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Argentina Argentina · Mar del Plata
Críticas de klinki
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Críticas 16
Críticas ordenadas por utilidad
10
23 de octubre de 2013
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hermosa adaptación de la novela homónima de Emmanuel Roblès que marca el fin de la etapa mexicana de Buñuel. Filmada casi en su totalidad en la isla de Córcega, esta producción ítalo-francesa es una de las obras menos difundida del "genio de Calanda". La extraordinaria fotografía y la soberbia puesta en escena acentúan el tono dramático del personaje central, un humanitario médico de pueblo que asiste a los pobres poniendo su vida en juego al enfrentarse con los poderes establecidos. Como es de esperar, no escasean los elementos fetiches del director: gatitos callejeros, una tortuguita patas arriba, gallinas espantadas, el cuadro de un Cristo entre hilos eléctricos y, por supuesto, el fúnebre tañir de las campanas y el tic tac de un reloj que preanuncia la hora definitiva. Y para el recuerdo, Lucía Bosé en la flor de su belleza.
klinki
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La mirada de Antonioni (C)
CortometrajeDocumental
Italia2004
5,9
323
Documental, Intervenciones de: Michelangelo Antonioni
7
17 de febrero de 2014
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Michelangelo Antonioni —vestido de Armani— ingresa en la "Basílica de San Pedro encadenado" en Roma, bajo una luz de neto corte expresionista; sus pasos rompen el silencio del recinto hasta que por fin se detienen frente a la estatua de Moisés, esculpida por su tocayo Michelangelo Buonarroti entre 1509 y 1513 d.C. como motivo central del encargo del Papa Julio II para su tumba.
Durante poco más de un cuarto de hora, la cámara recogerá el silencioso diálogo entre el grupo escultórico del renacentista y el propio cineasta, absorto en la contemplación visual y táctil de la maravillosa obra.
En su artículo "El Moisés de Miguel Ángel", Sigmund Freud apuntaba que la mirada del profeta es una conjunción de desprecio, furia y pena al observar la multitud que adora el becerro de oro. La figura está sentada con la cabeza erguida volteada hacia su izquierda y la tensión de la mitad derecha del cuerpo, con las venas y los músculos marcados, se contrapone con el relax de la otra mitad, movimiento que sugiere que Moisés está a punto de incorporarse. Antonioni, ubicado frente a él, se encuentra fuera de "la mirada" de la figura, cuyo campo visual se orienta hacia la entrada de la basílica. Sin embargo la actitud del cineasta no traduce tanto la búsqueda de redención como la exploración extática de un misterio. Su mano en primer plano acaricia suavemente los detalles del mármol que el encuadre de la cámara torna abstractos, evocadores de formas femeninas como labios vulvares que los dedos recorren con decidido erotismo.
Al promediar el minuto trece sus pasos abandonando la basílica vuelven a resonar acompañados por las voces polifónicas del "Magnificat IV" de Giovanni Pierluigi da Palestrina, exquisito compositor renacentista.
Antonioni murió tres años después de la realización de este corto, seguido por el segmento de "Eros" (también de 2004) que constituye el punto final de su carrera cinematográfica. No es descabellado pensar que "La mirada de Michelangelo" expresa también la conciencia de un ser próximo a su muerte, constituyendo así un nostálgico testamento sobre su vida y su inconfundible obra.
klinki
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10
19 de octubre de 2013
9 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de las películas más importantes en la historia del cine. Paradójicamente constituye una ruptura con las formas tradicionales de contar una historia creadas por Hollywood, y al mismo tiempo instala los cánones que aún hoy continúan influyendo en los realizadores del mundo entero. Incluidos los de Hollywood.

[Godard inicia su carrera artística con una obra maestra de tal alcance y envergadura, que parece más el fruto de un dilatado oficio antes que la insolente promesa de un aprendiz con talento. Su primer largometraje refleja el conocimiento de alguien que lo ha visto todo, desestructurado todo y comprendido todo. A la vez que clava el sentido revolucionario de la "nouvelle vague" (nueva ola) del cine francés —iniciada con "Los cuatrocientos golpes" (Francois Truffaut) e "Hiroshima, mon amour" (Alain Resnais)— deviene el manifiesto estético de la misma. No es exagerado decir que esta obra cambió la manera de hacer y de ver películas en el mundo entero. Aún hoy, 46 años después, sorprende por su increíble desparpajo y lucidez.
Partiendo de lugares comunes del cine institucional (policial "noir", thriller, fetichismo), más que la exposición orgánica de un tema el film es la construcción del tema, operatoria recurrente en obras posteriores de Godard. Explicitando los mecanismos internos de la realización cinematográfica, la película propiamente dicha se constituye en tema.
"À bout de souffle" le reintegra su verdadera naturaleza al cine: el movimiento, también inducido por la meditada dislocación de tiempo y espacio que propicia, a su vez, un nuevo estado de conciencia que incita a repensar lo real, ejercicio emparentado con ciertas prácticas budistas de desestructuración de la mente con el propósito de ampliar la conciencia. Todas las leyes del cine tradicional son transgredidas: actores que miran la cámara y se dirigen al espectador (Belmondo en las primeras escenas, Seberg en la última), narración entrecortada, disociación de imagen y sonido (escena del accidente de tránsito), saltos repentinos en el espacio-tiempo y demás novedades que, lejos de producir un discurso ininteligible, introducen el lenguaje poético en el cine para aportarle una mayor fuerza expresiva.
Al considerar que el material una vez montado excedía lo previsto, Godard se enfrenta a la disyuntiva de eliminar tomas completas o encontrar una solución alternativa. En un rapto de intuición sin precedentes, decide eliminar los cuadros superfluos dentro de la misma secuencia, forzando saltos de continuidad que de allí en más pasarán a denominarse “jump cuts” en la jerga de la realización cinematográfica.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
klinki
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10
16 de octubre de 2013
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Resulta extraño que aun los de­tractores más acérrimos de una obra de arte se vean compelidos a alabarla, tal como ocurre con Ensayo de un crimen. Me parece el galardón más alto que un artista pueda conquistar. Es la prerro­gativa de los genios. ¡Y vaya si Buñuel lo era! Un maño universal que produjo una obra maestra tras otra desde el mismísimo instante en que decidió hacer cine hasta el último día de su vida.
Aquí estamos frente a uno de los trabajos más simples, formalmente ha­blando, del iluminado de Calanda. Sin embargo, sus intrincadas derivaciones psicológicas hacen que su digestión sea compleja. En lo que a mí respecta, cada vez que la veo no paro de reírme de principio a fin. Pero reír es lo mío. Voy a centrarme en la consigna del reto, la boda de Archibaldo con Car­lota. Ingresamos a la iglesia, nos vamos desplazando entre la numerosa concu­rrencia hacia el altar. Delante de noso­tros un cura bajito y calvo se sienta junto a un militar. Enseguida se les une un co­misario de policía. El trío, a expensas del sacerdote, conversa animadamente. El policía confiesa que se ha conmovido al punto de saltarle alguna lágrima al ha­ber presenciado, pocos minutos antes, una boda, un bautismo y una confirma­ción. El cura le responde: “Es que la pompa de la iglesia católica y, por qué no decirlo, el manto de poesía con que envuelve todos sus actos es algo único, excepcional. ¿Qué sentirían ustedes si esta fuera una boda civil por ejemplo, al­go prosaico, vulgar?”.
Desde el cine, una ficción, Buñuel nos invita a una ácida reflexión sobre esa otra ficción de la vida real producida por sus instituciones (Iglesia, Fuerzas Armadas, Policía), como si se trataran de estudios cinematográficos. Equipara los espectáculos para que nuestros ojos despierten y puedan operar un découpa­ge vital, la revolución de una cosa en otra. Como él mismo decía a propósito de la segmentación cinegráfica: “Lo que antes no era, ahora es”.

Del libro "100 días de cine", Igor Sergei Klinki, 2013
klinki
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9
16 de octubre de 2013
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es frecuente que un cineasta re­suelva hacer una película sobre una obra literaria (a veces propia como, por ejem­plo, Georges Perec con su novela Un homme qui dort), pero El tercer hombre es prácticamente el camino inverso. Graham Greene, notable escritor inglés autor del guión, publicó la novela corta del mismo título una vez que la película llevaba un tiempo considerable en las taquillas. Su decisión de trabajar y publicar el relato que sólo le había servido de apunte para el guión, se debió a una especie de oscura venganza por los enfrentamientos que había sostenido con los productores —David O. Selznick y Alexander Korda, que ya se llevaban pésimo entre sí— quienes a último momento lo obligaron a cambiar el final. Obviamente el final del libro es el que Greene quería para el film.
Parece increíble que en una at­mósfera cargada de tensión —a la desin­teligencia de director, guionista y pro­ductores se sumaba el resentimiento de Orson Welles hacia su ex amigo Joseph Cotten, los actores centrales— se haya elaborado uno de los guiones más em­blemáticos del cine.

Del libro "100 días de cine", Igor Sergei Klinki, 2013
klinki
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