ABC1 la denominan en el mundo del marketing. Se trata de las familias a las cuales no les falta nada. Mejor dicho lo que les falta no lo pueden adquirir: la capacidad de sobrevivir sin el dinero.

La telenovelas brasileras suelen mostrar ese tipo de familias latinoamericanas tan típicas, basadas en que la opulencia es una razón de ser casi desbordante, en una sociedad donde a la mayoría apenas les alcanza para sobrevivir.

Casa Grande parece ser un producto natural de cualquier país latino, pero encierra claves un poco más complejas. Su director realiza un acertado entramado entre las contradicciones de la caída social del cuadro de más poder, el momento de un adolescente en que va descubriendo su propia identidad sexual, y la incapacidad por comprender las idas y venidas propias de su entorno.

Y, como un ilusionista, el director termina con tanta asfixia con un final liberador, en un pulmón que deja atrás su infancia con el humo de un cigarrillo.

Si bien tantas señales obvias podrían opacar su obra, a Fellipe Barbosa la propuesta parece no obnubilarlo: eligió un tratamiento parco, sereno, que le permite mostrar lo que a más de uno le tocará en su propio desarrollo social adolescente.

Si bien entronca con la mejor tradición de un cine europeo clásico, Barbosa maneja una cámara que se regodea en medios desbordantes: el paisaje brasilero, la arquitectura modernosa y la contradicción de la convivencia entre clases sociales obligadas a estar tan al límite.

Una experiencia interesante, sin dudas.

¿Saben lo que hizo un inversor al que le falló su olfato para no perder del todo su dinero volatilizado? Una operación mercadotécnica que le está dando más resultado que la propia exhibición del film que produjo.
Es que “The room” no deja de ser otra común y silvestre película norteamericana de las miles con que esa industria nos bombardea todos los días desde cines, teleemisoras y ahora internet. Tan común y bobalicona como cualquiera que se aparece en cuanto las convocamos. Repletas de prejuicios, lugares comunes e inexactitudes con que el mal arbitrio de sus productores las hayan regulado desde sus sillones.
Si se compara este comentario con el resto de los que hay en este lugar, se verá la diferencia de mi posición. ¿Qué me pasa?
Es que en un medio exitista y competitivo, repleto de oscars, estrellas ególatras, globos de oro y festivales con podios, el gran recurso de obtener buen retorno de la importante cifra de inversión que representa el cine es ganar, obtener lauros y convencer a los espectadores que deben ver “obligatoriamente” una película y no otra.
Esto ha ido creando “listas” de films que, a lo largo del tiempo, hacen creer a los aficionados al cine que existe un entramado de producciones a las que, sí o sí, hay que ver “antes de morir”. Categorías que no se entiende bien del todo si son enfatizadoras de la idiotez general, o del esnobismo particular.
Pero, con astucia, se ha creado también lo contrario, premios razzies a lo peor y más malo del cine, o listas con las películas más malas a las que “inevitablemente” también hay que ver. Y que toda una pléyade de seguidores aportan su apoyo “incondicional” recomendando verlas “con amigos” para reírse mejor. Esto se puede leer reiteradamente aquí mismo.
¿Y qué hacen los productores? ¡Alentar a las audiencias a que, ya que no pudieron lograr que sus construcciones estén entre las mejores, sí sean definidas como las peores! Es decir: que no floten en la mediocridad, como cientos de miles de moco producido por un cine inevitablemente industrializado, como es el caso del norteamericano.
Yo convoco a la masa de opinadores de este más que prestigioso medio a reflexionar sobre lo que aquí invoco. Comparar a The Room con obras sublimes como Plan 9, Manos o Birdemic es hacerle el juego a un simple operativo de marketing de los productores de The Room, un film que si bien cuenta con un guión absurdo, una dirección ridícula y actuaciones de una endeblez insostenibles, no carece de una puesta integral profesional, no muy distinta a la masa de producciones que surgen día a día en la filmografía universal.
The Room no es una película mala. Es otra película mediocre más. De esas tantas que verlas o no verlas no le cambia la vida a nadie.