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España España · Valencia
Críticas de Carorpar
Críticas 1.116
Críticas ordenadas por utilidad
8
31 de marzo de 2016
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como a tantos otros habrá sucedido, reconozco que cuando me recomendaron esta “Fargo” no las tenía todas conmigo. Convencido de que la historia filmada por los hermanos Coen hace ya veinte años ―cómo vuela el tiempo― había agotado sus posibilidades ―enormes, todo sea dicho― en la excelente película original, su adaptación al medio televisivo se me antojaba poco menos que oportunismo innecesario.
Por una vez me alegro de haberme equivocado. Y no saben cuánto.
Fiel al espíritu de los Coen ―cuya mano, en tanto productores ejecutivos, se evidencia en cada plano―, Noah Hawley hace suyo el enfermizo universo de aquéllos, mezcla de maquiavelismo brutal y humor negrísimo, para desgranar la cruel concatenación de desdichas acaecida en el marco, a mi juicio innegociable, de esa Minnesota endogámica e implacable, infierno nevado en la tierra.
Aparte del mérito obvio de traducir tan peculiares códigos visuales y éticos ―antiéticos, cabría decir―, la serie hace gala de una admirable pericia narrativa, toda vez que hay en su argumento una proliferación inusitada de sucesos, a cual más terrible, sin que ello conlleve sensación de amontonamiento ni merma alguna en una verosimilitud que, de otro modo, pudiera haberse resentido peligrosamente.
El último, y no menor, punto fuerte de “Fargo” es su reparto. Igual que en el largometraje del 96, ha primado la opción de los intérpretes sobre la de los nombres ―una de tantas razones por las que la brecha de calidad entre la pequeña pantalla y su primo anabolizado, el cine actual, se agranda de manera inexorable―. Ejemplo palmario de lo cual es la elección de una Allison Tolman cualquier cosa menos carismática para un papel muy similar ― trasunto casi― al de terca policía embarazada que inmortalizara una igual de escasamente arquetípica Frances McDormand. Lo mismo puede predicarse de Martin Freeman, cuyo Lester Nygaard constituye la quintaesencia de la mosquita muerta, un rol recurrente en su carrera y que le sienta como un traje a medida. El veterano Keith Carradine, por su parte, aporta la prestancia y el saber hacer que proporcionan las muchas décadas en estas lides.
Párrafo propio merece el siempre turbador Billy Bob Thornton. Su mefistofélico Lorne Malvo, asesino profesional y travieso sembrador de caos, debería incorporarse a la asignatura de composición del personaje, si es que tal cosa existe, en toda escuela del actor que se precie. Sólo por su presencia insólita, nada más ―y nada menos― que por sus destructivas entradas en escena, “Fargo” ya valdría la pena.
Veremos si la segunda temporada, con Ted Danson y Kirsten Dunst, mantiene el tipo. Quiero creer que así será.
Carorpar
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4
24 de diciembre de 2013
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
... y al resto del mundo nos la trae floja.
Sin paños calientes, "Pequeñas mentiras sin importancia" podría subtitularse, o retitularse, "Gran bazofia sin interés". Su punto de partida es que "El Artista" Jean Dujardin vuelve de fiesta y sufre un brutal atropello cuyas secuelas le impiden irse de vacaciones con sus amigos. A medida que avanza la inexistente trama uno llega a la conclusión de que éstos son un auténtico coñazo, así que, en el fondo- y en la forma- el conductor del camión no le ha hecho sino un favor impagable.
Especie de "aggiornamento" mojigato de la también francesa "Tres amigos, sus mujeres y los otros" y la canadiense francófona "El declive del imperio americano", es infinitamente peor que la primera, a años luz en cuanto a mala baba y talento interpretativo- aquella estaba encabezada por Yves Montand, Michel Piccoli, Serge Reggiani y un jovencísimo Gerard Depardieu-; y sus diálogos carecen del erotismo cáustico de la segunda- "El declive del imperio americano" es el mismo ladrillo que "Pequeñas mentiras sin importancia" y sus personajes también una banda de reprimidos, pero al menos amenizan el suplicio soltando una florida ristra de guarradas por sus académicas bocas.
Todos tenemos el típico amigo prolijo, cuyos chistes y anécdotas se alambican hasta la extenuación. A medio relato uno empieza a sospechar que no habrá un desenlace lo bastante gracioso o interesante como para compensar la plomiza, inacabable escucha. Sólo queda esbozar una sonrisa incómoda y rezar porque no le queden batallitas en la recámara. Pues a individuos de tal ralea recuerda esta película.
Incapaz siquiera de decidirse entre drama, comedia o tragedia, "Pequeñas mentiras sin importancia" sofoca al sufriente espectador bajo un espeso vómito de obviedades sonrojantes y subrayados musicales obscenos, todo ello culminado en una apoteosis rayana en el paroxismo. Por si fuera poco, es más larga que un día sin pan, como si a alguien importaran los pucheros de Cotillard, la homofobia de Cluzet, los ligues de Lellouche o la ex novia de Lafitte.
Definitivamente, Guillaume Canet, actor-director-tío "cool", e infame perpetrador de este bodrio de proporciones siderales, manifiesta mucho mejor gusto a la hora de elegir pareja- casado en primeras nupcias con Diane Kruger y actualmente en concubinato con Marion Cotillard- que a la de escoger, y llevar a cabo, proyectos cinematográficos.
Carorpar
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4
9 de septiembre de 2016
8 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Premiada en Sitges 2015 como mejor película, “The Invitation” me ha supuesto una profunda decepción; aunque, teniendo en cuenta el (mal) trato que acostumbra a darse al subgénero, no sé de qué me sorprendo. Porque no funciona a ningún nivel, ni como terror psicológico, vereda por la que transcurre el argumento durante la mayor parte de su metraje, ni como ese precipitado “slasher” con el que a última hora se intentan salvar los muebles.
En el primer caso, la premisa no carecía de posibilidades —el reencuentro de un grupo de amigos para ponerse al día tras dos años de separación por motivos indudablemente traumáticos—; sin embargo, el guión, prodigio de estupidez, no tarda en arruinarlas: cualquiera con dos dedos de frente y un mínimo sentido de la diversión, o de la vergüenza ajena, hubiera abandonado semejante “soirée” de iluminados a los pocos minutos de llegar. Pero, como en tantas otras cintas similares, sus personajes tienden a escoger, de entre la gama infinita de alternativas, la menos indicada para la supervivencia. Lástima que algunos espectadores —claro que, viendo el palmarés de este bodrio cósmico, cada vez menos— no seamos tan imbéciles; o no, y sabríamos así apreciar estas cintas como las obras maestras que sus perpetradores creen haber filmado.
En cuanto a la súbita explosión final de violencia, se antoja síntoma de que a Karyn Kusama y sus dos guionistas —dos— se les secó el de por sí escaso pozo de ideas, o bien simple y llanamente no supieron, no saben cómo cerrar una trama. Cualquiera que sea el motivo, no permite albergar perspectivas muy halagüeñas acerca de su futuro quehacer en el (in) noble arte de contar historias. Al menos, los malos no se ven atacados por el habitual “síndrome del asesino parlanchín” —Roger Ebert se lo hubiera pasado teta vapuleando esta bazofia—. Sencillamente son unos incompetentes manifiestos. Como todo aquel que se vio envuelto en este despropósito, del que no se libra nadie, incluidos esa versión blandita —casi praxiteliana— de Tom Hardy que compone Logan Marshall-Green y el especialmente nefasto Michiel Huisman, quien definitivamente nunca debió abandonar a su khaleesi.
Carorpar
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4
2 de septiembre de 2013
4 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Floja aproximación a la Europa de la muerte negra- ¿de quién será cuñado el perpetrador del deleznable subtítulo?-.
"Black Death" peca de un exceso de pretensiones. Se postula primero como ambiciosa cinta de aventuras. También aspira a transmitir cierta polémica ontológica, casi nada. Se envuelve además en una atmósfera de putrefacción moral y física, a fin de arrastrar al espectador con ella hacia no sabemos dónde. Como lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible, se queda a medio camino de casi todo y, si acaso, a lo que llega es a arrastrarnos a un hondo pozo de putrefacción, sólo que cinematográfica.
La aventura no va más allá de un par de intercambios de mandobles desganados con, eso sí, una profusión de hemoglobina que satisfará el exigente paladar de... algún vampiro. En cuanto al debate teológico, "Dios no, iglesias fuera", tal vez resultase interesante en el siglo XIV; hoy, sin duda, no.
Sean Bean se desenvuelve con tanta comodidad en el mugriento coleto de Boromir-Ned Stark que su caballero Ulric no se les diferencia ni en la longitud de la sotabarba. Él no se aburre del personaje, nosotros sí. La bella Carice Van houten, por su parte, conserva la ropa puesta durante todo el metraje, y eso ya es noticia. Su recato no se alivia siquiera para dejarnos atisbar un mísero centímetro de su encantador escote. Sencillamente aberrante.
Carorpar
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5
14 de octubre de 2020
3 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
"La maldición de Bly Manor" supone la enésima prueba de que el espectador de hogaño es menos inteligente que el lector de antaño. Porque la gozosa ambigüedad que, desde el propio título, adornaba a "Otra vuelta de tuerca" —incluido el subtexto freudiano "avant la lettre"— se embarra aquí en una prolija ristra de explicaciones, no vaya a ser que al romo entendimiento de la audiencia le dé un tirón, o una apoplejía, de tanto pensar, y tan fuerte. Tampoco hace falta remontarse tan lejos como 1898, año de su publicación; basta echar un vistazo a "Suspense" ("The Innocents", 1961), la estupenda versión que rodara un Jack Clayton cuyo apellido se toma aquí para la "au pair" encarnada por Victoria Pedretti, en simpático guiño a todo un artesano que, insisto, hubieran debido tener más presente.
La pulsión por dejar todo atado y bien atado y que ni uno sólo de los personajes carezca de un completo "background" justificativo para cada decisión adoptada a lo largo del día —hasta el porqué de desayunarse con café en lugar de té, y no es coña— acaba, curiosamente, provocando el efecto contrario: unas lagunas argumentales que, además, alcanzan profundidades abisales conforme la serie se aleja de "Otra vuelta de tuerca" para acercarse a "Los otros" ("The Others", 2001). Comparada, la cinta de Amenábar constituye, encima, un prodigio de coherencia. Por ejemplo, la situación, digamos que a medio camino, en que se encuentra el ama de llaves interpretada por T´Nia Miller parece difícil de creer, y eso haciendo un extremo ejercicio de benevolencia.
Claro, que también cabe achacar los excesos didácticos a la necesidad comercial de alargar la concisa "nouvelle" de Henry James —menos de 200 páginas— hasta las cerca de nueve horas, engordándola con un puñado de subtramas que no hacen sino lastrar la escalofriante intriga original. Si bien es cierto que La maldición de Bly Manor adapta otros relatos del genial escritor neoyorquino —el octavo episodio es una trasposición casi literal de "La leyenda de ciertas ropas antiguas"—, no lo es menos que el conjunto transmite una desalentadora sensación de pastiche "ex machina" con que salir de los numerosos charcos en que la serie se ha ido metiendo ella solita. De paso, varios de dichos pegotes permiten a sus responsables satisfacer las exigentes servidumbres coetáneas, con escrupuloso cumplimiento de las cuotas étnicas y de género, así como ajustarle las cuentas al varón blanco heterosexual, génesis de todos los males del orbe, siquiera por meras razones estadísticas.
La ambientación ochentera conlleva la posibilidad de llevar a buen puerto la acostumbrada diversidad de anuncio de Benetton sin incurrir en excesivas incongruencias históricas. No convenía, supongo, traérsela hasta la rabiosa actualidad digital, pues la proliferación de dispositivos y sus cámaras ubicuas —el Ojo de Dios, o de Sauron, 2.0— hubiera tardado minutos apenas en desvelar el misterio, corren malos tiempos para el esoterismo. Ni que decir tiene que se inscribe en una tendencia, la del "revival", de largo recorrido; me pregunto, de hecho, cuándo estallará esa burbuja.
Con todo, no puede negársele a Mike Flanagan su habilidad para crear atmósferas insalubres y un clasicismo visual bastante inopinado: los amplios recorridos que realiza la cámara, con abundancia de panorámicas, travellings y planos secuencia, resultan en una elegancia compositiva que el maltratado paladar del aficionado a productos de su pelaje no puede dejar de agradecer.
Asimismo digno de encomio es, en fin, que, pese a no llegar a las turbadoras cotas de su estupenda predecesora, "La maldición de Hill House" ("The Haunting of Hill House", 2018), o al recurso a subterfugios tan trillados como los espejos que reflejan lo que no deben y los monstruos debajo de la cama o a la vuelta de la esquina, "La maldición de Bly Manor" da bastante miedo, cosa que no puede afirmarse de muchas otras producciones de presunto terror que en estas semanas pre-Halloween plagan el cártel de las plataformas audiovisuales.
Carorpar
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