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Críticas de Antonio Morales
Críticas 1.537
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
6 de abril de 2017
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un viaje musical a tiempos pretéritos, canciones que forman parte de la memoria colectiva, paradigma de la cultura española, canciones para sobrevivir al hambre y la miseria que causa una guerra civil que es el peor de los conflictos que puede sufrir un país, la lucha fratricida entre sus propios ciudadanos. Fruto de la intolerancia, la injusticia social y los desmanes de todos. Un repaso por los acontecimientos, el costumbrismo, la iconografía cultural y los años oscuros que vivieron nuestros padres y abuelos. Las imágenes y canciones escogidas reproducen unas vivencias en general amargas que en el momento de hacer el documental en 1971, eran reivindicativas dentro del régimen político, pero que a día de hoy queda en mera referencia histórica. Por lo tanto de un análisis sociológico más sosegado y menos político e ideológico. Un “collage” de imágenes que va desde un cine experimental con dibujos sobreimpresionados hasta un cine publicitario de la época que reproduce anuncios de productos archiconocidos.

Imágenes imborrables de algunas películas que hemos visto dentro del ciclo de “Historia de nuestro cine”. De colas con cartillas de racionamiento, mientras suena la copla de Quintero, León y Quiroga, el NO-DO previo a las películas, el parte de Radio Nacional, los discos dedicados en la radio, el fútbol y los toros para distraer al pueblo. Ava Gadner y Manolete, Concha Piquer y Miguel de Molina, Celia Gámez y Bonet de San Pedro, Lola Flores y Pepe Blanco, Estrellita Castro y Antonio Machin, Juanita Reina y Jorge Sepúlveda, Lolita Sevilla entre otros. Las canciones: Carraclás, Yo te daré, Tiro liro, Echale guindas al pavo, La bien pagá, Salud, dinero y amor, La hija de D. Juan Alba, La morena de mi copla, Yo te diré, Tatuaje, Mi vaca lechera, En er mundo, Mi casita de papel, Raska Yu, Angelitos Negros, Mirando al mar, Lerele, Francisco Alegre, A lo loco, Americanos, entre otras, y… Se va el caimán como un claro augurio hacia el dictador.

Cada imagen contiene una determinada información, y la película habla de casi todos los fenómenos del franquismo, sus valores, sus contradicciones y su moral. Esta obra tan original por su propuesta, construye un discurso político que destrozaba la propaganda del régimen, mezclando imágenes y canciones que si bien por separado no son relacionables, al unirse muestran todo lo que el cineasta pretende transmitir y de esta sugerente forma, su discurso toma cuerpo convirtiéndose en un desolador retrato de un tiempo determinado del que todos deberíamos aprender para que no vuelva a repetirse. Documental con una clara finalidad política desde un punto de vista sentimental, humano, conmovedor y biográfico, nostálgico, evocador y triste. Por todos los sufrimientos que vemos en esta obra, la Constitución de 1978 se creó y se votó mayoritariamente para unirnos, reconciliarnos, cerrar heridas y pasar página definitivamente.
Antonio Morales
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4
5 de abril de 2017
7 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Emilio Romero fue un falangista mejor periodista que escritor, falangista y no franquista pero integrado en el régimen, con ideas ultra conservadoras, de buena pluma para la crítica y acerada ironía para el verbo. Llegando a ser el gran patrón de la prensa del movimiento, nunca olvidaré cómo era ensalzado por el ínclito José M.ª Garcia quien comenzó su larga trayectoria de periodista deportivo en el diario Pueblo, cuando Romero era su director. No es extraño, por tanto, que escribiera una novela tan descabellada y maniquea como ésta que le hizo ganar el premio Planeta de 1957 que José Manuel Lara se lo regalaba a quien le parecía más oportuno para el negocio de las ventas. Se trata de una visión complaciente desde el bando vencedor que a día de hoy resulta lamentable.

No es de extrañar que esta película haya dormido tanto tiempo en el olvido, seguramente por su anacronismo y escaso valor histórico. Aunque aparentemente lo parezca, no habla de reconciliación sino de sometimiento o exterminación. Se trata de la cruzada de un falangista integrado en las milicias violentas, López (un Adolfo Marsillach inadecuado al papel por su físico de señorito relamido) lleno de grandes ideales, un patriota que busca la justicia social desde el lado opuesto al comunismo, sacrificándose por un futuro mejor desde su juventud y durante gran parte de su vida, intentando limpiar la sociedad de enemigos de la patria. Que no duda en poner en peligro a una antigua novia (una estupenda Concha Velasco) ni abandonar a su familia para erradicar a los maquis. León Klimovsky tira de imágenes de archivo para mostrar la guerra, dentro de una realización rutinaria y poco cuidada, aunque el pulso narrativo es de elogiar.

La adaptación es un despropósito absoluto, por lo rocambolesco de su argumento, de intriga, carcelario y novelesco, de cine de aventuras bélicas que entretiene si no te lo tomas en serio. De lo contrario, te puedes sentir decepcionado por el falso tratamiento histórico de la contienda y sus formas para presentar y juzgar al enemigo, porque lo que les hace es un buen favor al recrearlos tan burdamente. Y lo peor es su mensaje reaccionario, sectario y vergonzoso que incluso desagradó al dictador, seguramente por motivos diferentes, pues esta película no dejaba de ser amarga y falangista, algo que desagradaba a Franco, porque en lo único que les estaba agradecido a los del frente popular era el que hubieran fusilado a José Antonio Primo de Rivera, eliminando al líder carismático fascista que le podía hacer sombra al Generalísimo. El film se reduce por tanto a un mero panfleto bienintencionado y amable con el Régimen, totalmente olvidable y sin especial relevancia artística, aunque tiene buenos actores secundarios.
Antonio Morales
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7
4 de abril de 2017
15 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Afirmar solemnemente, como he leído por aquí, que esta película-documento no es propaganda ideológica es como decir que “Raza” no es un panfleto franquista, así que desde el primer momento hay que llamar a las cosas por su nombre y no pervertir y enmascarar la realidad (la progresía recalcitrante siempre con su cinismo calculado), más allá de unos valores morales y artísticos que sin duda los tiene y paso a detallar. La película es una descarada propaganda republicana que contribuyó económicamente en parte a financiarla, pero interesa, sobre todo, por su retrato humano y social, coherente y valiosa artísticamente que anticipa el neorrealismo de “Roma ciudad abierta” y contiene muchas de las características del cine humanista soviético de la época. Su mensaje tenía como finalidad, en aquel momento, vencer las resistencias de Francia y EEUU, entre otros países a infringir “el principio de no intervención” suministrando material militar al ejército de la república.

Una película incompleta, pero de una enorme capacidad de seducción visual, de gran potencia metafórica gracias a su guionista y director André Malraux, militante intelectual e ideólogo al servicio de la causa republicana. Goza de unos cuantas secuencias inolvidables dignas de ser recordadas por los aficionados. Una obra maldita y perseguida por su mensaje y las circunstancias bélicas, con momentos épicos de clara resonancia moral, de gran belleza plástica que estuvo a punto de desaparecer por lo que habríamos perdido una joya del cine, felizmente recuperada y restaurada por la filmoteca española. La cinta refleja la verdadera visión desde el bando republicano, que coincide con los testimonios de los que la vivieron, su falta de organización y de medios, el desparpajo, la indisciplina, el estoicismo, la naturalidad y el escepticismo animoso con que, al parecer, se luchaba en la zona leal, con el tableteo de las metralletas constantemente sonando como paisaje sonoro junto al sonido de los bombardeos.

Sorprende agradablemente la fuerza de la sobriedad, la falta de solemnidad, patetismo, verbosidad, enfatismo y estilo triunfal que solían tener este tipo de historias, que nos acerca mucho más a la verosimilitud del documento real, aunque no exenta de fatalismo y humor. “Sierra de Teruel” supo captar con asombrosa precisión, sin detenerse en las apariencias ni aferrarse a lo pintoresco que podría propiciar los actores, algunos de ellos no profesionales. A pesar de su estructura elíptica y casi episódica, a la modesta concreción de la trama que narra, y a las precarias y arriesgadas condiciones del rodaje, como se oye en varias ocasiones a los protagonistas: “Se hará lo que se pueda”, y así ocurrió… Se hizo lo que se pudo, porque la historia no puede cambiarse, nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio. Recomendable y emotiva historia llena de humildad y solidaridad.
Antonio Morales
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8
3 de abril de 2017
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
En los países libres y democráticos la desatada guerra de las audiencias, afecta a los medios privados de televisión e informativos, que se financian de la publicidad que el medio genera, dicha pugna fratricida, ha creado una crisis en la deontología profesional del periodismo y sus códigos éticos, acentuándose durante los últimos años, con programas basura y casposos donde se debaten temas banales o privados que se venden al mejor postor. La prensa sensacionalista también denominada “amarilla”, siempre ha tenido su público, caracterizándose por su falta de rigor y su desenfoque perverso de lo que es noticia de interés público para ofrecer una información morbosa y sesgada de la realidad. En España lo podemos apreciar cada día, no tengo que nombrar la cadena porque está en la mente de todos, presumen de tener la máxima audiencia gracias a programas bochornosos de cotilleos sobre “famosillos” o programas sobre “frikis”, y donde sus informativos tienen un 10% de información general y un 90% de sucesos e imágenes explícitas y morbosas que tratan de sorprender al incauto ciudadano.

El asunto no tiene fronteras, así que no es extraño que el director y guionista de “Nightcrawler” Dan Gilroy, en su “ópera prima” haya situado esta historia en una gran urbe como Los Ángeles, donde conviven clase alta en lugares idílicos pero donde hay también pobreza, violencia, drogas y delincuencia urbana con un gran mestizaje de culturas. Se trata de mucho más que un thriller sobre la degradación moral de la profesión periodística contemporánea. Es también la descripción de los primeros pasos de un psicópata desalmado que encuentra un “vehículo digno” para sus impulsos más perversos, además de un retrato sorprendente, nada convencional del lado nocturno de la ciudad de las estrellas. Un electrizante relato que sumerge al espectador en el lado más sensacionalista del periodismo televisivo, trazando una senda de degradación para unos personajes arrastrados en pos de la audiencia y en consecuencia el interés económico, todo ello en los límites de lo moralmente aceptable.

En su universo de noticias locales, no importa el interés real, ni el peso específico de las noticias, sino su impacto visceral sobre los espectadores: de ahí que resulte tan útil la falta de escrúpulos que exhibe Lou Bloom (un magistral Jake Gyllenhaal) a la hora de saltarse los códigos, de acercar su cámara a la desgracia ajena. No sólo es un escabroso thriller periodístico, sino que describe a un tipo sin escrúpulos y despreciable, un arribista dispuesto a llegar a la cumbre, pisoteando a quien haga falta, manipulando la realidad y adulterando las pruebas de lo que filma sin escrúpulos e impulsado por la ambición de medrar y sentirse importante. No quiere filmar panorámicas, quiere primeros planos, cuanto más sangre y vísceras mucho mejor, busca los mejores ángulos para filmar el horror impactante, creando ficciones moduladas a partir de lo periodístico, inventándose la realidad para que resulte más atractiva, siguiendo a los delincuentes hasta encontrar el escenario perfecto para que su trabajo resulte insuperable en morbo y espectacular violencia.

Este despreciable tipo es la cara oculta del emprendedor hecho a sí mismo, que devorado por su egoísmo y deslealtad hacia sus semejantes, tirando de discursos trillados de “bussines school”, ensucia y denigra al verdadero emprendedor que con su esfuerzo y trabajo digno logra prosperar gracias a su talento. Es un pícaro degenerado que sólo representa a unos seres que buscan el éxito a cualquier precio. Como la directora de la cadena donde vende su basura, encarnada por una estupenda y madura Nina (René Russo), antigua reportera que está de vuelta de todo pero que se ve presionada por el sistema cediendo al chantaje para mantener su empleo y vida acomodada. Un film que presenta unos hechos lamentables que se están produciendo de forma parecida y que apela a que seamos los espectadores los que debemos repudiar este tipo de noticias y estilo, cambiando de canal en busca de una información seria, contrastada y reflexiva sobre lo que de verdad nos importa.
Antonio Morales
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5
2 de abril de 2017
11 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si hiciésemos caso de ese cartel que preside la ficha del film, donde anuncia “Amor espectacular, tan personalmente excitante para sentir que te está sucediendo a ti”, nos podríamos sentir decepcionados. Y es que,“París Blues” no deja de ser un film rutinario sobre el mundo del jazz, que tiene todos los tópicos y clichés de este tipo de historias que terminan resultando empalagosas. Martin Ritt que tiene films muy interesantes aquí me ha defraudado, pues lo único que destacaría es su banda sonora, al parecer adapta una novela de un tal Harold Flender que no he leído y que no puedo saber hasta qué punto le es fiel, pero lo que deduzco enseguida es que toda la trama está al servicio de la estrella, en este caso Paul Newman que encarna a un músico inconformista de Jazz que le gusta componer y dedica todo su tiempo a ello y a ganarse la vida tocando en un club nocturno.

Lo malo de este tipo de historias de conflictos personales en que el protagonista pretende triunfar, es que está repleto de tópicos muy socorridos y reiterados: en esta ocasión le acompaña un amigo de color (Sidney Poitier) que actúa junto a él, y mientras van a recibir a un famoso trompetista (Louis Armstrong) a la estación del tren, conocen a dos turistas norteamericanas de visita en París, pero lo más casual es que una es blanca (Joanne Woodward) y la otra negra (Diahan Carrol) y además… ¡les gusta el jazz, por lo que quedan invitadas! La iluminación y el ambiente del club son los mismos que hemos visto mil veces, los frecuentadores del local son presentados de igual forma, mirando extasiados a los músicos y moviendo la cabeza al ritmo de la música, fumadores empedernidos de mirada lánguida, párpados caídos, mientras los músicos son por naturaleza, hombres libres y bohemios, de pensamiento profundo y existencialista, aunque digan perogrulladas como que “París es la ciudad del amor” y otras simplezas parecidas, y no sale Maurice Chevalier que era su valedor.

No faltan las dos historias de amor problemático que estriba entre volver a la tierra que los vio nacer o seguir con los coqueteos de la bohemia, el amor libre y todo lo que acompaña a la noche parisina. Por supuesto que no faltan la visitas turísticas a los lugares archiconocidos en la capital francesa con muchas panorámicas de tarjeta postal pero en blanco y negro. Todo muy previsible y sin sorpresas, los paseos románticos y el crucero en “Bateau mouche” por el Sena. Poco hay que reprochar a la Woodward que da muy bien el tipo de mujer moderna que toma la iniciativa ante los hombres, tampoco desmerece su amiga de color que pretende devolver al novio, al redil de la América con futuro para los negros. En cambio, muy penoso es ver a Newman y Poitier, empeñados en demostrar quién lo hace peor, el primero preguntando cada día al segundo, si hay mejor músico que él o no es bueno lo que compone, con respuestas que no hace falta reproducir por el almíbar que desprenden.

En la parte gestual, Newman se lleva la palma, como es habitual en el rubio de ojos azules, su cara de circunstancias, de músico incomprendido que no quiere relaciones serias con mujeres que sujeten su libertad, mientras sopla su instrumento henchido de orgullo ante la peña que le aplaude y le comprende, el título en español refleja claramente la mansedumbre del discurso: “Un día volveré” imaginamos que para ser profeta en su tierra. Siempre nos quedará el Newman de “El buscavidas”, “El golpe”, “El color del dinero” o “Veredicto final”, porque ese es el verdadero actor del que guardo mejores recuerdos.
Antonio Morales
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