No me gustan los making of de las películas por dos razones:

1. No me interesan los detalles que rodean la producción. Me da igual si una actriz se tira un pedo en medio de una escena, si el director dirige borracho o si el guionista se liga a la ayudante de maquillaje. Es decir, me interesa el resultado final, no el proceso creativo.

2. Y no me interesa el proceso por una simple razón: jode toda la magia de lo que acabo de ver. La idea personal e intransferible de la construcción de la escena álgida, del momento de tensión, de la interpretación suprema...cobra vida y suele decepcionarme. Es, por poner un símil, como cuando un libro que adoras se adapta al cine de forma chapucera o de forma muy distinta a como lo habías imaginado. Lo cual sucede (lo 2º) en el 90% de los casos.

Pero este "making of" es especial. Porque es tan bueno como la película. Toda una odisea narrada de forma incluso más amena que el largometraje. Actores drogados, rodaje en medio de una guerra local, ataques al corazón, lesiones varias, rituales de sacrificio, caprichos de megaestrellas, locura y megalomanía a raudales. Pero a la vez, es la lucha de un hombre contra los elementos por sacar adelante un proyecto. Su proyecto. Su sueño. Algo digno de aplauso. Y es que Coppola nos cae bien.

Ovación cerrada para su mujer, que tuvo el olfato comercial y el acierto de rodar todo este material en medio de la selva filipina para que años después los espectadores pudiesemos disfrutar de un verdadero director's cut.

Imprescindible.

78 minutos de entretenimiento que incluyen:

Un cameo de la elegante Audrey Hepburn
Lingotes con forma de Torre Eiffel
Búsqueda "sui géneris" de compinches
Detenciones por error que "casi" acaban mal
Rateros que confían en sus compañeros
Un descenso mareante por las escaleras de la Torre Eiffel
El policía aduanero más tocapelotas que existe
La niña más tiquismiquis e inoportuna posible
La persecución con coches policía más hilarante de la historia

Una gozada de película. Véanla (no me atrevo a predecir su doblaje)

Otra película más que encumbró a mito a Paul Newman. Porque por encima de su atractivo físico, era un actorazo. Tenía una capacidad de mimetización acojonante. Ya podía ser encofrador, ingeniero o playboy, que cualquier papel lo bordaba. En este caso, parece que haya nacido en una familia de Apaches. Y lo que es mejor, es tan jodidamente convincente que te hace creer que es otra persona. Su expresividad para interpretar ese distanciamiento entre el indígena y el salvaje blanco está al alcance de muy pocos. Pero es que el cabrón de él te hace creer lo que él quiere. Su aparente falta de humanidad, su impasividad, su dureza...se convierten en principios, solidaridad y rectitud cuando a él le da la gana. El final es el colofón perfecto.
Además, es de agradecer que el director se deje de fariseismos muy habituales en el cine clásico Hollywoodiense, y más en el western. Porque muchos indigenas son retratados como asesinos crueles y despiadados. Pero claro, los americanos que echaron de sus tierras a los indios, los emborracharon para hacerlos inofensivos y finalmente los mataron para exterminarlos, son los "trabajadores humildes que quieren sobrevivir". No seré yo el que defienda el mito del buen salvaje. Pero es de agradecer que cuando las cosas caen por su propio peso, el director deje que la película hable por sí misma.

Hay un aspecto que destaca por encima de todos en esta maravillosa película. Más allá de su exquisita música, el magnífico hilado de la historia de Italia desde los años 60, la cuidada fotografía y una sutil dirección...el reparto. ¡Qué reparto! La madre, con sus ojos de infinita dulzura; el padre, de una calidez extraordinaria, el hijo con una vida interior autodestructiva, la muchacha abandonada...¡Qué mirada, dios mio! Pocas películas poseen una definición tan brillante de los personajes que aparecen en ella (pese a que cante un poco que todos los personajes sean tan "bellos"). Hacedme caso, poneosla en casa con vuestro-a chico-a mientras tomáis un plato de jamón ibérico de bellota y un vaso de buen vino tinto y os aseguro que disfrutaréis de una de las mejores experiencias de vuestra vida. OBLIGATORIO: Verla en V.O.S!

P.D Agradecer a Servadac y Dromedario el haber incluido una crítica de este humilde cinéfilo entre sus favoritas. Es un orgullo ser citado por cinéfilos de pluma tan mordaz, ingeniosa e inteligente. Hago extensivo mi agradecimiento a otros críticos excelentes como Miquel, Bloomsday, Vircenguetorix, Txarly (¡paisano!), Tomine, Macarrones, Maldito Bastardo, Listo Entertainment, Kingo, Gilbert, Khaledia, Grandine, Jastarloa, Rizzo...Ah, y me sumo a la petición popular: Tomine vuelve!!!

P.D.2 Usuario por un Foro de Filmaffinity a tiempo real...ya!

Que películas como el maestro de Esgrima o esta tengan la misma nota media que Torrente dice mucho sobre la cultura cinematográfica de este país de pandereta. Luego oímos los lamentos de la industria, cuando la política de subvenciones y la gestión del cine en la televisión pública vienen gangrenando al público desde hace más de una década.
Lo que hay es desconocimiento del buen cine que tenemos y hemos tenido. Y si alguien me dice que aquí no sabemos hacer cine, le remito inmediatamente a esta película.
Una superproducción (sí, aquí también hemos tenido de eso) rodada en los bellos parajes leoneses de Riaño (lugar que conozco por veranear muy cerca), con una exquisitez técnica e interpretativa pocas veces vista en la historia del cine español.
De hecho, si no fuera por la fisonomía de los protagonistas, cualquiera diría que estaba rodada en Wisconsin.
A los mandos tenemos a Mur Oti, un director que desde ya pasa a mi lista de cineastas a descubrir. Su despliegue técnico a lo largo de la película es sobrecogedor: primerísimos planos, picados, contrapicados, travellings horizontales...
La fotografía es asímismo alucinante, destacando el juego de luces del final con la pareja abrazada, la llegada de los campesinos al lago o el rostro lloroso de la protagonista al descubrir que ha llegado "tarde" a casa.
Interpretativamente, todos los actores brillan a una altura descomunal, tanto por dicción como por interpretación. ¡Qué manera de representar el odio la de Cándida Losada (la madre)!¡Qué metamorfosis la de la hija pijilla (Marisa Prado) a mujer implacable!
Le priva de ser una película redonda la relación amorosa entre los protagonistas, que resulta empalagosa al principio y poco creíble al final.

Una joya absoluta que una vez más descubro gracias a Gilbert. Me quito el sombrero, compañero.