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España España · El Puerto de Santa María
Críticas de Jesus Gonzalez
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Críticas 79
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
9
6 de julio de 2016
20 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por fin ha llegado el Invierno. Tras 5 temporadas sostenidas a base de un guion parsimonioso, con altibajos y sorpresas "desencajadoras" de mandíbulas, "Juego de Tronos" ha conseguido emerger más allá de sus primos hermanos literarios para bañarlo todo de sangre, fuego y nieve.

Liberada de los grilletes argumentales que refrenaban su potencial, la serie ha ungido sus secretos con la agudeza visual que requerían, y la mesura del nudo central de su trama ha dado unos pasos agigantados y cargados de gracia, rumbo al inevitable clímax tonal de su canción de hielo y fuego. La temporada más predecible de todas (salvo por algunas puertas que estaban sin abrir y que permanecerán siempre cerradas) se ha erigido como la más completa, la más segura de sí misma y la más certera a la hora de transmitir estocadas mortales, vehementes miradas y movimientos aciagos en ese tablero enorme que conforman los siete reinos.

Por fin la forma ha estado a la altura del fondo, por fin la narrativa visual he cogido el impulso y ritmo que demandaban sus más queridos personajes, aquellos que engañan a la muerte día tras día y que escapan de sus fauces aún cuando ya los envolvía la oscuridad más abrumadora. Todo se dirige, arrastrado por una vorágine de sucesos construidos a lo largo de 6 temporadas, hacia su inevitable conclusión final, y cuando el torbellino lo haya engullido todo, tan solo quedará el vacío, aquel que solo son capaces de dejar las grandes series de la historia.
Jesus Gonzalez
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8
30 de junio de 2016
5 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Resulta que la comedia feminista del año no era la nueva Cazafantasmas (estreno el próximo 12 de Agosto), el proyecto de Paul Feig para reiniciar la famosa saga de los 80 a través de personajes femeninos. Estos malditos vecinos, que venían de tapados, se han atrevido a sentar antes que nadie las bases de lo que puede evolucionar en una nueva manera de hacer comedia americana, aquella en la que se reestablecen y estiran los límites que definen los roles de sus personajes; se combina toda clase de humor para lograr el objetivo de divertir al público; y se innova en materia de contenido y de forma, en una conjunción más directa, vibrante y eficaz que nunca.

En Malditos Vecinos 2 (2016), Nicholas Stoller realiza una flagrante evolución de su tesis sobre la (in)madurez a través de un compendio de situaciones caóticas enlazadas por el nacimiento de una nueva hermandad universitaria justo al lado de la casa que el matrimonio formado por Seth Roger y Rose Byrne estaban a punto de vender. Ya en su divertidísima precuela, Malditos Vecinos (2014), la pareja tuvo que enfrentarse a una situación parecida en la que desmontaron la hermandad dirigida por Zac Efron y Dave Franco, sin embargo, su actual enemigo será un rebelde grupo de chicas capitaneadas por Chloë Grace Moretz que, recién llegadas a la etapa Universitaria y algo descontentas con lo que se encuentran, comienzan a establecer sus propias normas.

De este modo, se establecen tres niveles de conflicto entre la madurez y la inmadurez; el personaje de Zac Efron representa a la perfección a toda esa generación perdida entre la Universidad y la realidad del mundo laboral, atrapado en una espiral de infravaloración personal; en el escalón superior, Seth Rogen y Rose Byrne intentan superar el limbo de la aceptación/adaptación de la madurez en el que se encuentra su matrimonio, a la espera de una segunda hija; por debajo de todos ellos, Chloë Grace Moretz empieza a definirse a sí misma, curiosamente, madurando desde la inmadurez, como deberíamos haber hecho todos, cuestionando y rebelándose ante los estándares que le impone la sociedad.

Tanto los personajes protagonistas como sus conflictos personales confluyen a la perfección en un alarde de dominio humorístico que no huye en ningún momento de abarcar todos los resortes hilarantes posibles, desde el humor más absurdo y escatológico al más finamente hilado mediante el juego de palabras o la ingeniosa crítica social. Una excelente secuela que, tristemente, corre el riesgo de pasar inadvertida bajo su vejada apariencia de estúpida comedia americana, cuyo género explota, mucho mejor que otros más valorados, esa mezcla de añoranza inquieta e inocente rebeldía que aún perdura en cada uno de nosotros.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jesus Gonzalez
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6
23 de junio de 2016
18 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un pegotito azul con grandes ojos color violeta recorre la inmensidad del océano en busca de ayuda para encontrar algo que ha perdido. El principal problema de este pequeño pez cirujano reside en su incapacidad para recordar los motivos que la empujan a seguir nadando. Su nombre es Dory y sufre pérdida de memoria a corto plazo. Su aparición cómica estelar en Buscando a Nemo (2003) quedó grabada en la memoria de muchos de nosotros, a pesar de que 13 años dan para olvidar infinidad de cosas, demostrando que la memoria a largo plazo, reservada exclusivamente para las cosas importantes, siempre tiene hueco para las enseñanzas que Pixar nos tenga preparadas.

Buscando a Dory (2016) se ha convertido en la película de animación con mejor estreno durante su primer fin de semana en la cartelera de EEUU, cumpliendo así con uno de sus principales objetivos como secuela. Además, la heterogeneidad de su público potencial le aporta una ventaja considerable, llenando salas con espectadores de todo rango de edades. En la dirección repite Andrew Stanton, habitual de Pixar y director de otras de sus obras más conocidas, tales como Wall-E (2008) y Bichos (1998), donde ya se exploraba la fábula como fondo y la explosión de colorido y plasticidad como potenciadores de la forma. Quizás, en esta segunda parte, su enfoque formal y sustancial se halle ligeramente dirigido hacia el público más joven, a pesar de los momentos dramáticos que protagoniza nuestra pececilla azul, valientemente transformada en protagonista absoluta y representante ejemplar de todos los colectivos con discapacidad.

Exceptuando ciertos momentos de verdadera tensión narrativa y emocional, en los que la aventura logra encoger el corazón y roza la magnificencia de su primera entrega, Buscando a Dory bascula sus mayores aptitudes hacia el lado más surrealista de su argumento, restando algo de veracidad al conjunto y, por tanto, ganando en risas y entretenimiento. El abandono del medio marino durante gran parte del metraje puede mellar en algunas ocasiones el maravilloso trabajo de recreación de escenarios y personajes, que sin duda, se verían favorecidos en su hábitat natural.

En cuanto a Dory, más consciente de sus limitaciones que nunca, se arrojan ciertas consideraciones acerca de su condición y del reflejo de esta en su círculo social más cercano, estableciendo situaciones en las que debe apañárselas por sí misma para conseguir sus metas, sorprendiendo a todos con su autodeterminación y valentía, y dejando claro que no por ser diferente se es capaz de menos, simplemente hay que centrar los esfuerzos en buscar otra manera de hacer las cosas y, a pesar de la corriente, no cejar nunca en el empeño de seguir nadando.
Jesus Gonzalez
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10
15 de junio de 2016
7 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Odio quedarme sin palabras frente a las cosas que de verdad importan. El cine, tal y como lo concibe Shane Black de manera inalterable pese al paso del tiempo, es una de ellas. Quizás por eso, tras salir de la sala en la que proyectaban Dos Buenos Tipos (2016), no atinaba a elaborar una conclusión que fuese más allá de la simple y rigurosa realidad del axioma que se repetía en mi cabeza: “Dos Buenos Tipos es un peliculón”.

Shane Black es el hombre que reinventó las “Buddy Movies”, todas esas historias narradas a través de la imperturbable amistad de sus dos protagonistas, escribiendo magníficos guiones para algunos de los mayores exponentes del género hasta la fecha, como Arma Letal (1887) o El Último Gran Héroe (1993). Ahora, vuelve más en forma que nunca para retraernos al eterno microcosmos de la ciudad de Los Ángeles de los años 70, en el que sigue haciendo calor a pesar de que la Navidad se aproxime, los éxitos discotequeros de The Temptations continúan de moda y el mítico cartel de Hollywood Hills persiste en ruinas.

Holland March (nunca Ryan Gosling estuvo tan divertido) es un inmoral detective que bebe con la intención de olvidarlo todo menos su infelicidad y la fecha de cumpleaños de su hija Holly (fantástica Angourie Rice). La misteriosa desaparición de una muchacha y su relación con la muerte de la conocida estrella porno Misty Mountains hará que su camino se cruce con el de Jackson Healy (histriónica y gordinflona versión de Russell Crowe) un violento investigador que no necesita licencia alguna para rastrear y patear traseros si alguien requiere sus servicios.

Como ya hiciese en la maravillosa y autorreferencial Kiss Kiss Bang Bang (2005), su anterior trabajo como director, Black juega con las pautas argumentales propias del cine negro para abandonarse al entramado sociocultural de una época en la que la industria pornográfica funciona a la perfección como galería iconográfica, origen de conflictos “conspiranoides” y fuente de pistas y desencuentros absurdos. En esta explosiva coctelera, la química entre sus protagonistas hará que la complicidad contagie e invada en todo momento al espectador, gracias al intercambio constante de diálogos precisos y afilados, llenos de referencias surrealistas y juegos de palabras cargados de ingenio, mientras una cuidadísima banda sonora hace las delicias de los nostálgicos de la fiebre del sábado noche.

Es imposible no pensar en la doble sesión que conformarían Boogie Nights (1997) de Paul Thomas Anderson y esta maravilla atemporal que ha creado Shane Black, cuyo aroma a clásico se percibe desde el preciso instante en el que te deja sin palabras y, a cambio, con una enorme sonrisa en la cara.
Jesus Gonzalez
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6
15 de junio de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me da la sensación de que a Duncan Jones ha podido venirle muy grande su intrusión en el mundo de "Warcraft" (2016) y no porque sea mal director, sino porque sus anteriores trabajos, “Moon” (2009) y “Código Fuente” (2011), ocurrían en espacios reducidos y poseían repartos pequeños que le ayudaban a abarcar el género de la ciencia ficción de manera minimalista y, de paso, a camuflar unos defectos que ahora se vislumbran notoriamente en el claroscuro constante que supone la presentación de este gigantesco universo de Blizzard, con la dificultad añadida de que debe adaptar, desde la posición del blockbuster taquillero, un videojuego que ha sido capaz de robar madrugadas enteras a hordas ingentes de adolescentes, un público que podríamos considerar tan selecto como limitado.

El portal de entrada a lo que ya apunta como una nueva saga cinematográfica del género fantástico deja mucho que desear, sobre todo en los aspectos visuales y de producción, basados en demasía en el uso del croma, el CGI y demás efectos visuales artificiaros, que si bien funcionan al recrear a determinados personajes como el de Durotan (Toby Kebbell), el enorme jefe Orco del clan de los Lobos Gélidos, fracasan estrepitosamente en la presentación de escenarios, faltos de entidad, detalles y complicidad; así como en las escenas de acción, demasiado difusas como para causar la impresión que deberían.

Aun así, Duncan Jones se arriesga en la adaptación acérrima de la mitología Warcraftiana, lo que le honra y a la vez casi le condena definitivamente en los dos primeros actos de la película, durante los cuales los Orcos inician la conquista del pacífico mundo de los Humanos, trayendo consigo la guerra, el vasallaje y la muerte. El desenfreno toma las riendas narrativas del film para presentarnos a un sinfín de personajes de diferentes razas y culturas, sin tiempo para que el espectador asimile conceptos y elementos que, de otro modo, hubiesen resultado interesantes, sobre todo en lo que respecta a las tradiciones y creencias de los Orcos, tan ilógicas como pasionales.

Cuando la peli se asienta, aunque quizás tarde demasiado, se atisba un tenue rayo de esperanza, gracias principalmente a un trío protagonista que consigue sobrevivir a la indiferencia mediante pequeñas confesiones personales y grandes actos heroicos, destacando a Lothar (Travis Fimmel) el líder de los humanos tocado por la pérdida; Garona (Paula Patton) una orca mestiza inadaptada y rebelde; y a Khadgar (Ben Schnetzer) un inmaduro aprendiz de mago que huyó de su destino. Es entonces, en el clímax final del tercer acto, cuando de entre toda la oscuridad anterior, surge inexplicablemente la luz. Ya veremos en las posteriores secuelas, que seguro vendrán, si ese último y alentador fulgor merece verdaderamente la pena.
Jesus Gonzalez
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