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España España · Palma de Mallorca
Críticas de Robert Denigro
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Críticas 217
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
1
2 de febrero de 2024
448 de 675 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo más raro del director Yorgos Lanthimos no son las rarezas de sus películas sino la forma en que su cine ha evolucionado desde una interesante perversión a una aburrida extravagancia. El punto de inflexión de este cambio llegó con "La favorita". Hasta entonces sus películas se movían dentro del género fantástico. Eran películas europeas para minorías. Pero "La favorita" era una película de época, de corte clásico y sobre todo feminista. El poderoso imperio del "me too" no pudo evitar postrarse a los pies de una película que hablaba de reinas díscolas de sexualidad no normativa. Oliva Coldman ganó el Oscar. Lanthimos despegaba hacia el olimpo de Hollywood amparado por el más eficaz sortilegio para embaucar al público: el feminismo.

“Pobres criaturas” también tiene el feminismo por bandera. La actriz Emma Stone interpreta a Bella Baxter, una joven que tras morir ahogada es revivida por un siniestro doctor. Bajo su tutela Bella va creciendo a medida que su mente atrofiada asimila con apetito curioso el comportamiento humano.

Pero esta nueva adaptación del mito de Frankenstein tiene muchas trampas. “Pobres criaturas” es, de nuevo, una excusa para el manifiesto feminista. Un discurso sobre la mujer fuerte, independiente y liberada. De lo que no ha logrado liberarse este modelo de mujer es de la belleza. La protagonista es el primer Frankenstein sin cicatrices. Una criatura de rostro perfecto y sexualmente atractiva. Porque el asunto va de sexo y una mujer fea no es buen reclamo.

Bella descubre pronto que meterse frutas y verduras en la vagina proporciona placer. A razón de esta lógica también descubre, en un burdel parisino, que la prostitución es una magnífica forma de ganar dinero y buenas fornicaciones (según sus propias palabras). Al parecer la clave del triunfo femenino es mantener una práctica sexual promiscua, diversa y continuada. Algo así como una dieta mediterránea del coito. Tal vez Bella aprende álgebra, filosofía o los ríos de Europa, pero todo eso queda fuera de la vista del espectador. La película se centra en el sexo como valor indispensable del empoderamiento.

Lo peor de “Pobres criaturas” no es su sexualidad histérica sino la falta de empatía de su protagonista. Bella es un ser profundamente antipático. No hay en ella ni un ápice de amor ni cariño. Bella observa el mundo como un robot, almacena datos y aprende, pero no quiere a nadie. La impertinente novedad de “Pobres criaturas” no es su sexualidad hipertrofiada sino la proclamación de un mundo gobernado por el capricho individual. Un mundo egoísta que se mueve por el placer inmediato. Un lugar donde podemos masturbarnos en público, vomitar en público y tratar con desprecio al prójimo. Un mundo sin pudor ni intimidad. Sin respeto ni educación. Bella es guapa pero sigue siendo un monstruo por dentro. Si Bella es el ejemplo a seguir entonces estamos glorificando la falta de humanidad. Porque follar sabe hasta el más tonto.
Robert Denigro
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8
28 de enero de 2024
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Antes de nada: impresionantes las localizaciones de "Dogman". Una urbanización playera decadente, como un gran esqueleto enterrado en la arena. Cemento y hierro oxidado más cercano a la estación nuclear de Chernobil que del colorido Benidorm. Una ruina fascinante en la que podría perder mi mirada sin atender al argumento de la película. ¿Estamos realmente en el planeta Tierra o en Marte?

Por lo demás una película magnífica que actualiza con maestría el mito de David y Goliat. El italiano Mateo Garrone, director de la violenta "Gomorra", vuelve a colocar a su país en el tanatorio. Una Italia comatosa que no aparece en las guías. David y Goliat en un páramo polvoriento como aquellos pueblos sin nombre de los westerns italianos. Un elegante homenaje a Sergio Leone.

"Dogman" es una joya escondida, aplaudida por la crítica pero olvidada por el público. Una alegoría sobre el final del turismo de masas y sobre la condición humana como jauría de perros rabiosos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Robert Denigro
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8
25 de enero de 2024
57 de 76 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay algo muy contradictorio en el nazismo. Su oscura mecánica de muerte pretendía construir una sociedad luminosa. Los nazis no eran bárbaros sino que defendían la ciencia y la razón. Resulta incomprensible que el mayor genocidio de la historia se perpetrara desde el imperativo de la civilización. Por eso muchos pensadores siguen buscando respuesta a semejante aberración. El filósofo Theodor Adorno y la escuela de Fráncfort investigaron a fondo las causas del Holocausto. La herida fue tan profunda que algunas corrientes sionistas consideran, todavía hoy, que no se puede hablar del Holocausto. Una especie de respetuoso tabú destinado a sacralizar el trauma. Porque intentar explicar semejante atrocidad es imposible.

La grandeza de “La zona de interés” es precisamente este cuestionamiento ético sobre la forma de abordar un asunto tan sensible. La película, basada en la novela de Martin Amis, narra el día a día del coronel Rudolph Hoos durante su jefatura en el campo de exterminio de Auschwitz. Pero la película no muestra el Holocausto sino la vida de la familia Hoos en la villa que ocupaban a escasos metros del campo. El director Jonathan Glazer cancela la representación del Holocausto al tiempo que dirige la mirada del espectador hacia lo anodino. La cámara de Glazer acompaña los movimientos de la familia Hoss dentro de la casa. Vemos a la familia reunida para desayunar, a los niños jugar en su habitación o al matrimonio paseando entre los rosales del jardín. La vida es perfecta en el lado bueno del muro.

La pantalla queda dominada por la banalidad doméstica y el horror queda en el fuera de campo. En la película no aparece ningún nazi malvado ejecutando reclusos, ni judíos esqueléticos hacinados en sus barracones. “La zona de interés” evita el emocionalismo exagerado de las películas sobre campos de concentración, pero provoca un malestar aséptico. No podemos ver el Holocausto pero podemos sentir su presencia al igual que escuchamos el susurro siniestro de la valla electrificada. En algunas escenas las chimeneas de los crematorios asoman al fondo del plano. También los gritos de los reclusos rebasan los muros.

El debate moral ya no apunta al Holocausto sino a su representación. El acierto de Jonathan Glazer es contar las cosas sin contarlas. El Holocausto cobra más fuerza precisamente porque no se ve. Una ausencia que instala la culpa en la conciencia del espectador. Todos sabemos lo que ocurre al otro lado del muro, pero como estamos en el lado bueno es muy cómodo mirar para otro lado. A la familia Hoss le ocurría lo mismo.
Robert Denigro
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8
30 de diciembre de 2023
9 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sin duda "La sociedad de la nieve" es la película definitiva sobre el accidente aéreo de los Andes. Tal vez, incluso, la película definitiva de Juan Antonio Bayona. El director se enfrentaba al reto de recuperar el interés del público por un suceso muy manoseado por los medios de comunicación. Todos hemos visto un documental o un programa en televisión sobre aquel joven equipo de rugby atrapado en las heladas cordilleras de los Andes tras caer su avión de camino a Chile. Una tragedia que, conociendo el triunfal desenlace, no habla tanto de la muerte como de la grandeza del ser humano. Una vital exaltación del espíritu de lucha que muchos ya califican como "El milagro de los Andes".

En los años 90 la película "Viven" popularizó el accidente, convirtiendo una tragedia nacional en una epopeya mundial. "Viven" era una película muy entretenida pero con un enfoque superficial. Era, más bien, una aventura para todos los públicos. Es muy probable que las carencias de "Viven" animaran a Bayona a retomar el proyecto para explicar la tragedia con mayor profundidad.

"La sociedad de la nieve" es mucho más física y sensorial que su antecesora. Vistas ambas películas es inevitable hacer comparaciones, en especial el aspecto técnico que actualmente permite unos apabullantes efectos sonoros y visuales. Por no hablar de una magistral fotografía de intensos claroscuros. También el acertado uso de grandes angulares sobre planos muy cerrados que deforman los rostros ofreciendo imágenes casi expresionistas.

Bayona consigue una película cruda y descarnada que acerca al espectador el frío y la asfixia de las víctimas. El compromiso del director con el realismo es intachable. Sirva como ejemplo la magnífica escena de las fotografías. Un superviviente encuentra una cámara de fotos entre los restos del avión y con ella decide retratar a sus compañeros. En esas fotos, aquellos náufragos de la montaña aparecen encaramados sobre fragmentos del fuselaje o desparramados en la nieve, exhaustos y harapientos, algunos gravemente heridos. Muchos sonríen a la cámara intentando olvidar el horror que les rodea, pero aquel forzado optimismo es incapaz de alejar la presencia de la muerte. Bayona reproduce esas imágenes con una fidelidad magistral. Se hace difícil adivinar si aquellas instantáneas son parte de la ficción o por el contrario imágenes reales de archivo.

Personalmente nunca he simpatizado con el cine de Bayona. "El internado" me pareció afectada; "Lo imposible" pequeña en relación a la magnitud de la catástrofe; "Un monstruo viene a verme" empalagosa y la serie sobre "El Señor de los Anillos" un desastre. Sin embargo "La sociedad de la nieve" es prácticamente perfecta. Las colas ante las taquillas de los cines lo confirman.

Si algo hemos aprendido con el suceso de los Andes es a no perder nunca la esperanza. Paradójicamente en aquel valle de muerte se reencontraron con la vida. Y si me permiten la licencia poética tal vez entre los restos de aquel avión sigue aguardando un último tesoro: el Oscar de Hollywood. Es temporada de premios. Al igual que los protagonistas esperaremos fumando.
Robert Denigro
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6
24 de diciembre de 2023
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Durante el apogeo de la postmodernidad el filósofo Omar Calabrese presentó un ensayo sobre estética llamado "El Neobarroco". El libro hablaba sobre una época recargada, fragmentada e hiper-saturada. Entre los muchos ejemplos el libro mencionaba la película "Alien, el octavo pasajero".

"Cazador del espacio", con producción de Ivan Reitman, es una clara representante del neobarroco. A medio camino entre Star Wars y Mad Max, la película se hace fuerte en un admirable diseño de producción. Unos decorados abigarrados que por sí mismos llenan la pantalla con su estrafalaria cacharrería.

El argumento ya es otro cantar. La película arranca con el naufragio de un crucero espacial. Una secuencia que debería resultar dramática pero que la película despacha con unos planos de corcho-pan montados deprisa y corriendo. A tenor de este inicio queda claro que la ingenuidad será la constante narrativa.

Una película sin pretensiones y muy entretenida donde la relación entre Peter Strauss y Molly Ringwald bien pudiera recordar el galanteo vacilón entre Han Solo y la Princesa Leia. No hay en "Cazador del espacio" nada original, más bien es la reafirmación de la estética de su tiempo en un subproducto de serie B. El plagio y la repetición seriada también es característica del neobarroco. Reconozcamos, sobre todo, que la ciencia ficción de los años 80 nos transportaba a universos mucho más verdaderos y físicos que lo falsos efectos digitales del cine actual.
Robert Denigro
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