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España España · Barcelona
Críticas de Rómulo
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Críticas 355
Críticas ordenadas por utilidad
8
28 de noviembre de 2019
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Historia de un matrimonio

Qué extraordinaria película le ha salido al neoyorkino Noah Baumbach, director y guinonista de “Historia de un matrimonio”. No sé hasta qué punto la experiencia sufrida por él mismo haya pesado en la realización de esta desgarradora historia. Por esa razón, la cinta contiene una considerable carga autobiográfica. Luego de dirigir sus dos primeras películas, Baumbach declaró que le costó siete años volver a trabajar después de su divorcio, que le sumió en una profunda y dolorosa crisis emocional.
Porque exactamente de eso va “Historia de un matrimonio”, del escabroso y despiadado viacrucis que una joven pareja, padres de un niño, ha de enfrentar antes, durante y después de decidir separarse. Sin los excesos sentimentaloides de los que abusaba “Kramer vs Kramer” o de las frívolas y desmadradas secuencias de “La guerra de los Rose”, esta película sigue la misma estela pero no se escora -y ello le añade mayor hondura y dramatismo- hacia ninguno de sus extremos.
La deriva que el proceso de un divorcio puede tomar es ciertamente imprevisible pero en ninguno de los casos augura nada bueno. Ni siquiera sus protagonistas son capaces de vislumbrar la aridez del camino ni la devastación del paisaje que necesariamente habrán de recorrer juntos. Las pequeñas frustaciones, la competividad, el resentimiento, la tirantez y los desacuerdos cotidianos que, como la gota en la piedra, van minando la convivencia de la pareja, afloran cada vez con mayor nitidez y virulencia a medida que avanza la narración. El desgarro, el dolor y el daño irreparable que se infringen ambos protagonistas en algunas de las escenas, adquieren tal fuerza demoledora que acaban por conmover y traspasar el alma del espectador.
Las soberbias interpretaciones de Scarlett Johansson como Nicole y de Adam Driver en el papel de Charly, su marido, demuestran, una vez más, que estamos ante la presencia de dos actores colosales y que, como consecuencia, elevan la película a niveles de auténtica excelencia, sin olvidar la excéntrica genialidad de Laura Dern que como Nora Fanshaw, brillante, dura e inflexible abogada de Nicole, pone una buena dosis de sal y pimienta a este monumental y despiadado drama.
Ah, un último comentario, hacia el final de la película presten atención a la maravillosa, sensible y enternecedora versión que Adam Driver hace de “Being Alive”, que tan magistralmente interpretan Barbra Streisand o Stephen Sondheim, porque ahí, mis improbables lectores, Charly expresa mucho del intenso dolor que le martiriza.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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8
24 de septiembre de 2021
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Madres trabajadoras - Workin' Moms

La serie canadiense “Madres trabajadoras” -47 episodios de 25 minutos cada uno-, ha supuesto para este humilde cronista un feliz descubrimiento amén de haberme precipitado, durante
20 horas, en una cascada de interminables carcajadas. Aunque también, conviene decirlo, en tan ingenioso entretenimiento aparecen, de cuando en cuando, negros nubarrones para convertir la serie en un tobogán de impredecibles emociones.
Tratar de abarcarlo todo sin renunciar a nada puede que sea una loable aspiración. Pero a menos que la genética de las nuevas generaciones esté mutando hacia una dimensión desconocida y desarrollando capacidades imposibles hasta ahora, este temerario comportamiento no augura nada bueno.
Y algo de esto les pasa a las madres trabajadoras de la serie cuando se lanzan precipitadamente a retomar sus puestos de trabajo después de haber dado a luz. Y todos sabemos cómo en los tiempos que corren es cada vez más común que muchas mujeres asuman, no solo las responsabilidades derivadas de su profesión, sino además el resto de las innumerables tareas que les esperan una vez finalizadas sus respectivas jornadas laborales sin que sus parejas, salvo excepciones, se planteen invertir los papeles.
Como lógica consecuencia, también es frecuente observar el elevado coste que tiene la factura que tarde o temprano habrán de abonar. Depresión, hipersensibilidad, estrés, neurosis, abruptos cambios de humor, sentimientos de culpa, conflictos familiares y una vida en permante crisis existencial son sólo algunos de los ejemplos que estas abnegadas heroínas han decidido asumir.
Y aunque es verdad que el argumento refleja únicamente a una minoría de mujeres exitosas de clase media alta con titulación universitaria, que por lo general tienen más recursos que el resto para hacer frente a sus dificultades, ello no es razón que cuestione la magnífica y sobresaliente calidad de la realización.
“Madres trabajadoras” es, entre otras cosas, transgresora y divertidísima, perversa, sardónica e hiperbólica, provocativa, desvergonzada y deliciosamente malintencionada.
La trama es ágil, salta de una situación a otra con naturalidad sin forzar el desarrollo del guión, lo cual contribuye obviamente a evitar la lasitud del espectador. Los personajes respiran credibilidad, sus cotidianas peripecias nos parecen cercanas y durante el trancurso de la serie surgen personajes nuevos que aportan frescura y complejidad para completar una paleta de gran diversidad y colorido.
De manera intencionada, la directora Catherie Reitman -que interpreta además a la caótica, desternillante y principal protagonista Kate Foster-, se permite algunos excesos que aunque en ocasiones rozan la caricatura, resultan plenamente admisibles en una comedia de estas características cuando, muy posiblemente, causarían sonrojo en cualquier otro género.
Lo he pasado francamente bien viendo esta escacharrante parodia tras la que planea una severa crítica y denuncia social sobre los latentes inconvenientes con las que las madres trabajadoras tropiezan para conciliar su vida laboral con la familiar. Un problema que los gobiernos deberían atender y resolver con la máxima urgencia.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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7
19 de noviembre de 2020
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
The Liberator

Estados Unidos siempre fue muy consciente del poder del cine como arma propagandística. De forma que después de la Segunda Guerra Mundial y durante las dos décadas siguientes, la industria cinematográfica estadounidense puso en marcha su poderosa maquinaria para llevar a las pantallas de medio mundo cientos de películas bélicas. Y aunque nunca el género ha dejado de tener presencia en las salas, jamás se filmaron tal cantidad de ellas como en esa época. Sin entrar a juzgar el grado de credibilidad o la carga ideólogica de sus contenidos, aquellas películas cumplieron su función específica para mayor gloria de los vencedores.
A mí, recuerdo de niño, me encantaban y aquellos héroes que se jugaban la vida entre bombas, trincheras y barro, defendiendo a su país -divina inocencia-, me transportaban a un mundo épico y emocionante que permanecía revoloteando en mi cabeza durante varios días. Y recuerdo también una serie de cómics titulados “Hazañas bélicas” e ilustrados por un barcelonés que firmaba con el seudónimo de Boixcar. Me fascinaban aquellos dibujos que reproducían con increíble exactitud uniformes, aviones, tanques y armamento de todo tipo, respondiendo con fidelidad a los modelos utilizados en la contienda. Posiblemente se originara ahí mi afición por el dibujo cuando trataba, sin demasiado éxito, de copiar aquellas maravillosas viñetas armado de un modesto papel y lápiz.
Tan soporífero prólogo -mis improbables lectores sabrán disculparme- viene a cuento porque acabo de ver en Netflix “The Liberator”, una serie de cuatro episodios, basada en hechos reales, en la que las peripecias de un escuadrón de soldados estadounidenses afronta todo tipo de peligros y penalidades recorriendo durante 500 días media Europa, desde Sicilia a la ciudad de Múnich, en medio del fragor de un inmenso campo de batalla.
Y es que lo realmente sorprendente de “The Liberator” es que está realizada -acabo de informarme- con una técnica llamada CGI (Computer Generated Imagery), que resulta de la combinación de actores y objetos reales con dibujos o, por decirlo de otra manera, los actores y objetos reales han sido sustituidos por los dibujos que han quedado sobreimpresionados sobre los movimientos de aquellos, de manera que, tal es el grado de precisión y realismo que proyectan las imágenes, que en muchos momentos olvidas que lo que ves es una serie de animación. De ahí, repito, la larga exposición de mi introducción.
Y es esa una de las razones por las que he disfrutado como un niño coloreando, los cuatro capítulos de esta serie que además de apasionante, resulta entretenida, está muy bien contada y es saludablemente didáctica. Pero entenderé que muchos espectadores no compartan mi entusiasmo, entre otras cosas, porque su muy comprensible sensatez les mantiene prudentemente distanciados de la peligrosa vehemencia que, con alguna frecuencia, este cronista se manifiesta.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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7
25 de febrero de 2018
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
La cena

Un crimen horripilante ocurrido en la ciudad de Barcelona en el año 2010 y protagonizado por unos adolescentes de clase alta, estupidizados hasta la náusea, insensibles al dolor humano, carentes de compasión y ensoberbecidos por la incomprensible molicie de una deplorable educación, inspiraron al escritor holandés Herman Koch para novelar "La cena". Con este mismo título el director Oren Moverman ha realizado una versión -existen otras dos anteriores, lo que indica el gran interés que suscitó la novela-, quien formó parte de las fuerzas militares israelíes, ejerció como periodista en aquel país y, posteriormente, se hizo ciudadano estadounidense.
Conocemos a Moverman ("The Messenger" e "Invisibles" son dos de sus realizaciones) por una marcada tendencia redentora y su vehementemente compromiso con la denuncia social. "La cena" no traiciona la línea que lo caracteriza, ya que aquí se muestra igualmente irreductible, absolutamente entregado a la causa. Consigue atraparte desde el primer minuto a través de un inteligente guion cuya mejor virtud es la de mantenerte vivamente intrigado durante una buena primera parte, sin saber cuál es la verdadera razón por la que dos matrimonios se citan urgentemente para cenar en uno de esos exclusivos y elegantes restaurantes al que los más venerados y exigentes paladares del mundo gastronómico han elevado a la categoría de templo sagrado.
Steve Coogan, Laura Linney y Rebbeca Hall están sencillamente colosales, rabiosamente convincentes, defendiendo sus respectivos papeles, mientras, Richard Gere, un actor que jamás -espero no me crucifique su ejercito de admiradoras- ha gozado de mis preferencias, cumple correctamente pero se muestra algo frío, acartonado y distante como ya es habitual en él.
Repito, la película no te permite evadirte, logra envolverte hasta inmovilizarte, transmite infinita angustia y el dilema ético que plantea, cargado de complejidad y agobiantes dudas, te somete a una ineludible reflexión. Pero, y esta es una opinión miy personal, me sobran algunas imágenes de relleno, ciertas disquisiciones tan petulantes como pretendidamente trascendentales que, además de alargar innecesariamente el metraje, poco o nada contribuyen a su desarrollo. En su afán de abarcarlo todo, Moverman introduce demasiados elementos discursivos que bien podrían haber merecido capítulo aparte. Ah, y hubiera agradecido un ritmo más pausado en esa frenética y endiablada velocidad que imprime a sus diálogos impidiendo al espectador la mejor digestión de una cena que resulta ser cualquier cosa menos distendida y apacible. No se la pierdan.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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7
3 de agosto de 2016
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sunset Song

"Existen cosas muy bellas que no perduran y ello las hace aún más bellas"

El mes de agosto es caluroso y asfixiante en algunas de sus noches. De forma que, aunque esta estación no es la más adecuada para ver el mejor cine ya que las buenas producciones duermen enlatadas hasta septiembre, las salas de proyección se convierten en excelentes y acogedores refugios refrigerados. Y si además le gusta el cine, mata usted dos pájaros de un tiro. Y es así como, de repente, uno encuentra sorprendentes maravillas. Eso me acaba de suceder con la excelente "Sunset Song", una película británica dirigida por el también británico Terence Davies.
La fotografía es deslumbrante. Davies apenas mueve la cámara en encuadres fijos de una gran belleza y cuando lo hace, la desplaza lateralmente de forma gradual, parsimoniosa y siempre en espacios muy reducidos. Es prodigioso el tratamiento de la luz cuando penetra desde el exterior e ilumina u oscurece la pantalla transmitiendo la sensación de estar asistiendo a una hipnótica sesión de magia.
Davis acierta plenamente al mezclar sabiamente la música exquisita y profundamente emotiva del genial Gast Waltzing; canciones que transportan en sus notas el sonido del viento, el murmullo de los ríos, el colorido armónico de los verdes valles, el sabor del barro, el olor que despiden los campos empapados por la lluvia; gime como un lamento desgarrador una gaita lejana en un solo nostálgico que se pierde entre la espesa bruma de la Alta Escocia e intercala, además, algunas de las más hermosas y tradicionales baladas de un pueblo que ama intensamente la tierra que lo sustenta.
Peter Mullan y la encantadora Agyness Deyn en los papeles de padre e hija respectivamente, firman, junto al resto del elenco, una actuación memorable, haciendo creíble un doloroso drama rural situado en los albores de la Gran Guerra. Davies desgrana la historia sin tremendismos y evitando, en todo momento, caer en la golosa tentación de manipular la sensibilidad de un público propenso siempre al lagrimeo.
Sunset Song, y ya termino, es una película hecha con mimo, cadenciosa, realizada al más puro estilo del cine clásico, un ejercicio académico pulcro y a ratos poética. Fluye lentamente, sin prisas, y sus dos horas y cuarto de metraje no fatigan, al contrario, uno quisiera no despertar, seguir acunado por el suave balanceo de esta maravilla.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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