Es un espectáculo al que no hay que mirarle mucho el diente podrido, mejor dejarlo estar. Basta con tener fe, mucha, la del carbonero, si es norteamericano y jolivudense, mejor que mejor.
Tiene los grandes jits de este tipo de producciones fantasiosas, extraterrestres abstrusos, padres y madres hermosos, heroínas amorosas, galán entregado, algún maloso, el presidente de los USA (sin él no somos nada), mucho revuelo, prisas, sofocos y masas de borregos montando el circo a la que pueden los pobres*.
Y está la estupenda Foster, guapa y lista como ninguna.
Nos quieren hacer ver, nada, cebo para incautos, excusa de chichinabo, que hay un conflicto tremebundo entre la ciencia y la fe, pero en verdad os digo que es todo filfa y cachondeo, disparate y maravilla. Ahora bien, la tesis, puestos a explayarnos, sí, sería el flechazo definitivo, la unión abismal, la celebración de las nupcias de la razón con la creencia, del pensamiento con el sentimiento, de lo empírico con lo metafísico, el amor como forma de conocimiento, ya que, según explican aquí con todo lujo de detalle, ambos ámbitos son variantes similares de la misma búsqueda de verdad y sentido. Vamos, lo que ya contaron los escolásticos hace algún tiempo o de cómo llegar a Dios a través de la lógica, aunque en este caso sea tan almibarada, peliculera, cursi e infantil.
Pero lo ya comentado, toda esta simpática mandanga no es más que adorno, puro fuego fatuo, el ropaje de la misma historia de siempre, los contenidos ya conocidos y vueltos a mezclar por enésima vez.
Es facilona y resultona si no te pones demasiado exigente. Puede estar hasta bien.