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Críticas de Juan Marey
Críticas 625
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
28 de abril de 2024
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Norman Mailer, periodista de guerra, biógrafo, guionista cinematográfico, ensayista anti-sistema y doble ganador del Premio Pulizer, está considerado como uno de los grandes innovadores del periodismo literario junto a Truman Capote, “Los desnudos y los muertos” constituyó su debut en la literatura, una novela antibelicista publicada en 1948 y que estaba basada en la propia experiencia personal del autor, que había combatido como soldado de infantería en el Pacífico, ofreciendo una cruda y descarnada visión de la guerra. Aunque no es un libro muy popular entre los lectores españoles, en la gran mayoría de los países anglosajones rápidamente se convirtió en una obra de culto para los amantes de la literatura bélica de la II Guerra Mundial y es considerada una de las mejores obras escritas sobre este conflicto.

Dado el éxito que tuvo la novela, rápidamente se compraron sus derechos para ser llevada a cine, pasaban los años y dicha película parecía estar ahí aparcada cuando la United Artist confió el proyecto a Charles Laughton, que acababa de dirigir su primer largometraje: "La noche del cazador", Laughton contaría con Robert Mitchum en uno de los papeles mientras buscaban otros actores a la par que el guion cogía forma, el proyecto quedó abortado cuando, tras el estreno del clásico de Laughton, la taquilla le fue esquiva, una lástima pues "La noche del cazador" es un “peliculón” como la copa de un pino, y lo que podría haber hecho con "Los desnudos y los muertos" con el presupuesto que se presuponía iba a contar, hubiera convertido al título en un clásico del género casi sin ninguna duda, sin embargo quedó aparcado y casi olvidado. Fue rescatada a última hora gracias a que fueron vendidos sus derechos para que una decadente RKO se encargase de la producción (que no de la distribución, en este caso a cargo de la Warner), de esta manera llega Raoul Walsh al proyecto poco después de haber rodado "Más allá de las lágrimas", título con el que compartiría algunos actores, dos de ellos, de los pesos pesados de su nuevo largometraje, Walsh, realizador que ya tenia experiencia en dirigir films bélicos como una obra maestra de la talla de “Objetivo: Birmania”, inmediatamente sugirió que se introdujeran en la película unas escenas de combate más intensas que las que aparecían en la novela, este no fue el único cambio que se produjo respecto al texto originario, cuyo argumento era demasiado radical para los gustos de la época, tanto es así que ante la ausencia de escenas románticas en el texto original, Jack Warner le dijo a Paul Gregory que: “Raoul meterá algunas domingas en la historia”, eso se tradujo en la escena del baile sensual de la cabaretera que sirve de apertura a la película, y que no aparece en el libro, por supuesto, totalmente prescindible, de lo peor de la película.

"Los desnudos y los muertos" tiene el error, para su desgracia, de no contar con el presupuesto y mimbres necesarios para hacer una obra épica y mítica, Walsh ya no era el artista de "Objetivo: Birmania" o "Murieron con las botas puestas" pero seguía siendo un gran director, y el reparto sin un gran rostro que destacase, por mucho que Aldo Ray fuera uno de los actores más famosos de la época, tampoco contribuía, sobre todo si comparamos con el proyecto en el que Laughton hubiera contado con Robert Mitchum acompañado de un reparto de campanillas. Pero con todo, y a pesar de estas limitaciones, la película es de alabar, quizás su falta de ritmo en la parte previa al desenlace, lo que sería el entramado bélico, le reste ligeramente valía, pero hasta entonces construye sus principales personajes de manera brillante, además el tramo final es fantástico, lleno de ritmo, fuerza y vigor. Aunque no es una película perfecta, sí es un título a reivindicar que merece la pena ver alguna vez en la vida.
Juan Marey
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7
26 de abril de 2024
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Primer western de Don Siegel y primera película que hizo en color, su trama (la del heroico agente de la ley que se enfrenta a una banda de bandidos) aunque es bastante tópica y llena de clichés, resulta muy agradable de ver, además se ve mejorada por una buena variedad de excelentes personajes: la chica dura y despiadada, el niño, el sheriff también muy duro, por supuesto, el anciano amable pero algo idiota… todos los clichés están aquí, pero a pesar de sus defectos obvios, esta es una película del oeste de serie B realmente divertida con buenos personajes, tan brillantes como el tecnicolor en el que se nos presentan. Tiroteos, un duelo, un secuestro, persecuciones a caballo, y mucha, mucha acción... no es ningún clásico pero sí un entretenimiento muy bien hecho que te transportará a esas tardes de tu infancia en las que pasabas un buen rato viendo una del oeste.

Es innegable que es una película de Siegel, con su grado de violencia y la delgada línea entre el crimen organizado y la “ley y el orden”, y con cada fotograma brillando con su característica dureza y sensibilidad. El guion de Gerald Drayson Adams, un guionista veterano de la década de 1930, tiene un ritmo tan descarnado que, si cierras los ojos, pensarías que se trata de una historia criminal ambientada en Chicago, Nueva York o alguna otra gran ciudad, “Duelo en Silver Creek” toma prestados muchos elementos del cine negro como la siniestra voz en off, o el agente de la ley que hace de chivo expiatorio de una despiadada mujer fatal, incluso el vestuario de Audie Murphy está teñido de negro, aunque podamos decir que es el bueno de la película, se pone un sombrero stetson negro y una chaqueta de cuero como para recordarnos el potencial de violencia que acecha justo debajo de la superficie.

El actor más conocido es Audie Murphy, aunque hizo algunas buenas películas, la mayor parte de su producción consistió en westerns de rutina, Murphy siempre parecía estar luchando contra dos claros problemas, el primero fue el hecho de que, debido a que se había hecho conocido entre el público estadounidense por algo más que sus actuaciones (era un héroe de guerra muy condecorado), no pudo deshacerse de su extraño nombre de pila, sonaba femenino y por lo tanto poco apropiado para un duro vaquero, el segundo era su apariencia suave y juvenil, lo que significaba que con frecuencia lo encasillaban como un joven novato e inexperto, incluso cuando tenía treinta y tantos años, aquí, sin embargo, está bastante bien como Kid, un joven descarado e indisciplinado pero básicamente decente. Pero aunque es una de las mejores películas de Audie Murphy, la verdadera estrella es Stephen McNally, fantástico como el “Marshall” de la ciudad, un sheriff muy, pero que muy duro, Murphy está bien, pero el personaje que realmente se queda grabado en nuestra memoria es el de McNally.

Una película muy entretenida con una vigorosa dirección a cargo de Don Siegel, una excelente fotografía en color, unos buenos actores, mucha acción y, sobre todo, una historia que avanza rápidamente y sin descanso, especialmente en el último tercio.
Juan Marey
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9
24 de abril de 2024
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En 1947 Joseph. L. Mankiewicz dirigió, junto a esa deliciosa obra maestra que es "El fantasma y la Señora Muir", "El mundo de George Apley", otra película no tan conocida pero también otra auténtica obra maestra. El filme comienza como una comedia de costumbres amable pero se va desarrollando poco a poco como un drama en el que estas costumbres terminan oprimiendo a los individuos y destrozando sus vidas, gira en torno a la tradición marcada por la apariencia, la misma que rige la clase social a la que pertenece George Apley (un genial Ronald Colman), patriarca de una de las grandes familias de la alta sociedad bostoniana y que a pesar de ser una buena persona es tan excesivamente anticuado para su tiempo que piensa que el pequeño mundo que gira a su alrededor es el único mundo de existe, el de la ciudad de Boston, él controla cada uno de los minutos que forman parte de su vida y de la vida de su familia, todo debe de estar en su sitio, siempre con la frase justa y la actitud apropiada, no hay ni una nota aguda en la aburrida sinfonía de su existencia, nada debe salirse de lo que se espera, y, sin embargo, los tiempos están cambiando, y alguien debe abrirle los ojos, tal vez quien lo haga sea precisamente aquél que ya hace años se dio cuenta de que aquello no era la felicidad, podrá ser la comodidad, la seguridad de saber a la perfección lo que va a ocurrir al minuto siguiente, la ociosidad de una posición asegurada…pero no es la felicidad, y George Apley está a punto de hundir la incipiente felicidad de sus hijos, va a tener que ponerse al día, no le queda más remedio.

Cada una de las películas que componen su obra cinematográfica pone de manifiesto que Joseph L. Mankiewickz fue un director culto e inteligente, pero también de elegante ironía, liberal frente a las intolerancias, lo dicho se descubre en “El mundo de George Apley”, en su manera de destapar, desde un humor dramático e irónico, la intolerancia provocada por los prejuicios y la ignorancia de quienes creen ser superiores en motivos, moral y razones, pero que no dejan de ser personas guiadas por falsas ideas que disfrazan de virtud, condenándose a una monotonía regida por comportamientos que suponen refinados y correctos. Aún ambientada en 1912, es una crítica clara a la sociedad de su tiempo, los años cuarenta, en los que en los USA (y en muchísimos lugares más, por supuesto) las apariencias eran lo más importante y los padres delineaban el camino que sus hijos habían de seguir por la fuerza, Mankiewicz, por medio de unos diálogos fabulosos, ataca a la hipocresía de las clases altas, a la represión amorosa y sexual, a la incomunicación en el matrimonio y entre padres e hijos, al enchufismo, a la intransigencia, al abandono de los sueños vitales por exigencias sociales y sobre todo al provincianismo pacato que todas estas cosas juntas crean en una ciudad, Boston es esta ciudad provinciana, un infierno de aburrimiento y tontería que se contrapone a la abierta y siempre vanguardista Nueva York.

Plácida, cínica, cine elegante, sotisficado, culto, modulando desde un punto satírico una comedia ligera centrada en temas como el respeto, la comprensión, la familia, el progreso y los conflictos generacionales. La delicadeza en el tacto narrativo y en el trazo de personajes, o el dominio de los escenarios como medio narrativo, son algunas virtudes de esa maravillosa película realizada por un director excepcional, por no hablar de la fantástica dirección de actores, de su elegancia en la puesta en escena, de la consecución de la tonalidad y ambientación adecuada, de su destreza en la adaptación literaria… Muy recomendable y digna de ser rescatada y reivindicada.
Juan Marey
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8
15 de abril de 2024
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Walter Hill es un director al que no le gusta perder el tiempo, va directo al grano en sus películas, lo cual no quiere decir que sus historias estén narradas de forma atropellada, uno de los principales males del actual cine de acción, películas que además sobrepasan la mayoría de las veces las dos y las tres horas de duración, en el cine de Hill eso no existe, y salimos ganando todos. Un claro ejemplo de esto de lo que os estoy hablando es la película que hoy nos ocupa, “Driver” (1978), una obra con un clarísimo referente en el pasado y otro en el futuro, dos grandes películas de la talla de “El Silencio de un Hombre” (1967) de Jean-Pierre Melville por un lado y “Drive” (2011) de Nicolas Winding Refn por el otro, en ambos casos nos encontramos con cintas policíacas que hacen gala de un estilo seco y conciso, además de dos protagonistas al margen de la ley con caracteres muy parecidos: callados, misteriosos (de hecho no conocemos nada de su pasado), impecables en su trabajo y con un código propio que siguen a rajatabla.

Una de las grandes virtudes de “Driver” es la absoluta concisión de Hill, que reduce la trama a lo mínimo y no nos desvela más que lo necesario de los diferentes personajes (de hecho ninguno tiene nombre), este enfoque minimalista que reduce los personajes y el conflicto al mínimo común denominador para que funcione, tiene como consecuencia un tono austero que favorece claramente la narración y – gracias a Dios – de paso nos evita la previsible y tópica historia de amor entre el protagonista y la chica encarnada por Isabelle Adjani, dejando su relación más en el aire, como una especie de complicidad sobreentendida entre ambos que no traiciona el carácter de sus personajes. Hill consigue lo que muy pocos en el género, con un mínimo de elementos obtiene un máximo de resultados, así del personaje central nunca llegaremos a saber nada de su vida, al igual que del resto, haciendo más amplio así una de las máximas del western, género que Hill demuestra admirar en la mayoría de sus trabajos, sus vidas no nos interesan, y es cierto, sólo nos importa la relación entre ellos, pero esto no quiere decir que los personajes no estén dibujados o perfilados, lo están y mucho.

Uno de los mejores trabajos de su director, directo, conciso, sincero, sin florituras de ningún tipo, y que nos demuestra que un estilo de dirección más «a la europea» no es algo que vaya reñido con crear un producto de entretenimiento típicamente hollywoodiense. En su estreno el film fue un rotundo fracaso, tanto de crítica como de público, excepto en Japón, donde se recibió bastante bien, el impacto de su fracaso fue tal que, de no ser por el siguiente (y más exitoso) film de Hill, su carrera hubiera terminado ahí mismo, sin embargo, a pesar de su incomprensible e injusta desvalorización inicial, hoy es reconocida como una de las mejores películas de persecuciones en general, y de Walter Hill en particular, especialmente si tenemos en cuenta que directores de la talla de Quentin Tarantino o Edgar Wright la reconocen como una poderosa influencia en sus carreras, y no es para menos, “Driver” es una excelente película que se permite tanto entretener de principio a fin como servir a su autor como medio para plasmar la manera en que entiende el cine mismo.
Juan Marey
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8
14 de abril de 2024
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François Truffaut tenía pasión por las novelas, lo prueba el hecho de que la mitad de sus películas fueron adaptaciones literarias, “Les deux anglaises et le continent” (con una mala traducción del título al español: “Las dos inglesas y el amor”), del año 1971, es una de ellas. En realidad la historia de la realización de la película empieza muchos años atrás, en 1955 un joven Truffaut descubre por casualidad “Jules et Jim”, es la primera novela de un desconocido autor de sesenta y cuatro años llamado Henry-Pierre Roché, a Truffaut le impresiona su prosa poética, su escaso vocabulario y su estilo telegráfico, antes de rodar “Los 400 golpes”, cineasta y escritor se conocen y comienzan a hablar de una adaptación cinematográfica, desgraciadamente Roché nunca vio su libro llevado a la gran pantalla, tenía más de ochenta años y murió antes de que se realizara este proyecto en común, Truffaut atribuye a su egoísmo juvenil el haber demorado demasiado el asunto.

“Jules et Jim”, de 1961, la primera adaptación que hizo Truffaut de una novela de Henry-Pierre Roché, sin duda una de sus mayores obras maestras, trata de la amistad y el amor entre tres personas, dos hombres y una mujer, la película tuvo una gran repercusión en el momento de su estreno, debido al tratamiento libre con que se abordaba un tema tabú en aquella época, el del triangulo amoroso. Diez años más tarde de “Jules et Jim”, “Les deux anglaises et le continent” se convierte en la segunda novela de Roché que Truffaut lleva a la pantalla, adaptación que se basa también en las propias notas manuscritas del autor, un diario que le serviría después para construir la novela, es una vuelta al revés del tema del triangulo amoroso, en esta ocasión el trío está compuesto por dos mujeres –y además hermanas– y un hombre.

Truffaut envuelve la película de tensiones sexuales predestinadas, prohibidas, resueltas y por resolver, con una pátina poética y delicada, su realización, desbordante de cariño hacia sus personajes y estilizada hasta lindar con el esteticismo, seduce al espectador y le invita a recorrer la evolución de un idilio compartido por tres jóvenes llenos de vida, en especial esas dos hermanas antitéticas y fascinantes encarnadas por las igualmente hermosas Kika Markham y Stacey Tendeter. Como ya comentamos antes, en la novela la historia se narra a través de cartas y monólogos lo que en un principio la hace difícilmente adaptable al cine —“Los puentes de Madison”(“The Bridges of Madiosn County”, Clint Eastwood, 1995) partía del mismo problema y el resultado es antológico—, pero Truffaut salva muy bien la papeleta al lograr una maravillosa comunión entre el texto de Roché y el suyo propio, con una puesta en escena casi inexistente, y con recursos como los personajes hablando a la cámara o una voz en off, del propio Truffaut y que muchos vieron como prescindible cuando en realidad aumenta el carácter literario de la historia. El director francés nos habla del amor físico ante todo, no hay demasiado sexo en el film, pero Truffaut se encarga de hacerlo latir de forma muy intensa a través de los diálogos, pocas películas como ésta nos hablan con total sinceridad de la vital importancia del deseo sexual.

De los trabajos más personales del cineasta, supuso un gran fracaso comercial y fue maltratada por la crítica y el público de la época, pero el tiempo hace justicia, el filme se ha revalorizado, y no es para menos, un excelente ejemplo de un filme que sabe retratar la mente humana, sobre todo la mente humana femenina, un excelente ejemplo de la sensibilidad con que sabía plasmar este notable cineasta francés sus trabajos. Originalmente se estrenó con un metraje de 108 minutos, en 1984, Truffaut añadió material adicional, se reestrenó en 1985 –cuando Truffaut ya estaba muerto– con el montaje original.
Juan Marey
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