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España España · Cinecittà
Críticas de Xavier Vidal
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Críticas 640
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
5
13 de octubre de 2019
17 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Gerardo Herrero, pese a ser uno de los cineastas más prolíficos del panorama nacional, apenas ha aportado un par de títulos estimables. El asesino de los caprichos incide en el amor del cineasta por el thriller, el género que más ha cultivado en la última década. A partir de un libreto de Ángela Armero (que parece la adaptación de una novela superventas), Herrero, a diferencia del carácter ibérico de los últimos Sorogoyen y Arévalo, convoca gran parte de los clichés del noir norteamericano (mujeres uniformadas con comportamientos masculinos, cierta esencia de buddy movie, etc.), una fórmula que recuerda a policíacos de tiempos pretéritos. La película, como resultado, apela a una narrativa desfasada, incluso en aspectos técnicos ya superados (véase las escenas en la azotea, con un uso del croma que clama al cielo). Una buena idea lastrada por la incapacidad de sus responsables por ir más allá de lo evidente. Entretiene moderadamente, con instantes de humor involuntario y un reparto que, pese a su oficio, no puede salvar el conjunto de la más absoluta medianía. Será mejor que Herrero se limite a producir obras de otros y deje de dirigir "a capricho".

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Xavier Vidal
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7
13 de octubre de 2019
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo que arde se articula a partir del paisaje: así lo demuestra el arranque del filme, con las imágenes de un buldócer arrasando un bosque en plena noche. La magnificencia de la naturaleza domina y de alguna manera devora a los personajes, incluyendo a Amador, un pirómano que regresa a casa con una serenidad trémula, como si en sus adentros siguieran vivas las ascuas del pasado. Laxe narra en voz baja, sirviéndose de expresiones mínimas y recursos inusuales en el cine español: casi ningún realizador de nuestro país se atrevería a usar música clásica, el tema Suzanne de Leonard Cohen o un elaborado entramado sonoro para reproducir la fuerza bella, primigenia, a la postre virulenta, de la orografía gallega. También consigue con un guion mínimo pero exacto, con planos de tempos y semánticas precisas, reproducir el carácter tosco, esquivo y desconfiado de unos seres que viven conectados a sus raíces a la par que alienados. Hombres parásitos, a imagen y semejanza de esos eucaliptos que no dejan crecer ninguna hierba a su alrededor. El resultado son ochenta y cinco minutos que debaten sobre nuestro posicionamiento vital, social e incluso político en un orden natural superior, regido por el poder creador y destructor de los elementos, fuego incluido. Al final importa poco si Amador es el responsable del incendio que cierra la película, tampoco interesa bucear en las profundidades de su mente, probablemente carcomida por el dolor de culpas propias y ajenas. Para Laxe, la presencia humana en la superficie terrestre es poco más que un accidente. Un árbol ínfimo en el horizonte. Un misterio insondable. Y ahí es donde Lo que arde prende llama y quema como el cine de Erice, como el Tasio de Armendáriz, como ese novísimo cine gallego, crepuscular y atemporal, entre la ficción y el documental (Trote, A esmorga, Trinta lumes), que encuentra aquí su "lumbre cumbre".

@Cinoscar & Rarities
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Xavier Vidal
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Sesión salvaje
Documental
España2019
6,9
1.496
Documental, Intervenciones de: Javier Aguirre, Simón Andreu, Paco Cabezas, Carmen Carrión ...
7
6 de octubre de 2019
18 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Amenábar argumentaba a colación de Mientras dure la guerra que la sociedad española tiene un conflicto con sus símbolos nacionales. Si el cine, además de ser una industria, ostenta el estatus de símbolo, por representar la idiosincrasia y las evoluciones de un país, documentos como Sesión salvaje bien merecen figurar en la lista de visionados obligatorios en institutos, escuelas de cine y alrededores. En apenas 80 minutos, Paco Limón y Julio César Sánchez condensan una ingente cantidad de películas que dicen mucho, o muy poco, de lo que somos y fuimos. Se reivindica, en síntesis, el western, el terror, la ola quinqui, las obras del Destape y la mal llamada "españolada", todo con las dosis justas de nostalgia y crítica. El metraje avanza frenético: hay mucho que contar y sus artífices hacen gala de un entusiasmo superlativo, siempre contagioso. El resultado es un viaje de fotogramas, entrevistas y efemérides desde la censura franquista hasta la Transición, un gozo absoluto que el espectador puede y debe completar visionando todos los títulos que se citan (algunos, míticos; otros, sumamente desconocidos). Nos sumamos al sentido comentario de Ángel Sala en la proyección en el Auditori del Festival de Sitges: nuestra ficción y sus gentes se merecen muchos más filmes como Sesión salvaje. También nuestros símbolos: por eso Sesión salvaje sabe a reconciliación, a justicia poética, a estudio de un pretérito que debemos preservar.

@CinoscaRarities
Xavier Vidal
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7
2 de octubre de 2019
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de una recuperación, remasterización y reivindicación tardía, el Festival de Sitges 2019 acogió en calidad de evento la proyección de Cuando fuimos brujas (The Juniper Tree), una de las películas islandesas más desconocidas, si bien la presencia en su reparto de la cantante Björk la ha visibilizado en determinados espacios de internet en los últimos años. Con la cara lavada y en pantalla grande, Cuando fuimos brujas presume de un blanco y negro bellísimo y una atmósfera mítica y mística que recuerda al cine de los tótems del audiovisual nórdico.

Al morir su madre, tachada de bruja por una sociedad que nunca vemos en imágenes, dos hermanas se trasladan al corazón de la Islandia desértica y salvaje junto a un hombre viudo y su hijo. La confluencia de distintas dimensiones (la feminidad y la masculinidad, lo mágico y lo terrenal, la fiereza de los mayores y la inocencia de los pequeños), además de la impronta del paisaje, confieren a Cuando fuimos brujas una personalidad única, con una historia que bascula entre la misoginia y el feminismo.

Sus profusas pausas en forma de fundidos a negro y su apego por la cuentística y el folklore musical suman atractivos a una película tan apocada como imponente, dirigida por una cineasta norteamericana, rodada a trompicones en 1986 y estrenada en el escaparate de Sundance en 1991. Un título importante más allá del (re)conocimiento de esa (contra)figura del pop que es Björk, aunque el fan entregado encontrará muchas conexiones entre Cuando fuimos brujas y el universo de la artista: ahí están los videoclips de Jóga y Bachelorette o los personajes que subyacen en las letras de Isobel o Hyperballad.

@CinoscaRarities
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Xavier Vidal
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10
10 de agosto de 2019
67 de 103 usuarios han encontrado esta crítica útil
Drama, comedia negra, thriller criminal, ciencia ficción, distopías, apocalipsis, monstruos... En su fusión de estilos, la filmografía del surcoreano Bong Joon-ho ha encontrado una vía de reflexión y espectáculo gozoso, fetiche cinéfilo y admiración crítica, al alcance de muy pocos directores. Ese estatus, también la disertación de temas habituales como la alienación y la lucha de clases, alcanza ahora en Parásitos una cima muy estimulante. Nunca antes los giros de Joon-ho habían resultado tan ingeniosos como, a la postre, cargados de sentido. Tan irónicos como trágicos. Imprevisibles y al mismo tiempo plausibles.

La prole protagonista, como chinches tras una fumigación, salen de las catacumbas de una casa cochambrosa para eclipsar la rutina de otra familia, mucho más adinerada. La fascinación y el poder que unos ejercen sobre otros hará que entre los personajes se produzca una inversión de roles y una invasión de espacios, con el sótano como lugar literal y metafórico de un orden social crudelísimo. Todos, trepas y caprichosos, sujetos a su pesar a los designios de un guion que, como la vida misma, resulta azarosa. "El plan es que no hay plan", dice el patriarca tras un diluvio universal que le recordará su naturaleza. Lo que no sabe es que, por el camino, el hombre, convertido en insecto, ha olvidado su condición de ser humano.

Joon-ho mantiene la atención del espectador, incrementa su tensión, no defrauda a la hora de desarrollar su clímax y nos regala un epílogo triste que, sin ser redentor, defiende la unidad familiar como base para sobrevivir y subvertir la insensibilidad capitalista de nuestros tiempos. Así, entre la sátira y la pesadilla, con malicia y sin arrogancia, Parásitos queda legitimada como la película más completa y compleja del genio surcoreano, porque aprovecha las posibilidades del género y a la vez se compromete con la realidad, oriental u occidental, que nos circunda. Es cuestión de tiempo que Joon-ho arrase con los premios y las taquillas que se le antojen. Parásitos es una bomba fílmica que se sufre y disfruta en todas sus detonaciones. Obra mayor, probablemente maestra.

@CinoscaRarities
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Xavier Vidal
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