El discípulo

Disfruto del cine intimista, ese que ofrece las esencias más profundas que abren caminos e iluminan conciencias, sentimientos e ideas.

El Discípulo es un trabajo que pretende seguir esas pautas abiertas por autores literarios llevados al cine, pero no lo consigue. La conexión con el espectador resulta impostada, procurando en todo momento, interiorizar una reflexión que al final le sobrepasa.

La cadencia que utiliza se sumerge en un discurso vacuo, de ritmo desordenado, en exceso pretencioso. No he conectado con ella, y eso que soy un gran seguidor de a literatura a la que hace referencia en su narrativa visual.

El cine Iraní ha dado películas muy buenas de la mano de Kiarostami, con climas íntimos y mensajes que desde lo simple llegan a lo profundo contadas desde un relato pausado y atemperado. Lamentablemente esta película quiere copiar los pasos y el estilo bien ganado pero falla en todo sentido.

El Discípulo pretende pero no puede, fracasa, no lo consigue porque el relato en vez de ser pausado es cansino y el mensaje es vacuo mientras el clima generado es de hastío.

El problema, la causa de tal fracaso de esta película es que en vez de seguir los cánones del cine iraní lo que hace es adaptarlos a los estilemas de Netflix que en su mediocridad realiza y distribuye películas que prometen para luego defraudar con una historia potencialmente intensa que los guiones fáciles y simplones no pueden aprovechar imprimiéndoles un ritmo que por ser cansino invitan al sopor. Eso es Netflix. Lo lamento es lo que hay.