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Críticas de Quatermain80
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Críticas 406
Críticas ordenadas por utilidad
8
8 de junio de 2010
23 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sin duda, una de las películas más amargas, terribles y desoladoras que he visto. En ella, el gran Clouzot apenas deja un resquicio para el optimismo, para la esperanza en un futuro deseable, en el que sean posibles la vida y el amor.

Estructuralmente deudora del cine negro, la película pivota en torno a un largo flashback, que explica cómo traban conocimiento los dos protagonistas, al tiempo que justifica su posterior huida a Palestina como polizones en un barco que transporta clandestinamente a emigrantes judíos. Esto no es gratuito, pues asimila a Manon y Robert con un pueblo "apestado", siempre perseguido, para el que no hay más esperanza que una tierra prometida, o lo que es lo mismo, una utopía. Si la visión que Clouzot hace de la sociedad de posguerra no puede ser más negativa, no lo es menos la mirada que arroja sobre sus personajes, movidos fundamentalmente por el egoísmo, la infidelidad, el interés, y en general por las más bajas pasiones e instintos; incluso cuando es el amor el que les domina, como a Robert, éste es presentado como un sentimiento acaparador, egoísta, y por tanto es también vehículo de destrucción.

Con su habitual maestría para la puesta en escena, el director construye una narración angustiosa y oscura, que resulta realzada por el empleo de una fotografía consecuente, al menos en el tramo central del filme, dominado por la sordidez moral de los ambientes y los personajes. Las interpretaciones funcionan bastante bien, aunque sin ser fabulosas, destacando la pequeña y caprichosa Manon, bien encarnada por Cécile Aubry. Buen guión adaptado, con algunas frases y diálogos notables, y que nunca renuncia a la dureza y tosquedad que requieren las situaciones presentadas, dando así veracidad a lo que se narra.

Coincido con otros usuarios en que el tramo final es sobrecogedor; son veinte minutos de gran cine, de una intensidad dramática soberbia, y rodados con maestría, con unos hermosos planos generales que muestran a los emigrantes arrastrándose por el desierto. Son secuencias que parecen sacadas del antiguo testamento, y en las que los personajes aparecen, más que nunca, sometidos al dictado de un destino cruel, desesperado.
Continúa en spoiler.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Quatermain80
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8
30 de marzo de 2010
23 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
A principios de los setenta, el productor independiente Ely Landau, quien ya había realizado programas de teatro para televisión, así como producido algunos títulos de cine independiente ("El prestamista" o "Larga jornada hacia la noche", esta última una adaptación de Eugene O'Neill, dirigidas por Sidney Lumet), inició el ambicioso proyecto de adaptar grandes obras teatrales al cine; nacía así el American Film Theatre, del que esta película constituye un soberbio exponente.

Dirigida por John Frankenheimer, y contando con uno de los mejores repartos posibles en aquella época, el filme constituye una fiel adaptación de la obra original de O'Neill, en la que un grupo de fracasados, gandules, revolucionarios frustrados y prostitutas, alcohólicos todos ellos, se reúnen en una taberna a rumiar sus desventuras y a ilusionarse con un futuro mejor, el cual sólo existe en el fondo de sus botellas. La llegada de Hickey, un parroquiano habitual, les despierta de su letargo al enfrentarles con la dura realidad: las fantasías, la necesidad de esperanza y compasión, no son sino frutos de la enorme desesperación en la que viven sumidos, y sin embargo (y esto resulta aún más terrible), esas vanas y etílicas apariencias son lo único que les queda para seguir viviendo.

Más allá del indudable interés que la historia posee, "El repartidor de hielo" tiene la virtud de erigirse en un modélico ejercicio de adaptación de una obra teatral compleja a los modos y maneras propios del arte cinematográfico. Baste decir que toda la acción transcurre en el interior del bar, y que ello obligó a Frankenheimer a trabajar intensamente la puesta en escena, y a planificar con todo cuidado la colocación y los movimientos de las cámaras; todo ello se aprecia en el acertado montaje, que cuenta con planos muy bien compuestos, así como con meritorias panorámicas, zooms e incluso travellings circulares. La fotografía logra transmitir la densa atmósfera de un tugurio, e incluso los matices lumínicos propios de las distintas horas del día.

El guión, que recorta parte de los diálogos originales (la obra tiene una duración de cuatro horas, y la película no llega a tres), está plagado de grandes frases, reflexiones profundas y certeras. En cuanto a las interpretaciones puede afirmarse que son todas buenas, destacando Lee Marvin como Hickey, Frederic March como Harry Hopes, un jovencísimo Jeff Bridges como Parritt, y por encima de todos, un soberbio Robert Ryan, encarnando a Larry Slade. En el rostro devastado de Robert Ryan, en esa mirada triste y desesperanzada que transmiten sus ojos hay un talento interpretativo que roza la genialidad.

Resumiendo, una película magnífica que en palabras de su director constituía la mejor experiencia creativa que hubiera realizado nunca. Sólo por eso, porque Frankenheimer se ha hecho acreedor de la confianza de los aficionados al cine, este filme resulta imprescindible.
Quatermain80
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8
24 de diciembre de 2009
23 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con cierta frecuencia se ha afirmado que el cine británico, por su cercanía cultural al norteamericano, carecía de auténtica personalidad, especialmente en comparación con cinematografías como la francesa o la italiana. Como toda generalización planteada en términos absolutos, la precedente afirmación resulta en realidad un tanto gratuita, y en ocasiones injusta. Si hay algún aspecto en el que el cine británico ha destacado siempre es en el peculiar tratamiento que reflejan sus filmes históricos, aprovechando para ello su rica tradición teatral, que se deja notar en la concepción de las películas, así como en la calidad y el matiz de las interpretaciones. A ello han sabido sumar virtudes puramente cinematográficas, como el cuidado que prestan a los decorados, localizaciones y vestuario.

Ejemplo de todo ello puede ser esta estupenda obra, que narra las contradictorias relaciones de amistad que mantuvo Thomas Becket con el rey de Inglaterra, Enrique II. Como ya se ha apuntado en otras críticas, parte del interés del filme radica en la concepción del poder real que encarna Enrique y los conflictos que dicha concepción le acarrean con otros estamentos del reino, singularmente la Iglesia, cuyos intereses defiende Becket, arzobispo de Canterbury, antaño canciller real y amigo íntimo del rey. No obstante, yo creo que el tema central de la película es la soledad de los poderosos, que erigidos en símbolos de grandes instituciones, han de renunciar a todo lo demás, amistad incluída. Así, ambos personajes tienen clara cuál es su misión, su deber, y el concepto del honor del que están imbuídos les impide dar marcha atrás o transigir en exceso. Mientras que el rey es retratado como un hombre caprichoso, juerguista y mujeriego, pero al tiempo celoso de su poder y sensible a la verdadera amistad, Becket se nos presenta como un personaje frío, calculador, sumamente inteligente, pero al que le cuesta experimentar y manifestar sentimientos. Será su honda transformación interior (marcada por sus nuevas responsabilidades eclesiásticas) la que arroje por tierra su relación con Enrique.

Más allá de las interpretaciones, que son todo lo buenas que podía esperarse de actores como O'Toole, Burton o Gielgud, y del guión, maravillosamente adaptado y justamente premiado, yo destacaría la fabulosa ambientación, que muestra un exquisito gusto y cuidado por el detalle. Las localizaciones, como el castilllo de Alnwick o la catedral de Canterbury (con sumo cuidado de no mostrar añadidos góticos), así como los decorados y el vestuario, están pensados al extremo, siendo de lo más sobresaliente del filme. La labor de Glenville tras la cámara es buena, destacando dos momentos magnéticos: el comienzo, con un bellísimo picado que simboliza la condena del rey (no en vano entra en la catedral para cumplir penitencia), y el encuentro de éste con Becket junto al mar, plasmado en un hermoso gran plano general.

No se la pierdan.
Quatermain80
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8
15 de octubre de 2009
23 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Notable película sobre el periodismo y la libertad, "El cuarto poder" contiene todos los valores democráticos que caracterizaron la obra de Richard Brooks, quien en sus inicios fue periodista en prensa y radio. De ahí que el visionado de este estupendo filme aporte la pasión y la verosimilitud de quien sabe de qué habla y cree en lo que dice.

En una ciudad corrompida y dominada por el capo mafioso Rienzi, el diario "The Day", comprometido con los hechos y la buena información, va a ser vendido a un poderoso propietario de medios de comunicación, circunstancia que acarreará el despido de la redacción y el cierre del periódico. A ello se opondrá su redactor jefe (Bogart), un hombre íntegro que se resiste a separarse de su esposa, y que en vez de bajar los brazos y aceptar una jugosa idemnización, se embarcará (ayudado por toda la redacción) en una peligrosa investigación periodística contra el mafioso local.

La película transmite a la perfección el ambiente de una redacción, con sus prisas, las constantes consultas, órdenes y decisiones características. Soberbia puesta en escena, especialmente en los momentos más corales del filme, destacando no sólo las secuencias del interior de las oficinas del periódico, sino también la filmada en el bar al que acuden los periodistas al final de su jornada (divertidísma la idea del "funeral"). Los actores están todos perfectos, aportando numerosos contrapuntos humorísticos que llenan de vida a sus personajes. Ello no hubiera sido posible sin un buen guión, siendo éste de indudable calidad, con ágiles, precisos y humorísticos diálogos, que frecuentemente provocan la sonrisa del espectador.

Además de todas estas virtudes, la película transmite un mensaje profundamente democrático, estableciendo la libertad de prensa y la honradez del trabajo periodístico como baluartes imprescindibles de toda sociedad libre o que aspire a serlo realmente. De paso, Brooks alerta acerca de la independencia de los medios y del peligro que puede suponer la concentración de los mismos en unas pocas manos, circunstancia que es hoy de gran actualidad. Por ello, late en toda la película un amor sincero por la profesión que se materializa en los personajes, desde el redactor jefe a los lectores (un periódico no es sólo de quienes lo hacen, sino también de quienes lo leen), pasando por el resto de periodistas y la esposa del fundador; todos ellos creen que la prensa tiene una función pública, informar verazmente, y que esa función es un derecho que merecen los ciudadanos libres.
Quatermain80
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7
4 de julio de 2012
22 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película habitualmente despachada como de segunda fila, esta "Sangre en la luna" me ha gustado bastante más de lo que esperaba y creo que merece mayor reconocimiento del que actualmente tiene.

Es verdad, como han apuntado otros usuarios, que el argumento no es original ni llamativo, pero como ya he expuesto en alguna que otra ocasión, encontrar argumentos verdaderamente originales en géneros tan altamente codificados como el Western o el Negro no resulta tan fácil, pero eso no impide que muchos títulos funcionen perfectamente. En este caso se nos muestra el habitual enfrentamiento entre ganaderos y granjeros de la mano del pistolero interpretado por Mitchum, que contratado por uno de los dos bandos enfrentados no tardará en replantearse su postura, cambiando las tornas de la situación.

El desarrollo del guión, siendo correcto, no depara grandes momentos o sorpresas, resultándonos toda la historia un tanto previsible, si bien esto es algo que puede ocurrirle con frecuencia al Western, que como buen género es pródigo en lugares comunes (y está bien que sea así, no todo lo común o lo previsible es malo o aburrido). Además, a fuerza de ver muchas películas del Oeste, incluso las que en su día podían resultar más novedosas hoy nos parecen ya clásicas, pues hemos incorporado a nuestra memoria cinematográfica sus convenciones narrativas, de modo que resulta difícil sorprenderse, e incluso problemático, pues no resulta raro que cuando algún Western transgrede tales convenciones surjan voces críticas.

La originalidad de esta película -que la tiene- se centra en sus aspectos formales, concretamente en la fotografía; da la impresión de que Wise y Musuraca han querido importar la estética del cine negro al Western, y de ahí la luz crepuscular predominante, la tendencia a filmar en interiores pobremente iluminados y a ambientar gran parte del filme durante la noche. De hecho, los momentos culminantes de la película se resuelven, mayoritariamente, en secuencias nocturnas o crepusculares, como la estampida del ganado (muy bien rodada, con gran dinamismo) o el tiroteo final (el oscuro bosque proporciona el dramatismo que el entorno urbano genera en el cine negro).

Por todo ello, una película que sin estar entre las mejores de Wise merece revisarse, y que atesora más interés del que su argumento parece sugerir.
Quatermain80
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