Se puede entender esta comedia sentimental made in Hollywood como un intento relativamente novedoso de romper la vieja estructura del chico-encuentra-a-chica (y pase lo que pase se arregla con flores, subiendo a una escalera de incendios o declarándose con un flashmob en el centro de Nueva York) y dar una oportunidad a un chico y una chica tan atípicos en el cine como corrientes y molientes en la vida real. O sea, con sus movidas, rarezas, carencias y dudas existenciales.

En realidad, la historia es un manual de autoayuda disfrazado de cuento de hadas disfuncional que entra con facilidad entre un público que hace años que empezó a preguntarse dónde demonios anda ese "amor ideal" que dicen las películas que te encuentras sin hacer nada. Y bueno, la película de Russell está bien porque destierra ese perniciosísimo concepto y viene a recordar que para ser feliz hay que estar (interiormente) sanote y creer en uno mismo. Nada nuevo, pero está muy bien que nos lo cuenten así.

Aunque todas esas estupendas intenciones se diluyen bruscamente al asomar el pastelón, pasando de ser una historia que más o menos te la puedes creer a un tramo final que contradice radicalmente lo expuesto con anterioridad. Y no es que haya que acabar bien, o acabar mal, o así o asá. Se trata de mantener una coherencia en el mensaje.

Por otra parte la pobreza visual de la película y algunas interpretaciones histriónicas (especialmente del nefasto Bradley Cooper) deslucen el conjunto sobre el cual se impone una Jennifer Lawrence más carismática que expresiva.

Al final no me queda claro si la cosa (con su lado bueno o malo) quedaba en quiérete a tí mismo, adopta una actitud positiva, ábrete a los cambios y aprende o bien; da igual lo que hagas porque el destino te tiene reservado un hombre/mujer ideal que te aceptará con todas tus taras (eso sí, a ver si tienes suerte y vive en tu barrio y no en Kazajistán).

O ambas cosas.

Si consigue crear tendencia y proponer una sana alternativa al principeazulismo imperante en el cine romántico comercial, bienvenida sea.

No es habitual ver en estos días una película que da exactamente lo que promete su trailer. "Stoker" lo hace. Park Chan-wook oferta un thriller de psicópatas con apuntes góticos y esto es lo que es su película. Sin mayores pretensiones y más afín a un capítulo de "Dexter" que a "Oldboy", su revulsiva y violentísima opera prima, "Stoker" es un intrincado ejercicio de estilo con un guion en el que la originalidad o la profundidad brillan por su ausencia.

Sin embargo, por encima de la zafia historia con reminiscencias a la hitchcockiana "La sombra de una duda" (¡hasta comparten al "tío Charlie"!) hay que quedarse con una atmósfera bien pergeñada donde se logra integrarnos en un pequeño mundo, el de la mansión Stoker, epicentro de un baile de afectos insanos, necesidades peligrosas y deseos latentes.

Pero a pesar de la innegable habilidad de Chan-wook para suscitar ambientes extraños y algunos buenos detalles visuales que enriquecen la simplonería de la historia, "Stoker" tiene un ineludible tufillo a filme de antena 3 que se convierte en auténtico pestazo al llegar al tramo final. Y aquí se despeña hasta el buen trabajo de Mia Wasikowska.

A la postre, lo más inquietante es la lucha interior de Nicole Kidman por encarnar a un personaje trágico, cuando sus labios choriceros y cara abotargada remiten más bien a la Lindsay Lohan de la última Scary Movie.

Creo que 'Sound of My Voice' habla sobre una viajera del futuro que difunde una alternativa filosofía de vida para personas dispuestas a dejar atrás la pesada mochila de su pasado.

O a lo mejor habla sobre un grupo de gente con problemas tan desesperados por salvarse que entregan a las peligrosas manipulaciones de una mente tan brillante como enferma.

O quizás habla sobre una comunidad que cree que allí fuera se están haciendo las cosas tan mal que la única solución es fraguar la revolución meditando en un sótano.

O puede que sólo hable sobre dos personas que se infiltran en una secta y acaban siendo infiltrados por ella.

En todo caso, "Sound of My Voice" no es, pese a las apariencias, una película sencilla. Basta con verla. El resto es una cuestión de fe.

"La caja 507" es la triste y desoladora historia de un versus. Antonio Resines vs José Coronado, la integridad versus la corrupción, el lobo con piel de oveja versus la oveja con piel de lobo. Y es la historia también de la España de los últimos diez años. El paisaje, omnipresente en la película, es objeto de deseo y moneda de cambio para un puñado de personajes emponzoñados por la miseria moral que mancha inevitablemente la faz de una sociedad imposible de limpiar con el detergente del dinero.

Resines, el español medio por excelencia, es la cara de la rabia y de la impotencia. De la vendetta contra un sistema que no lucha contra sus amenazas, sino que las absorbe. El duelo moral Resines/Coronado se salda con una verdad que se destapa a través de pequeños detalles inteligentemente insinuados por Urbizu. El héroe no es tal, sino el mediocre; el villano no es tal, sino el idealista. ¿Quién es el héroe y quién es el villano? En todo caso sólo hay un perdedor: la esperanza.

"La caja 507" es un thriller de uno contra todos (o contra todo) bien medido, con momentos de climática tensión resueltos con mucha elegancia y que tuvo la puntería de ser la primera en abrir fuego en torno a la creciente corrupción urbanística de principios de milenio. No debería ser la última, porque todos los días sale el periódico y nos encontramos, para nuestra mayor perplejidad, con que sigue habiendo paz para los malvados.

"Aunque aislados no merezcan atención, en conjunto constituyen un régimen, representan un sistema especial de intereses inconmovibles. Subvierten la tabla de los valores morales, falseando nombres, desvirtuando conceptos: pensar es un desvarío, la dignidad es irreverencia, es lirismo la justicia, la sinceridad es tontera, la admiración una imprudencia, la pasión ingenuidad, la virtud una estupidez."

- "El hombre mediocre" de José Ingenieros -1913.

En el triunvirato que forman los componentes del acoso escolar intervienen: verdugo, observador y víctima. El verdugo es el brazo ejecutor y el observador es la persona que no te mataría, pero que pasaría de largo si te viese agonizar ante sus ojos. Tan deleznable es el uno como el otro.

La víctima es, asimismo, verdugo. Y el verdugo, víctima. En "Klass" se va al extremo para demostrar este axioma, pero no es necesario. Es evidente que su valor principal no reside en la cinematografía, sino en la causa que defiende y con la que se moja y consigue mojar a un espectador tan horrorizado con lo que ve como traicionero a sus propios recuerdos, ya sean desde el punto de vista de la víctima, del verdugo o del mero observador.

"Klass" es una película indignante, en el buen sentido. Pues cuando sientes rabia, impotencia, perplejidad y ultraje ante lo que estás observando, significa que al menos hay una parte de tu persona que funciona sanamente: la empatía. Por supuesto, dista mucho de ser una película agradable de ver y de la que luego no te da por comentar su estupenda fotografía o veraces interpretaciones (y quienes lo hagan, olé sus huevos. Yo me declaro incapaz).

Se busca reflexión, reflexión que se inicia visceral, hasta que se posa y señalamos con el dedo, punto a punto, las debilidades de un mundo enfermo donde se admiten este tipo de comportamientos y en ocasiones, incluso se alientan. En el que todos son (somos) víctimas de una muy mala educación.

Por supuesto, hay que ver "Klass". E indignarse. Y mojarse hasta la coronilla. Y abandonar el papel de observadores, porque el acoso escolar sólo es la antesala del acoso laboral y del acoso moral, porque este mundo ya está suficientemente enfermo, porque la pasividad de hoy se traduce en los adultos tarados del mañana y porque jamás de los jamases se debe consentir que nadie tenga el nefasto poder de arruinarle la infancia a un niño.

(como se la arruinaron a mi pequeño, raro y taciturno hermano, que nunca buscó vengarse)