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Críticas de Larrory
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Críticas 26
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
El asesino de Pedralbes
Documental
España1978
7.2
845
Documental, Intervenciones de: José Luis Cerveto
8
11 de mayo de 2022
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El misterio de la autoría del Viaje de Turquía se resolvió después que las investigaciones de Antonio García Jiménez demostraran que la obra debía atribuirse al protomédico Bernaldo de Quirós. En forma de coloquio, el genial relato autobiográfico de Quirós auna la amenidad de una apasionante novela de despampanantes aventuras con la meticulosa crónica de los usos y costumbres de los turcos allá por los mediados del siglo XVI, que pudo observar en su calidad de testigo privilegiado durante 4 años de cautiverio.
Entre otras curiosidades Quirós nos regocija con esto: "desde el mayor al menor, cuantos turcos hay son bujarrones, y cuando yo estaba en la cámara de Zinán Bajá los veía los muchachos entre sí que lo deprendían con tiempo, y los mayores festejaban a los menores." ¿Significa esto que todos los turcos nacen con propensión a los amores nefandos? Cabe sospechar que no, sino que el peso de la educación temprana, del modo de vida arraigado en la sociedad, encauza inexorablemente la sexualidad hacia derroteros preestablecidos.
Por otra parte, Quirós ofrece pormenorizada relación de la penosa esclavitud que padecían los cristianos cautivos, de los suplicios, tormentos y vejaciones a los que se les sometía, muy particularmente por parte de los renegados, que se comportaban "peor mil veces que los turcos, y más crueles."

Claro está que la España de la infancia de Cerveto no tiene parangón con el Imperio Otomano del siglo XVI. Puédese sin embargo afirmar que para Cerveto el centro de menores donde le tocó malvivir desde sus 3 añitos constituyó una suerte de Turquía seiscentista en miniatura.
Por lo que al despertar de la sexualidad se refiere, fue víctima de paladinos abusos perpetrados por un capellán cincuentón. Tal particular iniciación debió de parecerle tan normal como a los muchachos turcos de Quirós, puesto que cuando quiso compartir lo que el bueno del capellán le había deprehendido con un compañero, éste le dejó turulato al informarle de que eso eran cosa de maricones. Parece lícito sostener que su imposibilidad de mantener relaciones sexuales con adultos, sean hombres o mujeres, su irreprimible pedofilia, se deben a las malhadadas tempranas vivencias que le fueron impuestas. Quizás todo hubiera sido diferente sin tan nefastos nefandos primordios vitales. En todo caso, algo en su fuero interno se rebela contra sus pulsiones cuando insiste en que sus andaduras con niños nunca se extendieron a penetraciones que pudieran desgraciar el delicado ano de los impúberes.

En cuanto a la violencia hay que dejar asentado que Cerveto no encaja con el perfil de un asesino patológico, y que el impulso que le compelió al crimen también podría derivar de las funestas experiencias que le tocó sufrir de niño.
Huérfano de padre a los 3 años, su madre le zurraba duro y parejo, antes de abandonarlo en un orfanato donde su renegada suerte le deparó una particular renegada sádica mentida de monja, que tomó el relevo de la madre ensañándose sin piedad con él a base de humillaciones y de sacudirle el pellejo a base de bien. Tal aprendizaje corría el albur de desembocar en una propensión a estallidos de violencia, lo cual cuajó en él y se reveló cuando se rebeló contra la monja propinándole un puñetazo en el pecho que la tumbó.
¿Quien puede presumir de nunca haber deseado lo peor, hasta la muerte, a alguien que por cualquier motivo le ha faltado gravemente? Meros devaneos que afortunadamente, y normalmente, se quedan en el limbo de las divagaciones, sin otra eventual sanción que la que podría imponer la propia conciencia, ya que como dice un personaje de Ensayo de un crimen "no se puede procesar por haber deseado la muerte a alguien. No tendríamos mal trabajo los jueces si eso habría que perseguirlo." Media un abismo entre tales deseos y su consecución. La educación, el miedo al castigo, conforman para el común de los mortales la insalvable barrera que impide traspasar los límites de lo irreparable.
No olvidemos sin embargo que en tiempos no tan lejanos se resolvían los considerados casos de honor en el prado o haciéndose médico del mismo al estilo calderoniano. La impronta que dejó en el niño Cerveto su diaria convivencia con la violencia pudo borrar las fronteras a no trapasar cuando se sintió agraviado. Al consumar sus amos lo que Cerveto consideró una afrenta a su honor, reaccionó a la antigua usanza, tal como su duro noviciado se lo inculcó: lavando con sangre la ofensa.
La truculencia del crimen es un mero detalle, una suerte de digresión. Cuando se comete un acto violento, la sensación de horror desaparece con la ceguera producida por la ira. Hitchcock, en una espectacular secuencia de La cortina rasgada, quiso demostrar que acabar con la vida de un ser humano no es la tarea sencilla que nos pintan algunas películas en que un simple navajazo lanzado de lejos fulmina instantaneamente al que lo recibe. Cerveto lo verificó por su cuenta cuando explica que hubo de ensañarse a puñalada limpia hasta conseguir su propósito.

Con lo que antecede no pretendo argüir que un inexorable determinismo fabrica, por así decirlo, seres propensos a situarse fuera de lo que las leyes estipulan. Otros que Cerveto han padecido primordios semejantes al suyo sin incurrir en hechos delictivos.
Por otra parte, la perversidad extrema puede ser innata, y ahí están la vida y obra del Divino Marqués para atestiguarlo.
Con todo, mi sentimiento es que en el caso de Cerveto sí huelgue acudir al determinismo. Me resultó una evidencia al visionar la secuencia donde aparece desenfocado, y en la que se despacha a su gusto contra psicólogos y psiquiatras, tratándoles de petates y basura. Singular y conmovedor espectáculo de una mente enjaulada cohabitando con los demonios que la corroen, luchando impotente contra compulsiones contra las que rabiosamente se rebela, que querría entender, controlar. Y nosotros sentimos, yo por lo menos, que no hay nada que entender, que no hay vuelta atrás, y que todo se consumó durante su triste niñez.
Larrory
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8
19 de mayo de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Según el testimonio de un padre dominico amigo de Buñuel en Méjico, a la vez que Don Luis se declaraba una suerte de discípulo del Divino Marqués en cuanto a un irreductible ateismo, profesaba un singular apego a la figura de la Virgen María, a tal punto, afirma el tal dominico, que cuando la conversación tornaba sobre ella se le solían saltar las lágrimas.
Cabría elucubrar que tal peculiar devoción era la manifestación de una particular apuesta de índole pascaliana por parte de Buñuel, por si acaso las patrañas que mienten infiernos y paraisos tuvieren algún fundamento. Conocedor de la puntual disposición de la Virgen en socorrer a los que le muestran reverente fidelidad malgrado las impiedades en las que pudieren incurrir, que mejor que especular con su misericordiosa intercesión para ahuyentar a la turba de diabluchos dispuestos a garrapiñar su buñueliana ánima pecadora a la hora de rendir cuentas.
Ni que decir tiene que lo que precede no pretende ser más que una parodia chistosa del tipo de interpretaciones de las que Buñuel se mofaba cuando sus exegetas se trastornaban el caletre intentando analizar su obra. Entonces ¿Cómo compaginar su aparente afición mariana con su declarado y a todas luces auténtico descreimiento? Pues sencillamente aceptando tal premisa como los fieles creyentes acatan los misterios de la fe sin tratar de elucidarlos, o considerarlo un guiño malicioso del inveterado guasón que nos dibuja su libro de memorias Mon dernier soupir.

En todo caso, en esa curiosa o enigmática dicotomía reside la clave que permite una cabal intelección de La voie lactée, cuyo principio activo es tributar un homenaje a la Madre de Jesús aderezándolo con el coadyuvante de un repaso ilustrativo de heterodoxias y dogmas relativos a la religión católica.
En cuanto a este último aspecto Buñuel ne se anda con tapujos. Ridiculiza con jubilosa ironía tanto las elucubraciones ideadas por herejes como la involuntaria comicidad de los anatemas pronunciados por la Iglesia, la desaforada controversia entre jansenistas y jesuitas o el dogma de la Santísima Trinidad.
Nada del estilo acaece en las numerosas escenas referentes a la Virgen María, sea que se mencionen sus atributos y los prodigios que le asignan, sea que intervenga presencialmente encarnada por la fina estampa de una Edith Scob en la plenidud de su diáfana belleza. Tocada del blanco de la pureza y vestida del azul de la lealtad, de la fidelidad y de los ensueños, su rostro de delicada porcelana irradia apacible serenidad y firmeza. En dichas escenas prevalece una sobria seriedad que evidencia el respeto y la benevolente simpatía que le profesa Buñuel, en particular cuando, fuerza tranquila, alecciona y corrige a un Jesús que por contraste se nos muestra un tanto desenfadado e informal.

Para ilustrar la vertiente milagrera de la Virgen, Buñuel ha elegido con fino criterio el más ingeniosamente pergeñado de los múltiples portentos que la tradición mariana le atribuye, a saber el de la monja escapada de su convento, de quien toma la apariencia y asume los quehaceres hasta el arrepentido regreso de la prófuga. ¡Lástima que ni Gonzalo de Berceo en su Milagros de Nuestra Señora ni Clemente Sánchez en su Libro de los exemplos por ABC hayan recogido este tan difundido prodigio, cuya primera versión conocida data del siglo XII! A título de ejemplos, lo escenifica Zorrilla en Margarita la tornera y Gerónimo de Pasamonte ofrece una magistral reelaboración del mismo en su llamado Quijote de Avellaneda, capítulos XVII al XX. En la película el genial Julien Guiomar caracterizado de cura relata el milagro ante un auditorio embelesado que expresa emocionado su admiración al concluir una narración entreverada con algunos "Écoutez-moi bien!" que le confieren austera y reverente solemnidad.
En absoluto contraste con la escueta sencillez con la que se dignifica esa leyenda, está la escena que ilustra el milagro, incluido éste en los Evangelios, de los ciegos a quienes Jesús permite recobrar la vista, milagro que Buñuel desarticula con insidiosa sorna.

Para los que gozan de la celestial dicha de dominar el celestial idioma francés, tan dulce y sabrosa como una aparición de la Virgen resulta paladear en su versión original la variedad de ricos matices y acentos de la lengua gala en boca del ejército de actorazos ya desaparecidos que prestan su participación en la película, y cuyo desfile conforma un caleidoscopio de la nostalgia.
El gracejo parisino de Paul Frankeur, el sensual cosquilleo producido por el gorgeo de Delphine Seyrig, la sutil untuosidad del habla de Alain Cuny o de Julien Bertheau, la elegante dicción de Jean Piat, Laurent Terzieff o Georges Marchal, la meliflua delicadeza del timbre de voz de Michel Piccoli en su aparición como Marqués de Sade... y tantos otros que bien merecido tendrían formar parte de una compañía de representantes dedicada a deleitar el eterno ocio del Altísimo y de su séquito de Elegidos.
Larrory
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8
2 de febrero de 2020
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La revista Caimán elaboró en 2016 una lista de las "100 mejores películas españolas", aunque en realidad ascienden a 455 los títulos propuestos.
Resulta llamativo que 7 de las 10 mejores, entre ellas las 3 que acaparan el podio, daten de la época en que España estaba sometida a un régimen autoritario, que la conformista y borreguil estulticia que impera en nuestros tiempos pretende pintarnos como una dictadura en la que una feroz censura amordazaba las comezones creadoras.
Cerrado por asesinato, película rodada durante aquellos supuestos años de plomo, no figura en la lista, y se me antoja que injustamente dados los muchos bodrios que dicha lista comporta. En sus diálogos se citan las revistas La Codorniz y El Caso, que bastarían a demostrar que la censura que achacan al régimen franquista se soslayaba con harta facilidad y no pasaba de consistir en un mero juego del escondite en el cual los inquisidores salían a menudo burlados... a veces con su complicidad.
Época aquella en que con muy buen criterio las autoridades decretaban medidas para preservar al idioma de las desaforadas anglo-franchuterías que lo están gangrenando en nuestros días. Un eco apagado de ello apunta cuando Rafael Alonso le espeta a su mujer "¡No digas suspense!" al querer ella calificar el tipo de novela a la que es aficionada; natural... pudiendo sencillamente decir suspensión.
El bajo presupuesto con el que contó la producción queda comicamente manifiesto cuando, junto al consabido frasco de sifón que nunca faltaba por aquel entonces, la botella de Johnnie Walker Red Label aparece medio rellena de un líquido transparente. Sin embargo, el buen talante y talento logran suplir esa falta de medios, ya que la película constituye un brillante ejercicio de equilibrio entre comedia ligera y opresivo planteamiento dramático.
El ingenioso guión ideado por César Torre, al que un guiño de los diálogos cita junto a Edgar Wallace y Agatha Christie, está sabiamente aprovechado por el director merced a un riguroso andamiaje de escenas, aunque bien es cierto que el consumado aficionado a la representación fílmica de tramas policiacas no dejará de percibir las pequeñas trampas que pretenden inducirle a falsas conclusiones ¡Son tantas las cintas de intriga rodadas desde 1961!
Una película de esta índole correría el riesgo de irse por la vía de Tarifa a no estar sostenida por la relojería de actuaciones milimetradas, lo cual es el afortunado caso. El elenco cuenta con la bonachona y simpática estampa de Félix Dafauce, la deliciosa piripi metomentodo Mara Cruz, la elegante bizarría de Alfredo Mayo y su "físico 100 por 100 nacional" según su propio dictamen, y ante todo y sobre todo la soberbia actuación de Rafael Alonso, cuya sobria justedad merece o exige el juicio de perfecta. Tratando de resaltar la importancia de una adecuación entre tipo de actor y papel asumido, elucubré a posteriori sobre el bochornoso esperpento que presumiblemente hubiese resultado la película con López Vázquez en el puesto de Alonso. Sus insufribles aspavientos y mímicas corrían el albur de convertir esta recóndita joya del cine patrio en una españolada mamarracha.
Larrory
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7
13 de febrero de 2019
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
El ilustre ilustrado Montesquieu deja a los españoles hechos un guiñapo en la despiadada septuagésimo octava de sus cartas persas. Tampoco se chupa el dedo en la quincuagésimo primera cuando afirma que "las mujeres moscovitas gustan de ser maltratadas. Para quedar aseguradas de que sus maridos las quieren, han de zurrarlas de lo lindo." Concuerda con la sabiduría popular: ese te quiere bien que te hace llorar.
Las hembras españolas harían bien en meditar el sabio aviso venido de allende los Montes Urales, como parece haberlo recibido y entendido la Concettina de la película, alias la James Bond girl Claudine Auger. En un par de ocasiones se encara con su novio Dudu, y éste le arrea un sopapo que ella acepta sin rechistar ni lloriqueos, como si de lo pactado se tratase. A contrario, la vez que la muy resabida le provoca adrede y él sin inmutarse se queda tan pancho, es cuando expresa una amarga queja y en sustancia le dice: ya no debes quererme, no me has dado mi bofetón.
También tiene guasa la supersticiosa devoción a San Genaro de la banda de desaforados cacos napolitanos. Recuerda a los ladrones de la novela Rinconete y Cortadillo rezando el rosario y ofreciendo limosna para el aceite de la lámpara de una imagen muy devota.

Por lo demás tenemos a una clásica historia de robo a la italiana del estilo de I soliti ignoti, asumiendo una desenfadada inverosimilitud, con un retrato que rebosa cariñosa benevolencia hacia el entrañable mundillo, solare dirían los italianos, que bulle por las calles de Nápoles.
Jubilosos gags a montones, escenas de acción filmadas y montadas con el tempo adecuado, en particular la muy conseguida secuencia que menciono en el spoiler... tales son los ingredientes de esta desenfrenada patraña, que además cuenta con un elenco de primera. Acertadas figuras de segundones rodean a un Totó y a un Nino Manfredi que como de costumbre dan la talla, y a una Senta Berger cuyo garbo y despampanante belleza son pura bendición y desasosiego para los sentidos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Larrory
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7
11 de febrero de 2019
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Asumo una percepción decididamente subjetiva de esta película. Para mí, su principal interés, la virtud que la distingue, es de índole idiomática, ya que para apreciarla plenamente se requiere, si no dominar, por lo menos tener asaz buenos conocimientos de italiano, francés y español, lo cual conlleva, claro está, visionarla en su versión original con el eventual respaldo de subtítulos.
Como consecuencia, es posible que los que no posean tal preadquirida base la tachen de baladí, de mera variación en torno al consabido esquema de la reunión familiar en el curso de la cual se acaban por sacar a relucir trapos mugrientos y malolientes y se destapan descarríos, podredumbre acumulada debajo de la alfombra de las apariencias.

Confieso pues haber estado a veces más atento a percibir la sutil riqueza de matices que se percibe en los acentos de los diversos personajes, que en la sustancia misma de los diálogos.
Tenemos al sabroso entrecruce entre español e italiano que salpica el decir de Segunda, alias la desbordante Candela Peña, que se dirige alternativamente a un mismo interlocutor en las dos lenguas, entreverando a veces en una misma frase los dos idiomas.
Está Stéphanie, rebelándose de continuo contra el Stefania con el que se empeñan en rebautizarla, con su tremendo y genuino acento francés, lengua con la que parece reoxigenarse cuando telefonea a su psicanalista.
En labios del políglota Jordi Mollà, el italiano se desdibuja en una indistinguible internacionalidad, y la gran Marisa Paredes nos deleita con una auténtica gollería: es un regalo para los oidos su maridaje del bronco y contundente español con la leggerézza cantarina del italiano.

Sería sin embargo injusto restarle méritos a un guión que sabe sacar el mejor provecho de recursos manidos.
La idea de centrar la trama en torno a la trayectoria vital y profesional de un galán italiano, el Latin lover del título original, permite un divertido repaso por algunos de los diversos movimientos y tendencias que se han desarrollado en el seno de la industria cinematográfica. Se devanan referencias explícitas al neorealismo italiano, a The bad and the beautiful de Minnelli, a las inquietudes existencialistas de Bergman, a Un homme et une femme de Lelouch, al western spaghetti, etc.
El trazado de la personalidad del héroe en hueco alrededor de quien giran las vivencias de los demás personajes tiene indiscutibles visos de verosimilitud, de fino aprovechamiento de circunstancias reales. Los seres que descollan, en cualquier campo que sea, suelen ser de una pasta vital arrolladora, fuente de asombro y envidia para el común de los mortales. Ateniéndonos al mundillo del espectáculo, basta con repasar la biografía de los famosos para comprobar que la mayoría ha navegado por la impetuosidad de los torrentes, y no por la apacibilidad de los mansos ríos, y que por ejemplo no sean raros los casos de actores aficionados tanto a la caña como al corcho.

En resumidas cuentas, con este trabajo nuestra Cristina no ha desmerecido de su ilustre papá.
Larrory
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