Sin duda se trata de un documental interesante, pero es un documental interesante que juega sobre seguro: Terry Gilliam, con su fama de director extravagante e imprevisible, se une a una fase de preproducción incierta y a una fase posterior, el rodaje, repleta de problemas imprevistos, como el ruido de los aviones F-16, la tormenta, y la enfermedad de Jean Rochefort. Los directores de este documental reinventan el formato del "making of", convirtiéndolo en la crónica divertida (divertida de manera involuntaria) de un desastre cinematográfico.

Este documental contribuye, no sé si de manera voluntaria o involuntaria, a acrecentar la fama de Gilliam como director extravagante, lo que es injusto, porque las desgracias que llevaron a la suspensión del proyecto no se deben, según se cuenta, a Gilliam.

Ya que se trataba de una película sobre Don Quijote, ¿no podían haber ido a rodar a La Mancha, en vez de hacerlo en el desierto de Las Bardenas Reales?

Hay ocasiones en las que la originalidad, la novedad, la ingeniosa vuelta de tuerca sobre convenciones genéricas trilladas, encubren una audacia que también puede tener mucho de desfachatez. Es el caso de esta película dirigida por el (para mí) desconocido Shinichirô Ueda, una comedia "a la japonesa" que "destripa" el cine de terror desde una perspectiva inteligente, pero también desarmante y hasta irritante...

Esta película, basada en una obra de teatro, se divide en dos partes: la primera es un supuesto programa de TV que oscila entre el falso documental y el "metraje encontrado", y en el que por tanto hay una pretendida reflexión sobre los límites y la relación entre realidad y ficción. La segunda parte es una vuelta de tuerca más, el "Así se hizo" de ese falso programa de TV, que explica cómo se logró esa toma única que motiva el ingenioso título inglés del filme de Ueda.

Se pretende un juego metalingüístico original y sofisticado con materiales bastante simples. Eso es digno de elogio, pero, en mi opinión, lo absurdo, lo esperpéntico, lo escatológico, lo sentimental y lo cómico, tienden a sabotear todas esas buenas intenciones, entre otras razones porque la historia contada en el falso documental que constituye la primera parte es, narrativamente, muy pobre y muy cutre. Por tanto, el conjunto es un experimento que "cuela" en una primera visión, pero que no deja de ser una simpática tomadura de pelo que, por el hecho de su nacionalidad (Japón), ha alcanzado una sobrevaloración por parte de la crítica de cine que luego llevó al éxito comercial. "One Cut of the Dead", en suma, me parece un producto y un fenómeno bastante artificial.

Sinceramente, "La chica del tambor" no me ha gustado nada. Es un film muy irritante, que toma partido claramente por los israelíes, mientras que a los palestinos les pone a caer de un burro. Es una obra que, además, está a favor del orden establecido, no sólo porque los israelíes están apoyados por un estado, Israel, mientras que los palestinos son sólo unos terroristas fanáticos y despreciables, sino también porque se hace muy evidente que al grupo de inteligencia -o de espías- liderado por el personaje de Klaus Kinski, le apoyan los alemanes en la RFA, y los británicos en el Reino Unido.

No es ésta, desde luego, la única película norteamericana que toma partido a favor de los israelíes: "La chica del tambor" está cerca, muy cerca, en lo político y lo ideológico, de un film coetáneo como "Delta Force" (The Delta Force,1986), dirigido por Menahem Golan. Parece mentira que Diane Keaton se prestara a protagonizar este film de propaganda que quiere pasar como film de suspense e intriga internacional, entre otras cosas teniendo en cuenta que el guión se empeña, de principio a fin, en presentar a su personaje, Charlie, una actriz, como a una tontaina sin paliativos. El espectador que se disponga a ver este largometraje tiene que prepararse para una suspensión de la credibilidad en la que se despliega el maniqueísmo más burdo y mostrenco.

Quería ver esta película desde hacía tiempo y no me ha defraudado en absoluto, merece la fama que tiene. El argumento propone elementos narrativos típicos en el "western" italiano de esos años (la historia de venganza; el retorno desde la muerte, o lo que parece serlo; el forastero situado en una violenta tierra de nadie en la que tratará de sobrevivir) para sorprender tanto desde el mismo guión como desde la puesta en escena. El pueblo en el que se centra la acción es un escenario fantasmagórico, como por ejemplo el de "Django" (1966), de Sergio Corbucci, pero aún más inquietante, como se aprecia en la secuencia en la que Oaks (Piero Lulli) y sus hombres en una calle de dicho pueblo, y vemos desde un niño desnudo hasta un erizo. Abusos sexuales a niños, homosexualidad, suicidio, avaricia, personajes encerrados, profanaciones de tumbas, fetichismo, linchamientos, alucinaciones o sueños, tortura, sexo...Todo esto cabe en esta asombrosa película de culto, en la que a veces no sabemos bien lo que estamos viendo, porque el montaje juega más a sugerir que a mostrar. Hay un interés por lo onírico, por lo surreal y por una dimensión mágica del mundo, pese a que la historia avanza sin descanso.

Es evidente la subtrama religiosa que por otro lado propone el film, pero, ¿cómo interpretarla correctamente? El personaje protagonista, interpretado por el cubano Tomás Milian, es un trasunto de Jesucristo que muere, resucita, llega al infierno, contempla cómo la humanidad se destruye a sí misma, y luego se marcha.

Es uno de los "westerns" más extraños que recuerdo haber visto, junto con "El topo" (1970), de Alejandro Jodorowsky.

Un interesante film "negro" centrado en el periodismo sensacionalista. El argumento es una novela escrita por el cineasta Samuel Fuller (quien no quedó muy contento con la adaptación al cine que hizo Karlson), y, a pesar de que eso le da más interés y credibilidad a la historia (porque Fuller fue reportero de sucesos en Nueva York mucho antes que director de cine), el tratamiento dado por los guionistas que adaptaron la novela (entre ellos, James Poe) y la puesta en escena de Karlson deshacen un poco todo el fondo documental y biográfico de la historia, creando una historia un tanto convencional, moralizante. Por otro lado, el film incurre en un enfoque muy del cine de Hollywood de entonces, verlo todo en blanco y negro, eliminar los tonos intermedios, de manera que sólo hay dos opciones en el periodismo: o el sensacionalismo más burdo, o el periodismo más íntegro y serio. Para periodismo sensacionalista, el de "El gran carnaval" (Ace in the Hole, 1951), de Billy Wilder.

No obstante, algunos momentos (la gran panorámica aérea de Nueva York con la que empieza el film) y personajes (esos periodistas que llegan a la escena del crimen antes que la Policía, y hacen fotos de todo, como Weegee) redimen el conjunto. Y Phil Karlson, el Karlson de los años 50, es un cineasta a reivindicar.