El director Guy Ritchie y el actor Jason Statham se reencuentran dieciséis años después para realizar su cuarta película juntos, esta vez un thriller de atracos que si bien goza de un intenso ritmo, reduce una marcha para contarnos mejor una historia de robos y venganzas, enrevesada de buenas a primeras, que sin prisa pero sin pausa va atando todos los cabos para no dejar ninguno suelto.

De este modo iremos de sorpresa en sorpresa narrativa, con alguna escena de acción entremedias, aunque poco exigentes para Statham, teniendo en cuenta las filigranas que le hemos visto hacer en el pasado. Una recomendación muy importante, nuestra experiencia fue entorpecida por haber visto a traición un trailer que destripa tres cuartas partes de la trama y casi todos los giros, así que evitadlo si la queréis disfrutar plenamente.

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Zack Snyder vuelve a sus inicios zombies, y aún sin alcanzar la perfección de Amanecer de los muertos, el resultado es más que aceptable, y sobre todo, la mar de entretenido. Y no es tarea fácil hacer que una película de dos horas y media con un guion genérico a rabiar consiga divertirnos desde su fulgurante inicio hasta un rimbombante final.

Entre medias mucha chicha sentimentaloide para justificar las motivaciones de los personajes, con un poco de drama por aquí, algo de sátira política por allá y un toque de humor, aunque todo ello irrelevante en líneas generales, ya que lo importante son los muertos vivientes, y aunque no gozan de tantos minutos como nos gustaría, sus apariciones son espectaculares, y sus cualidades, dignas de la saga Resident Evil, suponen un reto mayúsculo para sus estereotipados protagonistas.

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Dos partes bien diferencias componen esta cinta de ciencia ficción que fue precursora de los viajes en el tiempo cinematográficos con los que tanto disfrutamos. En la primera mitad tenemos una historia dinámica y divertida, en la que se explora y explota totalmente su innovadora premisa, y que además plasma un escalofriante mensaje sobre la inevitabilidad del destino.

En el segundo tramo hay un giro de ciento ochenta grados, convirtiéndose en una aventura de acción más superficial, que aún así resulta amena pero menos estimulante. De todos modos, solo por sus artesanales efectos especiales y por lo muchísimo que nos gustaría poseer la icónica y emblemática maquina del tiempo que le da título originalmente, esta película es un "must see" para iniciarse en este subgénero fantástico.

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Enrique Villarreal Armendáriz, cuyo apodo da título a esta película, es un artista de quien conocíamos bien poco, pero este documental nos adentra no solamente en su carrera, sino también en su vida personal y lo más interesante, en su forma de ser y de pensar.

De este modo, con su música de fondo en todo momento y con una elocuencia avasalladora, los admiradores del cantante y bajista del grupo Barricada podrán conocer por dentro a su ídolo, y quienes ignorábamos su existencia tendremos la oportunidad de descubrir un músico emblemático y único que marcó una época llena de éxitos, altibajos, amistades rotas y amores físicos, platónicos y artísticos. Todo esto en apenas ochenta minutos en los que el ritmo narrativo y rockero no decae en ningún momento.

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Única, imprescindible, sorprendente y conmovedora. Estos son algunos de los adjetivos que pueden intentar definir esta difícilmente definible película elaborada con metraje real de las vacaciones de los abuelos de su directora y guionista, Nuria Giménez Lorang, que se inventa una historia totalmente nueva, creando un imaginario de creatividad y originalidad ilimitada.

Para relatarlo solamente tenemos el texto de su narradora, lo cual te sumerge aún más en unas imágenes inicialmente cotidianas que se reconvierten en estampas evocadoras de un amor secreto del que el espectador es totalmente cómplice y confidente hasta niveles pocas veces alcanzado en una obra cinematográfica.

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