Mala época para soñar, en los campos de una España arrasada por la Guerra Civil, el trino de los pájaros parece verse acallado por el sonido aún presente de los disparos y de las ráfagas de metralleta, una gran mancha de tinta de las vivencias y recuerdos siempre tristes y dolorosos que jamás llegaron a contarse.

Aún así las fantasías de unas niñas parecen recobrar vida de entre las sombras, jugando con lo inesperado y haciendo en todo momento posible lo imposible.

Buena película de Víctor Erice que saliéndose de los caminos mas trillados nos conduce por los fantásticos vericuetos del mundo infantil para el que el rojo de la sangre es tan solo un color intenso y alegre cargado de vitalidad.

Excelentes los papeles da las niñas Ana Torrent e Isabel Tellería en los que la espontaneidad y desenvoltura natural aportan un toque de frescura y de credibilidad a este buen film.

Los detectives en la primera mitad del siglo XX eran un buen recurso, especialmente para muchos maridos y esposas, para poder hacer averiguaciones sobre el comportamiento de sus respectivas parejas.

El escritor Raymond Chandler tuvo la perspicacia necesaria para sacarse de la mano un detective mítico Philip Marlowe que garantizaba el éxito en todas sus pesquisas.

Un hombre valiente, capaz de saltarse la ley si podía avanzar en sus investigaciones, de complexión fuerte, mirada profunda, frio en sus movimientos y temperamento pero capaz y decidido para asumir situaciones de riesgo, socarrón, sin tacto ni diplomacia en sus expresiones y que mejor actor para llevarle a la pantalla que el bueno de Robert Mitchum que con su apariencia física y movimientos no debía de requerir de grandes esfuerzos para asumir el papel.

Dick Richards fue el encargado de llevar a la gran pantalla uno de los casos de este personaje acostumbrado a navegar entre garitos, casas de lenocinio y ráfagas de metralleta-

Sin embargo, aunque los actores y ambientación están muy bien conseguidos, el guion resulta poco claro y demasiado inconexo para poder seguir con nitidez toda la trama con lo que la película pierde gas como lo haría un globo pinchado.

Las familias conflictivas lo son independientemente de su poder económico o de su nacionalidad, las relaciones entre esposo y mujer, entre padres e hijos no siempre son fáciles y en ocasiones la falta de cariño y especialmente de comunicación entre ellas se enquistan y en momentos álgidos pueden llegar a estallar como si de un polvorín se tratara.

Richard Brooks trata este tema de forma brillante desgranando las personalidades y conflictos de una familia adinerada de terratenientes del sur de Estados Unidos, entorno al tronco de una figura paterna todo poderosa y casi feudal se extienden las ramificaciones del resto de la familia navegando en un mar de mentiras y de hipocresía.

Magníficos los papeles protagonistas tanto de Paul Newman como de Elizabeth Taylor que en pleno auge de sus carreras cinematográficas supieron dar la fuerza necesaria a dos papeles atormentados por sus propias emociones y circunstancias.

Una muy buena película que nos deja la nostalgia de un Hollywood plagado de buenos actores y actrices interpretando los papeles estelares de guiones sólidos y consistentes.

La guerra siempre resulta larga y terrible y cuando finaliza su sombra de muerte hambre y miseria se extiende sobre todos los supervivientes, especialmente sobre los perdedores agotados por el dolor y la desesperación.

Roberto Rossellini utiliza un escenario real y devastado por las bombas de los aliados que confiere al film una realidad abrumadora, entre sus ruinas el germen de la vida intenta salir hacia adelante haciendo cotidiana la extenuación.

El protagonismo de este tiempo épico en los ojos de un niño humaniza un entorno de brutal desolación en el que llegar a alimentarse para vivir un día más el único objetivo de miles de familias aterradas.

La dramática realidad del momento ahoga por completo los sueños y fantasías de un niño que abrumado por la pena no puede digerir tanto horror.

En tiempos del Lejano Oeste los desplazamientos entre poblaciones alejadas suponían no solo la incomodidad de las diligencias sino también una aventura intensa en la que los peligros acechaban en el horizonte, los ataques de los indios y los asaltos de los forajidos estaban a la orden del día por lo que los conductores de las diligencias debían de ir necesariamente acompañados al menos de alguien bien armado que proporcionara cierta seguridad.

John Ford filmó en 1939 este clásico del cine del Oeste en el que un polifacético grupo de viajeros convergen en un destartalado vehículo de caballos dispuestos a alcanzar sanos y salvos su población de destino.

Las inagotables llanuras americanas bañadas de un sol cegador y envueltas en preciosos cielos infinitos son el mejor envoltorio posible de este regalo de rudos vaqueros deambulando por caminos polvorientos con un John Wayne inconmensurable dispuesto a dar la cara en todo momento y un Thomas Mitchell demasiado lúcido para mantenerse permanentemente empapado en alcohol.