Diseñado para atrapar tanto el ojo como el cerebro, el documental de Jessica Kingdon recuerda por su forma a otras obras como la trilogía de Godfrey Reggio (Koyaanisqatsi, Powaqqatsi y Naqoyqatsi) o Baraka, en las que no hay narrador y el hilo argumental se va construyendo a través del montaje.

El discurso se encuentra estrechamente vinculado a la música, que cobra un especial protagonismo. El músico americano Dan Deacon recrea ambientes espaciales con elementos estridentes y punzantes que acentúan aún más la fuerza de las imágenes.

Los diferentes escenarios que van desfilando ante nuestras miradas son hipnóticos y nos dejan atónitos. Proyectan un sinfín de temas sobre los que reflexionar, como los excesos del consumismo, el impacto ambiental, la deshumanización, la explotación laboral, la desigualdad, el hedonismo o el contraste cultural. Y como telón de fondo: la “ascensión” de China como nueva superpotencia y lo que supone para el resto del mundo.

Muñecas sexuales hiperrealistas, merchandising de “Keep America Great”, dispensadores de cosméticos… El gran país asiático se ha convertido en la fábrica del mundo al ser la gran fuente proveedora de la inmensa mayoría de los objetos que poseemos en nuestras vidas. Es, por lo tanto, un reflejo de lo que somos. Al igual que este documental es, por méritos propios, un retrato fidelísimo del mundo actual.