El siempre doloroso tema de la guerra, de pueblos enfrentados, de vencedores y vencidos. Una historia mil veces contada en el cine y casi siempre desde el mismo punto de vista. Esta película tiende puentes. Quiere mostrar la posibilidad de reconciliación, el perdón, las razones de ambos bandos, el individuo frente a la masa. Si la historia contada es fiel a la historia real, sólo sus protagonistas pueden decirlo. La película intenta que creamos que puede haber lugar para la aceptación y el pasar página y desde luego lo hace desde una estética impecable.

Una película agradable de ver, cercana por los protagonistas y lejana por el tema central, el mundo de las carreras de caballos. El contraste entre el día a día cotidiano de gente normal y el mundo elitista de los criadores de caballos en el que los personajes se ven envueltos permiten participar de su renovada ilusión por la vida. El caballo trae consigo una nueva esperanza y haciendo honor a su nombre, nos hace partícipes de un sueño enmarcado en los paisajes galeses. Por el tiempo que dura la película, como en un sueño, participamos de la vida de un pueblo anónimo, de sus habitantes y de sus pequeñas miserias y grandezas al tiempo que crece nuestro afecto por un precioso caballo que llegamos a sentir como propio.

Malkovitch hace un buen Poirot, diferente al que la televisión nos tiene acostumbrados. También vemos una Christie diferente, más oscura, lejos de los asesinatos limpios de salón y té a las cinco. Con un sospechoso muy bien logrado, que roza lo terrorífico, la historia resulta renovada y perturbadora.

Alguien debería decir a los cineastas actuales que no siempre más minutos comportan más calidad. Es verdad que este tipo de cine lento, pausado, que se recrea en la imagen y en el gesto es un buen contrapunto a esas otras películas donde no hay otra cosa que una acción vertiginosa y se busca entretener con un movimiento continuo en el que el diálogo no tiene cabida. Lo que se echa de menos es el cine de diálogo, de personas que hablan y se comunican, que no exige al espectador averiguar el estado de ánimo de la protagonista a través de su mirada y sus silencios. La emperatriz se nos presenta como un ser que apenas habla, encerrada en su mundo, rodeada de sirvientes que acatan y callan. Ni su familia ni su vida lujosa sacan de ella algo más que un ensimismamiento enfermizo que acaba por aburrir al espectador.

Esta nueva adaptación de "Matar es fácil" aporta poco, no es fiel a la novela, realiza cambios innecesarios por mor de la moda y desaprovecha un puñado de buenos actores habituales de las series inglesas. A pesar de los buenos ingredientes, la serie no acaba de convencer porque hay algo en ella que, desde el extraño principio que no se entiende y que no acaba de explicarse, impide que sea creíble. No lo son los personajes, demasiado estereotipados, ni la forma en que la trama se presenta. En definitiva, no llega a la altura de otras adaptaciones anteriores que se han quedado algo anticuadas pero que conseguían un mayor atractivo.