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El fotógrafo del pánico

Terror. Thriller Böhm interpreta a psicópata que fotografía a sus víctimas mientras mueren; es un hombre profundamente perturbado, cuyo desequilibrio hunde sus raíces en la infancia. Su padre, un científico obsesionado por estudiar las reacciones infantiles ante el miedo, destrozó su psique y lo convirtió en un adulto acomplejado y afectado por una demencia demoníaca. El personaje necesita registrar en imágenes el terror que sienten sus víctimas antes ... [+]
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Críticas 52
Críticas ordenadas por utilidad
1 de octubre de 2012
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es una de esas muchas películas que estaba esperando revisarla para calificarla. Y...

Sorprende el no de la crítica británica en esta década a la crudeza y la misoginia que desprende esta historia, a pesar de no haber ni una gota de sangre. Por otro lado la crítica abrazaba sin reparos a la no menos buena Psicosis del gran Alfred Hitchcock. Dando al traste con la carrera de Michael Powel que acabó retirándose al cine australiano.

Sin embargo la sombra de esta magnífica película es alargada, ya que su influencia ha llegado a muchos y grandes directores como Martin Scorsese o en Blow up (1965) de Antonioni, hasta Tesis (1995), de Amenábar, pasando por el cine de Brian De Palma.

Tal vez a los críticos no les agradó que se les enseñase el día a día de un director de cine tan cruel, tal vez un creador de lo que después se vino a denominar como “snuff movies”.

Con rasgos hitchcockianos, Powell reflexiona sobre el lado oscuro de la persona, el voyeurismo, el fetichismo y la fascinación por la muerte. Al mismo tiempo también lo hace sobre el hecho cinematográfico y la profesión de cineasta.

Carl Boehm es un personaje tan taciturno, huraño, tímido y amanerado como su colega Norman Bates; y es que curiosamente Powell, esta vez en solitario, sin su fiel colaborador Emeric Pressburger, construye un thriller bastante parecido en su trama a “Psicosis”, curiosamente rodada y estrenada casi simultáneamente.

Al final nos queda este film para el culto que debiera ser visionado por todo cinéfilo.
Jeremiah Johnson
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25 de octubre de 2012
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bajo un extraño montaje colorido se dibuja a un sociópata que debió recorrer más las calles, aunque es verdad que era bastante difícil esconder su cámara, dentro de una profesión hay diferentes intereses y vicios, un tipo raro con un objetivo mayor que genera espectativas y quedan un poco en el aire, proyecciones que intimidan, mira y observa por una infancia complicada, cómo sus víctimas reaccionan ante el miedo, un desequilibrio adquirido por el experimento de su padre y que ahora busca consagrar durante la película.

El cine dentro de cine le favorece en su desarrollo, contagia con mayor facilidad la oportunidad, el laboratorio en casa también suma como escenario principal, aunque lo importante es el rodaje de los crímenes, la expresión de horror resume el intento de meter miedo en el espectador, algo nuevo desde el punto de vista que se trata de una investigación sobre los comportamientos humanos para completar un documental, yo y mi cámara.

Retratar el estado de shock violento, un maníaco y la madre alcohólica y ciega como enlace mediocre, no crea una atmósfera excesiva sino que se centra en retratar la enfermedad, el mirón que nunca grabará el amor, genera la confusión en su resolución tormentosa, no es morbosa ni brillante, pero es una idea que le habrá valido para generar grandes buenas críticas sobre contemplar la propia muerte en una gran despedida.
stikma
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4 de diciembre de 2014
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El mismo año que Hitchcock revolucionó para siempre el cine de terror con Psicosis y la incorporación de la figura del psycho-killer que tan jugosa fue en el terror de los ochenta; en Gran Bretaña, Michael Powell, director a reivindicar y que junto a Emeric Preusburger, regaló joyas incuestionables y de una calidad cinematográfica indudable como Las zapatillas rojas (1948) o Los cuentos de Hoffman (1951), dirigía en solitario la primera película que subjetivizó al espectador con la figura del asesino y sus actos.

Un clásico reivindicado con el paso del tiempo y que tiene en el uso expresivo del color su mayor atractivo, un elemento marca de la casa de Powell, además de las más que ejemplares escenas de asesinato.

Un notable personaje protagonista, interpretado por Karlheinz Böhm, al que se le añaden justificaciones de su desorden con traumas de su niñez, algo que también sucede con Norman Bates y que les dota de gran profundidad y enigmático atractivo; además del destacado talento de Powell en la cámara y su gusto por la luz y el color, convierten esta cinta en un clásico indiscutible del cine de terror.
JasenV19
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28 de julio de 2019
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mark, el fotógrafo

Mark Lewis (Karlheinz Böhm) está obsesionado con grabar imágenes. Lleva con él, casi siempre, una cámara del 16 mm para recoger lo que se le antoje. Fatalmente, lo que más le gusta es recoger la cara de terror de una persona en el trance de ser asesinada por él mismo. Mark tiene dos trabajos, uno de ellos en el rodaje de una película donde trabaja en labores de operador de cámara. Tiene otro trabajo, aunque un tanto clandestino. Fotografía a chicas ligeras de ropa para ilustras revistas pornográficas que vende en una librería, de tapadillo, un conocido suyo.

El fotógrafo del pánico no nos hurta en ningún momento la naturaleza desequilibrada de Mark. Es excepcional el plano subjetivo inicial (quizá luego Argento y Carpenter se fijarían en esto) visto a través de una cámara que nos lleva hasta el lugar donde se comete el primer asesinato. Lo diferencial respecto a otros thrillers, como también pasa en Psicosis, es que aquí ya sabemos quién es el asesino desde el principio. Más que eso, la película está vista a través de él y acabamos conociendo su intimidad. Mark se nos presenta como una persona tímida, comedida e incluso agradable.

Una mala infancia

El terrible comportamiento de Mark proviene de la infancia. En concreto, su padre fue un tremebundo científico que no dudó en experimentar con él, poniéndolo en situaciones aterradoras (meter un reptil en su cama, p.ej) y grabando la reacción. Fue precisamente su padre quien le regaló la primera cámara. De hecho su casa aún está llena de infaustos recuerdos de aquella época turbulenta: las grabaciones de Mark, una serie de libros con las conclusiones científicas de su padre… En algunos aspectos recuerda al personaje de Jude Law en Camino a la perdición. Todo este trastorno no lo sabe nadie, hasta que un día…

Su vecina de abajo, Helen Stephens (Anna Massey) está enamorada de Mark y un día consigue un momento de intimidad con él, donde se entera de su desoladora infancia (pero no de su letal tendencia, claro). ¿Algo habrá cambiado en la psique de Mark? ¿Será capaz de sentir empatía por alguien? Uno de los motivos de intriga de El fotógrafo del pánico puede ser ése, pero hay algunos cuantos asuntos más.

El espejo oscuro del cine

Mark trabaja en un estudio cinematográfico y gran parte de El fotógrafo del pánico transcurre allí, de manera que podemos hablar de cine dentro del cine o de «metacine». En varios aspectos. Por un lado Mark es, a su modo, un pequeño realizador. Recoge sus asesinatos en una cámara a la que monta un espejo para que la víctima vea su propia cara a la hora de ser asesinada. ¿No nos está hablando del morbo y el cine? Nosotros espectadores en realidad somos unos mirones que en ocasiones nos gusta deleitarnos con el sufrimiento de los personajes. Scorsese dice de esta película que representa lo que de agresivo tiene el cine, como si el objetivo fuese un arma.

En realidad en El fotógrafo del pánico se nos habla del antecedente de las snuff movies (quién sabe si Amenábar tomó algo de inspiración para Tesis (1995) de esta película) La película también habla en general del «mirón» (Peeping tom, el título original en inglés viene a significar eso). Mark también se queda embelesado cuando ve a una pareja en la intimidad, por ejemplo. De tal modo que El fotógrafo del pánico es un compendio de voyeurismo, de mirones, que a veces interpela al espectador. Mark mira a su víctima mientras la graba y nosotros, al otro lado de la pantalla, lo vemos a él.

Actoralmente Karlheinz Böhm hace un desempeño muy interesante, graduando cuando es necesario, entre la parte más psicopática y la apariencia «normal» de chico apocado. Su contraste con la ingenuidad de Anna Massey, nos hace temer algún punto de inflexión donde se rompa el «equilibrio» entre ellos.

A ritmo pausado

El fotógrafo del pánico, dadas las características del protagonista, puede ser visto como un antecedente de los slasher de los años 70. Sin embargo hay significativas diferencias. Para empezar los asesinatos se construyen a fuego lento (como un director cuando planifica) y se llevan a cabo con una tensa calma. No hay víctimas que salgan despavoridas delante de un perturbado con una sierra eléctrica, ni vertiginosos juegos del gato y el ratón. La violencia además es menos explícita, jugando con la sugestión y las elipsis en el momento oportuno.

Dadas las características propias de la película es interesante analizar la fotografía. La paleta de colores que se usa tiene algo de lúgubre, quizá por el tono apagado lejos de la efervescencia cromática que a partir de los primeros sesenta tendría lugar. Inquietante es, por ejemplo, el uso del rojo fuerte en la sala oscura para revelar etc. Todo pasa por la creación de una atmósfera acorde con la idea de la película. Todo esto está dirigido sabiamente por Michael Powell, una institución en el cine británico. Junto con Emeric Pressburguer dirigió un buen puñado de clásicos como Narciso negro (1947) o Las Zapatillas rojas (1948). En El fotógrafo del pánico, Powell se las arregla muy bien él solo, consiguiendo un ambiente enrarecido y particular.

Conclusión

El fotógrafo del pánico es un thriller de terror que basa su caudal de inquietud principalmente en el concepto y en la atmósfera. La idea de la morbosa unión entre imagen y muerte, además de las reflexiones metacinematográficas sobre el voyerismo y el miedo, nos perturba, pero al mismo tiempo (ahí está el quid de la película) nos atrae. El trabajo de Powell tras la cámara es talentosamente sobrio y conduce hasta un notable estado de tensa calma.

Escrito por Mariano González
Cinemagavia
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14 de mayo de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
129/14(12/05/20) Film de culto que en su estreno fue vilipendiado por la prensa, pero que con el paso de los años ha ido elevándose al nivel de gran película. Un thriller de suspense, intriga y dosis de terror psicológico británico dirigido por Michael Powell (en su segunda realización en solitario, lejos del binomio con Emeric Pressburger), con guion basado en su propia historia de Leo Marks, gira en torno a un asesino en serie que asesina a mujeres mientras usa una cámara de súper 8 portátil para grabar sus expresiones moribundas de terror. La cinta levantó en su estreno gran controversia por el tratamiento de sus temas de voyeurismo, abuso infantil, pornografía, sadomasoquismo, y los asesinatos de prostitutas en subjetivo (fue la primera película en presentar los asesinatos en el POV del asesino). Pero lo que subyace es un abordaje freudiano de la complicada psique humana, donde el origen de nuestras patologías adultas está en nuestros traumas de la infancia, encauzándolo en el voyeurismo, el placer de contemplar, y con ello se nos emparenta con el propio criminal, al hacernos co-partícipes de su fetichismo, nosotros somos también entusiastas morbosos ‘espías’ de la pantalla, diciéndonos que ver una película nos convierte en potenciales escopofílicos, siendo en este sentido una llamada de atención, donde el uso de la cámara (hoy día aún más popularizada hasta extremos enfermizos con los Smart-phones y las redes sociales) se llega a convertir en un acto de vampirización. Powell nos ofrece un film inquietante, turbador, subyugante, elaborando un clima opresivo que te va calando en su malsano ambiente cargado de tensión latente, donde como la mencionada hitchcockiana “Psycho” sugiere más que muestra, pero lo hace tan bien que parece hayas visto algo que solo ha sucedido fuera de campo. El British Film Institute la nombró la 78a mejor película británica de todos los tiempos, y en 2017 una encuesta de 150 actores, directores, escritores, productores y críticos de la revista Time Out la ubicó en la 27a mejor película británica de la historia. El término 'Peeping Tom' es en el argot inglés sinónimo de mirón/voyeur.

Tiene un inicio donde el director deja patente su maestría y originalidad. Primero vemos un plano fijo que parece sacado (influenciado) en la obra pictórica del estadounidense Edward Hopper. Estamos de noche en un callejón, vemos a una prostituta en el Soho londinense (reminiscencias al victoriano asesino Jack el Destripador), alguien en la oscuridad la filma con su cámara portátil de 16mm, se acerca a ella y los dos vana la habitación de trabajo de ella, todo lo vemos en primera persona, el ‘cliente’ saca su cámara que permanecía escondida, y entonces vemos el rostro horrorizado de la meretriz. Tras lo que vemos al criminal en su habitación oscura rememorando en su grabación los hechos, y vemos el rostro del tipo, con lo que sabemos no vamos a jugar al ‘whodonit’. Marcando el carácter del protagonista y de la atmósfera de la película. Powell coloca al propio cine en una agresión sexual que termina en asesinato, nos hace cómplices de su excitación patológica, donde la simbología es notoria la cámara se convierte en un falo violador.

Powell tiene la complicada tarea (y exitosa) de poner de protagonista a un asesino, un retrato de personalidad donde nos lo deconstruye y psicoanaliza de forma sensacional con jugosas píldoras sobre su pasado, donde las obsesiones sobre el miedo provienen de su padre que gustaba de grabarlo mientras le asustaba, esto introducido orgánicamente fluido en varios proyecciones (donde el director Michael Powell jugando al metacine es la figura del padre y el niño es su hijo) lo cual hace empaticemos con él, y a la vez hace que nos sintamos incómodos, nos muestra a Mark como un tipo de apariencia tímida, frágil, educado, sensible, alejado de la imagen del Monstruo que lleva dentro. Mark tiene dos trabajos, maneja una gran cámara en un estudio de cine británico, y es fotógrafo especializado en pornografía, es un tipo introvertido y solitario, solo parece tener la permanente compañía de su cámara Bell & Howell. Ser que al utilizarla ha ido incubando y retorciendo los sádicos ‘experimentos’ que su padre científico (AN Lewis, célebre científico y autor del multivolumen "El miedo y el sistema nervioso") realizó sobre él cual conejillo de indias, hasta derivarlo en goce sexual con el rostro de terror de sus víctimas y esto además se redobla cuando puede volver a revivirlo esa desencajada expresión en celuloide, está obsesionado con congelar el temor, ese segundo antes de que sus víctimas saben que van a morir. El actor germano Karlheinz Böhm da una actuación estupenda como el desequilibrado Psycho-killer, le dota de mundo interior expresivo, de vulnerabilidad, su expresividad se modula de modo brillante en cada situación, impregna a su actuación de elegancia con esa omnipresente trenka (propiedad de Michael Powell), ademanes educados, pero transmitiendo una gran capacidad de que conectemos con sus traumas.

Hay durante el metraje una singular dosificación de humor negro (Ese tipo que al comienzo va a la tienda a comprar revistas ‘picantes’ y no se atreve a decirlo claramente por vergüenza, siendo ‘sorprendido’ por una niña; los encuentros con las modelos que van a ser fotografiadas por Mark; las escenas en el set de filmación); mezclado con un romance que juega el elemento redentor con Helen Stephens (demasiado frágil Anna Massey), el que puede hacer cambiar al protagonista, sacarlo de su caparazón enfermizo: todo ello en un análisis del morbo de atrapar el temor y la belleza, siendo extraño el momento en que Mark en una sesión fotográfica descubre a una joven hermosa de perfil y al mostrarse de frente ve su labio deformado, ye esta imperfección lo magnetiza y turba; En esta ambigüedad de la imagen resulta sugestivo el personaje de la madre del interés romántico de Mark,una mujer ciega (gran Maxine Audley),...(sigo en spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
TOM REGAN
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