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Críticas de John Dunbar
Críticas 707
Críticas ordenadas por utilidad
6
20 de julio de 2012
1 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Suspense y algo de terror con sabor añejo en una película cuyas mejores virtudes son su puesta en escena, la atmósfera contínua de misterio y la propia mansión como escenario de las investigaciones que un grupo de parapsicólogos, físicos y videntes realizan a través de sesiones de espiritismo.
Con guión del gran Richard Matheson basado en su propia novela cuenta con algunos buenos momentos pero el desenlace quizá sea algo flojo.
No mucho más que decir... película realizada con no demasiados medios que no entusiasmará pero tampoco disgustará, salvo que se sea un adolescente ávido de sangre y efectos especiales de primer nivel.
John Dunbar
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8
11 de abril de 2021
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
No suele ser muy habitual encontrar adaptaciones foráneas y menos aún, hacerlo con la original todavía tan fresca en el tiempo. Cuando el resultado descubre la obra más generosa en taquilla de quien se ha atrevido con la versión (Álex de la Iglesia), hay dos cosas que me quedan claras: una, que la copia ha sido buena y dos, y más importante, que la original, la italiana, fue una idea brillante. Este es el concepto principal a tener en cuenta, o dicho de otro modo, de cómo algunas veces de las cosas más simples, se sacan los productos ganadores y más lúcidos.
En mi opinión, los baluartes destacados en otras obras de de la Iglesia son abandonados y lo son con acierto evidente. Esa combinación tan personal y estilosa de humor negro, acción y un ligero aprecio por lo bizarro son desechados para construir la obra que mejores réditos le ha dado, aunque el cometido sea servido en modo adaptación. Curioso. Será que la ocurrencia de esa cena ha sido fantástica.

Sentarse a la mesa a comer, desayuno, comida o cena es lo de menos, algo tiene al ser mostrado que llena la pantalla, que resulta llamativo y hasta apetecible. No es que tenga que ver con lo que se come, que también puede ser, es más un asunto próximo a un acto que no por cotidiano deja de ser lúdico, expresado en la medida que se quiera expresar para cada ocasión. Los comensales, la comida, la bebida y el entorno propician que la dirección de los diálogos vaya en un sentido o en otro. Hemos visto cómo estos actos no dejen de conformar una única secuencia dentro del todo, que a veces pasa de puntillas y otras muchas basta para ser memorable. Todo depende. Luego están selecciones escogidas que convierten la pitanza en un centro de atención permanente. Pasó desde aquel hilarante imperdible de Blake Edwards de 'El guateque' con el no menos impagable Peter Sellers, a esa notable comedia francesa que tanto ha dado de sí también en el teatro titulada 'La cena de los idiotas' y ha vuelto a pasar con esta 'Perfectos desconocidos'. Perfiles distintos con una clarividencia en su desarrollo más que estimable.
Para esta comedia, tensísima, dura y amarga en muchos momentos, el objetivo se ajusta a la medida deseada con tres elementos tan normales como dispares entre sí: el influjo de la Luna, la tecnología moderna y la inocencia. Ninguno de ellos podría subsistir aquí sin la necesidad de los otros dos para que el desastre haga su aparición. Luego todo es condimentarlo con unas intervenciones que se van exponiendo y, faltaría más, complicando, puestas al servicio de unos personajes que nos deparan sorpresa tras sorpresa y mucho que esconder. Todo un reflejo generacional sometido al juicio de la confianza mutua.

En su relativa sencillez está el truco. Lo que empieza como un juego en una cena entre amigos acaba como el rosario de la Aurora y ninguna pareja, incluyendo al invitado solitario, se libra de pasar por la picota de los reproches a sus secretos. La disposición sumatoria para que ese desastre de cena tenga lugar es algo que te noquea, únicamente algún ligero alivio para todos sobre muchos malos tragos. Sin sal de frutas posible para tanta acidez, tan solo me asalta un ligero desacuerdo en un incierto desenlace, tal vez reposado sobre los hombros de la ignorancia de no saber ponerle el punto y final; la sustancia definitiva que guarde una concordancia tan feroz como lo vivido hasta ese momento.
John Dunbar
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6
3 de agosto de 2020
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todos los reconocimientos y aplausos que pueda recibir se deben gracias a algo, a menudo muy complejo, como la sencillez. La misma que es impulsada al hacer que una niña (Laia Artigas) de 7 años sea el vehículo conductor y no morir en el intento. Siempre se piensa que el talento de los niños actores se mueve por pura intuición, algo que también piensa la directora y guionista Carla Simón, pero esa intuición (innata) hay que tenerla ahí, y el trabajo con la pequeña Laia, más el de la adorable Paula Robles con apenas 4 años, para que nos emocionen con su naturalidad, es un trabajo encomiable y convincente. La verdadera clave de que la cosa haya funcionado tan bien. De todos modos, no termina ahí, porque no por ser lo primero y más destacado en mencionar el evidente protagonismo de las niñas, es menos meritoria la labor de los otros miembros del equipo delante de cámara, en especial David Verdaguer y Bruna Cusí, ganadores del Goya a actor secundario y actriz revelación, respectivamente, quienes se expresan con la misma teórica sencillez con los ojos puestos en las dos pequeñas.

Una cosa que llama la atención tras verla es su fin, por hacerlo como si fuera un punto y seguido. No porque en su pretensión esconda la posibilidad de una segunda parte, algo que es obvio que no es el estilo esperable para ello. Sin embargo, quiero inclinarme a pensar que es una circunstancia hecha con toda la intención, como lanzar un mensaje de que la vida continúa, y no como el desconocimiento de no saber cómo ponerle el punto y final.

Vida campestre bajo el sol veraniego y mucha ternura, recetas simples y bien expuestas para acabar con los celos infantiles y las ausencias de quienes te han dado la vida. Eso, y la paciencia. Rara avis, de esas que de vez en cuando pululan por ahí y logran cautivar. La jugada autobiográfica para exorcizar sus propios demonios parece haberle salido redonda, a la vista de los resultados, a la primeriza Carla Simón, quien aborda situaciones, personajes y emplazamientos personales y los expone a la vista de todos sin ningún complejo y mucha autenticidad.
John Dunbar
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7
7 de marzo de 2019
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es posible que para quienes gusten de una de zombis de corte más clásico y solo así servido, su fe en esta saga se viera reducida a la nada hace mucho tiempo, pero para quienes ya seguían las andanzas de Alice (Milla Jovovich) en Raccoon City y su lucha frente a la Corporación Umbrella en el casi pleistoceno ya de las primeras videoconsolas, su recorrido hasta llegar al punto final debería haber sido lo suficiente satisfactorio. Porque 'Resident Evil', sin grandes alardes para el séptimo arte, es cierto, ha sido mucho más que una de zombis servida en varios capítulos (hasta seis). Alice, principio y fin de toda la aventura y, por tanto, imagen representativa de todo lo bueno y malo que pueda tener, personifica también la acción, la lucha sin cuartel, encarnado todo por una Milla Jovovich quien ha ostentado con firmeza y devoción absoluta lo que demandaba el personaje. Ella es para las hordas de zombis y monstruos mutantes lo que en su día fue Ellen Ripley para el Alien: su némesis, una guerrera hecha a sí misma que afronta su destino sobrevenido sin desaliento. Una heroína.
El capítulo final es resolutivo y termina por exorcizar todos los demonios (para algo es el último). Lo hace justo en el punto donde todo comenzó, en una forma sugerente de cerrar el círculo y evocando diversas reminiscencias del pasado, alguna, la más importante, jugando papeles contradictorios e inesperados en un espectáculo divertido y vistoso con el que completar la saga. Su principal pecado, tal vez no haber sabido encontrar la forma de servir de gancho comercial definitivo, si es que eso se puede considerar para todos los casos más una desventaja que lo contrario. Y su principal virtud, haber sido fiel, en especial en las primeras partes, a lo que la compañía de videojuegos Capcom ideó hace muchos años como propósito iniciático del denominado survival horror. En este aspecto, puede que se trate de la única adaptación al cine partiendo de una serie de videojuegos que no solo respete toda su concepción original, sino que además ha sido una apuesta medianamente ganadora en su conjunto. En general, se la puede considerar cara al futuro y tras el bagaje completado, como una franquicia que desde siempre ha asumido el rol de ser de culto a tenor de los resultados, con la que más de uno quedará contento (otros no tanto), y en todo ello seguro que la señorita Jovovich ha tenido mucho que ver.
John Dunbar
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3
21 de marzo de 2018
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El actor de causas perdidas venido a menos -la verdad, muy a menos desde hace un par de décadas- Nicolas Cage y el 'outsider' y otrora hobbit de Peter Jackson, Elijah Wood, se meten en la piel de una singular pareja de policías seducidos por la ambición en forma de caja fuerte. Su principal obsesión, su principal problema. La forma de llegar hasta ella y lo que arrastrará suponen una presunción evidente de argumento ciertamente atractivo. Nada que no suene a algo ya visto antes, pero atractivo. Pues no. No lo es.
La película es eso que transcurre entre esa maravillosa (y rara) pieza de soul y r&b de 'The Knights' titulada 'Tipping Strings' que se deja sonar en su apertura y en su cierre. Una joya rescatada para la ocasión que vale mucho más que lo que sucede entre medias. La explicación más concluyente parece residir en los personajes. Resultan tan anodinos y sin apenas construcción, que ni tan siquiera cuando se les abren las puertas de la codicia la trama se vuelve vistosa. Sí tiene cierta gracia su final. Por irónico. Sin pasarse. Tras cierto sopor y el paso por la voz de la conciencia y el arrepentimiento, ese desenlace, sin salvar el resto, se muestra como lo único que ha valido la pena. Ya digo, sin excesos.
John Dunbar
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