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Seychelles Seychelles · Coldwater
Críticas de TPA
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Críticas 57
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
27 de octubre de 2012
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
No acaba de ser confortable el visionado de Una vida mejor, la última película del francés Cédric Kahn, por su irregular estructura, su trama imprevisible, y sus protagonistas, con los que resulta harto difícil empatizar. El de Kahn es, de hecho, un film atípico que habla de algo que todo el mundo conoce –vidas difíciles en contextos difíciles– con un lenguaje propio e inusualmente valiente, poco inclinado a lo convencional aun tratándose de un melodrama contemporáneo. La historia empieza acelerada, a ritmo allegro; del chico conoce a chica pasamos casi sin darnos cuenta a una relación con proyectos e ilusiones mutuas, y una vez allí la narración deviene calma, intimando progresivamente con los principales personajes y exponiendo un día a día tan duro como por desgracia actual.

Visto y no visto, todo se enreda y allí es donde se supone que Kahn quiere llegar. El proceso de desmontaje de una unión ya de por sí inestable y los pequeños matices en ella, tan incómodos de relatar como agradecidos –por insólitos– de ver en la pantalla, transcurren ante un espectador que no sabe qué esperar ni en qué referencias escudarse, errando entre títulos tan dispares como Los 400 golpes (François Truffaut, 1959) y Soul Kitchen (Fatih Akin, 2009). Todo ello se sostiene, además, gracias a la acertada composición de unos caracteres desacomplejados y tridimensionales; los tres protagonistas respiran realidad, y con ella convicciones y contradicciones, y son perfectamente factibles, con sus precedentes y sus experiencias. Y es que no existe en Una vida mejor piedad cinematográfica ni tampoco ensañamiento, sólo una descripción recia y constantes baños de actualidad en la Francia menos vistosa, donde las ilusiones no tienden a colmarse y los golpes de suerte a lo Intocable ni se contemplan.

Cinematográficamente hablando, la obra de Kahn es áspera, difícil de estimar por lo distante que se presenta ante el público. A la independencia de sus personajes, fantásticamente interpretados por Laurent Cantet –premiado por su actuación en el Festival de cine de Roma–, Leïla Bekhti i Slimane Khettabi, le sigue la ambigüedad de su naturaleza: no es una película llorona, tampoco risueña, ni tan siquiera entretenida en el sentido más cinematográfico, pero aun así es altamente satisfactoria de ver, y deja mella, esperanza sin pirotecnias y sonrisa serena.

Lo mejor: es imprevisible y atípica en el mejor sentido.

Lo peor: su realismo puede resultar poco atractivo.

[Tupeli.es]
TPA
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5
27 de octubre de 2012
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Siempre es positivo que un cine a menudo tan restrictivo como el de las grandes productoras de Hollywood centre sus focos en temas menos explorados, a veces por supuestamente incorrectos, a veces por poco atractivos, etc., como en este caso el amor y el sexo en la tercera edad, periodo vital que, por pudor o incomodidad, difícilmente se relaciona con lo erótico. Si de verdad quieres… asalta este tema de pleno, y lo hace con un segurísimo paracaídas llamado Meryl Streep y un enorme colchón llamado Tommy Lee Jones. Todo un dúo dinámico que asegura casi cualquier jugada, más aún cuando ésta, aunque atípica, se respalda en un guión calculado para la aceptación general, entre lo entrañable y lo ligeramente picaresco.

David Franckel dirige a estos dos titanes, los sitúa a escala humana y los enfrenta a disyuntivas terrestres y clásicas, como la vida en pareja después de más de treinta años, fácilmente rutinaria y empujada por pura inercia, o la progresiva pérdida, o no, del apetito sexual. Reaccionan los protagonistas como se espera de ellos; actuaciones francas e irreprochables que dan vida a dos prototipos de un estilo de vida y una etapa concreta seducen al respetable con unos registros bien llevados pero anclados en lo tópico. El patriarca de fácil refunfuño y emocionalmente impermeable y la mujer dócil y apocada con espontáneos ramalazos de carácter pretenden ilustrar una supuesta tónica general, lanzando además un mensaje que invita por igual al optimismo y a la estoicidad en los momentos difíciles de la pareja veterana.

Obvia el film que sus varemos son los correctos trazando caracteres, comportamientos y moralejas de manual, pretendidamente transversales pero probablemente fallidos. El amor y el sexo quedan aquí lejos de cualquier percepción moderna; tanto lo que describe como la forma en que lo enfoca pertenecen a una mentalidad y una moral muy concretas, propias del cristianismo más tolerante y comprensivo pero nunca desprendidas de éste. Su trasfondo conservador –o tradicional, si se quiere– y totalmente occidentalizado impide que las cuestiones universales que plantea –el sexo, sí, pero también la estima y la extroversión en la tercera edad– sean extrapolables a un ámbito más global, no sólo en el sentido geográfico, también en cuanto a edad. Así es que, efectivamente, esta historia de sexo y terapias conmoverá a un público más reducido de lo que quisiera, dejando al resto frío, solamente amparado por las tablas de unos actores extraordinarios e indiscutibles.

Lo mejor: el duelo Streep versus Jones.

Lo peor: es menos global de lo que pretendía.

[Tupeli.es]
TPA
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5
27 de octubre de 2012
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
A nadie le pasa por alto que Nicolas Cage no está en su mejor momento de forma, y en Contrarreloj se confirma esta tendencia, que si bien parece que no afecta demasiado a su condición de celebridad a quien los encargos nunca le escasean, sí que se deja ver en la calidad de sus últimas actuaciones. Ya sea versión Motorista Fantasma o caballero En tiempo de brujas, lo cierto es que Cage se ha dedicado últimamente a lo menos atractivo del hit parade hollywoodiense, dividiendo al personal entre quienes lo consideran un actor malogrado y quienes por el contrario lo ven más bien sobrevalorado. Bien distinto es el caso de Simon West, realizador especializado en la acción más bien impersonal de la talla de Lara Croft: Tomb Raider (2001) o The Mechanic (2011) que sin embargo sí que ha sido recientemente valorado por sus Mercenarios 2, película que festeja la acción por la acción con la pirotecnia más pasada de vueltas, y hasta cierto punto autoparódica, de los últimos tiempos.

Ambos encabezan la lista de nombres propios responsables de Contrarreloj, thriller callejero que como su nombre indica transcurre a toda prisa sin plantearse siquiera una pausa. West y Cage ruedan una película principalmente espitosa a la que parece que le falte el aliento para explicarse; avanza el metraje a ritmo de videoclip chorreando testosterona por los cuatro costados, nonstop de leches y diálogos de tres frases. Más allá de algunas escenas de acción –principalmente la inicial–, el resto del film es todo peso pluma, desde la fotografía hasta las actuaciones, el guión o la banda sonora. La apocada ambición de lo último de West se ve ya con el argumento: un ladrón de guante blanco (Cage) es encarcelado por la FBI, y ocho años más tarde sale con la intención de ser mejor persona y padre… pero los fantasmas del pasado volverán para hacerle la vida imposible, deviniendo un save the princess infinitas veces visto que ya este año habíamos revisitado con la agraciada producción francesa Cuenta atrás (Fred Cavayé, 2010). Sólo la cochambrosa guarida de la doncella y su pulgoso y desquiciado antihéroe –mención especial a un Josh Lucas más que digno– se desmarcan del tópico más manido.

Sea como sea, no se puede negar la calidad de Simon West como animador de horas-y-media domingueras, dotando siempre a sus películas de suficiente pólvora como para que el tiempo pase volando. Y aunque esta última producción sea una irrisoria aportación al cine por sus escasas aspiraciones artísticas y nula originalidad, no puede negársele su franqueza en tanto que película de acción al uso, ni decepcionante ni insatisfactoria para cualquiera que busque noventa minutos de puro y llano entretenimiento adrenalínico.

Lo mejor: Josh Lucas, ojeroso y hecho polvo, le da un punto hasta cómico a la trama.

Lo peor: las escenas finales, cogidas por los pelos.

[Tupeli.es]
TPA
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7
27 de octubre de 2012
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las películas de Woody Allen siempre se han definido por su libertad textual, de guiones dinámicos y dialéctica perspicaz que excusan tramas a menudo simples y a menudo reiterativas. El tiempo de dormilones, repúblicas bananeras e incógnitas sexuales ha pasado, también el de historias sencillas que devenían extraordinarias porque el Allen inspirado seducía al espectador embriagándole con su peculiar humor, con el que bombardea cual rapero desatado todos los diálogos del metraje. Y es que como todo artista, Allen ha pasado por varias épocas, y la actual se adivina la más floja, quizás porque el director se ha relajado en demasiados aspectos, quizás porque, en tanto que figura consolidada, ya no tiene la necesidad de demostrar constantemente su ingenio, quizás porque Allen, como cualquier creador, ha perdido la frescura en sus trazos.

Resulta, sin embargo, que este último film de Allen es ya tan autoconsciente que, de perdidos al río, decide transcurrir sin excusarse en absoluto y divaga cuanto quiere sin mediar explicación. Ha llegado un punto en el que el director ya no tiene ningún reparo en mezclar lo absurdo con el supuesto realismo; lo veíamos ya en Midnight in Paris y lo vemos más aún en este nuevo fascículo de la inacabable colección del director neoyorquino. Existe, no obstante, una gran diferencia entre las peripecias parisinas de Owen Wilson, Marion Cotillard, Rachel McAdams y compañía y este relato romano: mientras que en París el elemento fantástico era constante y casaba con la percepción de ciudad fascinante e hipnótica, en Roma lo fantástico es pura patilla, un elemento gratuito que, mira por dónde, ni molesta ni desentona. Más bien se agradece este descaro, y se digiere fácil, a la sonrisa o a la carcajada. Un consejero fantasma –o fantasma consejero–, o un fenómeno paparazzi paranormal se dan como si nada mientras el turismo yanqui y el folk italiano sintonizan con Roma en pos siempre del humor desenfadado y la alegre banalidad.

A Roma con amor sigue la estructura de los últimos filmes de Allen; varias caras conocidas con sonrisas de oreja a oreja y encantadas de encontrarse entre el elenco viven singulares experiencias que se entrecruzan, dignas del anecdotario de la ciudad. En este caso son Alec Baldwin, Jesse Eisenberg, Penélope Cruz y Roberto Benigni, entre otros, los que disfrutan de la fiesta que propone Allen y le otorgan ese glamur frívolo que no falta en ninguna de sus últimas producciones. Nada que reprochar en realidad al veterano realizador, que aboga de nuevo con éxito por su innato sentido de la comicidad, salvo las molestas y repetitivas bandas sonoras europeizadas, que parecen sacadas de un jukebox de tópicos y que más que agraciar fatigan.

Lo mejor: es una película ligera, agradable.

Lo peor: la constante musiquilla tipiquísimamente italiana.

[Tupeli.es]
TPA
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3
7 de septiembre de 2012
17 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine de José Luis Garci es conocido por, entre otras cosas, su conservadurismo formal, estéticamente clásico y argumentalmente debido, a menudo, a textos novelados de corte costumbrista y terrenal, lejos de lo fantasioso o alucinado. Desde Volver a empezar (1982) hasta Sangre de mayo (2008), pasando por El abuelo (1998) o Ninette (2005), todas las obras de Garci se definen por ello, y así lo hace también Holmes & Watson Madrid Days, nuevo trabajo que sigue esa estela y que aunque flirtea mucho más con la ficción pura y se permite destellos de imaginería e irrealidad, nunca deja de tener los pies en el suelo.

La llegada del detective más famoso de la Historia y su fiel acompañante Watson a la España de finales de siglo diecinueve la describe Garci con la misma seriedad con la que trataría a cualquier personaje real, a años luz por supuesto de las piruetas y fliperíos varios del bueno de Guy Pearce o las atrevidas reinvenciones de Mark Gatiss, Steven Moffat y su serie Sherlock. Aquí son Holmes y Watson los mismos ingleses respetables que Doyle describía en sus escritos, encarnados por unos solventes Gary Piquer y José Luis García Pérez que desfilan con solemnidad por el hipotético Madrid decimonónico. No obstante, hay algo en ese Madrid, y en fin, en todo el metraje, que no funciona, que empieza como un ligero temblor para acabar zarandeando todo el film. La capital española de finales de mil ochocientos se ve falsa, puro atrezo, disfraz manufacturado pero disfraz al fin y al cabo de una época y unas gentes que se ven impostados, poco creíbles. El Madrid de Holmes & Watson es como la Andalucía de Bandolera, decorado rígido y acartonado en el que todo está donde se supone que debería, y aun así huele a chamusquina y a telefilm. Y como su vertiente artística y sus decorados, tampoco funciona el guión, que en sus aspiraciones humanizadoras –Garci y Torres-Dulce ahondan en los aspectos más íntimos de la pareja británica; amoríos, principalmente– dispersan enormemente la atención de un público que no sabe hacia dónde mirar. La impermeabilidad sentimental de Holmes, la cohibida promiscuidad de Watson, se mezclan extrañamente en el argumento con las villanías del serial killer por excelencia, quien no conforme con las prostitutas londinenses se ensaña, presuntamente, también con las madrileñas.

No ayuda ésta dispersión como tampoco lo hacen algunos dejes casi subliminales, ya sea la conversación taurina entre los dos protagonistas o la aparición estelar de un Gallardón barbado en el papel del compositor Isaac Albéniz, además de algunos clichés bochornosos –el risueño revisor del tren, que canturreando demuestra lo alegre que es España, o la prostituta jerezana, analfabeta pero tan simpática, tan jubilosa–. No obstante, tampoco se arrugan Garci y Torres-Dulce a la hora de ser críticos con una clase alta madrileña en la que la corrupción es el pan de cada día, y es el mismo Holmes que la define como «oscura». Sea como sea, Holmes & Watson Madrid Days da la sensación de ser un film malogrado, que aun contando con los conocimientos de un gran aficionado a las aventuras del detective británico –Torres-Dulce pertenece a un club londinense dedicado a éste–, los decorados de un veterano bastamente galardonado –Gil Parrondo ha ganado el Oscar en un par de ocasiones, y tiene hasta cuatro Goyas–, un reparto más que notable y la dirección de José Luis Garci, ninguna de sus facetas llega a satisfacer plenamente.

Lo mejor: a pesar de sus deficiencias, es un film orgulloso y con personalidad.

Lo peor: la dirección artística y el guión, faltos de frescura.

[Tupeli.es]
TPA
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