El difícil tratamiento de los contrastes sociales y económicos y también la adaptación, en general, del individuo a las hostilidades de la sociedad componen una interesante materia para su análisis cinematográfico.
Su música suena como el tintineo de los peniques que se van ahorrando y que ponen notas amargas sobre un pentagrama cuyo final parece anticipado desde el comienzo.

La película es intensa, posee enorme competencia social, su argumento encierra elementos realmente valiosos y hace gala de un acendrado calado humano.
Pero su ritmo resulta irregular, la caracterización psicológica de los personajes incurre en demasiados estereotipos y le falta ese punto de capacidad de fabulación que habría convertido la película en una verdadera obra excepcional.
Gran interpretación de G. Close en un papel emotivo y triste.

La cadencia que imprime J. Carpenter a su historia alienta al patio de butacas a mantener una situación de alerta permanente porque no conviene perderse algún detalle relevante.
Un elevado nivel de atracción se impone durante toda la proyección.
La tensión psicológica impregna cada lance de la acción y una opresión, a veces agobiante, se instala en el ánimo como un invitado no deseado.
El director -también guionista- exhibe gran habilidad para sortear los escollos que pueden comprometer al argumento y utiliza con soltura las elipsis, los saltos temporales y otras piruetas sutiles.
La película resulta muy interesante.

Diálogos teatrales en lugar de acción directa delatan de inmediato el origen de una película cuya impresión es que quiere adscribirse al juego de lo iconoclasta pero en la que su tono, su dinámica y su argumento resultan tan convencionales que apenas se notan sus arañazos.
Nos obsequia con un punto de dramatismo, con algún chascarrillo divertido, con un voluntarioso ejercicio de ingenio y, entre ondulaciones diversas del celuloide, descubrimos que la trama ofrece como su mejor baza las destacadas interpretaciones por parte de un eficaz elenco femenino.
Ellas son quienes de verdad consiguen mejorar la historia y proporcionarle cierto empaque y dinamismo.
Hay que destacar la notable participación de J. Roberts y de S. MacLaine en sus respectivos papeles.

Curiosa y atractiva andanza de ambiente áulico y de vocación musical que oscila entre la magia de los pentagramas, la fragilidad de las conductas y un rótulo histórico que nos sitúa a finales del siglo XVIII como contexto.
Es cierto que a veces le falta mordiente narrativa, pero la película se sobrepone gracias a su buena factura profesional y al interés que despierta cualquier situación relacionada con el maestro de Eisenach.
Su estilo narrativo resulta fluido, la descripción de los personajes queda bien plasmada en el celuloide y, en general, produce la sensación de intensidad personal y de complejidad social pretendida por los guionistas.
La figura de J.S. Bach está perfectamente caracterizada y ese era su principal objetivo.

Distendida propuesta que destila un humor primario aunque no exento de una leve intención crítica en la que a veces parece que M. Brooks se conforma con la anécdota oportunista y con el gag obvio en lugar de optar por una comicidad más elaborada.
Sin embargo no se puede negar que la película posee gracejo, también que aporta momentos de franca hilaridad y que las situaciones se suceden con ese ritmo vertiginoso que conviene al cine festivo.
El argumento está tratado con sencillez y la historia transcurre en una nube de buen gusto cinematográfico y de suavidad narrativa de manera que resulta agradable su proyección porque carece de artificio y de complicaciones.