa esencia, sino que debe servir de ocasión para felicitar y felicitarnos por este actor que a lo largo de su vida, lejos de adormecerse en su fama y su esplendor, no dejó de trabajar por y para el Séptimo Arte.

En resolución, la película cumple a modo de perfecto broche final de la carrera de Redford. Lowery no sólo volvió a ver las películas más emblemáticas del actor antes de rodar esta, sino que llega a incluir imágenes de archivo de otras películas suyas para recrear los atracos del viejo Redford, escenas de títulos como “La jauría humana” entre otros.

Bye viejo amigo. Esperamos los aficionados al cine que este cortarte la coleta, haya sido una ocurrencia que tiene margen para ser corregida, para que te volvamos a ver de nuevo.
Kikivall
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8
8 de diciembre de 2019
20 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
La mayoría de las películas de Loach perturban, producen una gran inquietud. Pero en esta, además, te dan ganas decir ¡basta ya por favor, esto es una locura! Loach ha declarado en tono modesto, pero lamentablemente cierto: “Es una gran lucha y una película sólo puede muy hacer poco. En cierto sentido, creo que el público quiere recuperar ese sentimiento de lucha, y espero que al salir del cine digan: basta, esto es intolerable. Sólo entonces podremos empezar a plantar cara”.

El cine-Loach tiene la capacidad de remover, de movilizar interiormente, por que cuenta historias veraces y muy creíbles. Habla de personajes y situaciones que podemos ver en nuestra realidad cotidiana y que provocan la indignación del espectador; también suscitan la vivencia de compasión para tana gente sencilla que apenas aspira a una vida decorosa y a cambio no recibe más que ostias y varapalos.

Cuenta la cinta la historia de Ricky (Kris Hitchen) y su familia. Son una familia que ha luchado duro para salir adelante. El ‘pater familia’ ve una nueva oportunidad como falso trabajador autónomo repartiendo paquetes. Su esposa cuida ancianos y enfermos, y sus hijos, uno adolescente y conflictivo y una niña precozmente madura se resienten de la ausencia de padre. Todo lo cual hace que los lazos familiares entre él, su esposa (Debbie Honeywood) y sus hijos se vayan poco a resquebrajando.

Loach plantea un auténtico drama social, que tiene su sustento en un trabajo actoral estupendo, como estupendos son Kris Hitchen y Debbie Honeywood. Son actores desconocidos que parecen personas comunes, personas de la calle pero que hacen unos trabajos interpretativos admirables.

Loach, a sus 83 años sigue fiel a sus principios de viejo marxista, es el Loach que ya conocemos. En este film lo que cuenta es lo mismo que vemos al asomarnos a algún servicio de paquetería en bicicleta, en moto, en camioneta, servicio urgente y mal pagado con actores veloces y estresados que cuando llegan al domicilio con la lengua fuera y no está el receptor del paquete tienen que dejar con angustia ese escrito que da título a la película: ‘Sorry, we missed you’.

Es loable el excelente guion de Paul Laverty, el habitual colaborador de Loach, que utiliza escenas rápidas, una presurosa cámara, diálogos al límite del vértigo, plano y contraplano, todo bordeando el melodrama. Un cine vivo, urgente, un cine para levantar conciencias y alzar la voz, protestar, rebelarse contra esta locura en que se ha convertido la vida moderna del consumo voraz a domicilio. Una filmación sensacional donde Loach rueda con naturalidad, logrando encuadrar en un mismo plano la afligida existencia de toda una familia.

Es un film que desvela los entresijos de esa denominada “nueva economía colaborativa”, concepto muy engañoso tras el cual se pueden descubrir los crueles ambages del capitalismo más salvaje; donde ciertas empresas tratan a los trabajadores peor que los señores feudales a aquellos vasallos del medioevo.

Declaró no hace mucho el director británico lo siguiente: "Según el proyecto neoliberal, la mano de obra debe ser vulnerable, porque así aceptará salarios bajos, contratos basura y trabajos temporales. Y para que el trabajador siga siendo vulnerable hay que hacerle creer que tiene lo que merece. Ese es el secreto: recordar a los humillados que la culpa es suya. Porque si la culpa fuera del sistema habría que cambiarlo, y eso, de momento, no interesa". Y esto es lo que ocurre a nuestro alrededor, la precariedad del trabajo precario que va cada vez a más precariedad. Lo que Loach nos muestra en la pantalla es tan indiscutible como inhumano.

Concluyendo: la ‘tesis’ del film es la enorme dificultad para frenar la injusticia, dado el fenómeno tan actual de que cada vez más trabajadores se convierten en 'emprendedores' de su propio infortunio. Entonces, como dice Loach, es el trabajador quien se labra su propia desgracia, no el sistema. Pero esto, como cualquiera con buena voluntad puede concluir, es una gran farsa.
Kikivall
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