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Críticas de Néstor Juez
Críticas 880
Críticas ordenadas por utilidad
6
9 de mayo de 2016
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una hierática película cuyo humor negro reside en la pasividad de sus actantes y las dificultades absurdas que pone le vida cotidiana a cualquier actividad que se pretenda.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Néstor Juez
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7
12 de octubre de 2022
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pocas cineastas europeas tan singulares durante los últimos treinta años como la apasionante autora gala Claire Denis, que presentó película en la Sección Oficial del pasado Cannes y por la película presente se hizo con el Oso de plata a la Mejor dirección en el pasado Festival de Berlín: Fuego, protagonizada por Vincent Lindon y Juliette Binoche, receptora del premio que explica la presencia de esta película en la programación. Un trabajo arrebatado pero refinado, que indaga mediante un singular trabajo con la imagen en la pasión, la adicción psicológica, la culpa y el recelo a edades maduras. Un triángulo de sexo, amor irrefrenable, pasados de herida abierta y resentimiento a flor de piel. Encontramos en Fuego un viciado estudio de la pasión, la aventura adúltera y las repercusiones de inevitable tragedia amarga cocido a fuego lento y con sofisticado aparato atmosférico. La reavivación de hogueras que parecían apagadas pero sólo reposaban en estado latente, dispuestas a abrasar la estabilidad emocional del personaje de una, como de costumbre, inabarcable Binoche tan pronto como volviese a entrar en escena el punto de ignición, que décadas después asumía que no volvería a encontrar. El amor mas grande que la vida hacia un hombre que, de manera irremediable, impide que el amor sincero hacia otro hombre puede mantenerse en convivencia. Fuego es un drama de cámara que trabaja sus ideas a través de dos coordenadas reconocibles de su puesta en escena: la presencia prominente de su banda sonora y su tamaño de planos. Un filme en el que la melodía musical es mas importante para transmitir significado que los diálogos, una permanente colección de composiciones desgarradas de notas penetrantes que elevan al infinito el potencial pasional de las imágenes, determinante para tejer un tono malsano y pegajoso de magnetismo del deseo. Sonidos hipnóticos realzados por un visceral estudio del primer plano, atrapando el suplicio experiencial que atraviesan los personajes encerrando sus rastros, parcelando fragmentos de su cuerpo. Un cuerpo con cicatrices de la experiencia y, por supuesto, paisaje del cariño. Una demostración más de la personalidad de su fascinante directora.

Película despreocupada por estándares de producción elevados o acabados visuales de relumbrón para captar ojos fáciles y certificar el estrellato. Y también, minimalista en relato, desinteresada en trazar conflictos clásicos. También es Fuego una película irritada y afectada, que puede provocar rechazo a aquel que no entronque con su discurso de batalla de anhelos y rencores. Un viaje depurado en espacios y temas, cuyo minimalismo argumental puede desesperar a aquellos espectadores que leen las películas desde el tamiz de sus tramas. Y en pos de su experiencia de tormento catártico, el filme recorre un circuito de situaciones similares para su gradación, lo cual también provoca cierta sensación reiterativa para un metraje que, sin ser excesivo, se desarrolla con un aura de peso. Una película que no deja rehenes, por lo que tanto se puede salir intrigado o apesadumbrado por su laberinto de amor abrasador, como se puede salir rebosado por la confrontación incisiva con una filosofía del afecto que bien puede resultarnos ajena. No en vano, toda tragedia aulladora de amantes torturados entre reconfortantes paredes o copas de vino parte, por mucho que nos alineemos con ella, de una pose.

Una película que seguramente pasará sin pena ni gloria por las carteleras o por el recuerdo de muchos espectadores, pero que el que escribe estas líneas encontró de una ejecución exquisita. Un pasional trabajo de emociones, tensiones, cuerpos e imágenes que muestra como veteranos del séptimo arte pueden seguir en plena forma en los crepúsculos de sus carreras, y que justifica por sí solo visitas a festivales como este. Un festival del cual aún queda mucho por diseccionar en futuras entradas.
Néstor Juez
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6
24 de febrero de 2022
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
La historia del cine está lleno de ejemplos construidos sobre el reclamo de la reunión de grandes talentos. Películas en las que la crítica y la audiencia no se relame por la propuesta del director prestigioso de turno o la sugerente temática tratada, sino por la comunión de actores de postín. Acostumbrados estamos a ello en el mercado angloparlante, y también encontramos ejemplos de habla hispana. El trabajo que nos ocupa en esta reseña, que compitió en la Sección Oficial del pasado Festival de Venecia y también se pudo ver en las Perlas del Festival de San Sebastián, ofrecía una a priori infalible combinación de parodia y talento, dirigida por la pareja de realizadores responsables de la estupenda El ciudadano ilustre. Ellos son Mariano Cohn y Gastón Duprat, y estrenan este viernes Competencia Oficial, en la que se encuentran Penélope Cruz, Antonio Banderas y Óscar Martínez. Una producción de gala de la todopoderosa empresa de comunicación Mediapro que un humilde servidor tuvo a bien cubrir pocos días antes de su estreno. El nuevo trabajo de Cohn y Duprat divierte e implica, pero si bien funciona sin problemas como producto ameno pierde progresivamente su impacto e inspiración conforme avanza su metraje. Una sátira tan engalanada en sus formas como conformista y superficial.

La exhibicionista e histérica contienda de egos sobre la excusa de dar cuerpo a una película. El encuentro a flor de piel de personalidades opuestas en las que la ambición de reconocimiento y la vanidad se erigen como último escudo y sinsentido ante una necesidad de crear plenamente impostada. La pose devorando de pleno la voz y el objetivo común. Una exagerada y despiadada mirada a la pomposa y lujosa jungla de frivolidades, sueños y pasiones que es el mundo de la expresión cinematográfica. Un desfile de burla y acidez cargado de sexualidad, rencor, envidia y crispación. Un trabajo en el que, como no podía ser de otra manera, se permite a los protagonistas lucirse, dando rienda suelta a sus dotes cómicas con la salud auto-consciente de saber reírse de ellos mismos. El conflicto entre los dos actores exuda efusividad y agresividad, y la química entre ellos resulta convincente. No tanto la de ambos hacia un personaje de la directora muy excéntrico, que el guion intenta extender en varias direcciones incapaz de dotarle una concreción cohesiva, pero la buena labor de Penélope consigue que este funcione en un puñado de secuencias poderosas. La inquina que Cohn y Duprat exhibieron en El ciudadano ilustre está presente aquí, ante todo en un primer tercio de película directo, de tempo bien calibrado y sketches sencillos pero efectivos. Sorprende a su vez el estilizado acabado de su aparato visual, con ópticas angulares, encuadres fijos y diáfanos, panorámicas en un eje y reflejos del sol para sacar el máximo partido a las hermosas estancias del palacio Lienzo Norte de Ávila, dónde tiene lugar la mayor parte de la acción de la película. Bien es cierto que va de más a mucho menos y acaba siendo una versión diluida de lo que podría haber sido, pero es un trabajo muy entretenido y con variados elementos de interés cultural y sociológico.

La impresión que el espectador recibe durante el visionado es que la categoría o nivel de la película se sustenta mucho más en la presencia de los prestigiosos actores o en los lucidos niveles de producción que en la enjundia e ingenio de sus reflexiones o ideas. El filme peca del mismo error que aquella película que desean rodar sus personajes: cree que con convocar a los grandes talentos es suficiente, y gran parte de sus mejores momentos ante todo funcionan por reconocimiento con la persona real de sus intérpretes y con lo que de ellos sabemos por su recorrido previo. Y como comedia, comete errores fundamentales de tempo. Es un trabajo que alcanza las dos horas de metraje, con secuencias que se enquistan y dilatan en su resolución. La declamación y el rictus de los intérpretes permiten vislumbrar que el filme se toma en serio a sí mismo llegado el momento de clausurar. Y en todo momento es inevitable la sensación de que la película está encantada de conocerse a sí misma, considerando como agudeza genial lo que en la mayoría de casos son obviedades y lugares comunes. El filme dispara en mil direcciones y no afina el tiro en ninguna. No hay discriminación alguna desde el relato, entran desde los aciertos o las ocurrencias a las bobadas banales. Un ejercicio ameno y competente, funcional en su registro genérico, pero lejos de la enjundia desgarradora que Cohn y Duprat han mostrado en el pasado.

Histriónica, ácida y complaciente, Competencia oficial funciona como comedia irreverente y vehículo de lucimiento de sus actores, pero desperdicia la posibilidad de hincar más el diente con su crítica.
Néstor Juez
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6
24 de mayo de 2021
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las sensibilidades generacionales al respecto de ciertos temas marcan de manera indeleble los discursos cinematográficos. Tan pronto como un fenómeno, una tendencia, una filosofía o una actitud adquiere repercusión social y cultural, será cuestión de tiempo que sea analizada en una película. Lamentablemente, esta traslación al medio fílmico puede ser precipitada y sin aproximarse desde el entendimiento adecuado. Tal ha sido el caso de la mayoría de las encarnaciones fílmicas producidas hasta la fecha sobre la cultura de internet. Estos acercamientos superficiales y caricaturescos estaban debidos, en mayor parte, al desconocimiento o rechazo del director al cargo, que en muchos casos encuentra una brecha generacional con el objeto de estudio. El punto de partida del argumento de la presente película polaca Sweat, dirigida por Magnus Van Horn y acompañado de la etiqueta de Cannes 2020 (la edición que nunca será pero que dejó una selección de títulos recomendados), invitaba sin duda a la desconfianza: representar la rutina diaria de una influencer, un perfil laboral que sigue siendo tratado con mucho prejuicio por la mayor parte de la ciudadanía. La tentación de quedarse en los lugares comunes, los aspectos más aparentes de este trabajo (lo cuál es, le pese a quién le pese) y la burla condescendiente. Y sin embargo, si en algo tropieza Sweat no es en absoluto en este terreno, introduciéndose en la psique de una personalidad de internet con mucha empatía y una mirada muy certera sobre las luces y sombras de este rol. Un filme desangelado y aséptico, que recoge con claridad y amargura los problemas relacionales a los que nos avoca irreversiblemente el ahora digital. Y lo hace mayormente a través de la imagen.

Si bien Sweat es un filme muy poco lucido en lo que a entramado formal se refiere, es de rigor reconocerle que encuadra la acción con mucho criterio. Unos encuadres donde el personaje de Sylwia Zając, la enérgica y desbordante influencer de fitness que ejerce de protagonista absoluta de este drama europeo, es permanentemente el elemento nuclear. La decisión más rígida y evidente de la planificación es encerrarla en primeros planos y planos medios cortos cercanos, la manera más clara de oprimir a un personaje, de transmitir ese agobio, de forzar una intimidad y cercanía netamente agresiva. La película opera en una cercanía casi impúdica a Sylwia, y sin embargo es un filme muy frío, coqueteando puntualmente con la sordidez. Y es frío aún incluso pese al torrente energético que desprende Sylwia en una rutina diaria frenética llena de actividades, ya desde los primeros compases en una lograda primera secuencia de eficaz coreografía de fitness, música machacona y cámara en mano en movimiento maníaco.

En la vida de Sylwia todo son sonrisas, mensajes amables y tono paternalista. Luz, alegría y superación. Y sin embargo, se siente vacía. Una honda tristeza la asola cuando termina sus stories, abandona una emisión televisiva o apagan el reproductor de música de sus multitudinarias sesiones de ejercicio. Pues si bien millones de personas la ven a diario desde sus teléfonos móviles y la sostienen económicamente a través de su seguimiento, en su círculo privado está desoladoramente sola. Abandonada y condenada al fracaso cada vez que se aproxima a esa intimidad amorosa que ansía (el filme hace un claro esfuerzo de indicar la estremecedora naturaleza de todos los contactos de Sylwia con la sexualidad). Esta soledad se asienta rodeando muchas acciones de Sylwia de silencio, e incluso recurriendo al atractivo recurso de filmarla en plano cerrado pero desde una distancia amplia, dejando varios términos de personas desenfocadas que se encuentran todas, como no podía ser de otra manera, alejados de ella.

Bien es cierto que Sweat esparce sobre la mesa su hoja de ruta antes de la primera media hora, y no abre nuevo camino en los minutos restantes. Se acomoda en una estructura reiterativa, pierde su capacidad de sorprender y recurre a ciertas costumbres del cine cruel europeo que aportan un toque escabroso que el filme tampoco necesitaba. Morbo apoyado en el recurso de declaraciones en vídeo o participaciones televisadas que recalcan un discurso que ya había quedado expuesto con claridad previamente.

El alcance temático de los temas de estudio de Sweat es mediano, y el impacto cinematográfico que ofrece se diluye progresivamente, pero sería un error ignorar o desmerecer las clarividentes virtudes de un drama que se muestra muy acertado y comprensivo al retratar los claroscuros de un perfil laboral de implantación todavía demasiado cercana.
Néstor Juez
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7
26 de noviembre de 2020
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Podemos nombrar un nutrido grupo de realizadores de cuyos trabajos, para bien o para mal, siempre sabemos que esperar, o a que debemos atenernos. Autores de estilo consolidado y trayectoria homogénea, que tras décadas de trabajo alcanzan la privilegiada posición de afrontar nuevos proyectos con absoluta libertad creativa. Realizadores que ofrecen un producto único, y que se va refinando con los años. Sin duda alguna, Gaspar Noé sería uno de estos nombres. Un director provocador y ajeno a tendencias o convenciones narrativas que divide a la crítica a la par que fortalece un grupo de seguidores cada vez más nutrido. Esta semana llega a Filmin su último trabajo, en perfecta consonancia con las coordenadas de Clímax: el mediometraje Lux Æterna, protagonizado por Charlotte Gainsbourg. Proyecto presentado en la edición del 2019 del Festival de Cannes y que nos llega rodeado de secretismo e incógnitas. Aún sabedores como somos de las flaquezas de los proyectos del francés, no eran necesarios muchos alicientes para descubrir su nueva aventura. Y el mediometraje que nos llega no alcanza las cotas de sus grandes obras, pero es una pieza más que interesante que hará las delicias de sus seguidores más pasionales. Una propuesta presa de sus propias características tonales y caprichosa a nivel narrativa, pero de una abrumadora fuerza formal.

La actriz Beatrice Dalle se presta a interpretar a una bruja en una desafiante película sobre aquelarres dirigida por una veterana directora. Pero problemas técnicos inesperados, un tenso clima de trabajo en el set de rodaje y brotes de agresividad descontrolada entre los participantes, convertirán la grabación en un abrasador y asfixiante infierno. Un ejercicio de gradual y desasosegante escalada de tensión, una escalera en perpetuo acceso hacia la locura y la enajenación angustiosa. Una vuelta de tuerca a la iconografía de los aquelarres y las brujas en un contexto técnico contemporáneo. Citas a Dreyer, latín y pantallas partidas construyen la identidad de la película. De la conversación y cordialidad inicial al caos, la violencia y el deambular en círculos en una caldera de focos, cámaras y sets a medio componer. Su reparto está lleno de caras conocidas del cine galo de los últimos años, y todos operan en un registro acertado, con mención especial para las dos mujeres protagonistas. Como ya ocurriese en Clímax, la puesta en escena es notable, con deliciosa fotografía granulada y largas tomas de seguimiento con cambios de altura y coreografía interna de considerable dificultad técnica. El dispositivo de la pantalla partida da lugar a resultados plásticos jugosos, pues al combinar el montaje tomas grabadas desde diferentes posiciones (se recurre en varios instantes al plano subjetivo tomado por el móvil o videocámara de alguno de los personajes) juega con la presentación simultánea de las acciones desde distintos ángulos y puntos de vista.

Desde una posición hiperbólica se representan los rodajes cinematográficos y el clima de trabajo de los diferentes equipos humanos implicados como un ecosistema viciado y cruel de egos fuera de sí, constantes problemas de comunicación y crueldad permanente en el trato humano. Y como no podía ser de otra manera, el incendio de la ficción tiene su eco en la grabación en un final epiléptico, un espectacular epílogo ininteligible de luces y colores al son de estruendosa música clásica que, aún desde la incomodidad más absoluta, no puede sino ser admirado a nivel cinematográfico, justificando por sí solo el visionado de la película.

Si bien Clímax se ceñía a un universo propio de suma coherencia interna, en esta ocasión no hay mimbres argumentales que justifiquen el clima de insoportable conflicto, forzado de una manera artificial. Las citas y referencias manejadas se integran en el producto final de manera pretenciosa y gratuita, como fortuita es a su vez la estructura argumental de infortunios. Nada parece regir el devenir ni la lógica de los acontecimientos más allá del capricho provocador de Noé, lo que induce a una desconexión por parte del espectador durante gran parte del nudo y un calado hasta cierto punto inofensivo a la ofensa buscada y despiadadamente introducida.

Todos aquellos que seáis sensibles a las luces fuertes y que no toleréis películas centradas en epatar e incomodar al espectador debéis huir de Lux Æterna como la peste. Pero aún en un claro estancamiento narrativo, los logros formales del último cine de Noé son un buen motivo para que los más valientes le den una oportunidad. No sorprende ni revoluciona lo previamente ofrecido, pero confirma al enfant terrible de nuestro tiempo como un realizador en gran estado de forma.
Néstor Juez
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