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Colombia Colombia · Bucaramanga
Críticas de Andres Botero
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Críticas 322
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
28 de junio de 2021
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vi “J'accuse” (“El oficial y el espía”, 2019, Francia) dirigida por Roman Polanski [1933-] y escrita por el director junto con Robert Harris, autor británico, basándose en una novela de este último: “An Officer and a Spy” (2013). El reparto es de lujo: Jean Dujardin, Louis Garrel, Emmanuelle Seigner y Grégory Gadebois, entre otros. La película narra, desde un ángulo diferente, una historia que todo francés sabe: el aberrante proceso judicial por traición, a fines del siglo XIX, contra el capitán francés Alfred Dreyfus, judío, quien fue el chivo expiatorio del gobierno y el ejército para quedar bien ante la opinión pública, una vez se supo que había un espía dentro de la milicia que pasaba información al enemigo histórico: Alemania. Digo que es una historia narrada desde otro ángulo, porque no se centra tanto en Dreyfus ni en el escritor que hizo inmortal la canallada de la sentencia condenatoria, Émile Zola [1840-1902], sino en el coronel Georges Picquart, encargado de una unidad de inteligencia quien descubre al verdadero espía y lucha porque se declare la inocencia de Dreyfus. Hay que agregar que esta cinta ha merecido muchos premios como, por ejemplo, el gran premio del jurado y premio FIPRESCI en el Festival de Venecia (2019), tres premios César 2019 (mejor director, guion adaptado y vestuario), nominación a mejor filme, mejor director y mejor actor para los Premios del Cine Europeo (2019), nominación a mejor película europea en los Premios Goya (2020), entre otros.
Pasemos a los elementos estéticos: el filme es un muy buen producto, y no se espera menos de un director tan experimentado y reconocido. Destaca el excelente manejo de los detalles, no solo estéticos sino narrativos. Por ejemplo, se nota a leguas cómo se cuidan todos los aspectos en las locaciones y el vestuario. Agrego que el guion es muy interesante, y atrapa al espectador a la vez que lo conmueve ante tamaño acto de corrupción militar y judicial. Para concluir lo estético, la obra es más que correcta, aunque no es, ni será, la más importante del director.
Pero en lo que quisiera centrarme es en el tema político. En primer lugar, la película, que a su vez es fruto de una novela histórica, está bien narrada, aunque no podemos pedirles a dos piezas artísticas (la cinta y la novela) precisión ni mucho menos fidelidad con los hechos. Saber, entonces, qué tan apegada a los hechos ha sido la cinta es tarea imposible, a la vez que innecesaria; sin embargo, el filme logra narrar con gran destreza, afectando las emociones del espectador, un acto de corrupción militar y judicial que quebró la historia del estatalismo en Francia. Me explico mejor: durante todo el siglo XIX la ideología dominante señalaba que el Estado, al ser soberano y máxima expresión del contrato social, no podía ser cuestionado, moral ni jurídicamente, en sus actos (durante mucho tiempo se creyó que el Estado era inmune jurídicamente por ser soberano). En este sentido, cuando alguien cuestionaba al Ejército de inmediato se enfrentaba a la doctrina dominante que señalaba que el Estado y sus fuerzas armadas eran buenas y sabias per se.
No obstante, ante la injusticia del caso Dreyfus, una pluma altamente reconocida en su momento, Émile Zola, decidió no dejar que esto cayera en el olvido y, sabiendo que esto le saldría caro (incluso, hay quienes sospechan que su muerte en 1902 no fue natural sino orquestada por el Estado), escribió una obra, “J'accuse”, que además de exhibir la corrupción existente en su momento, de lograr que muchos de sus lectores entendieran que lo mejor para el Estado es denunciar sus hechos inmorales, cimentó un concepto que va a durar hasta nuestros días, el de “intelectual comprometido”. Zola reclamó que los intelectuales (entre los que él ubica a los artistas) no pueden quedarse con brazos cruzados ante el malestar de su época. El intelectual tiene un compromiso político con la transformación de su entorno y la denuncia de los hechos repudiables del poder. Sin embargo, en la obra que ahora reseño, el rol de Zola apenas es mencionado, pero aun así va al mismo punto: hay que volver parte de la memoria colectiva a las víctimas de la historia y del Estado, como una forma de evitar que situaciones como esas se repitan, y Polanski así lo hace con este filme.
En segundo lugar, muchos han querido ver que Polanski se ubica como un nuevo Dreyfus, una víctima judicial del sistema estadounidense, que lo acusa de diferentes delitos, como pederastia y violación. Realmente en la película no se infiere esto necesariamente, pero quedo con la duda de si el director se cree una víctima de la historia por esas acusaciones que recaen sobre él desde 1977, y si él quiso que la cinta fuese su forma de confrontar al poder judicial que lo acusa desde hace varias décadas. Al respecto, sugiero leer: https://www.efe.com/efe/espana/cultura/el-j-accuse-de-polanski-se-vuelve-en-su-contra-francia/10005-4109404
Ahora, sin duda alguna, el que vea el filme dejará de presumir ingenuamente que el Estado, sus fuerzas armadas y el poder judicial son buenos y sabios por naturaleza, pues gracias al arte y a los intelectuales, se han podido conocer algunos casos (de los muchos que ha habido) pero que han bastado para poner en duda el estatalismo y su positivismo ideológico (presuponer que la norma estatal, por ser el Estado soberano, es buena y sabia).
La recomiendo entonces, por sus detalles, su buena narración y, especialmente, sus aristas políticas, pues propicia reflexión y debate. 2021-06-28.
Andres Botero
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6
8 de abril de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vi “Wasp Network” (“Red avispa”, Francia, 2019) escrita y dirigida (como la mayoría de sus filmes) por el experimentadísimo director Olivier Assayas [1955- ], de quien he reseñado dos de sus cintas: “Après mai” (2012) y “Sils Maria” (2014). La música es mérito de Eduardo Cruz y la fotografía de Denis Lenoir y Yorick Le Saux. El reparto es de lujo: Edgar Ramirez, Wagner Moura, Penélope Cruz (aplausos), Ana de Armas, Gael García Bernal y Leonardo Sbaraglia, entre los más importantes. La película está catalogada como un thriller de espionaje, pero realmente es muy difícil ubicarla en uno de esos estrictos cajones del mueble que constituyen los géneros cinematográficos, pero de esto hablaremos luego. La obra es una reconstrucción libre de hechos reales: las pericias de René González (Ramírez), piloto cubano, quien a inicios de la década de los 90 del siglo pasado huye a EEUU y se infiltra, junto con otras personas, en los movimientos anticastristras que realizaron diversos actos terroristas para propiciar la caída del régimen comunista de la Isla, en pleno ocaso de la URSS.
Empiezo mi análisis, como es mi costumbre, con aspectos formales. El filme es de menor factura que las otras obras del director. En primer lugar, estamos ante una cinta que no se define claramente, tanto desde el género como en lo que atañe el hilo narrativo. Frente a lo primero porque tiene muchos elementos de varios géneros, cosa que puede estar bien hasta cierto punto, pero cuando pasa esa raya empieza a ser más caos que creatividad estética. Frente al hilo narrativo, porque si bien hay un mayor énfasis en la historia del piloto González y su familia, claramente hay demasiados temas que son mencionados en la película. Tantos hilos narrativos habrían dado un mejor resultado en una miniserie televisiva, donde pudieran tener más voz los otros protagonistas (y sus familias) de la historia de espionaje. Entonces, no cualquier cosa puede ser película, ni cualquier cosa daría para una serie. Este filme sería un buen ejemplo de lo anterior.
En segundo lugar, la apuesta del director de poner a un reconocido actor brasilero (Moura) en un papel de piloto cubano fue terrible. Nunca logró convencerme su interpretación, y para ello un ejemplo hasta risible: hizo la mayor parte de sus diálogos en inglés (incluso cuando su personaje hablaba con otros latinos). Sin embargo, Penélope Cruz destaca sobremanera, sin duda alguna la mejor actriz de la obra. Es solo ver cómo logra el acento cubano para darse uno cuenta de la calidad de esta experimentada actriz.
Pasando a temas de contenido, resalto cómo el director deja en claro la hipocresía de los gobiernos y los grupos inmiscuidos, aunque deja mejor parado al gobierno cubano, indebidamente (pues la violación de los derechos humanos a los opositores políticos es algo por todos conocidos). Esto se debe a que la cinta está basada en un libro del periodista brasileño Fernando Morais, quien cuenta la versión del gobierno de Cuba. Para equilibrar un poco la fuente sesgada, el director menciona un par de veces el tema de la opresión dictatorial que hay en la Isla; no obstante, lo hace de forma superficial y no incluye este elemento en el drama de fondo, como sí lo hace con el otro lado: la complicidad del gobierno de EEUU frente al accionar de grupos anticastristas que ejecutaron actos terroristas en la Isla financiándose con el tráfico de cocaína. Y aquí va mi reflexión: que la realidad siempre va más allá de las miradas maniqueas con las que estamos acostumbrados a mirar lo público, y estamos acostumbrados a ello porque esto es más fácil y acorde con nuestros deseos (como sea, queremos ver un mundo de buenos luchando contra malos). Esta mirada nos hace creer, por tanto, que si alguien es bueno, el que se le enfrenta es malo, y viceversa. En este caso, creo que al director le faltó mostrar la complejidad de la realidad y cae ante la costumbre. No retrata cómo las instituciones políticas y las organizaciones sociales, en su complejidad operativa, escapan a la visión de buenos o malos, para ser todos, unos en mayor medida que otros, buenos y malos, incluso, cuando parece que obras correctamente, cosa que es mucho más cierta en el concierto internacional y en el espionaje. Reconocer esa complejidad, donde víctimas y victimarios se entrecruzan continuamente, donde la línea de lo bueno y lo malo cede ante otras categorías como lo útil o lo inútil, es algo que le hace falta al filme y es una lección política para el espectador crítico.
Lo anterior me lleva a una tercera reflexión. El papel de los individuos cuando, por sus convicciones políticas, le dan la espalda a sus familias. La cinta plantea que hay personas que, por sus fuertes convicciones morales y políticas en defensa de su régimen, son capaces de hacer cosas en perjuicio de sus familias, de sus hijos. Es una mirada muy nacionalista y decimonónica de la política, pero muy poco convincente. El abandono de la familia, para cumplir un deber político, es algo que no genera la dramaticidad que se esperaría. El director opta por señalar que el abandono de la familia a su suerte se podía traducir ante las cámaras como un sentimiento de añoranza, pero me niego a creer que lo privado ceda tan fácilmente ante lo público, a menos de que estemos ante sujetos tan alienados que consideren que aquello es poca cosa ante los reclamos de su gobierno. Desde mi perspectiva, una buena obra de arte se habría quedado más en exponer ese drama fruto del choque entre lo privado y lo público (como lo hizo Sófocles con Antígona: ¿enterrar a mi hermano a pesar de la prohibición de darle un funeral por ser traidor?), en vez de esa mirada, tan poco creíble, del héroe que deja atrás a su familia, mintiéndole y tracionándola, por salvar a su país de los malvados terroristas atrincherados en Miami.
Andres Botero
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Nacido en Siria
Documental
España2016
7,2
414
Documental
8
18 de marzo de 2021
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vi “Nacido en Siria” (españa, 2016), dirigida por Hernán Zin [1971-], todo un artista comprometido, reportero de guerra, escritor y cineasta ítalo-argentino, quien ha hecho varios documentales en esta misma línea. El guion es fruto del trabajo conjunto de José F. Ortuño y el propio director. La música es mérito de Jean-Pierre Ensuque y Gabriel Yared, y la fotografía del director. Estamos ante un documental que le da voz a varios niños y adolescentes que huyen de la guerra de Siria e intentan ingresar a Europa, algunos con más suerte que otros, a pesar de todos los obstáculos, naturales y humanos, que se les cruzan (que van desde atravesar el mar en embarcaciones no aptas para ello, hasta enfrentar las mafias que se aprovechan de la miseria de los viajantes). En este sentido, un documental como este, que promete de entrada la descripción de una realidad ante la cual es imposible no sentirse afectado, lo estético cede de inmediato al efecto moral y político que se busca. Sin embargo, reconociendo que las formas estéticas no son la fuerza de la cinta, esta está correctamente elaborada. Hay, incluso, ciertas escenas que fueron bien pensadas, por lo que podrían ser calificadas como artísticas. Entre ellas destaco los primeros planos y las tomas lentas, que involucran al espectador en la triste realidad que se retrata.
Seguramente, por un contenido tan fuerte y unas formas correctas, es que este documental ha recibido varios premios y nominaciones, a saber: 2017, Premios Platino como mejor documental; 2016, Premios Goya, nominada a mejor documental; y 2016, Premios Forqué como mejor documental.
Pero, lo reitero, hay que centrarnos en lo que el director quiere de lo que narra, en este caso, la odisea (el viaje que merece ser recreado por los poetas y los rapsodas contemporáneos) acompañada de un triple lamento: no solo son tristes las condiciones de las que esos niños y adolescentes desean huir, sino también las que les toca asumir durante el viaje y, finalmente, los problemas que se derivan de la integración cultural y económica de quienes alcanzaron la meta (ser recibidos como refugiados) en los diferentes países europeos que los recibieron. Se trata pues de siete historias, siete viajes, en la que se narran las tres fases antes vistas (inicio, transcurso e integración cultural), fases que explican la dureza y la complejidad del desarraigo (mal llamado, en Colombia, como desplazamiento).
Aclarado lo anterior, quisiera llamar la atención sobre dos aspectos adicionales. El primero, la importancia de la narración del horror como una forma de afectar al público, esperando así, con ello, una formación moral y política del auditorio proclive a ciertas conductas que se consideran valiosas, en este caso: i) reconocer la complejidad del éxodo de refugiados sirios (el mayor visto en Europa desde la Segunda Guerra Mundial), lo que evitaría caer en los reduccionismos que políticos, casi siempre de extrema derecha, ofrecen a sus electores; ii) indignarse ante la pasividad de la comunidad de naciones ante una guerra fratricida, una que quedó en el atolladero, provocada por los intereses de dos potencias que, sobre los cuerpos de los civiles y los soldados, juegan ajedrez; y iii) humanizarse ante el dolor ajeno (empatía) que es la base de todo pensamiento moral volcado hacia el otro y su bienestar. En este sentido, este filme busca, claramente, por medio de la narración del horror (asunto que alguna vez trabajé junto con dos queridos colegas), su no repetición.
El segundo tiene que ver con los límites que este tipo de documentos visuales tiene en su pretensión de formación del auditorio. Una obra como esta, si bien es un potente motor, no puede mover por sí sola el coche. Esto explica por qué muchas personas se sentirán afectadas por lo que ven, pero pasadas algunas horas, volverán a sus vidas rutinarias, creyendo que nuestros problemas son fruto de la llegada de “otros” que amenazan nuestra paz, que nuestros problemas se extirparían con entregar cada vez más poder (y dinero) a los políticos que, para lograr ese cometido, deben vender miedo. Se requiere, entonces, una toma de conciencia, una autoformación que permita asumir con templanza el mensaje moral y político que se nos ofrece en este documental, con miras a cambiar, sino el mundo, por lo menos mi forma de relacionarme con él.
Por todo lo anterior, recomiendo este documental, aclarando, nuevamente, sus pretensiones políticas y económicas. 2021-03-18.
Andres Botero
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8
29 de enero de 2021
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Vi “Loreak” (España, 2014), dirigida y escrita por Jon Garaño y José Mari Goenaga, de quienes ya había reseñado un filme previo, “Handia” (“Aundiya”, 2017, España). La música es mérito de Pascal Gaigne y la fotografía de Javier Agirre Erauso (aplausos). El reparto está integrado por Nagore Aranburu, Itziar Aizpuru y Itziar Ituño, entre otros. La cinta narra la vida de tres mujeres, Ane (Aranburu), Tere (Aizpuru) y Lourdes (Ituño), quienes se entrecruzan en la rememoración de un hombre en común (el compañero de trabajo, el hijo y el esposo, respectivamente), a partir de las flores (loreak en euskera), unas que recibe Ane semanalmente de un remitente desconocido o flores que aparecen continuamente en el lugar donde murió aquel hombre, asunto que intriga a Tere y Lourdes. Ahora, estamos ante un drama (incluso, un melodrama) que brilla, desde mi perspectiva, por dos méritos: el primero un buen guion y el segundo una buena fotografía (por ejemplo, véase cómo se intercalan los tonos fríos y cálidos dependiendo del estado de ánimo de sus protagonistas). Me quedo con el primer mérito, destacando que logra un saludable equilibrio entre forma y fondo. La historia que hay detrás es tan sencilla como convincente en tanto provoca empatía. Es sencilla pues, si uno se pone a ver, el drama es manejado como algo cotidiano, algo que no parece propio para el cine, en especial porque, desde la distancia, no pasa nada, no hay desenlaces importantes; pero es, en últimas, una fábula entrañable que evoca el recuerdo, la pérdida y la tristeza con la que todos asumimos el día a día, casi siempre con la complicidad del silencio. A veces, uno se encuentra películas con historias muy deslumbrantes pero que no conmueven; aquí, estamos ante algo muy diferente, una historia sencilla, algo lenta, que conmueve dejando una sensación de desolación en el espectador.
Por lo anterior, esta obra invita a lecturas simbólicas e intimistas, más que políticas o iusfilosóficas, entre ellas la centralidad que tienen las flores y lo que ellas representan, no solo como lo que une las historias de las tres mujeres, sino también lo que atañe como metáfora del proceso que implicar florecer, de un lado, y no dejar que se marchiten las flores, de otro. Podrían hacerse cientos de lecturas, pero me llama la atención la de considerar que las flores, que siempre cruzan con el hombre evocado, son el resultado de un proceso de crecimiento y permanencia, y a eso se someten las mujeres en cuestión. Ellas florecen a pesar de los contextos que las doblegan, pero no para quedarse como decoración, sino para darse, pues en la cinta, las flores se entregan, se dan, constituyen dones que permiten la sociabilidad (la solidaridad, la economía social, las redes, etc.) en tanto que son recíprocos, en tanto son la base del intercambio, cosa que bien analizó Marcel Mauss. En este caso, el intercambio metafórico de las flores resulta en la construcción de redes de empatía entre mujeres que deben florecer, para luego ser, ellas mismas, dones en ese juego de dar y recibir que supone la microsociedad que se representa en el filme.
De allí la importancia de la educación de las emociones, una que destruya la visión que elogia la fría razón, pues son las emociones las que nos recuerdan lo humanos, lo demasiado humanos, que somos. Es la emoción, más que la razón, el fundamento de la sociabilidad, el de la moral, incluso, el del derecho, como bien lo recuerda Nussbaum trabajando la herencia filosófica del dúo escocés Smith y Hume.
Esta sí que es una cinta de emociones, intimista, metafórica, sencilla como entrañable. La recomiendo. 2021-01-29.
Andres Botero
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7
28 de enero de 2021
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Vi “The Wife” (“La esposa”, 2017, RU), dirigida por el sueco Björn Runge [1961-], que cuenta con una muy buena carrera filmográfica. El guion es mérito de Jane Anderson, quien a su vez se basa en la novela homónima de Meg Wolitzer. De la música estuvo a cargo Jocelyn Pook y de la fotografía Ulf Brantas. El reparto está integrado por Glenn Close (aplausos), Jonathan Pryce y Christian Slater, entre otros. La cinta se centra en Joan Castleman (Close), la esposa de Joe Castleman (Pryce), este último recién elegido para recibir el Premio Nobel de Literatura; pero Joan no puede más con su matrimonio, de un lado, y la duda sobre la autoría de la obra de Joe promete un escándalo que Joan debe manejar, del otro. La película es, claramente, un drama que, si no fuera por la gran actuación de Close, terminaría solo como una obra más, eso sí, limpia y cuidadosa, aunque algo adormilada. Dicho con otras palabras, Close toma este filme a todas luces correcto, y lo vuelve una cinta dramática impresionante. Por lo anterior se explica con facilidad que casi todos los premios y los reconocimientos fueron para Close más que para Runge y su equipo. Ahora, no es que Pryce lo haya hecho mal, pero el guion no estaba hecho para que su personaje compitiera con el de Close. Algo que podría mencionarse críticamente en relación con la forma como se narra el drama, tiene que ver con el uso excesivo de flashback (algo que está muy de moda ahora) y a ciertos desenlaces que volvieron predecible la trama sobre los derechos de autor, que si se hubieran manejado de otra manera habrían aumentado el suspenso.
En cuanto al contenido, quisiera referirme especialmente a dos cosas. La primera que atañe al título de la película y la segunda sobre los derechos de autor. En primer lugar, ¿qué ha sido ser una “buena esposa”? Joan, claramente, luchó por ser esa buena esposa en su contexto, al punto de hacer lo que fuese, incluso anularse, para casarse con su profesor y, luego, para que el matrimonio funcionase, pero cometió pecados (no necesariamente en un sentido religioso), por acción u omisión, que, podría pensarse, expía justo cuando su marido está en la cúspide de su carrera profesional. Tal vez, ese modelo de buena esposa, atravesada por el machismo de la época, le significaba a Joan hacerse con una imagen masculina que le hizo falta, pero no una imagen probable, sino una imagen construida desde la ausencia, desde el deseo insatisfecho. Por eso, está dispuesta a ser la buena esposa que, en su momento y lugar, significaba su autoanulación y convertirse en servidora de su enfermo y exitoso marido. Sin embargo, ya en otra época, Joan se rebela ante sí y ante su esposo, cansada de un amor (si es que era tal cosa, pues fácilmente sería un miedo travestido de dependencia emocional) que se volvió costumbre e, incluso, negocio. Esta rebeldía le implicará a Joan, ya madura, destruir esa relación conformista que había construido, pero por los acontecimientos que aquí no menciono para no dar un espóiler innecesario, termina nuevamente por ser esa buena esposa al protegerlo, finalmente, del escándalo, lo que sería, para muchos, algo propio de ser buena pareja, incluso en estos tiempos. En otras palabras, la obra permite cuestionar los moldes contextuales de lo que significó y significa ser una buena esposa, de forma tal que se propone una reflexión sobre el choque generacional al que se ven expuestas las mujeres mayores que les tocó un modelo pero que ahora viven otro que parte del rechazo ante la opresión a la que se habían acostumbrado, por creerla natural y honrosa.
El segundo aspecto tiene que ver con los derechos de autor, pero aquí debe detenerse el lector que no ha visto el filme, pues tendré que hacer un espóiler necesariamente. VER SPOILER.
En fin, el filme es técnicamente correcto (con una iluminación y planos acertados), pero descuella por la actriz protagónica. La historia es predecible, aunque el drama está a flor de piel. La recomiendo entonces y, perdón nuevamente, por el espóiler. 2021-01-28.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Andres Botero
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