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Críticas ordenadas por utilidad
26 de marzo de 2007
78 de 102 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para los que creen que perder no es un fracaso, para los que encuentran la vida oscura y triste pero hermosa, para los que pasan sus días con la mirada perdida en el ayer, olvidándose del mañana, para aquellos que creen que el dinero sólo es papel y números, para todos los que jamás cambiaron una sonrisa por un grito, para los que creen que duermen duendes en los neones de una ciudad, para quién cree que la vida dura y vale lo que dura y vale amar a alguien, para el que dijo que el amor es un sentimiento terrible y desolador que destruye a la persona hasta hacerla de papel, a sólo un paso de volar en el viento o de caer sobre el suelo bajo la lluvia y que luego de decirlo no dejó de enamorarse, para todos los que valoran el tiempo y lo saben infinito pero corto, para aquellos que le dieron la vuelta a sus pasos cuando ya veían el abismo, para los que viven en él, incapaces de salir o, simplemente, convencidos de quedarse, para el que piensa que el arte es más que un momento de alegría o diversión y que, a veces, puede envolver la vida de un sentido desconocido, para los que sienten lástima por los que sufren y por si mismos pero siguen adelante, para todo aquel que se haya sentido alguna vez en paz después de tender su mano para ayudar a alguien, para el sabio que piensa y mira a sus ojos sin dejar las sombras a un lado, para él que sueña con una casa una mujer y un hijo y para él que no también. Para todos ellos, para ti y para mi Leaving las Vegas.
24 de febrero de 2007
42 de 62 usuarios han encontrado esta crítica útil
Abrimos los ojos y nos encontramos solos y sentados. Una silla (alta, nuestros pies no rozan el suelo) y cuatro paredes grises. No sabemos que hacemos allí, no recordamos nada sobre nosotros antes de haber despertado en este lugar pero un temor indefinible nos impide reaccionar, abandonar la silla y movernos. El tiempo pasa lento y, con él, nuestro temor mengua vencido por la curiosidad y el aburrimiento. Finalmente, en un impulso de valor, abandonamos la silla y nos acercamos a una de esas paredes. Al posar nuestra mano en ella notamos que algo se desprende, quedándose entre nuestros dedos. Polvo. Con cuidado al principio y frenéticamente después, barremos con nuestra mano la capa que cubre las cuatro paredes. Detrás de ella sólo vemos nuestro reflejo. Rodeados y condenados a contemplarnos, eternamente.
El párrafo anterior intenta aplicar el "método Lynch" a lo que sería una aproximación a la clave que descifra su última película The inland Empire, pero como este planteamiento (gemelo al de la obra) resulta oscuro y confuso intentaremos articularlo de una manera más comprensible. Para entender esta película se deben dar dos condiciones en el espectador. La primera y más importante es que su pasión por el cine sea grande. La segunda es que posea un conocimiento previo de la obra del autor. Dadas estas condiciones debemos de huir de aquellas opiniones maniqueas, que poblarán periódicos, críticas especializadas y artículos de opinión amateur como éste. Tanto las críticas que la desdeñen como una rareza como aquellas que afirmen su condición de obra maestra absoluta, sin aportar más que el nombre del autor como argumento deben ser descartadas. Y esa es la clave. Durante toda su carrera Lynch ha explotado, experimentado y (a veces) hasta abusado del poder manipulador de la imagen sobre el espectador. Este Lynch oscuro, transforma escenas cotidianas en estados de profundo extrañamiento en el espectador (recordemos el arranque y final de Terciopelo azul) o situaciones que resultan cómicas en súbitos estallidos de violencia. Esta experimentación previa es lo que le ha permitido madurar como artista para acometer la titánica tarea de realizar The Inland Empire, posiblemente, la reflexión más lúcida que el cine ha hecho sobre el cine hasta la fecha. Con más de un punto en común con la obra maestra de Ivan Zulueta Arrebato, Lynch nos plantea la reflexión sobre nuestro papel como expectadores, sobre aquello que deseamos sentir y experimentar al ver una película, sobre como nos implicamos en historias que sólo existían en la imaginación del artista pero a las que nosotros infundimos nueva vida y significado, muchas veces alejados de la intención original del creador, pero no por ello menos válidos o interesantes. Por eso, tú que estas leyendo estas palabras, deja de hacerlo y acepta el reto. El viaje merecerá la pena.
El párrafo anterior intenta aplicar el "método Lynch" a lo que sería una aproximación a la clave que descifra su última película The inland Empire, pero como este planteamiento (gemelo al de la obra) resulta oscuro y confuso intentaremos articularlo de una manera más comprensible. Para entender esta película se deben dar dos condiciones en el espectador. La primera y más importante es que su pasión por el cine sea grande. La segunda es que posea un conocimiento previo de la obra del autor. Dadas estas condiciones debemos de huir de aquellas opiniones maniqueas, que poblarán periódicos, críticas especializadas y artículos de opinión amateur como éste. Tanto las críticas que la desdeñen como una rareza como aquellas que afirmen su condición de obra maestra absoluta, sin aportar más que el nombre del autor como argumento deben ser descartadas. Y esa es la clave. Durante toda su carrera Lynch ha explotado, experimentado y (a veces) hasta abusado del poder manipulador de la imagen sobre el espectador. Este Lynch oscuro, transforma escenas cotidianas en estados de profundo extrañamiento en el espectador (recordemos el arranque y final de Terciopelo azul) o situaciones que resultan cómicas en súbitos estallidos de violencia. Esta experimentación previa es lo que le ha permitido madurar como artista para acometer la titánica tarea de realizar The Inland Empire, posiblemente, la reflexión más lúcida que el cine ha hecho sobre el cine hasta la fecha. Con más de un punto en común con la obra maestra de Ivan Zulueta Arrebato, Lynch nos plantea la reflexión sobre nuestro papel como expectadores, sobre aquello que deseamos sentir y experimentar al ver una película, sobre como nos implicamos en historias que sólo existían en la imaginación del artista pero a las que nosotros infundimos nueva vida y significado, muchas veces alejados de la intención original del creador, pero no por ello menos válidos o interesantes. Por eso, tú que estas leyendo estas palabras, deja de hacerlo y acepta el reto. El viaje merecerá la pena.
12 de febrero de 2007
22 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Es La hora del lobo la obra maestra de Ingman Bergman? Es difícil hablar de una película y no de una obra con determinados autores, sobre todo cuando la carrera de los mismos sigue una evolución constante en la búsqueda de lo que muchos dan en llamar "universo personal". Pues bien asumiendo esta dificultad y en la consciencia de que cualquier juicio absoluto sobre un autor como Bergman puede resultar más que desacertado, se podría decir que si el cine de Bergman retrata como ninguno las obsesiones, laberintos y oquedades de la condición humana, resulta interesante el pensar que, este análisis psicológico de los personajes que se da en toda su filmografía, destacará en aquellos personajes que, por su condición privilegiada de genios o de artistas (no siempre van de la mano), revelan un universo interior más rico e interesante que el común de los mortales, que ya es de por sí denso. Por ello la recreación en lo visual de ese entramado obsesivo que teje el retrato mental de Johan Borg (interpretado con la excelencia habitual por Max Von Sydow) resulte fascinante, sobre todo en el tercio final de la película donde las barreras entre ficción y fantasía, obra y autor, obsesión y locura son quebrantadas. En un plano formal, la contención de la puesta en escena de Bergman (que no por ello, menos elaborada, más bien al contrario) juega aquí su mejor baza, pues a la ya conocida predisposición por el primer plano (imprescindible en un cineasta que pretende capturar el alma), se suma el uso pictórico del encuadre acorde con la visión del mundo y apoyado en el, posiblemente, mejor trabajo de su colaborador habitual el director sueco de fotografía Sven Nykvist, que alcanza en esta película cotas de expresividad con el blanco y negro que a día de hoy nadie ha superado (tal vez en la monumental obra de Spielberg Schindler´s List Janunzs Kaminscky lo haya igualado pero no superado). Por todo ello (y por mucho más que lo que puedan contar estas y otras palabras) La hora del Lobo no sólo es una obra cumbre del cine, es una de las obras de arte fundamentales del siglo veinte y destinada a perdurar tanto como dure el tiempo.
7 de abril de 2007
16 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es difícil definir con palabras que es el cine que llamamos clásico, que razones nos llevan a elevar a ciertas películas al olimpo de las obras intemporales, aquellas que mucho tiempo después de que, quienes las hemos vivido y admirado en el momento de su nacimiento, ya no estemos, serán descubiertas y reinventadas por los nuevos ojos que traiga el mañana, mientras viva el tiempo. Tal vez sea la suma de sus partes, la calidad de sus intérpretes, entregados a la historia que quieren contarnos más allá de las nueve o diez cifras que embolsen en sus cuentas, de la narración de su director, cuentacuentos comprometido que debe a veces renunciar a su vanidad en favor de lo que más importa, aquello que se nos cuenta, de la plasticidad en la trastienda, que llega a nosotros imperceptible, a través del lenguaje de la luz y las sombras, escrito con mano firme por los pintores de la imagen, a menudo ocultos para el gran público, pero sin cuya labor la flor moriría estéril y gris, vacía de todo color. También recordamos en nuestra emoción las palabras de la música, que unidas con sus hermanas (luz, color, encuadre y diálogo) terminan de componer el sueño para que nosotros podamos creer en lo que vemos. Pero más allá de todo esto, me gustaría pensar en la existencia del lo imprevisible, que surge del trabajo realizado por todos estos sabios pero que les es esquivo y escapa a su control y ese azar no es otro que el corazón del espectador, verdadera clave de todo arte (entendiendo arte como la conversación, con o sin palabras, de las emociones entre el que contempla y quién creó) y de quién depende esa emoción que hace que una obra se convierta en clásica. El libro negro de Paul Verhoven lo es. Densa exploración de la tristeza de la condición humana, abarcando uno de los períodos más negros de toda nuestra historia (en un marco histórico valiente y poco conocida para el espectador medio, el final de la guerra y sus repercusiones entre quienes lucharon en ella en ambos bandos) y también en una necesaria llamada al recuerdo del papel clave de las mujeres en la guerra, a menudo tratadas como elementos decorativos del paisaje de épica masculina, que suele predominar en las representaciones bélicas a lo largo de la historia, como si el sufrimiento y la valentía fueran coto exclusivo del hombre. (Continua en la parte spoiler pero sin revelar la trama de la película)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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4 de mayo de 2007
21 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
La fuente. Seis años han pasado desde que su realizador, Darren Aronofsky aterrizara en Sidney para contarle a su equipo, a esa familia que nace en todo rodaje de una gran obra, que el rodaje de su proyecto más personal (un homenaje a la vida y a la muerte, nacido de su sufrimiento personal por el cáncer que azotó a su hermana, que pudo superar) que llevaba escribiendo desde antes de rodar su primera película "La fuente", acababa de ser cancelado por un estudio ávido de dinero y desconfiado de un proyecto tan íntimo y delicado, tan sensible y complejo como el que que quería acometer el realizador neoyorquino. Seis años de calvario, de madrugadas insomnes, de proyectos rechazados y de frustración artística han engendrado finalmente una semilla (dos si se cuenta la extraordinaria novela gráfica, que en colaboración con el dibujante Kent Williams, ha concebido Aronofsky, más cercana en este medio a su idea inicial del proyecto, medio al que ha prometido volver y al que ojalá vuelva), hermosa e incomprendida, azotada desde todos los frentes, crítica, taquilla y festivales, destinada a permanecer en el olvido por muchos años, hasta que los ojos del mañana redescubran y encumbren (como ha ocurrido tantas y tantas veces) lo absoluto de su arte. Valiente, tal vez, sea la palabra más adecuada para definir este trabajo, valiente porque el afrontar el sufrimiento personal (inconcebible e incomprensible para quién no lo ha sufrido) que deriva del experimentar en el día a día, la certeza de la muerte de un ser querido por causa de una enfermedad terminal, el ver como sus fuerzas se consumen, el sentir su dolor y su miedo, es una tarea de un riesgo máximo, por el respeto que tales sentimientos merecen. Pero Aronofsky los supera con su sencillez, con una poética sabia y reflexiva sobre la nesesidad de aceptar lo inaceptable, de atesorar cada instante, cada momento que nos resta con aquellos que nos van a abandonar para siempre, de comprender que nuestro amor es importante como alivio no como salvación de lo inevitable. Es un gran regalo para todos los que tengan que afrontar el dolor de la pérdida (todos lo hacemos más de una ve a lo largo de nuestras vidas), es un regalo para seguir viviendo sin dejar de honrar la memoria y el recuerdo de los que ya no están, es un regalo al hombre, para lo que le quede de historia, como sólo puede proporcionar el arte, un regalo para entenderse mejor y respetarse. Por todo ello, gracias Darren, gracias.
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