La película parece estar rodada con aires de documental, parece pretender acercarnos al hecho hasta sus últimas consecuencias. La lente de la cámara se empaña porque siente lo que los conquistadores. La selva es sofocante y húmeda, un infierno verde que agota con sólo mirarlo. Kinski demoniza a Aguirre que se mueve como un diablo taimado. Sin embargo el retrato me resulta algo desapasionado, sólo un par de momentos me transmiten esa locura desatada que debería ser grito hasta la extenuación y no aceptación silenciosa.

Pickpocket es, a mi modo de ver, una buena película que podría haber sido mucho mejor. Explora un terreno muy fecundo, y lo hace desde una óptica muy interesante, pero resulta muy comedida y fría. Creo que esto se debe más a los personajes de Michel y Jeanne que a film en sí mismo. Posee momentos notables y de gran belleza plástica, como esos hurtos casi coreografiados, pero el director no permite que las emociones trasciendan lo figurativo y esto genera (al menos en mi persona) un cierto distanciamiento con las motivaciones del protagonista que redunda negativamente a la hora del visionado de la película. Por otro lado, tal vez es justamente lo que pretendiera Bresson, arrastrando así su historia hacia la última escena.

La he visionado por casualidad mientras intentaba dar una cabezada y si bien no es una buena película, como film para la televisión (aunque evidentemente no fuera hecho para esta) cumple su función; muy apropiada como ruido de fondo o como somnífero no invasivo. Cierto es que como ruido de fondo funciona mejor que como somnífero, que ni para eso me ha sido útil.
Bruce Willis en su tónica: me admira este hombre, capaz de hacer buenas películas (aunque escasas) y bodrios infumables: no tiene término medio. Matthew Perry parece que se quedó colgado de Chandler y no ha sido capaz de superarlo. El resto del reparto, Amanda Peet y Natasha Henstridge más concretamente, muy monas y muy sosas representan el prototipo de comida basura: buen aspecto, cero nutrición. En definitiva, grasienta, llena de colesterol y bastante insípida.

Una película filmada con corrección pero sin un ápice de genialidad, con un guión que navega entre la indolencia más absoluta y la confusión del principiante. Limpia y aséptica como una fruta de plástico; parece lo que debe pero sólo sirve de adorno, no alimenta. No es útil ni para pasar el rato, pues es maquinal y aburrida. Cine negro de diseño, descafeinado y sin alma.

Es ciertamente un proyecto de grandes dimensiones, pero me lo parece más por el entorno en el que se mueve, que por lo que cuenta, que no es sino la eterna torpeza humana, el miedo a lo que desconoce y el afán por imponer su criterio (por más disparatado que este sea). Tengo la sensación de que Amenábar habría resultado más efectivo en un entorno más modesto y de menos personajes, que Ágora parece uno de esos planetas del sistema Ptolemaico de los que la película habla, moviéndose según el patrón generado por varias esferas lo que aumenta notablemente la confusión y el desorden que en ocasiones se insinúa, no por lo que cuenta (que es de extremada sencillez), sino por cómo lo cuenta. En no pocas ocasiones he tenido la sensación de que lo que estaba viendo no era sino un trailer de dos horas de duración. El ritmo me incomoda y la frialdad que emana el conjunto compite con las cálidas arenas del desierto.