Es un corto simple: un diablillo le hace la noche imposible a un pobre señor. En la mayoría de críticas, una historia tan pobre sería probablemente un punto negativo, pero aquí no. Porque hoy he visto este corto con una treintena de personas y... nos hemos reído. 107 años después, hay algo en él que sigue funcionando.

Los efectos de aparición y desaparición, así como los de multiplicación de los objetos (grandes aportaciones técnicas de Méliès, pero también de su ayudante Segundo de Chomón), dan dinamismo, sorpresa y comicidad. Esta propuesta es ganó al público hasta el punto de que durante décadas y décadas se ha copiado este mismo estilo en la animación "cartoon", especialmente la american, desde los Looney Toons a Tom & Jerry. Hemos crecido con estos personajes traviesos que se ganaban nuestra simpatía, despertando el niño que tenemos dentro, ese que a veces dejamos salir. Es por ello que Le diable noir nos resulta tan familiar en nuestros días. Es por ello que sigue siendo tan comedia en 2012 como lo fue en 1905

Segundo de Chomón, el probable genio a la sombra de Méliès, firma esta obra puramente técnica. La historia es simple y poco importante. El film se ciñe a una idea básica, la de los objectos animados mágicamente, que sirve como excusa para mostrar el despliegue técnico de su creador

Aquí lo importante no era contar una historia, sino maravillar al espectador, entendiendo el cine como ilusión. Y Chomón era un verdadero especialista en lograr estos efectos visuales que aumentaban la experiencia mágica del cine primerizo

Sin embargo, lo que este film tiene de asombroso (teniendo en cuenta el contexto temporal en el que se desarrolló) también lo tiene de irregular. Como digo arriba, la historia es muy simple, por lo que la "pirotecnia" de Chomón da vueltas y vueltas sobre ella, haciendo que las acciones sean a menudo repetitivas y tediosas. Alguna situación complementaria a la principal o un metraje más comedido hubieran mejorado este corto

Entre transgresora, macabra y tierna, esta obra de Starewicz no deja indiferente. Uno parece estar viendo dibujos animados, aunque con una temática adulta. Innovó en varios aspectos, como la humanización de caracteres animales (logrando así una ridiculización del ser humano, un punto de vista cómico reminiscente de Kafka), un avance en la perfección del stop motion, el recurso de no usar actores reales para así evitar la censura pública acerca del tema (adulterio), y la temática "cine dentro del cine".

Sin embargo, hay un componente macabro en la utilización de cadáveres de insectos en la elaboración de este cortometraje. Cuesta imaginar la polémica que se generaría si hoy en día alguien hiciera un cortometraje animando cadáveres reales.

Está muy bien que un director sea atrevido e intente romper un tabú como es el sexo en el cine. Creo que habría que aceptar el sexo con más naturalidad en este arte, del mismo modo que forma parte natural de la vida. Sin embargo, cuando una película se queda simplemente en eso y no cuenta nada, cualquier atisbo de valentía cae en saco roto.

Esto es lo que le pasa a 9 Songs: es atrevida, pero no tiene nada que contar. Lo peor del film no es que el sexo no sea sugerente sino explícito (cosa que no tiene mérito ni arte alguno). Lo peor no es tampoco que los 2 únicos personajes que salgan estén mal dibujados, sean planos, no tengan motivaciones ni conflictos, o sus diálogos aporten 0. Lo peor ni siquiera es que la trama sea inexistente y fría, o el montaje basto, o que sobren la mitad de escenas en una película que dura una hora.

Lo peor es el aire de pretenciosidad que Winterbottom le da a la cinta (con las canciones y, sobre todo, con la alegoría antártica). 9 Songs quiere ser algo que no es, lo que no puede ser de ningún modo: quiere ser alma cuando solamente es carne.

Unos lo llamarán minimalismo posmoderno, realismo nihilista o subversión bizarra ante los cánones. Otros solamente veremos aquí conducción temeraria con una justificación pueril, carente de cine, todo frivolidad y falta de ideas. Llevar una cámara no transforma lo ilícito en lícito, ni lo mundano en arte; el cine no lo hace la cámara