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Críticas de antonalva
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Críticas 487
Críticas ordenadas por utilidad
3
5 de mayo de 2013
24 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Una comedia danesa? Más bien un engendro europeo que loa la belleza incombustible de Buenos Aires con el malsano propósito de entretener a costa de tópicos de la peor estofa. Los insulsos protagonistas, de haberse el guionista tomado el esfuerzo de desarrollarlos, podrían haber dado lugar a una amable comedia de costumbres, pero se queda muy corta, sin apenas despegar tras un prometedor comienzo que nos traslada de una lúgubre Dinamarca a otra luminosa y desaprovechada Buenos Aires de tangos fervorosos y senos plastificados.

De puro tonta el espectador no da crédito de la acumulación de sinsentidos narrativos y chistes de parvulario que pueblan el excesivo metraje, buscando la sonrisa a toda costa, como si de puro borracho llegara al coma etílico deseado. Nació muerta y nunca debió de llegar hasta nosotros este engendro sin gracia, sin vis cómica, sin parodia digna de tal nombre, sin el más mínimo interés para el espectador mínimamente informado y formado.

Si quieren ver una película danesa potente y lograda vayan a ver “La caza” pero ni se les ocurra gastarse el dinero en este engendro malformado que nunca debió ver la luz del cono sur ni nunca debió de llegar hasta nuestras pantallas. Un fracaso en toda regla.
antonalva
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6
16 de julio de 2016
21 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el cine europeo el sexo explícito no es un tabú. Tampoco la desnudez masculina – si bien impera cierta mojigatería en cuanto a mostrar desnudos frontales o erecciones turgentes e indisimuladas. Y no existe tampoco ningún veto a la visión del afecto entre dos hombres o de las ardientes e impulsivas relaciones sexuales que éstos puedan mantener. Pero la cinta transita todos estos puntos mencionados sin rubor o recato, lo cual la convierten en una propuesta que corre el riesgo de no llegar a todo tipo de público, ya que a ratos parece más una defensa del sexo seguro o un recordatorio de los riesgos inherentes del sexo anónimo (dirigido en exclusiva al público gay) y no tanto una historia universal que pueda atraer a cualquier espectador, sino sólo a aquellos que quieran verse reflejados en lo que se cuenta.

Aunque el retrato naturalista y sin tapujos de algunos comportamientos gais pudiera parecer incómodo y alocado a cierto público, la verdad es que todo lo que se ve resulta verosímil y reconocible y querer seguir el ejemplo del avestruz – evitando observar la realidad que nos molesta – no es sino señal de que la tan pregonada normalización de las minorías sexuales es mera retórica y aún quedan obstinadas resistencias morales y sociales a asistir a la evidencia rotunda del amor, de la pasión o de la sexualidad desinhibida y fogosa entre personas del mismo sexo. Todo grupúsculo pasa un tiempo haciéndose visible y reivindicándose, ante sí mismo y ante los demás. Por ello es una pena que este interesante filme se quede sólo para el consumo absorto y ensimismado de los gais, cuando contiene lecciones válidas para todos.

En sí misma, no es una historia novedosa (el sexo como preámbulo del amor y no viceversa, como en tanta literatura romántica y folletinesca), pero la forma de enfocarla y contarla – directa, contundente y sin remilgos – sí resulta original y conviene aplaudirla. Quizás el guión adolezca de cierta banalidad y los diálogos resulten algo triviales, rígidos y previsibles, pero no deja de ser el fiel recuento de un flechazo instantáneo y mutuo – como tantos otros que han llenado y llenarán bibliografías y cinematecas de todo el orbe. El encanto y la espontaneidad de los dos actores protagonistas hacen olvidar las limitaciones del texto y consiguen seducir por la pura energía bruta de su aplomo, compenetración y entrega.

Se echa en falta un mayor calado y le sobra cierto tremendismo impostado, pero tal y como está resulta un atractivo relato sobre el brote del apego fortuito. Real como la vida misma.
antonalva
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6
25 de julio de 2018
18 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mi infancia está sazonada con canciones de ABBA, cuando nadie las tomaba en serio y su música era catalogada como Euro-Pop-Trash (basura pop europea). Apenas una década (de 1972 a 1982) les bastó para convertirse en una de las bandas más comerciales y reconocibles de los años setenta, vendiendo una cantidad ingente de discos – de hecho, supusieron para Suecia, su país de origen, la fuente de divisas más importante tras el consorcio VOLVO. Pero con su disolución pasaron al ostracismo más absoluto y al ninguneo obcecado por parte de los sesudos críticos, que no vieron en ellos más que una vacua maquinaria de generar ventas millonarias sin ningún interés artístico o relevancia cultural. Una música destinada al consumo indocto de las masas, a la escucha fugaz y al olvido inmediato… Hasta que en 1994 la inclusión de algunos de sus temas en las bandas sonoras de “Las aventuras de Priscilla, reina del desierto” y “La boda de Muriel”, les hizo recobrar el favor inmediato del público y obtener, al fin, el perdón condescendiente de la crítica, que percibieron por primera sus méritos.

Es decir, la música de ABBA despierta en mí una nostalgia indisimulada ya que me retrotrae a mi niñez y años mozos, por lo que sus armoniosas melodías me evocan la añoranza de los lustros transcurridos, cuando todo mi mundo se limitaba al titilante frescor de unas lentejuelas y plataformas chillonas y desfasadas. Pero esta obnubilación de la memoria no hace que ahora sea incapaz de ver que estamos ante una chirriante e innecesaria secuela, diseñada con el único objetivo de recaudar dinero con la excusa de expoliar algunas briosas tonadillas engarzadas en una trama carente de (casi) cualquier interés cinematográfico.

Sin embargo, no cabe duda que el producto se deja ver con fluidez y encanto, ya que hilvana muy bien unas baladas pegadizas dentro de un relato que tiene la melancolía por la pérdida y la reivindicación de la maternidad como ejes fundamentales. Esto se debe al habilidoso guión, cuya estructura ha corrido a cargo de Richard Curtis, quien ha sabido reutilizar la carcasa de “El Padrino 2” – perdón por mencionar esta Obra Maestra. A saber: nos ofrece la juventud del personaje principal de la primera parte combinado con los efectos que dejó tras de sí con su desaparición, con destreza, garra y buenas coreografías. Y poco más.

Y también ha llegado el momento de que alguien le diga a Cher que se ha convertido en un patético teleñeco embalsamado – o que si quiere presentarse al casting de momia de Lenin aún le quedan algunas operaciones de cirugía plástica antes de que le den el papel.
antonalva
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María por Callas
Documental
Francia2017
7.1
806
Documental, Intervenciones de: Maria Callas
8
12 de mayo de 2018
17 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Rasgar el velo que esconde la intimidad de una estrella para adentrarse en terrenos cenagosos y explorar el corazón que late tras su máscara pública es una tarea quimérica que suele quedar vedada tanto a sus admiradores como detractores. Pero esto es lo que se propone este acicalado documental francés sobre la cantante griega – nacida en Nueva York – Maria Callas, una de las personalidades más fascinantes, publicitadas, enaltecidas y vilipendiadas de todo el siglo XX. Por ello esta obra ofrece un interés que va más allá del mero relato biográfico de una artista llena de brillos y tinieblas, ya que funciona a diferentes niveles, desbrozando no solo algunos hitos relevantes de su carrera, sino indagando en el carácter, inseguridades e infortunios que la acosaron durante toda su afanada y llamativa existencia.

Es de justicia enumerar alguna virtud que la singularizan dentro de su género: no se nos fatiga con la impertinente voz en off de un narrador omnisciente que nos detalle y explique lo que estamos viendo, sino que en todo momento la que habla – ya sea a través de sus cartas o de oportunas y muy bien seleccionadas entrevistas televisivas – es la mismísima Callas. Son sus palabras las que escuchamos, son sus gestos, muecas y desplantes los que vemos, es su voz la que admiramos o menospreciamos, pero siempre sin los molestos y gangosos intermediarios de turno, sin otros filtros que los de la propia prima dona… y eso confiere una riqueza y textura especial al escrutinio. Deberemos ser nosotros los que nos responsabilicemos de cribar todo el material escogido y tratar de leer entre líneas y así completar y reinterpretar el significado y valor de todo, es decir, nos convertimos en coautores de la imagen que nos vayamos haciendo del personaje: somos nosotros los encargados de deslindar la imagen pública del enigma privado – y seríamos unos lerdos si no aprovechásemos la ocasión.

Al asumir el reto de analizar lo que vemos y escuchamos – quedarse con el deslumbrante envoltorio aterciopelado sería como pretender juzgar el sabor de un bombón por su atildado embalaje – comprendemos que es demasiado elemental emitir impertinentes juicios de valor cuando se desconoce la intimidad que se esconde bajo la emperifollada superficie de las candilejas. Esto permite cuestionarnos la cruenta ley del espectáculo: entretenme y te perdonaré la vida, pero si me aburres o decepcionas, te liquidaré.

Por ello, detrás de tanta especulación arbitraria lucha por emerger una sencilla mujer que tan sólo buscó el amor – y fracasó –, qué tan sólo quiso hallar la calidez de un hogar – y zozobró –, qué tan sólo ansiaba sentirse acogida y confortada y se acabó diluyendo en la soledad ventosa de un crepuscular otoño parisino.
antonalva
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7
30 de diciembre de 2017
16 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
A veces se nos olvida que nuestra vida se encuentra enmarcada en el espacio y que ordenar dicho espacio suele ser la tarea de los arquitectos. Y en el cine la situación se vuelve aún más rebuscada y confusa, ya que los personajes se mueven en un entorno - real o fingido - y la mirada del director se presta a fragmentar y reconstruir a su libre albedrío aquello que considera relevante, dejando fuera (de campo) los desechos o descartes, según su criterio y antojo. Pocos han sabido entender mejor esta diáfana simpleza que el maestro nipón Ozu, tan insustituible como incomprendido, tan inmarchitable como necesitado de una inmediata revisión.

Este sencillo relato sobre la finitud, la belleza, la pasión, las simetrías, el olvido y las segundas oportunidades nos confronta, a su manera, con todo un fascinante catálogo de imágenes: tan sutiles como primorosamente elaboradas, tan sobrias como complejas, tan hermosas como filosas, tan elípticas como profundas. Pocas veces he visto en el cine occidental una mirada en apariencia tan despegada y fría, bullir y alborotarse por todo lo que las palabras ocultan y disimulan - porque se pasan las casi dos horas sin parar de decirse naderías - y que un espectador atento sabrá discriminar y calibrar en su justa medida, comprendiendo que la vida es un mero jeroglífico de proporciones y medidas... Encontrar el equilibrio es la incógnita a despejar.

Quizás adolezca de muchos tics del cine independiente yanqui, pero también es verdad que en este caso sus limitaciones y modestia juegan a su favor. Pocos personajes, estudiadas elipsis y opacos silencios: todo suma y nos ofrece un acerado estudio sobre el temor cotidiano, sobre el mundo que habitamos, sobre los fantasmas que nos acechan y las pesadillas que nos encadenan, sobre los sueños que desatendemos y los cigarrillos que compartimos por cortesía (o ilusión)...No hay mayor pérdida que las oportunidades negadas. Arriesgarse es vivir y hablar nos ayuda a dar el salto mortal.

La vigencia de Ozu no se limita al mínimo espacio de esta reseña... Redescubrirlo es abrirse a una arquitectura misteriosa, indescifrable e infinita.
antonalva
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