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España España · Málaga
Críticas de Kaori
Críticas 2.119
Críticas ordenadas por utilidad
5
16 de septiembre de 2012
19 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me podéis cantar cualquier alabanza de «Mogambo» que estoy dispuesta a aceptarlas todas: que los paisajes son muy bonitos, que los animales también, que Ford lo hace estupendamente, que todos son unos pedazo de actores... Todo, lo admito todo, menos una cosa: que esta historia es buena.

Puede que sea una manía meramente personal, pero a mi el triángulo amoroso me parece un espanto. ¿Por qué? Porque estoy un poquito harta de esos galanes ya daducos (¡y mira que es Clark Gable!, ¡mi adorado Gable!) con una personalidad rastrera y que sin embargo se presentan como héroes que enamoran a todas sin explicación aparente. En teoría es un macho alfa, el líder de la manada, idea, a mi parecer, nada creíble. Mujer que me lees: ¿verdaderamente te seduce Victor Marswell?

Y es que este señor es un impresentable que necesitaría que alguna mujer le diera calabazas, a ver si se le bajaban los humos. El cazador Victor Marswell es una joyita: maleducado, con faltas de respeto, prepotente, manipulador, mentiroso, chulesco, engreído y con nada de tacto ni caballerosidad. Además, que no tiene encanto ni carisma, a excepción de la propia e innata de Clark Gable, lo cual no es suficiente para salvar al personaje.

En cambio, aquí y ahora, proclamo mi amor incondicional hacia Ava Gardner. Porque no se puede ser más bella. Sólo hay que observar la perfección de su rostro, de una armonía difícilmente vista. Cejas, nariz, labios, boca, pómulos... todo guarda unas proporciones y una geometría que seguirá enamorando hoy y dentro de cien años. Grace Kelly es guapísima también, pero es que Ava... Ava es indescriptible, y creo que en «Mogambo» está especialmente hermosa.

Con un monumento así, ¿y encima Marswell se resiste? Pero ¡venga ya! Si tendría que estar aplaudiendo con las orejas, y nunca mejor dicho, de que apareciese de repente y sin previo aviso un bellezón como la Gardner. Y su personaje es mil veces más simpático e incluso más honesto (eso que tanto le importa a nuestro galán) que la insípida de la señora Nordley. Con todo lo dicho, se entenderá que, para mi, ver «Mogambo» sea casi una bofetada en pleno rostro. No me gustan los enredos amorosos, no me gusta el protagonista y ni mucho menos me gusta el desenlace, totalmente indignante. El resto de trama, poco importa; de hecho, no existe.

Sin embargo, el sufrimiento también tiene su placer, y no me queda más que aprobarla aunque solo sea por la belleza de los actores y por esa adrenalina fruto de la indignación que la historia me produce; historia no ausente de exotismo.

Por cierto, la que me encantaría ver es la original de 1932, «Red Dust», con un Gable en su máximo esplendor. Esa tiene que ser una pasada
Kaori
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4
28 de diciembre de 2016
18 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ahora cómo digo yo esto de que..., en fin, lo diré: el libro está mejor.

Porque sí, amigos, «El castillo ambulante» se basa en una novela juvenil y fantástica de una autora británica de nombre Diana Wynne Jones. Aquí nadie dice eso de que la película no es fiel al libro, ¿verdad? No, eso no, que estamos hablando de Ghibli y Miyazaki, intocables de la animación contemporánea, puede que sin merecerlo, y está feo ser muy crítico. A mí me da igual, lo siento.

Tranquilos, no voy a hacer comparaciones odiosas, pero sí voy a decir algo que me parece de interés: todo lo ilógico, incoherente, mal explicado, mal resuelto, mal pensado, mal expuesto y dudosamente concebido de la película no forma parte de la novela original. Es decir, que la culpa de que «El castillo ambulante» sea una historia imposible de comprender y tenga un guion sin apenas sentido es culpa en exclusiva de Miyazaki y compañía. Esto ¿por qué? No lo sé. No sé a qué se debe la decisión de coger una trama cohesionada con ideas claras y convertirla en una trama caótica sin pies ni cabeza. ¡Ah!, pero es que los dibujos son tan bonitos..., ¿no?

Pues no, porque esto da más rabia. La animación es excelente, los fondos son realmente preciosos y el mago Howl como personaje es muy atractivo. El trabajo que hay detrás del diseño final del castillo, especialmente la habitación de Howl, por ejemplo, solo puedo imaginarlo como de fina artesanía. Todo estos elementos me han gustado, pero ¿de qué sirve si detrás de esa fachada no hay nada? ¿Un sueño? ¿Simple fantasía? Excusas. La fantasía, los sueños, también tienen su propia lógica; aunque sea una lógica retorcida, absurda, imposible en el mundo real. Sophie cae hechizada, de acuerdo, pero ¿por qué ocurre? ¿Qué quiere la Bruja del Páramo? ¿Cómo se rompe el maleficio? No lo sabemos, no nos lo dicen, y así siempre. La historia avanza de una manera en la que somos incapaces de introducirnos en los acontecimientos, de imaginar lo que puede pasar o por qué, en simpatizar con las circunstancias, en establecer causas y efectos que formen una historia sólida a la vez que hermosa, compacta a la vez que poética. No es incompatible la fantasía con lo bien narrado, y a «El castillo ambulante» le ha faltado precisamente más guion y menos colores.

Sea como sea, si la película medio aguanta por Howl, su magia y el misterio que esperamos desvelar para que nos resuelva nuestro desconcierto, resulta que en el desenlace nos encontramos con el hundimiento completo. En serio, ¿cómo han podido escribir unos últimos diez minutos tan ridículos? Me partí de risa con el (hola) «Soy el príncipe heredero del reino vecino... No sé cómo, caí presa de un encantamiento»... ¿Qué? ¿Desde cuándo? ¿Por qué nos enteramos ahora de que el «heredero del reino vecino» ha desaparecido? ¿Y el mensaje pacifista bobalicón? Porque esa es otra, la voluntad ideológica modernizante, que se nota demasiado, y no para bien: reyes malos haciendo una guerra mala...; qué mensaje tan profundo y elaborado, ¿eh?

Una lástima, la verdad, porque había material y fundamento para una buena película.
Kaori
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4
6 de febrero de 2016
17 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Le he echado un vistazo por encima a la verdadera historia de Hugh Glass, aventurero en el primer tercio del siglo XIX que inspira los hechos que se cuentan en «El renacido», y no voy a negar que me he mosqueado un poco: las peripecias del auténtico Glass son mucho más interesantes y peliculeras, si se me permite la expresión, que las de este Glass ficticio. Si vas a cambiar la verdad de las cosas, hazlo por una buena causa. Si no, déjalo todo como está.

Lo más sorprendente es que lo añadido se nota aun sin saberlo, se huele, está ahí como falsificación de una realidad de por sí potente y desprende un olorcillo a pensamiento políticamente correcto conjugado con New Age que espanta. La trama del grupo de franceses, la chica secuestrada y la tribu arikara buscándola sin descanso es una mentira de cabo a rabo; pero, claro, es de bienpensantes representar a unos indígenas honorables que matan por justicia y no a unos indios que combaten por simple y llana enemistad, igual que tiene que quedar claro que los europeos blancos son atroces y crueles, y estos porque sí, porque al parecer lo llevamos en la sangre. El hijo mestizo de Glass y todo lo que desencadena su presencia en la historia está únicamente en la imaginación de los guionistas, porque de venganza paterna nada de nada, y se nota una barbaridad. Esta parte está pésimamente escrita y desarrollada, aparte de servir como elemento dramático obvio que da pie a los sueños místicos y espirituales que solo sirven para hacer bonito entre tanto feísmo. Incluso no acabas de creerte el ataque del oso, que ocurrir por supuesto que ocurrió pero luego te enteras de que necesitó de ayuda para matar al pobre animal. Lástima de oseznos.

A falta de credibilidad en la historia con una resistencia inconcebible del protagonista junto a un villano que actúa de la manera más incoherente posible y a golpe de hiperrealismo que termina por hacer gracia, al final una comprende que la mayor realidad de «El renacido» es la Naturaleza salvaje. Entre Canadá y Argentina, la película nos muestra unos paisajes maravillosos y fríos que, como he dicho otras mil veces, siempre quedan muy bien pero que no te engañen con este recurso: los documentales de La 2 también enseñan la misma Naturaleza salvaje e intrépida, e incluso mejor. Iñárritu prima la forma sobre el contenido olvidando que el cine no son matemáticas y que un encuadre milimétrico o un plano secuencia de diez minutos no conlleva matemáticamente a una emoción, a un interés, a una unión con el espectador, y ni siquiera a una obra de arte. El guión ocupa como una hora de metraje en ver cómo duerme, come y sueña un hombre. Los ciento cincuenta y seis minutos se demuestran excesivos.

No puedo terminar sin aplaudir la convincente y sufrida interpretación de Leonardo DiCaprio y la de un Tom Hardy que borda los papeles de tarambana. El desenlace es directamente de una cobardía digna del sustrato ideológico de la película. Explico en spoiler.

Aun con todo, creía que sería más desagradable.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Kaori
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6
21 de diciembre de 2013
17 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Eso se pregunta Salieri cuando descubre a Mozart. Por qué Amadeus y no otro, él mis por ejemplo, es quien tiene lo que se llama talento. Esa pregunta me la he hecho yo muchas veces, pero no por envidia, mal pensados, sino desde la absoluta y curiosa admiración. De hecho, hay algo relacionado con el talento que me obsesiona particularmente: en qué consiste. ¿Qué es el talento? ¿Cómo, debido a qué, se produce ese chispazo incontestable, esa capacidad misteriosa para ser eterno?

Ante algo tan sublime, opto por creer, como Salieri, que esas cosas vienen de Dios y que se nace ya con una predisposición hacia lo grande. El problema es que hay muchos Salieri en el mundo que se achantan, se rebajan y se vulgarizan ante lo superior, queriendo destruirlo, rechazarlo y criticarlo, sepan o no sepan en el fondo de sí mismos que lo que odian es perfecto. Peter Shaffer parte de esta idea para su obra de teatro y adapta el guión que un lúcido Milos Forman dirige con holgada corrección. La historia abusa de la desdramatización, si se me permite la palabra, y su ligereza al borde del vodevil hace que pierda el rumbo del dilema que nos está contando. A destacar, toda la decadencia de Mozart, en especial la composición de su «Réquiem».

Los actores principales clavan sus papeles y aunque Murray se llevó el Oscar, yo voy a reivindicar a Tom Hulce, quien interpreta a un delicioso Wolfang Amadeus Mozart. «¿Por qué él?», volvemos a preguntarnos, y lo cierto es que conociendo a este Mozart joven y simpatiquísimo vemos muy comprensible que Dios le haya elegido para que le honre. No estoy de acuerdo con algunas conclusiones que muchos hacéis sobre este personaje, tachándole de bobo o amoral; incluso hay quien dice que nos caerá mejor Antonio Salieri. Me sorprende. El Mozart de Tom Hulce es brillante, a veces vanidoso, pero posee una pureza ingenua y noble que le hace una presa fácil para las mentes retorcidas y maquinadoras como las de Salieri. En este gracioso Mozart no hay ni una pizca de maldad, malos pensamientos, envidia, odio, ira, furia o falsedad. Él se ríe y hace que nos riamos nosotros y queramos acogerle bajo nuestro techo y darle todos los ánimos que nadie le da. Qué ejemplo, no ya de talento musical, sino de talento humano cuando pide perdón postrado en cama y con ojos inocentes. Muérete de envidia, Salieri.

Trabajo clásico de los ochenta, fastuoso en la puesta en escena y comedido en el argumento. Te entrarán unas ganas endiabladas de escuchar a Mozart.
Kaori
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3
26 de julio de 2014
16 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las reliquias cinematográficas gustan tanto, que trabajar contra el cliché del blanco y negro es una tarea difícil y descorazonadora. Que cada cual elija sus gustos y prioridades pero que no trate de convencer a los demás de que una película como «Drácula» de Tod Browning es una obra maestra. Mira, eso no.

Puede que admiremos la osadía de la época al llevar al cabo una adaptación de la novela de Stocker contando con tan pocos recursos, y hasta aplaudamos, con el cariño inevitable hacia lo antiguo, el valor de quienes abrieron camino en el cine, pero también debemos aceptar sin ninguna clase de terror ni paranoia que sobre el vampirismo se han rodado mucho mejores filmes. En un primer momento podemos pensar que el año 1931 va en su detrimento y el cine mudo hace daño, pero es que luego se me ocurre que «Tarzán» es de 1932 y «Sopa de ganso» de 1933. Vamos, que la época influye, pero hay mil formas de utilizar los elementos que el tiempo te ofrece.

Sea como sea, y habiendo sermoneado un poco, me meto ya en el castillo de «Drácula». Decepcionante no es la palabra: yo lo calificaría de desastrosa. Al principio aguanta, se resiste, coletea y finalmente se echa a morir en el ataúd de un guión falto de solidez, angustia e ideas: todo se reduce al loco escapándose como Pedro por su casa y a Drácula visitando a Mina. Los personajes, además, se muestran descerebrados, sobre todo John Harker, que es un pelele, y el propio Conde es un ser sin ninguna ideología o motivación, sin trasfondo de ningún tipo. Añádase a esta carencia la espantosa interpretación de Bela Lugosi, de la cual estoy convencida que no es culpa suya, sino de los otros, que le pedían que pusiera esas expresiones sobreactuadas de ojos luminosos.

Que aburra una película de setenta minutos es una muestra palpable de sus pocas virtudes. Admitámoslo, no pasa nada.
Kaori
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