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España España · Madrid
Críticas de Charles
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Críticas 1.065
Críticas ordenadas por utilidad
7
18 de junio de 2017
76 de 97 usuarios han encontrado esta crítica útil
Muchos dicen que la música en las películas está sobrevalorada, que es una barata manipulación de emociones en un arte donde debería sobresalir lo visual.
Demasiado poco se rebate ese argumento, para lo muy equivocado que está.

¿Acaso no vibramos cuando una nota está en el lugar correcto?
¿No asociamos una canción bien escogida a imágenes en movimiento?
¿Es que no hemos tarareado bandas sonoras cuando nos embarga la emoción del momento?
Somos seres musicales, funcionando mejor cuando suena el acorde perfecto.

Para probarlo, ahí que ha creado Edgar Wright esta deliciosa 'Baby Driver': una canción de casi dos horas a ritmo trepidante, punteada por los disparos de atracos, metronometrada por los frenazos de las persecuciones y a todo volumen para que no perdamos detalle de sus matices.
¿La historia? Esa misma, la de siempre. Poco importa una canción, siempre que en sus notas se hable desde el corazón.
(Y a tópico suena, pero espero que no te dé pena)

Baby es conductor de atracos, no en busca del golpe perfecto, sino del día en que por fin deje de necesitarlos.
Para él las caras no importan, solo el sonido de las llantas quemándose, mezcladas con la canción adecuada, mientras navega entre el caos urbano como si pudiera anticiparse a él.
Al final del día, solo necesita seguir escuchando una pista en el silencio, y ni las caras de sus asociados ni el dinero conseguido importan demasiado.

Entonces aparece Debora: ya la hemos visto de pasada, rompiendo levemente el compás perfecto de esa canción infinita que es la vida de Baby.
Pero, lejos de querer romperla, lo que Debora busca es combinar sus respectivas canciones, que nunca suenan mejor que cuando están juntas.
Nada más y nada menos que el clásico amor imposible de dos jóvenes, que cada vez que miramos detrás tienen a alguien diciéndoles que dejen de soñar y que vuelvan al trabajo.

La canción de Baby crece salvaje y agresiva, mientras él se da cuenta de que esa sinfonía de amenazas, portazos y tiros nunca va a dejar de oírse tras sus auriculares.
Quizá Baby sea un crío en más aspectos que en el nombre, siempre obediente, siempre dispuesto, atrapado para siempre en una infancia que se terminó cuando solo le quedó vivir conectado a un Ipod tras el que nadie pudo obligarle a madurar.
Y por eso su rebeldía adolescente ha llegado demasiado tarde, espoleada por una hermosa chica que le pide conducir hacia el horizonte, con un coche caro y el plan más pobre que se tenga.

Hay crueldad en 'Baby Driver', y nos olvidamos de que existe porque su propio protagonista la ha ignorado hasta que no ha podido más.
Pero también, como en las mejores historias, hay esperanza, buenos sentimientos y amor, escondidos, casi sepultados por una maraña de ruidos que nunca alborotan más que cuando deben apagarse.
Edgar Wright conecta con ese "homo musicalis" que sintoniza ritmo propio, y nos dice que, de vez en cuando, está bien apagar la radio que escuchamos todos los días.

Y yo me quedo sorprendido, porque una historia que conecta tan bien con un impulso tan primario sepa que parar es necesario, y buscar otro ritmo algo casi involuntario.
No se debería dejar la música sonar... sin escucharla con una imagen, una sensación, una persona que la haga perdurar.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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9
23 de octubre de 2016
62 de 70 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una localidad costera cualquiera del siglo pasado.
(El cinéfilo ubicará fácilmente el año por el póster de la marquesina)
El entusiasmo juvenil flotando en el ambiente.
La timidez en persona, y las ganas de diversión en otra.
Todo ello bajo la promesa de una noche infinita para conocerse.

Creo que no es casualidad que 'San Junipero' empiece y avance considerablemente sin que sepamos "de qué va".
Nuestra cabeza se exprime tratando de buscarle el sentido... ¿artefacto ochentero nostálgico? ¿reflexión sobre los videojuegos de otra época? ¿simpatía por la que va a una discoteca buscando el Flechazo y no una simple diversión?
Será conveniente dejar la respuesta en el aire para quien no lo haya visto.

Porque, además, todo eso pasa gradualmente a estar en un segundo plano.
La historia de Yorkie y Kelly ocupa toda nuestra atención: el primer encuentro, la primera risa, la primera confidencia... una hermosa recopilación de "primeras veces" que, se les ve en los ojos, ambas disfrutan como ninguna otra vez.
Como si fuera algo mágico el que dos personas se conozcan, todo es frescura y calidez, agradecidamente alejada de cualquier rastro de "espejos negros" y nuevas tecnologías. Como una manera de recordarnos lo bello que es el mundo cuando una conexión surge sin teclear en ninguna pantalla táctil.

Claro que esto es 'Black Mirror', y pronto llegan las primeras dudas, las primeras preguntas con difícil respuesta que nadie es capaz de responder.
En este caso, y de nuevo sin desvelar mucho, algunas cuestiones son: cuán difícil es querer descubrir algo y no saber cómo hacerlo, lo complicado que es dejar atrás años de pensamiento o el enorme miedo a dejarse querer. Ritos de paso, que no por cambiar su trasfondo por otro digital pierden su importancia.
(Pero no temas, la relación de Kelly y Yorkie te llevará de la mano por todo eso)

Charlie Brooker abandona las sombras por una vez, se toma un respiro, y se permite soñar con esa versión perfecta e idealizada de nosotros mismos que a veces alcanzamos a ver en posts de Facebook, fotos de Instagram y descripciones de Tinder.
Perfecta, inmaculada, e inmortal.

Junto a un sol infinito, Belinda Carlisle canta "heaven is a place on earth".
Y suena como algo muy parecido a la felicidad.
Charles
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8
23 de noviembre de 2016
79 de 105 usuarios han encontrado esta crítica útil
La eterna historia Disney.
Esa que cuenta el soñador esfuerzo de animadores voluntariosos creando mundos imposibles e historias memorables, que perduran de generación en generación, y la inmensa marea de espectadores que están hartos de ver "lo de siempre".
Sorpresa, no tienes que ir al cine a ver lo que no quieres. Querido espectador hastiado, sabemos que te gustan las historias blandas de contenido, los personajes monos y puros como la leche para adornar tu Tumblr con infinitos gifs, y el enésimo sabor de la semana que se conforma con escribir en letra pequeña en la historia de la animación; tan solo otra de dibujos para entretener a los críos.

Nada de eso vas a encontrar 'Vaiana'.
Esta historia es para los que todavía no han abandonado el sentido de maravilla. Los que disfrutan de un estudio que ha sabido reinventarse a paso firme, sin por ello tener que venderse demasiadas veces.
"Otra historia de princesas", sí, otra historia de princesas para los que no sepan ver que ni siquiera hay una princesa en ella (por mucho animalito que la acompañe, y muchos padres poderosos que tenga).
A los demás les espera una aventura de las que no se olvidan, forjada en un cariño notorio, ambientada en un paisaje de ensueño. No sólo eso, sino que además en 'Vaiana' hay alma, esfuerzo, valentía y la imprescindible pizca de autoparodia: ningún personaje pasará por la pantalla sin que lo recuerdes, ningún momento tiene por objetivo entretenerte sin más.

Es la clase de fantástico relato que da pie a una no menos fantástica heroína Disney: Vaiana puede enorgullecerse de ser la primera que, lejos de guiarse bajo la sombra de figuras paternas, decide hasta dónde la va a llevar su destino, y decide que será más allá.
Ella es la primera cuando de coger un barco para navegar se trata, pero también la que siempre está ahí para ayudar a su gente, y se prepara pacientemente para convertirse en su guía: aquí no existe la figura autoritaria que demanda que te quedes porque debes obedecer a tu padre, si no el papá que pacientemente te explica por qué deberías querer donde estás.
Vaiana aprende temprano que la línea entre obligaciones y tradiciones no es tan gruesa como parece, porque entre ambas cabe disfrutar del lugar al que perteneces. Pero tampoco puede dejar de ver a su abuela bailar en la orilla, y desear estar con ella lejos de las multitudes, en ese espacio tan íntimo que parece sagrado.

Tendrá que ser su abuela la que le diga "si lo sientes, así ha de ser", sin necesidad de ser una maestra pesada o insistente, sin que Vaiana llegue a entender hasta mucho después lo que realmente quiere decir (no conviene olvidar que sigue siendo una adolescente, en formas, gestos y mentalidad).
Y es que lo que ella siente es la necesidad de aventurarse más allá de los límites del coral para devolver el corazón de Te Fiti, una gema perteneciente a la diosa que antes daba vida a todas las islas, extinta cuando se despertó la furia volcánica del demonio Te Ka. Esa misión, encomendada por el mismo océano, choca frontalmente con donde ella también siente que la necesitan, pero aviva un corazón aventurero cansado de sentir por un horizonte lejano.
Será en ese momento cuando la historia nos brinde su momento más tierno y humano: el de una madre comprendiendo que su hija ya creció, y controlando el miedo a que ella encuentre el fracaso marino de su padre. Un agradecido y emotivo oasis de "lo acepto, porque te quiero" en una tradición de princesas que eran "desobedezco, porque te odio".

El océano será su guardián en el viaje hasta Maui, y hasta la saca de algún apuro, pero lejos de ser una fuente de soluciones convenientes, es la mejor manera de juntar una adolescente de 16 años, que todavía vemos inmadura, con un semidiós heroico descaradamente egocéntrico.
La historia sabe que ambos no durarían juntos mucho tiempo, y por eso se permite usar aguas mágicas hasta que descubran que no son tan distintos.
Porque una cosa que acaban compartiendo es estar en el camino por definirse: Vaiana a la búsqueda de la líder responsable que será, y Maui intentando reinventarse tras el valiente bravucón que todos creen que es. Dos que no encuentran una leyenda personal que les dé un motivo, porque se han visto obligados a escribirla, y se dan cuenta de que parece difícil encajar en la que otros ya les han escrito.

En sus mejores momentos, 'Vaiana' es un festín para los sentidos, una aventura inabarcable con monstruos marinos, islas de leyenda e impresionantes secretos milenarios escondidos a lo largo del océano.
Pero en sus mejores momentos de verdad, es la historia de una chica y un semidiós que deciden juntar la mezcla de inseguridades, miedos, deseos y señales que arrastraban para navegar más allá de lo que jamás habían imaginado, para finalmente convertirse en las personas que ellos mismos querían ser.

La leyenda personal no se enseña ni se cuenta.
Solo te llama, no puedes evitar que lo haga.
Y como a ti te define, también lo hace con todo lo demás, hasta el punto de romper las cadenas de la tradición, abrir las aguas del mar o reverdecer el corazón de otro que hace mucho que lo perdió.

Vaiana acaba siendo quien ella quería, sin dejar de ser quien los demás necesitaban.
Dejando una bella conclusión donde las leyendas morían, para nunca más navegar.
Empezando otro glorioso y esperanzador comienzo, en su cadena de historias sin final.
Charles
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5
3 de septiembre de 2018
65 de 77 usuarios han encontrado esta crítica útil
Honestamente, quizá todavía no me haya pasado, quizá me vaya a pasar.
Quizá la directora está hablando de algo tan personal que a mi me cuesta entrar.

Pero no veo 'Las Distancias' extendiéndose cada vez más lejos.
Veo, más bien, a un grupo de colegas (que no amigos, a mi gusto) comportándose cual capullos los unos con los otros, de entrada ya dejando claro que muchos entre ellos se caen mal, y nunca, nunca, nunca (la herida de muerte de la historia) dejando ver un resquicio de lo que alguna vez fueron.
No puedes mostrarme la oscuridad sin darme luz para ver cuán profunda es: o dicho de otra manera, si solo quieres mandar un mensaje, usa el correo.

Nada me agita ni me remueve en esta panda de treintañeros perdidos en la vida.
Y eso que me veo reflejado: el trabajo que no llega, las relaciones de conveniencia, las malas pasadas, las cosas que no se dicen, las separaciones cada vez más largas... pero son solo palabras, nunca se sienten en el ambiente.
Hay una distancia muy fina entre "voy a filmar una reunión de amigos" a "voy a filmar MI reunión de amigos", y la línea está justo en que nunca sabemos cómo fue la vida de nadie.

Todo se queda en chiste privado en el que encima no hay risa, solo pura y dura pena, madurada al abrigo de caras lánguidas y miradas por la ventana.
No ayuda la estética feísta y desenfocada, que seguro es cuestión económica, pero cansa al enésimo seguimiento de un personaje desde su espalda.

En fin, quién sabe, me pasará y me tragaré mis palabras.
Pero si alguien tiene un amigo o pareja como el Guille ese, mejor plantearse qué gente quiere en su vida.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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7
29 de octubre de 2018
74 de 97 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay una frase en esta película que resume muy bien a sus personajes: en determinado momento, un soldado abandona a otro a su suerte diciendo "estaba muerto antes de tocar el suelo".
En la 2° Guerra Mundial no había segundas oportunidades, nadie se salvaba por la llegada de caballería, y hasta el último de esos muchachos con familia en casa eran solo un informe prescindible por el bien de la misión.

'Overlord' funciona perfectamente gracias a su ritmo endiablado, pero también porque no vacila en absoluto a la hora de conjugar el terror corporal más surrealista con la brutalidad sanguinaria de una guerra que se cobra vidas a cada segundo.
Incluso diría que, camuflada bajo una precisa escritura de personajes y bien manejada tensión, hay una película más gamberra, casi cutre, que saborea cada momento de monstruosidad desatada con gran ilusión, apenas resistiéndose a añadir un "¡chán-chán!" de serial radiofónico o un "¿sobrevivirán nuestros héroes ante los malvados nazis?".
Por si había alguna duda, esta manera de abordar el argumento no solo le sienta de lujo, sino que además te implica con más ganas en el perturbador misterio que se guarda más allá de las líneas enemigas.

Ahí se dirigen, tras un aterrizaje aparatoso en el que tú mismo has sido lanzado del avión, el soldado Boyce junto a su compañero Ford, con los restos del pelotón que han logrado reunir, hacia un castillo en la colina que pronto se revela (¡chán-chán!) laboratorio de experimentación corporal a mayor gloria del archi-mencionado "Reich de 1.000 años".
Esto, que podría quedarse en el desquiciado relato conspiranoico de un apasionado en la 2° Guerra Mundial, pronto gana fuerza y gravedad cuando vemos que ni las balas tiran a "no dar", ni el clásico soldado con testimonio que dejar puede huir para contarlo.
El peligro es real en esa Francia ocupada, y mejor destino es un tiro en la cabeza antes de que te agarren hijos de perra sádicos con ganas de juerga.

Es, de hecho, de admirar cómo se retrata el infierno de la guerra: fantasmales tierras sin dueño, trincheras cavadas en cualquier espacio cotidiano, cuerpos apiñados cual basura inservible, y una ferocidad en las miradas de todos, tanto militares como lugareños, que tan pronto se contiene ante la muerte segura como arde frente a la injusticia más cobarde.
El director Julius Avery, de hecho, no busca solo la pura diversión de sus figuritas bélicas, y planta en la naturaleza de Boyce, nuestros ojos y oídos, la resistencia a quitar cualquier vida innecesaria, en un punto del conflicto en el que todos sus compañeros piensan que menos sangre no va a lavar pecados en un bando ni en otro.
Se trata de un detalle pequeño, circunstancial, una excusa para meterles en problemas, pero que supone toda una diferencia cuando los monstruos parece que no (les) dejan de existir ni en vida ni en muerte: la cabronidad habita ahora en carne podrida y sonrisa deforme, por lo que tal vez la única salida del infierno sea preocuparse por hasta la última de las personas, en vez de usarlas como envases desechables.

Hay una ironía muy cínica en pensar que estos hombres muertos que andan se enfrentan a otros tantos hombres muertos, y su contribución al Día D apenas se contará en una línea de documento.
Pero así fue la guerra: brutal, depredadora y anónima.
Un cóctel indigesto en el que ideologías, caracteres y puntos estratégicos buscaban una excusa a por qué sacamos nuestros bajos instintos en cuanto pensamos que "nos toca ganar".

Lo mejor, el punto más afinado, es que una vez pasado el horror, se oiga a uno de los soldados: "¡y púm! Entraremos en Berlín directamente reventando la cabeza de Hitler".
Como si gente volviendo a vida, experimentos cárnicos o un sargento hijo del Diablo con complejo dionisíaco hubieran sido solo eso, otro chiste malo de la contienda.
Tal vez fue así realmente. Cada horror innombrable se apilaba sobre el siguiente.
Charles
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