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Críticas de Capitán Spaulding
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Críticas 38
Críticas ordenadas por utilidad
7
3 de junio de 2020
21 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Les voy a contar un secreto que tal vez conozcan: el primer súper equipo de la historia del cómic no fue ni los Vengadores ni la Liga de la Justicia: fue la Sociedad de la Justicia, y tuvo su época de gloria durante la Segunda Guerra Mundial. Se trataba de un cómic facilón y primitivo, con dibujos un tanto toscos, donde primaba el garrotazo y tentetieso y la ciencia ficción de saldo, pero tenían algo... para los lectores de la época, críos en su totalidad, claro está, resultaba irresistiblemente seductor contemplar reunidos en una sola colección a los grandes ases de la época: Superman, Batman, Wonder Woman, el primer Linterna Verde, el primer Flash, Wildcat, Hourman, el Espectro, el Dr. Fate, el Dr. Midnight (y su búho... ejem... eran otros tiempos), Sandman, Johnny Thunder, el primer Átomo... y, por supuesto, Starman.

Starman era un científico así como apolíneo a la par que genial que había inventado una quisicosa llamada «vara cósmica» que le permitía, pues... hacer muchas cosas chulas, como volar, lanzar rayos y tal. Vamos, que no se habían gastado muchas neuronas en crearlo. Pero, como todos sus compañeros, tenía ese algo al que hemos hecho referencia antes.

Y, bueno, para hacer corta una historia larga, llegó el crepúsculo de los súper héroes y la Sociedad de la Justicia cayó en el olvido. Luego, a mediados de los años cincuenta, se logró un cierto revival del género (que nunca llegaría a ser tan exitoso como lo fuera en la llamada Edad de Oro) con la creación del Flash que todos conocemos por la serie de televisión y el Linterna Verde con anillo y trasfondo fantacientífico (a diferencia del primero, cuyo ornato digital tenía origen mágico), y se rescató a los entrañables vejestorios de la Sociedad de la Justicia aduciendo que habitaban una Tierra alternativa que fue bautizada, en un alarde de imaginación sin parangón en la historia, como Tierra-2. Allí vivieron aventuras diversas a lo largo de los años hasta que llegó «Crisis en Tierras Infinitas», la serie de los años ochenta en la que se destruyeron todas las Tierras excepto una, y entonces...

Y entonces, ¿qué pasó con la Sociedad de la Justicia?

Pues que no tuvieron más remedio que inventarse una serie de enmarañadas explicaciones sobre que eran los súpers originales que habían luchado en la II Guerra Mundial (borrando de la existencia las versiones abuelíticas de Superman, Batman y Wondy), y, claro está, ahora estaban para el asilo. Y, por tanto, como nadie tenía interés alguno en leer una colección protagonizada por momias geriátricas, adiós para siempre, SJA (la A es de América, que eran tipos patrióticos y tal).

¿Para siempre? ¡No! A principios del presente siglo, dos grandes guionistas, James Robinson, que ya había recreado a Starman para los tiempos modernos, y Geoff Johns, unieron fuerzas para concebir una nueva y excelente serie de la Sociedad de la Justicia. En ella se combinaba sabiamente la experiencia de los jubiletas (Flash I, Linterna Verde I, Wildcat..) con la juventud e intrepidez de los conocidos como «legacy heroes», es decir, súpers de segunda o tercera generación que de alguna manera, bien por parentesco, bien por afinidad, habían decidido continuar el legado de héroes clásicos. Y aquí es donde entra nuestra querida Courtney.

Courtney Whitmore se convierte en heredera del manto de Starman casi por casualidad. Su origen en los cómics es algo distinto del de la serie de televisión que nos ocupa, ya que lo que descubre fisgoneando entre los trastos viejos de su padrastro no es la vara cósmica, sino el cinturón cósmico de Star Spangled Kid, otro héroe de Tierra-2 pero más joven que los de la Sociedad, del que Pat Dugan, el antedicho padrastro, había sido compañero («sidekick», en argot comiquero) en tiempos con el alias (bastante gilipollas, admitámoslo) de Stripesy. Luego sí que se haría merecedora de la vara cósmica de Starman, pero eso pasó bastantes años después del debut del personaje. Pero lo cierto es que el saltarse los pasos previos en la serie de la tele resulta de una lógica aplastante. Ninguna pega al respecto.

Y, en realidad, tampoco en ningún otro. La serie combina con una sabiduría excepcional un aire de clasicismo y tradición con otro de modernidad: el pueblo de Blue Valley semeja una suerte de paraíso intemporal capaz de pertenecer a cualquier época. Sin duda, nos trae a la mente aquellos mitificados años 50 americanos, pero bajo ese barniz reluciente se adivina un fondo siniestro, como en esos limpios suburbios de peli de terror de los ochenta que ocultaban crímenes espeluznantes y secretos inconfesables de varia ralea. Sin embargo, y a pesar de un comienzo que no por esperable resulta menos desazonante, pronto se alzará Stargirl como un faro de esperanza: una súper heroína de las de antes, en la estela de Supergirl pero con personalidad propia y un ayudante talludito y simpaticote. Juntos, tendrán que enfrentarse a una verdadera legión de malos malosos de lo más vil y poderosos que imaginarse pueda mientras tratan de ocultar sus correrías a la encantadora señora Dugan y a Mike, el hijo de Pat. En definitiva, un auténtico placer para los que nos quedamos en los cómics en que estaba claro quiénes eran los buenos y quiénes eran los malos, y el homicidio y las muecas con muchos dientes eran patrimonio de los segundos.
Capitán Spaulding
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5
4 de enero de 2020
56 de 96 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué hay que hacer para que una serie que tiene una premisa tan interesante como la que tiene esta se transforme casi desde el minuto uno en un auténtico tostón capaz de curar el insomnio más pertinaz y sumir en un estado cuasi catatónico al espectador más enfarlopado?

Pues muy fácil:

1. Despreciar las ramificaciones sociales e internacionales que se derivarían del hecho de que la URSS ganara efectivamente la carrera espacial (prestigio y reivindicación de su sistema de gobierno, triunfo al menos momentáneo en la Guerra Fría, desprestigio del capitalismo...) y pasar al ombliguismo usamericano más desatado y de menos interés para cualquier televidente no yanqui.
2. Darle la vuelta a la tortilla a la menor oportunidad y hacer que los americanos ganen en todo a los ruskis menos en llegar antes a la Luna (aunque lo mismo en la segunda temporada aparece algún astronauta made in USA viviendo a lo Robinson Crusoe en algún cráter selenita desde el año del catapún y también ganan en eso).
3. Fundir el patriotismo barato con el culebrón más barato aún y hacer que les pasen desgracias a las familias de los esforzados héroes americanos o que tengan relaciones ilícitas y poco definidas con personas de su mismo sexo.
4. Alargar tramas inanes durante episodios y episodios sin ningún motivo excepto el de rellenar minutos y minutos, horas y horas, eras y eras.
5. Cargarse bien pronto al personaje más interesante, es decir, a Von Braun.

Y nada más que decir. Que me he tragado toda la temporada para ver si mejoraba y solo me ha servido para no tener que tomar pastillas para dormir, que es por lo que le doy un cinco. Hey, hay que ser agradecidos, ¿no?
Capitán Spaulding
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7
3 de julio de 2019
16 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quienquiera que haya leído la magnífica y feroz sátira antibelicista de Joseph Heller, comprenderá que cualquier adaptación de la misma resulta una tarea titánica. Mike Nichols lo intentó en los 70 con desigual fortuna, y ahora Luke Davies, David Michôd y toda una plétora de estrellas y de magníficos actores y directores han logrado poner al alcance de los telespectadores una versión más acertada, más espiritualmente afín a la obra maestra de Heller que la de su precedente fílmico.

Y lo es porque, aunque el humor absurdo, casi surrealista, de Nichols se asemeja bastante al que impregna el libro, sin duda el alegato en contra de las guerras, de cualquier guerra, es lo que ha de primar sobre cualquier otra cosa si se pretende acercarse a la auténtica alma de Catch-22. Y es precisamente en eso en lo que esta adaptación brilla: mandos incompetentes, preocupados por cómo desfila la tropa y no porque esta regrese viva a su hogar algún día; soldados enloqueciendo, matando por error o por placer a camaradas e inocentes; médicos y capellanes que, aunque comprenden perfectamente el despropósito en el que se encuentran inmersos, se ven absolutamente impotentes para combatirlo; «emprendedores» que utilizan la guerra para medrar y enriquecerse a costa del sufrimiento de sus congéneres; y también algunos (pocos) hombres cuerdos que simplemente tratan de escapar a toda costa de tanta y tan peligrosa necedad. La atmósfera grotesca, esperpéntica, kafkiana y desesperada que permea la serie se encuentra al servicio de esta crítica visceral, y alcanza su clímax en la protesta final de su protagonista, tan fútil como valiente, tan absurda como auténtica.

Y todo ello, no lo olvidemos, en el marco de la II Guerra Mundial, la última «guerra justa» librada por los Estados Unidos, cuyo halo mitológico casi, casi nos ha hecho olvidar que en ella los «buenos» cometieron también un buen cupo de atrocidades (las bombas incendiarias que arrasaron Tokyo, el atroz bombardeo de Nuremberg y, por supuesto, la destrucción atómica que segó vidas sin cuento en Hiroshima y Nagasaki, por citar solo algunos de los ejemplos más conocidos); y es que, al fin y a la postre, nunca debemos olvidar el mensaje de Heller: que tildar a una guerra de justa es como llamar a la locura razonable, y que, al mitificar ciertos hechos deleznables, abrimos el camino para que vuelvan a ocurrir.
Capitán Spaulding
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6
6 de julio de 2023
14 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuidao, que no digo que el señor Pasha este no se lo haya currao ni que no tenga buenas intenciones, ojo, pero lo mejor de su documental está constituido por las múltiples intervenciones del gran S. T. Joshi, respetadísimo biógrafo de Lovecraft y experto sin parangón en el llamado «weird tale» del que el maestro de Providence fue, es y será máximo exponente. Y es que el señor Joshi trata una y otra vez (sin demasiado éxito, todo hay que decirlo) de reconducir la cosa hacia el terreno del puro genio del revolucionario escritor, tratando de analizar sus múltiples facetas (astrónomo, periodista aficionado, hombre de gran cultura e impecables modales, incansable corresponsal...) en lugar de continuar con la monomanía que a partir de cierto momento del film se apodera de su director, es decir, el (indiscutible, desde luego) racismo del escritor por el que se encuentra obsesionado.

¿Qué importa que Joshi, sin duda el hombre que más sabe de Lovecraft del planeta, y también otros expertos a los que se entrevista en la película, insista una y otra vez que no es sino el propio de su tiempo, evidentemente algo imperdonable hoy en día, pero de lo más normal en la época? ¿Qué más da que se casara con una judía, que tuviera amigos homosexuales, que hacia el final de su vida comenzara claramente a cambiar de ideas para virar hacia un socialismo utópico, lo que probablemente hubiera desembocado en una revisión total de sus erradas concepciones si hubiera durado unos cuantos años más sobre este mundo? Nah, mejor escuchemos a unos cuantos tarados tildando al bueno de Howard de «incel», comentando cosas como que si estuviera por ahí se merecería una hostia y no sé cuántas más tonterías. De hecho, uno de los más graves fallos de este documental es concederle el mismo peso a la opinión de un millennial cualquiera (y digo millennial porque ya me pierdo con las generaciones posteriores) que a la de un especialista de la estatura de Joshi. Y lo triste es que al final, el señor Pasha llega a las mismas conclusiones a las que cualquiera habría podido llegar desde el minuto uno, a poco que conozcas la vida y obra del hombre al que dices idolatrar: que fue digno de lástima por sus obsesiones, prejuicios y carencias emocionales, pero que pese a todo era un genio sin igual que revolucionó para siempre el género de terror. Acabáramos. ¿Y pa esto más de dos horas de peli?

En fin, si están verdaderamente interesados en la historia de este autor, cuyo estatus actual de clásico consagrado demuestra que el universo puede ser un cabrón pero en el fondo es justo, mejor que verse este documental un tanto «meh», lean sin dudar la magnífica biografía en dos volúmenes de S. T. Joshi, «Yo soy Providence», auténtico prodigio de ecuanimidad, estilo y, sobre todo, de erudición y amor sin complejos por el maestro. Tardarán mucho más de dos horas, pero les aseguro que les compensará.
Capitán Spaulding
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8
20 de septiembre de 2020
15 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Iba a titular la crítica «La trivialidad del mal», pero después me he parado a pensar: ¿es realmente malvado el personaje al que Tennant da vida de forma escalofriantemente contenida en esta miniserie? ¿Puede alguien tan gris, tan absolutamente vulgar, aspirar a algo tan evocador y terrorífico como es el mal? ¿Qué puede tener que ver este funcionario anodino con Atila, Calígula, Hitler o Stalin, por poner unos cuantos ejemplos de seres tan aborrecibles como singulares, tan malvados (estos sí) como remarcables? Nada en absoluto.

Y es que la terrorífica lección que podemos deducir de «Des» es que cualquiera puede matar. El simple aburrimiento, un impulso pasajero o la soledad son algunos de los móviles que se barajan para que este individuo de impenetrable gesto y calma imperturbable asesinara al menos a doce personas en su pacífica casa suburbial de Londres. Y digo «se barajan» porque él mismo afirma no conocer el verdadero motivo de sus crímenes, lo que resulta todavía más aterrador.

¿Es Des un loco? Rotundamente, no. La abrumadora lección interpretativa de David Tennant nos muestra a un hombre en sus cabales, de enorme frialdad, de gran inteligencia, pero sin rastro de locura. ¿Un psicópata? Tampoco encaja con el perfil: el gran amor que tiene a su perra parece desmentirlo, así como la empatía que a veces siente por sus víctimas, a una de la cuales llega a revivir y cuidar hasta que se encuentra lo suficientemente bien como para marcharse por su propio pie. ¿Entonces?

No hay respuesta, y si la hay, tal vez sea mejor no conocerla. Nos han enseñado desde que tenemos uso de razón que uno de los peores crímenes que se pueden cometer es quitar una vida, pero... ¿es posible que todo sea ponerse a ello y descubrir que en realidad este acto monstruoso resulta, en el fondo, trivial? Mejor no contemplar este abismo durante mucho rato, porque Des nos devolverá la mirada.
Capitán Spaulding
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