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Críticas de La mirada de Ulises
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Críticas 114
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
8 de abril de 2014
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tener paciencia y esperar en la justicia divina o rebelarse con fortaleza ante una situación inmoral que clama al cielo. Ese es el dilema que atormenta al protagonista de "12 años de esclavitud", Solomon Northup, un hombre negro y libre que es secuestrado en el estado de Nueva York para después ser vendido como esclavo en el Sur. Entre la consternación y la indefensión, Salomon pierde su condición, su familia y hasta su nombre... pero no la dignidad ni la esperanza de recobrar su libertad y de reencontrarse con su familia. Aunque debe pasar por analfabeto y silenciar su pasado, aunque tenga que soportar humillaciones y torturas, aunque se le obligue a actuar contra su conciencia, Solomon es un hombre íntegro que entiende lo que son las leyes humanas y las divinas... y por eso espera el día en que la Historia haga justicia con tan lamentables barbaridades.

Al comienzo de la película, Steve McQueen nos advierte que la historia está basada en hechos reales, a partir de la autobiografía del propio Solomon publicada en 1853. Eran momentos previos a la Guerra de Secesión estadounidense y la cuestión esclavista/abolicionista estaba a la orden del día. En las plantaciones de algodón o de caña de azúcar y en las explotaciones de madera, los trabajadores de color eran considerados propiedad de sus amos... que les trataban como mano de obra sin derecho alguno o como mercancía para satisfacer sus propios instintos más primarios. Por esas difíciles y penosas situaciones tuvo que pasar Solomon, y dar muestra de aguante físico, de astucia e inteligencia, y también de personalidad y estabilidad emocional. En esa historia épica, McQueen consigue ir cargando poco a poco de tensión a su protagonista, mientras que un genial Chiwetel Ejiofor sabe transmitir con su semblante esa angustia creciente... y el espectador espera el momento en que las cuerdas se tensen demasiado y se rompan, como sucede a las del violín.

La fuerza de la historia y del guión es innegable, mientras que la estética realista hace que resulte muy dura y en ocasiones espeluznante. Se suceden momentos de crudeza como el azote hasta la rasgar la piel de la joven, con otros de angustia como el del ahorcamiento interminable, o de íntima dureza emocional como el de la carta (en un alarde fotográfico). De cualquier forma, se nos da mucha violencia y brutalidad solo suavizada con algún apunte de humanidad porque siempre hay algunos hombres buenos... también en el Sur, y porque una familia que le espera en un emotivo -aunque no demasiado- encuentro final. Por otro lado, la historia está bien contada en sus saltos temporales -buen trabajo de montaje- y mantiene un constante ritmo narrativo, mientras que el espectador sufre con Salomon al vivir su misma tragedia y encontrarse en la encrucijada de callar o gritar. La cuestión moral y la oportunidad de actuar se la plantea el protagonista y quien está sentado en la butaca... que no sabe cuál será el menor mal y hasta dónde se puede ceder.

Entre seres despiadados que descargan su ira con el látigo y su lujuria con cualquier indefensa jovencita -Michael Fassbender resulta creíblemente sádico y banal-, entre mujeres orgullosas que liberan sus celos y su vanidad con los más inocentes, entre capataces que arrastran un ego o un sentido de culpa que ahogan con el alcohol o con violencia... aparecen algunos individuos que aún creen en la humanidad, en la igualdad y en la libertad. Por otra parte, esa tensión social que se vive en algunos momentos cruciales de la Historia es acertadamente recogida en la película de McQueen, para trasladar ese universo en conflicto y lleno de paradojas a la cabeza de un Salomon que debe debatirse entre vivir o sobrevivir, entre velar por los de su condición o salvar los muebles de su casa. La película es una de las favoritas a los principales premios del año y, aparte de su buena factura técnica e interpretativa, tiene a su favor tratar temas de vital importancia y hacerlo con profundidad moral... y también de nadar a favor de la corriente.
La mirada de Ulises
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7
8 de abril de 2014
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
De Oriente vienen los Reyes Magos y también el mejor cine... o, al menos, el de mayor carga humanista y pureza narrativa. Además de las joyas llegadas de Irán, lo acabamos de comprobar con las japonesas "Una familia de Tokio" y "De tal padre, tal hijo", y ahora nos lo confirma la china "Una vida sencilla" de Ann Hui. Su historia es como la vida misma -de hecho es la historia real de uno de los productores-, una mezcla de momentos entrañables y duros, de situaciones de dolor y buen humor en los que se comprueba que se recoge lo que se siembra... durante toda una vida. Eso lo tiene muy claro Roger, productor de cine y soltero que se vuelca con Ah Tao cuando ésta sufre un ictus y pide ir a una residencia de ancianos (para no estorbar, aunque no lo dice). Durante sesenta años, esta anciana ha atendido cuatro generaciones de la familia trabajando como criada en su casa en Hong Kong... y no han faltado los momentos de tener que cuidarles en la enfermedad, de hacerles a diario sus platos favoritos o de ver cómo volaban del nido para triunfar en Estados Unidos. Ahora, llega el momento de que las tornas cambien...

Lo primero que llama la atención en esta pequeña obra maestra es la sencillez y limpieza formal para contar lo más básico y cotidiano de la vida. La cámara no se pierde en movimientos innecesarios que distraerían la quietud de las escenas, el tempo mantiene el tono parsimonioso que permite contemplar una vida llena de paz que se apaga, el montaje se sirve de la elipsis narrativa para llegar hasta pequeños acontecimientos en este epílogo familiar y no perderse por el camino, las notas de piano puntean con delicado lirismo una historia de amor y agradecimiento... No sobra nada y parece que todo es fácil e sin autoría, y eso porque la directora opta por desaparecer para sean los personajes quienes nos hablen. Y nos hablan de una vida de sacrificio y de entrega que ahora recibe su recompensa, de una criada que es elevada a la categoría de familia, de una mujer que lo dio todo con generosidad y que ahora ya no sabe dejar de hacerlo, de un joven que entiende que su lugar está junto a esa mujer que le enseñó a amar y a servir.

Nos adentramos en la residencia de ancianos y abundan las escenas de dolor, ya sea por la precariedad material o asistencial de los responsables, ya sea por asistir al declinar de unos instrumentos que dan sus últimas notas desafinando... pero que conservan un punto de humanidad, como termina demostrándonos ese viejo verde y conquistador. Desconcertada y confusa ante lo que ve, Ah Tao llega a la residencia y descubre un mundo nuevo que no había contemplado antes. Pero ella sabe mirar a lo profundo de esas personas discapacitadas, y por eso pronto comienza a comprenderlas y quererlas. Y, sobre todo, no quiere dar trabajo ni ser una carga pata nadie... porque siempre ha sido la servidora de todos. No está acostumbrada a ser el centro de atenciones, a ser objeto de regalos, a merecer el tiempo de los demás... Pero su labor durante sesenta años y ahora en la residencia no puede dejar de producir sus frutos, y por eso recibe todo el afecto que su mismo corazón encierra.

Magnífico -por no decir impecable- es el trabajo de Deannie Ip, cuya sola mirada llega cargada de exquisita humanidad y cuyas reacciones muestran tal grado de sensibilidad que el espectador no puede dejar de sentir simpatía y conmoverse ante lo que ve. Hay interioridad y tacto para ver lo que pasa en esas almas atribuladas por los años, y también trascendencia para saber o intuir que tras la muerte habrá un Dios que les espera y que les sigue cuidando, atento a su ordenador para no pedirles más de lo que puedan soportar. No faltan, por otra parte, los momentos de contenida y profunda emoción, sin necesidad de una banda sonora que los intensifique ni de diálogos forzados que expliciten los sentimientos, como tampoco faltan el fino y elegante humor o los instantes de dolor y tristeza... porque la vida se va, de manera tan silenciosa y sencilla como incuestionable, pero con la satisfacción de haber conocido a Ah Tao, porque nunca la muerte fue tan dulce ni la vejez fue tan sabia y ejemplar.
La mirada de Ulises
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6
8 de abril de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La crisis y los recortes amenazan el futuro de la revista Life, y su editor fotográfico Walter Mitty debe ocuparse de la portada del último número que saldrá en papel. El problema es que este joven al que con frecuencia se le va la olla pierde la fotografía que le envió el prestigioso Sean O’Connell, con lo que debe salir en su búsqueda por Groenlandia, Islandia, Himalaya... mientras trata de mantener viva la esperanza de ser correspondido por su amor secreto Cheryl. A medio camino entre la comedia surrealista y el drama de maduración personal, "La vida secreta de Walter Mitty" se nos presenta como un atractivo ejercicio visual y como una alocada y caótica narración. Su director y protagonista Ben Stiller se coloca en el epicentro de la historia para hacer volar su imaginación y llevarnos a un universo que nos recuerda al de Michael Gondry, con personajes inmaduros que parecen jugar ingenuamente con la vida y que esconden un serio problema de inadaptación a la realidad.

Porque la quintaesencia de la película no es la recuperación de esa fotografía, y ni siquiera la consecución de un amor que se persigue solo mentalmente. El quid de esta odisea personal es labrar un perfil para la vida -no tanto para la red social- que tenga el atractivo de la autenticidad, superar el estadio de infantilismo que Walter arrastra desde la muerte de su padre, dejar de soñar despierto y pasar a los hechos porque la realidad es más rica que la fantasía. En ese proceso de maduración, Walter tiene que aprender a "formar parte de ello", como le dice el fotógrafo que prefiere no capturar en su negativo al gato fantasma (un Sean Penn en un papel algo forzado en una trama cómico-fantástica). Es preciso abandonar la comodidad y mentira que permiten una imaginación exuberante para participar esforzadamente en la vida como un protagonista más. Ahí radica el secreto de la vida que Walter tiene que descubrir y hacia el que le guía el amor de Cheryl... incluso a distancia.

El poderío visual de la cinta queda asegurado por la espectacularidad de algunas escenas disparatadas, y también por los maravillosos parajes recogidos en esa aventura de alto riesgo. La curiosa combinación de imágenes fantasiosas y realistas hace que las autopistas de la narración sean tan anárquicas como la cabeza de su protagonista, que el espectador dé crédito a cualquier cosa que se le proponga y suspenda pronto la exigencia de rigor en el guión y de mesura en la puesta en escena. Todo es esperpéntico y absurdo, y nada conduce a ningún sitio que no sea la constatación de esa deficiencia emocional y de relación que arrastra Walter desde la infancia... y que se prolonga hasta la edad adulta con un muñeco o un monopatín.

Tanta acumulación y narcisismo -Stiller está en todos los platos- puede llegar a agotar al espectador, consciente de estar dando continuamente piruetas en el aire, de que al director-actor se le ha ido la olla... para decirnos solo que hay que encontrar la quintaesencia personal. Es cierto que también podría hacerse cierto análisis sociológico sobre la importancia de esos hombres grises que, con su labor pequeña y callada, sacan adelante la revista, el país... pero el tono de la película va por otros derroteros y por eso el desenlace no termina de convencer. Para quien no tenga excesivas exigencias y se contente con pasar el rato, la cinta cumple y entretiene por su tono simpático y entrañable, y quizá ayude a soñar despiertos y sacar alguna conclusión para la vida real... aunque es también posible que los excesos de las ramas impidan ver el bosque y que nos quedemos con un vitalista y vacuo ejercicio de imaginación.
La mirada de Ulises
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5
8 de abril de 2014
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Como si de una superproducción clásica hollywoodense o de un cuento de las mil y una noches se tratase, así nos presenta Philipp Stölzl su película "El médico", adaptación de la novela homónima de Noah Gordon. Rob Cole es un niño inglés que ve cómo su madre se muere sin que los "barberos" (médicos) del siglo XI puedan hacer nada para evitarlo. A partir de esa experiencia, el pobre huérfano siente que posee un don que cultivar y vive con la misión de ayudar a la gente necesitada. Lo suyo será un auténtico peregrinar por el desierto egipcio en busca del remedio médico que permita curar enfermedades como la de su madre, renunciando incluso a su condición de cristiano para ser admitido en la madrasa de Persia bajo la tutela del científico judío Ibn Sina. Su infatigable búsqueda del saber le lleva a afrontar con garbo la peste o a dar los primeros pasos en la cirugía, y corre pareja a su amor por Rebecca, una joven judía que conoce en el desierto y cuya suerte está determinada de antemano.

Como historia épica de superación en las dificultades y de espíritu que busca ansiosamente la verdad, "El médico" tiene todos los ingredientes para gustar al espectador y llevarle a una época en que musulmanes, judíos y cristianos convivían en una paz precaria, mientras tenían vetado la investigación del cuerpo humano. Si queremos, en cambio, acercarnos a ella desde una perspectiva actual y ver en la tarea de Rob Cole una lucha entre la ciencia y la religión, o en la alianza del poder seléucida con el integrismo musulmán una imagen de nuestros días en los países árabes... entonces la película cojea por su planteamiento esquemático y por no recoger el espíritu de una época, salvo con ligeros apuntes llenos de artificio. El romance de Rob Cole y Rebecca deriva hacia el folletín de telenovela... donde siempre habrá un Simbad o un Aladino que venga a salvar a la joven en peligro, mientras que el enfrentamiento entre integristas y el Sha de Persia no escapa al maniqueísmo más simple y empobrecedor.

Con una narrativa lineal y convencional nada arriesgada y totalmente previsible, con una factura donde la palabra lo explica todo si la imagen no ha mostrado antes las bubas de la peste, o donde los grandes escenarios de muerte no pasan de ser decorados de impostura en los que enseñar tanta calamidad... sin saber recurrir a la sugerencia o la elipsis o al arte de contar. Es cierto que la película entretiene durante sus dos horas y media, pero también que no deja más que una superficial ambientación de época y la poderosa presencia de Ben Kingsley como científico abierto a la verdad y a la tolerancia.

Y así, entre tanta aventura y episodio épico, el espectador contempla la historia sin vivirla, rendido a su espectacularidad pero sin emocionarse ni sufrir por tanta pérdida y adversidad... por mucho que se acentúen los subrayados y se alimenten los excesos, casi como si se hubiera asomado a uno de esos cuentos de Aladino donde lo mostrado está más cerca del sueño que de la realidad... y donde siempre habrá un genio de la lámpara que venga a concedernos un deseo y que resuelva el conflicto planteado.
La mirada de Ulises
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6
7 de abril de 2014
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El curso de los años puede pasar factura al cuerpo, pero no siempre al corazón. Así piensa Nick Quinn cuando en su película "En la flor de la vida" nos presenta a Gaspard Dassonville y a su padre Hubert, el primero en el ocaso de su vida profesional y el segundo con problemas de salud que le dejan en una silla de ruedas. Mientras el hijo ha llevado un estilo de vida y de relaciones sin compromiso, el padre ha forjado un carácter hosco y difícil que ahuyenta a quien se le acerca. Son, en resumidas cuentas, dos individuos solitarios e incapaces de ver más allá de su ombligo, dos seres para dar de comer aparte y no esperar mucho de ellos. A pesar de ese tono infeliz y desdichado, el director prefiere acercarse a nuestros personajes desde la comedia y crear un ambiente de buen humor en el que puedan redimirse y apoyarse en su vejez.

Siempre desde el estereotipo de personajes y situaciones, Nick Quinn construye un cuento moral que se alimenta de un toque naïf para operar el milagro en el alma de estos dos zombis. La figura de Zana se presenta como el de una hada madrina siempre dispuesta a ofrecer una sonrisa o una palabra amable, a prestar un servicio con ternura o a crear pompas de jabón que saquen a padre e hijo de su mundo decrépito y egoísta. Con ella, el espectador se introduce también en un universo de magia e inocencia en el que todo es posible, en un ambiente de irrealidad en el que hasta un paro cardiaco se convierte en oportunidad para que el corazón reviva con nuevo ímpetu y juventud. La familia de Zana consigue, en definitiva, que dos zombis parisinos vuelvan a la vida y que todo lo observemos con un optimismo lleno de sana ingenuidad y cordialidad.

Desde la comedia de gags absurdos -como la secuencia de los melones- y de las situaciones disparatadas -la escena del restaurante es quizá lo mejor de la cinta-, Quinn busca ganarse a un público amplio y adulto... con formas dulces y amables, con personajes entrañables a pesar de sus peculiaridades, con una narrativa lineal y fácil, sin novedades ni riesgos. Todo es placentero y suave -demasiado blando, quizá- en la casa de Gaspard, y los comentarios picantes de padre e hijo no pasan de ser gracias simpáticas que nunca tratan de subvertir el orden moral. Incluso la inmigración es tratada con un tono cómico y gracioso, lejos de posturas dramáticas o de denuncia que podrían dar a la película un carácter social. En este aspecto nos recuerda a "Eres muy guapo", con una Europa envejecida que necesita nuevos aires venidos del Este para recuperar su pulso vital.

No falta, por último, la parodia de los programas de televisión concebidos para el gran público y con un exceso de banalidad. Una comedia agradable y sin mayores pretensiones, centrada en sus personajes y en las interpretaciones de Pierre Arditi, Jean-Pierre Marielle y Julie Ferrier, que va creciendo conforme avanza la historia y se les ve evolucionar. Hará pasar un rato entretenido al espectador y le suscitará una sonrisa de empatía con la risueña Zana, con el pícaro Gaspard o con el imposible Hubert... personajes de otro mundo que en la vejez -los dos últimos- tendrán su segunda oportunidad para regresar al de los vivos.
La mirada de Ulises
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