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Colombia Colombia · Bucaramanga
Críticas de Andres Botero
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Críticas 324
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
9
1 de junio de 2024
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Vi, de nuevo, The Great Dictator (“El gran dictador”, 1940, EE. UU.) dirigida, escrita y protagonizada por Charles Chaplin [1889-1977]; incluso, él mismo, junto con Meredith Willson, se encargó de la música. Estamos ante una comedia negra, una sátira política sin igual, que está en cualquier listado de las mejores películas de todos los tiempos; ante una cinta de culto que merece ser vista varias veces, pero no solo porque hace reír (entretiene), sino también por las reflexiones políticas (imperecederas) que allí se hacen (forma).
El filme narra el encuentro entre un humilde barbero judío de Tomania, quien queda amnésico por un accidente de aviación en la Primera Guerra Mundial, y el dictador Adenoid Hynkel, quien culpa a los judíos de la mala situación del país luego de la guerra, a la vez que planea conquistar el mundo. Toda una clara referencia a Alemania, al nazismo y a Adolf Hitler.
Ahora bien, hacer un listado de todas las nominaciones y los premios que esta obra ha recibido, sería una tarea difícil. Mejor pasar a exponer algunos elementos en torno a su contenido, desde la filosofía política. En primer lugar, para septiembre de 1939, cuando se empezó a rodar, apenas iniciaba la Segunda Guerra Mundial con la invasión de Alemania a Polonia, y cuando se estrenó en el año de 1940, EE. UU. no había entrado aún en guerra contra Alemania; inclusive, había un fuerte sector de la opinión pública estadounidense que exigía al gobierno de aquel entonces ser neutral ante el conflicto armado en Europa. Chaplin, claramente, está en contra de esta neutralidad, bajo el viejo principio de que guardar silencio ante la injusticia extrema, buscar la neutralidad ante tamaña inmoralidad, es tomar partido por el mal. Esta película quería inspirar a los ciudadanos estadounidenses para tomar partido en contra del nazismo. Por demás, Chaplin sabía que esta cinta le iba a generar problemas con el sector más conservador y progermano estadounidense, que era uno muy influyente en ese entonces, uno con el que muchos no querrían meterse, pero Chaplin no se dejó amilanar, para fortuna de los amantes del cine y de los defensores de la moderación.
En segundo lugar, el filme denuncia, de muchas maneras, desde el humor negro, hasta el discurso final del barbero (cuando se hace pasar por el dictador, logrando que la voz del cómico se convierta en la de los silenciados y la de la sensatez), el antisemitismo (aunque la persecución nazi no solo fue contra los judíos), la intolerancia y las dictaduras populistas que venden odio para comprar poder absoluto. En este sentido, esta obra, por sus efectos políticos en el auditorio, ha sido considerada como una de las películas más influyentes de todos los tiempos, en competencia con otra cinta del mismo Chaplin: “Tiempos modernos” (1936). Claramente, Chaplin no solo hacía reír… incitaba las opiniones esperando que así hubiese un mundo mejor. En este sentido, llama la atención cómo el barbero le pide especialmente a los soldados de Tomania que cambiasen el rumbo de su país, para evitar así una debacle, lo que pone a pensar en el papel que se le ha atribuido al ejército como el que debe velar por el normal funcionamiento de las instituciones, como lo dijo Platón en su republica ideal, pero que era un anhelo poco realista para ese momento: el nazismo había militarizado la sociedad y el ejército se había nazificado hasta más no poder. ¿Fue ese un acto ingenuo? Y, en caso de serlo, ¿esta ingenuidad es una virtud ante el mal absoluto? ¿Es posible servir a buenos propósitos usando aquella malicia y astucia que es usada por la maldad?
En tercer lugar, hay algo que ha llamado la atención a los historiadores de dicha guerra: Chaplin deja en claro la existencia de campos de concentración para los judíos, justo en momentos en que el régimen nazi hacía de todo para mantener en secreto la existencia de dichos campos. ¿Cómo lo supo? Creería que la respuesta pasa por la obviedad: ¿un régimen como ese no iba a contar con campos así?
En cuarto lugar, la cinta puede dar lugar a sesudas reflexiones en cada minuto; por ejemplo, lo que significa la profesión del judío: barbero. El barbero contemporáneo (no hablaré del barbero-cirujano del pasado) es quien se encarga de renovar al cliente, de modificar su apariencia externa para lograr una mejor sintonía con la propia vida. ¿Quién no acude al barbero cuando desea un cambio en su vida? ¿Quién no busca en el barbero la clave para mejorar la (auto)percepión? El barbero es, como la Stoa, una puerta entre un pasado y futuro, entre no sentirse bien y el sentirse mejor. Bajo el accionar de esta profesión está la clave de la regeneración, la de la apariencia. En este sentido, este barbero busca renovar y embellecer a Tomania, y no solo en su apariencia externa. Esto, por demás, está muy articulado con una de las escenas más icónicas del filme, cuando el dictador alemán compite, en su soberbia, en el contexto de una barbería, con el dictador de Italia, pero que al finalizar ninguno es renovado (sí, Chaplin no deja títere con cabeza, pues también la tomó contra Mussolini).
En fin, esta obra, por donde se mire, respira el deseo de superar aquellas dictaduras que, bajo cualquier pretexto populista, nos han llevado a las peores desgracias de la humanidad. La risa no es un fin, es el medio para transmitir un mensaje político para su época (¡hay que reaccionar ante el nazismo y el fascismo!) y para el futuro (¡cuidado con todo aquel que se venda como mesías! ¡desconfiemos de todo discurso que cree que la salvación colectiva está en desatar el odio, casi siempre cosechado de mitos y leyendas! ¡desconfíen de los que creen que el mundo está dividido entre buenos y malos, creyéndose ellos ser los buenos!). Estamos ante una obra que no muere, pues tristemente, aun necesitamos, como en 1940, ese discurso humanista y sensato.
Andres Botero
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9
26 de mayo de 2024
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Vi “One Flew Over the Cuckoo's Nest” (comercializada como “Alguien voló sobre el nido del cuco” y “Atrapado sin salida”, EE. UU., 1975), dirigida por Miloš Forman [1932-2018], un representante destacado de la “Nueva Ola Checoslovaca”, quien emigró a EE.UU. durante la guerra fría. Fue producida por Michael Douglas y Saul Zaentz, con guion de Bo Goldman y Lawrence Hauben, y basada en la novela homónima de Ken Kesey. La música es trabajo de Jack Nitzsche y la fotografía de Haskell Wexler. Está protagonizada por Jack Nicholson (aplausos), Louise Fletcher (aplausos), William Redfield y Danny DeVito, entre otros. En cuanto al género, bien podría ser una comedia dramática como un thriller psicológico. Por demás, fue un negocio más que rentable, pues su rodaje costó cerca de 3 millones de dólares y se recaudaron casi 109 millones. Un dato curioso es que los productores decidieron rodar la película en el Hospital Estatal de Oregón, un centro psiquiátrico real, ya que este también era el escenario de la novela.
Esta cinta fue ampliamente nominada y premiada; para dar un par de datos, fue la segunda película en obtener los cinco principales premios de la Academia: mejor película, mejor director, mejor actor, mejor actriz y mejor guion adaptado. Además, también obtuvo esos cinco premios en los Globo de Oro y Premios BAFTA. Por lo anterior es que ha sido considerada una película de culto y está en todos los listados de las cien mejores cintas de la historia.
La trama gira alrededor de un criminal reincidente, Randle McMurphy (Jack Nicholson), quien se hace pasar por enfermo mental para ser internado en un centro psiquiátrico, creyendo que así evitaría el trabajo duro de la prisión, pero se da cuenta de su error. Primero, porque el hospital no ha sido un lugar tranquilo y relajado, como lo creyó inicialmente, por lo que termina en una abierta confrontación con la estricta enfermera Ratched (Louise Fletcher) quien ve en Randle una amenaza a su autoridad y al orden preestablecido; segundo, porque es informado de que, a diferencia de una prisión común, la condena en un centro psiquiátrico puede ser indefinida, según criterio del personal de la salud tratante, incluyendo a Ratched. Por ello, Randle hace planes para escapar, pero nada termina como lo deseaba.
Ahora bien, la cinta tiene muchos elementos que permiten un análisis desde muchas disciplinas. Creo que es de las cintas que más oportunidades brinda para hacer reflexiones académicas desde muchos sentidos. Empecemos con lo relativo al género: es una maraña entre drama y comedia, a un punto que no se sabe qué da lugar a qué. La comedia, varias veces, emerge de la magnitud del drama que acontece sobre el protagonista y los pacientes psiquiátricos. Podría decirse que lo narrado supera lo plausible y al llegar a extremos dramáticos, el espectador lo toma como una comedia negra, y viceversa. En este sentido, siendo algo generales, Randle tiende a la exposición cómica, mientras que la enfermera Ratched sería proclive al drama. Él pretende volar, incluso como una metáfora del que busca huir, física o mentalmente del centro, y ella pretende reestablecer las reglas que determinan cualquier comportamiento al interior del centro. Uno es aire, la otra es tierra. Y aquí emerge la opción de creer que el hospital es una microsociedad, pero una donde chocan la visión relajada y oportunista de unos, y la totalizante y moralista de otros, tal cual como sucede en cualquier sociedad política. Pero no nos confundamos, aquí no hay tanto una lucha entre el bien y el mal, ya que los protagonistas pueden ser tildados de antihéroes en varios momentos de la cinta, sino una entre dos formas de creer que es la mejor manera de desenvolverse en la sociedad: libertad -con el riesgo del desorden y el oportunismo-, u orden -con el riesgo del totalitarismo-.
Otro tema que daría lugar a reflexiones sumamente interesantes está en el silencio del Jefe Bromden, uno de los pacientes recluidos, quien se hace pasar por sordomudo como forma de sobrevivir al hospital, y quien es el observador silente, que evalúa todo y quien, al finalizar, es el que logra volar. Llama la atención como quien pasa desapercibido es quien logra para sí poner un punto (¿final?) a la microsociedad totalizante del hospital. Otro tema tiene que ver la comicidad que rodea los juicios, las elecciones y las votaciones que se hacen entre internos del centro, lo que puede ser una remembranza irónica de la democracia electoral del momento. Y, finalmente, esta cinta se constituye en una pieza argumental de la antipsiquiatría, inspirada por los trabajos de Foucault sobre la historia de la clínica, ya que expone la cotidianidad totalitaria donde queda en claro que los seres humanos, especialmente los que padecen enfermedades mentales, no son máquinas, como un reloj, que no se “reparan” apretando un tornillo ni cambiando un repuesto.
Ya para finalizar, el espectador seguramente sentirá incredulidad ante algunos giros narrativos que son, por lo menos, inverosímiles, ya que no cuadran con las reglas de la experiencia. Me gustaría mencionar algunos casos, pero eso sería un spoiler. Simplemente, que el cine, a veces, se da libertades que no pueden acaecer en la realidad. En conclusión, estamos ante una película de culto que merece ser vista, aunque las estéticas y las formas de apropiación del cine hayan cambiado tanto de aquella época a la nuestra (2024-05-26).
Andres Botero
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8
22 de mayo de 2024
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Vi “The Painted Veil” (comercializada con el título de “Al otro lado del mundo”, 2006, EEUU), dirigida por John Curran [1960-], siendo esta la primera cinta que le veo. El guion es mérito de Ron Nyswaner (aplausos), que a su vez está basado en la novela homónima de William Somerset Maugham [1874-1965]. Vale la pena indicar que en 1934 se había hecho una primera adaptación de dicha novela, película dirigida por Richard Boleslawski y protagonizada por la inolvidable Greta Garbo. La música es trabajo de Alexandre Desplat (aplausos) y la fotografía de Stuart Dryburgh (aplausos). El reparto está integrado por Edward Norton (aplausos), Naomi Watts (aplausos), Toby Jones (aplausos), Anthony Wong y Liev Schreiber. Este filme ha sido clasificado como un drama romántico, género que no es del todo mi gusto, pero esta obra, lo digo de entrada, llenó mis expectativas.
La cinta, basada en los años veinte del siglo pasado, narra cómo la joven inglesa Kitty (Naomi Watts), contrae matrimonio con Walter (Edward Norton), un médico bacteriólogo residenciado en China, para huir del ambiente familiar tóxico provocado por la mala relación con su madre. Kitty y Walter viajan a Shanghái, donde ella tiene una aventura con un diplomático inglés (interpretado por Liev Schreiber). Walter, al darse cuenta del engaño, organiza un viaje al interior de dicho país, junto con su esposa, para enfrentar una epidemia de cólera.
Ahora bien, la película ha sido considera como uno de los mejores remakes de la historia del cine, y logró varias nominaciones y premios, especialmente a la música, la fotografía, el guion y las actuaciones estelares.
Desde lo estético, el filme es maravilloso. Los detalles, la fotografía, la música ambiental (entre la que resaltan hermosas piezas del famoso pianista chino Lang Lang), todo confluye en una obra que bien puede decirse es arte en sí misma. Destaco, especialmente, la delicadeza y la inteligencia del guion, que logra cautivar sin necesidad de acudir a los giros estrambóticos a los que nos tiene habituado el cine comercial contemporáneo, en parte porque cada vez es más difícil, en la parrilla del streaming, llamar la atención y lograr la concentración del espectador actual, para que no salte a otra cinta o serie. Igualmente, resultan destacables las interpretaciones magníficas de los protagonistas, pues logran transmitir con claridad los sentimientos que los embargan; por ejemplo, Norton transmite el orgullo y dolor de un marido traicionado, pero que, en el fondo, no ha dejado de amar a su esposa. Llama la atención, la frialdad y la distancia del oficial del ejército chino que acompaña a Walter (representado por Anthony Wong), que apenas deja ver sus sentimientos, pero que, sin embargo, puede verse, aunque sea de forma muy ligera, la evolución de su personaje, quien primero desconfía del médico inglés y su esposa y, finalmente, termina por volverse un aliado en la lucha por salvar vidas humanas.
Ya en cuanto al contenido, claramente es un drama, más que un romance. El amor es la excusa para la tragedia. Esta película tiene el mérito de no enfocarse en el romanticismo burdo, uno que hace creer al espectador que el amor lo es todo, que puede con todo, que es suficiente. En este caso, es la tragedia, en su sentido griego, la que se pone en el centro del relato, a un punto de que el romance es quien impulsa el drama, esto es, sirve de medio para reflexionar lo que es la vida: ambientes tóxicos, anhelos malogrados, personas sin madurez emocional y la muerte que acecha cuando todo parece que empieza a tener sentido. Este filme es un buen catálogo de hechos verosímiles, pero dolorosos, dejando al descubierto que los relatos netamente románticos, donde todo es bello y mágico, es mera ciencia ficción. No en vano, para muchos, esta obra fue el mejor drama romántico del año en que se presentó.
Igualmente, destaco la sutileza con la que se abordan temas de época que en la actualidad serían considerados superados o inaceptables, como la servidumbre, el feudalismo o el machismo, haciendo del filme una perfecta y sutil evocación histórica de la que se puede aprender algo. Además, resalto cómo se retrata el drama histórico chino del momento. De un lado, las potencias occidentales con su prepotencia tratando los asuntos chinos, del otro, el nacionalismo chino que buscaba venganza ante el intervencionismo militar de los occidentales. Y, en el medio, dos ingleses, Kitty y Walter, sin armas, sin pretensiones políticas, que con solo su bondad y conocimiento (representado como el microscopio del médico) intentan salvar una comunidad china de una terrible pandemia.
Estamos pues ante una cinta que, simplemente, podría reducirse a la palabra kantiana de “sublime”, esto es, una película cuyo mérito estético no es tanto en la exposición de lo bello, de la luz, de lo diáfano, del amor, sino todo lo contrario, la narración trágica, que expone la dureza del romance, que indica la realidad de una pareja de esposos atravesada por el orgullo, el dolor, el engaño y la duda. Por todo esto es que la recomiendo sin miramientos (2024-05-21).
Andres Botero
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9
1 de marzo de 2024
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Vi, una vez más, “Ingen Numsil” (“Die Geschichte vom weinenden Kamel”, “The Story of the Weeping Camel” o, en español, “La historia del camello que llora”, 2003), un documental mongol, con toques de drama, dirigido y escrito por Byambasuren Davaa y Luigi Falorni. La música es mérito de Marcel Leniz, Marc Riedinger y Choigiw Sangidorj, y la fotografía de Luigi Falorni y Juliane Gregor (aplausos a todos). La obra trata sobre un camello albino que es rechazado por su madre, de forma tal que sus humanos, una familia de pastores nómadas del sur de Mongolia (desierto de Gobi), recurren a un músico tradicional para realizar un ritual musical, repitiendo la palabra HOOS –que es el sonido propio para los camellos–, que la motive a aceptar a su cría; de lo contrario, esta moriría. Esta cinta fue muy reconocida en los festivales del 2004. Logró muchas nominaciones y premiaciones, que dan cuenta de su calidad estética y de la profundidad del drama narrado, a un punto tal que la considero una película de culto dentro de su género, una de esas obras que un amante del séptimo arte no puede dejar de ver.
No quiero centrarme mucho en los aspectos estéticos, pues brillan por sí solos. La fotografía es maravillosa y la ambientación impecable. ¿Y qué la hace tan magnífica? Su sencillez. Este documental le apuesta, con mucho éxito, a una fórmula que, en casi todos los casos, en el cine comercial, llevaría al fracaso: la sencillez que rodea tanto la narración como la imagen, y justo por ello logra transmitir sentimientos básicos que se desprenden de las acciones más primarias del ser humano en su cotidianidad (resalto estas palabras: sencillez, emociones primarias y cotidianidad). Recuerdo la primera vez que la vi, en una sala de teatro española, justo en el 2004. Todos los espectadores que pude ver estaban llorando con las escenas más tristes (como las del rechazo a la cría) y alegres cuando las cosas al parecer mejoran. ¿Cómo es que esta obra, sin mayores artilugios narrativos, sin grandes giros en la trama, sin muchas pretensiones técnicas y con actores naturales logra conmover tanto al auditorio? Esta es la enseñanza de este documental: la sencillez que rodea los sentimientos más básicos de la cotidianidad de cualquier ser humano; pero sumado a un elemento que, en nuestros tiempos, incrementa el drama: el medio para la transmisión de las emociones son los animales (especialmente los que, culturalmente, consideramos cercanos, prójimos o de respeto; de alguna manera, nuestra humanidad, nuestra empatía, se siente hoy día más fuerte en relación con nuestras mascotas, con los animales domesticados (como los camellos de esta obra), con los animales que luchan por sobrevivir ante la contaminación humana, etc., que con el otro.
Y justo aquí es que la cinta me puso a reflexionar: ¿nos sentimos más empáticos con una historia centrada en un animal domesticado sufriendo que con una basada en una persona triste? La respuesta es muy compleja, tiene muchas variables y bemoles. Sin embargo, si se me permite generalizar, la respuesta es un sí. Esto se debe a muchos factores, pero me centraré en tres. En primer lugar, los animales domesticados nos dan todo sin esperar mayor cosa a cambio; esta entrega casi que total e incondicionada nos permite estar con ellos sin la desconfianza que le tenemos al prójimo; es decir, se nos presentan como seres sintientes que demandan protección y cuidados, pero que no generan en nosotros el miedo a ser engañados o traicionados. En segundo lugar, sabemos, por nuestra experiencia, que el otro perfectamente puede disociar sus palabras de sus acciones, sus emociones de sus hechos, decir que nos aprecia para actuar de forma contraria, por lo que le achacamos, no sin razón, la posibilidad de manipulación, incluso cuando expresa emociones, que nos pone alertas; en cambio, le adjudicamos al animal domesticado una originalidad y simpleza en sus razones para actuar justo porque no es, potencialmente, una amenaza (obviamente, no hablo de todos los animales ni de todas las experiencias posibles con ellos, pues nuestra reacción no es homogénea ni empática con todos por igual, ambigüedad que denuncia, en varios casos, el ecologismo). Todo lo anterior incentiva nuestra confianza hacia el animal, que se conecta con nuestra desconfianza a las personas que, si se sale de control, puede llegar a cuestionar una de las bases de la humanidad: la empatía hacia el otro. En tercer lugar, en la actualidad el dolor humano, tantas veces reproducido por todos los medios, se nos está volviendo banal, común, se está normalizando; en cambio, el dolor o la tristeza de un animal que nos es cercano nos conmueve en demasía pues se convierte, cualitativamente hablando, en una excepcionalidad que exige nuestro rechazo contundente. Y se podrían dar aún más razones. No obstante, a lo que quiero llegar es que no es necesariamente malo ni perverso esta mayor empatía a ciertos animales (por lo menos a los más cercanos a nuestra cotidianidad) que a los seres humanos. Bien podría pensarse que una forma de humanizar y mejorar los niveles empáticos del ser humano pasa por la convivencia formativa, especialmente desde temprana edad, con animales. En este caso, los animales domesticados podrían servir para humanizar al individuo; aunque, reitero, estoy haciendo reflexiones amplias, pues el espacio no me permite ir más allá. Así, espero, que esta cinta humanice, sensibilice al espectador, para que de esta manera esté mejor dispuesto al encuentro con el otro. ¿Será esto posible?
En conclusión, esta cinta conmueve a cualquiera, y se torna un poema magnífico gracias a su sencillez en la exposición de los sentimientos básicos de toda persona en su cotidianidad, como lo es el amor. Según Luigi Falorni, uno de los directores, este documental es “la prueba evidente de que nadie puede vivir son amor”. .
Andres Botero
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8
20 de febrero de 2024
2 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vi “The Zone of Interest” (Zona de interés, 2023, Reino Unido-Estados Unidos-Polonia), dirigida y escrita por Jonathan Glazer [1965-], quien se basó a su vez en una novela de Martin Amis. El reparto está encabezado por Sandra Hüller (aplausos), la música es mérito de Mica Levi y la fotografía de Lukasz Zal (aplausos). Esta cinta es un drama en torno al Holocausto nazista durante la Segunda Guerra Mundial. Narra cómo el comandante del campo de exterminio de Auschwitz (que realmente era un conjunto de campos de concentración), Rudolf Höss, y su esposa, Hedwig, mantienen una hermosa casa con jardín a las afueras del complejo, generándose un contraste escalofriante entre dos mundos. Pero antes de hacer mi habitual análisis, pasemos revista a los componentes técnicos. En primer lugar, la fotografía es magnífica, igual que el sonido: logran golpear al auditorio, para crear sensaciones encontradas según el requerimiento del guion. En segundo lugar, la edición merece un premio, con escenas muy bien logradas, donde el espectador se siente conmovido por los contrastes, las escenas en negativo, la banda sonora y el final documental (muy metafórico, por demás) de mujeres haciendo aseo en el museo de Auschwitz en la actualidad. Eso sí, la narración se entrecorta varias veces, apareciendo líneas narrativas que no se desarrollan y que se dejan a la imaginación del espectador, y situaciones que aparecen y desaparecen sin una explicación que permita hilar una historia completa. Estamos más ante un filme enfocado en la imagen que en la historia que cuenta. No obstante, ¿esta falencia narrativa puede interpretarse como un elemento más de la normalidad y la banalización del mal de la que hablaré más adelante? En fin, esta película no es para cualquier espectador, pues no busca entretener con una narración con un principio, un desenlace y un fin. Aquí, estas reglas narrativas ceden ante la contundencia de las imágenes y el sonido.
Ahora pasemos a una reflexión a partir de la obra. El drama aparece con el contraste entre el mundo privado (el espacio vital, concepto tan caro para el nazismo, de la familia) y el mundo político (el espacio vital alemán que llevó a la puesta en funcionamiento de una fábrica de muerte de todo aquél considerado como inferior por el nazismo). El mundo privado, como he querido denominarlo, da cuenta de una mujer concentrada en asentar un espacio hogareño, ameno y hermoso, con jardines exuberantes, salones limpios, adornos hermosísimos y comida exquisita. Pero este mundo normal en lo privado está justo al lado de un mundo político que se muestra aquí como sombra del primero, como un telón de fondo. El primer mundo parece funcionar como si el segundo no existiese, pero los personajes y el espectador saben que el uno y el otro están unidos profundamente desde la cabeza del hogar, Rudof Höss, hasta el más pequeño de los personajes que hacen parte del espacio familiar; por demás, recomiendo leer el relato de Höss sobre cómo funcionaba esa fábrica de muerte (cito aquí la versión que leí: Höss, R. Yo, comandante de Auschwitz, trad. J.E. Fassio. Barcelona: Ediciones B, 2009), texto que él escribió antes de ser ejecutado por sus crímenes de guerra y que sirve de prueba tanto de la brutalidad nazi, como de la banalidad del mal (concepto de H. Arendt) que se ve, especialmente, en la normalidad con la que el mal atraviesa los mundos, privados o políticos, del momento.
La esposa, Hedwig, es la protagonista: ella sabe del mundo anormal, pero se comporta como si el mal que allí se hace fuese algo cotidiano o, peor aún, necesario. Pero ella no solo se hace la de la vista gorda, pues a veces, ella da muestra de su maldad cuando horroriza a sus domésticas esclavizadas. Un mundo del hogar y otro político, pero en ambos la maldad se enseñorea como algo normal, como algo debido, como algo necesario, aunque en un mundo lo hace de forma soterrada (en el hogar, la maldad, que se muestra como normal, se esconde en la faceta de lo entrañable), en el otro es más que evidente, con sus cámaras de gas y las chimeneas siempre escupiendo los restos de sus víctimas. Creo que el espectador le sacará mucho más contenido a esta cinta si ve el drama como fruto del encuentro, no siempre armónico, de los dos mundos antes señalados.
Así las cosas, está claro que este filme se ganó un sitio entre las mejores de este año, pero más por su calidad técnica y estética, y por el reto político que le impone al espectador de descifrar el drama en un encuentro de mundos, que por una historia bien contada. Quedó faltando, a mi modo de ver, un mejor desenlace narrativo, contar mejor una historia al público. Pero, insisto, una gran película, con una gran lección: nunca olvidar, para evitar que ese horror normalizado llegue a repetirse, independientemente de la bandera con que se presente, de nuevo, un mal banalizado y normalizado.
Andres Botero
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