En mi opinión, en comparación con "¡Viven!" ("Alive", F. Marshall, 1993), poco o nada nuevo aporta esta película del, para mi gusto, efectista J. A. Bayona. Es cierto que la puesta en escena y la ambientación son muy detalladas, pero con un gran presupuesto no resulta difícil llegar a esas cotas, dado el talento que hay en la industria. Y no es menos cierto que el hecho de que los actores sean originarios de la zona del Río de la Plata aporta verismo a la narración. Pero, por lo demás, veo en este film los mismos recursos grandilocuentes que el mismo director ponía en juego en "Lo imposible", y que a mí me llegan a cansar. Más eficaz, creo, ha sido la enorme campaña de márketing de la que se ha beneficiado: en eso Bayona y sus agentes sí son muy buenos.

En primera persona, el hijo de una familia china emigrada a Taiwán huyendo del Estado comunista, y luego criado en los Estados Unidos, nos hace reflexionar sobre cómo las fuerzas de la geopolítica -esto es, los altos intereses de los centros de poder- pueden jugar al billar incluso con los descendientes de aquellos que sufrieron un conflicto. Por lo tanto, la herida sigue abierta y, lo que es peor, puede hacerse más grande en caso de que los conflictos se reaviven o tomen una nueva forma. Y no parece que pueda ser de otra manera.

A mi parecer, Alexander Payne suele mezclar con sabia medida comedia y drama, envolviendo vidas problemáticas en vistoso papel de regalo. En esta película lo logra de nuevo, ofreciéndonos la historia de unas persoans que se sienten solas, sin reconocerlo, y que consiguen encontrar puntos de conexión sin por ello sacrificar su individualismo. Interpretaciones, ambientación y montaje, además, van afinadas en el mismo tono dentro de una pieza que se ve y asimila con mucha suavidad.

Cuenta Platón que hace muchísimo tiempo los humanos éramos de naturaleza dual, pues en nuestro cuerpo convivían la condición masculina y la femenina. Pero llegó un momento en el que las dos mitades se separaron, y cada una de ellas comenzó un camino de búsqueda de la otra. En "Vidas pasadas", Celine Song parte de una idea, semejante a esta y presente en los sistemas de creencias orientales, así como de una experiencia autobiográfica. Con estos elementos, la directora ha compuesto una película reflexiva y de ritmo pausado pero constante, consecuencia de una firme planificación y una inteligente dirección de actores.
Todo gira, en última instancia, alrededor del libre albedrío, de la capacidad que -felizmente, creo yo- tenemos de tomar nuestras propias decisiones y asumir las consecuencias que de ellas se derivan.

Lleva años Bradley Cooper intentando que Hollywood lo reconozca como un cineasta (actor, productor, director) sobresaliente. Ahora prueba con esta película biográfica enfocada a los aspectos más personales de la vida del (para mí genial) director de orquesta y compositor Leonard Bernstein. En mi opinión, la puesta en escena y su interpretación son poco sobrias, con excepción de una espléndida pieza en plano fijo, en la que su presencia está muy bien contrapesada por la de la excelente actriz Carey Mulligan. Yo, por mi parte, voy a esperar a que Cooper desarrolle algo más sus proyectos, esperando que abandone su tendencia al subrayado innecesario y alcance una madurez artística que nos entregue una obra digna de recuerdo.