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España España · Barcelona
Críticas de Quim Casals
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Críticas 164
Críticas ordenadas por utilidad
Ex libris (C)
CortometrajeAnimación
Checoslovaquia1983
5.6
124
Animación
7
10 de octubre de 2011
11 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Este corto de animación con la técnica del "stop motion" —terreno históricamente fecundo e imaginativo en el cine de la Europa del Este— nos muestra las divertidas peripecias de una serie de libros para ocupar una gran estantería vacía.

Sólo por los logrados gags de la lucha platónico-aristotélica, las consecuencias de atravesar un libro de cocina, el ambiente de club nocturno de jazz, las posiciones del Kamasutra, la persecución de los polis o el plano final, ya merece la pena el visionado de esta pieza.

El "stop-motion", sobre todo con las limitaciones de hace varias décadas, puede ser percibido hoy en día como entrañablemente anticuado, aunque el efecto se acentúa en aquellas películas que combinan animación con imagen real, como las de Ray Harryhausen. En casos como este, sin embargo, cuando la totalidad de la obra es animada, se crea un universo propio que mantiene siempre intacto el hálito poético.

En un mismo sentido, las restricciones inherentes al movimiento también limitado que ofrecen los libros puede parecer un hándicap, pero es gran un acierto que no aparezcan otros elementos susceptibles de formar parte de una estantería, ya que, aunque pudieran multiplicar las posibilidades cómicas, restarían el protagonismo único y absoluto que el corto pretende conceder a los libros.

Es por eso que, más allá de su creatividad para metaforizar e ironizar sobre la historia del pensamiento y los comportamientos humanos, "Ex libris" resultará especialmente evocador para todos los amantes de los libros. No digo solamente de la lectura, como abstracción intelectiva, sino de los libros en cuanto objeto físico tangible y concreto: ese ejemplar, y no otro, en cuyas páginas están grabadas nuestras imprentas dactilares, ese otro ejemplar que una mano amiga envolvió con esmero para regalárnoslo en una fecha señalada, o aquel otro que con su papel decolorado y su lomo estriado se convierte en espejo de nuestras propias canas y arrugas…
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Quim Casals
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9
24 de mayo de 2023
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor siempre es dejar lo mejor para el final, y mejor todavía resulta cuando no se sabía que al final estaría lo mejor.

Entre lo poco que tenía pendiente de Peckinpah se hallaba "Quiero la cabeza de Alfredo García", y ha valido la pena esperar para encontrarme con la que para mí resulta la más extraordinaria y redonda de todas sus películas. Desaforadamente romántica (más que ninguna otra de su autor, esta es una clave esencial en mi sentir, otra la desesperada y trágica soledad existencial de quien pierde lo único que da sentido a su vida), lírica, amarga, melancólica, terrible, poética, de una visceralidad a flor de piel, al tiempo que entretenidísima con su maravillosa y excéntrica historia que te atrapa del primer al último minuto, con una pareja inolvidable de personajes soberbiamente interpretados y una realización cuyo aspecto en muchas ocasiones algo destartalado conjuga muy bien con la tan lograda fisicidad cochambrosa de la ambientación.

Pero si estoy tan entusiasmado es por lo que ahora contaré.

A veces hay directores o películas que a uno no le gustan, o no le gustan demasiado o no le llegan, y no pasa nada, no importa. Pero otras veces sucede que a uno no le gusta o no le acaba de gustar aquello que justamente le gustaría que le gustara mucho. Me sucede con Peckinpah. Por mi filiación hustoniana y mi profunda adscripción por las historias crepusculares de seres desarraigados y desclasados que no encuentran su lugar en el mundo, siempre esperé y deseé que su cine me apasionara, me conmoviera hasta lo más hondo, me atrapara sin remedio. Sin embargo, nunca ocurrió así, o nunca ocurrió en la medida en que esperaba que sucediera.

Tengo bastante identificadas las características de su obra que dificultan una más íntima conexión emocional con ella, pero no es la intención de estas líneas abundar en ello. Basta con apuntar que tiene que ver con una caracterización de roles de género asociada a una mentalidad hoy arcaica y ajena a mi sensibilidad, que redunda en una frecuente misoginia, al tiempo que, bebiendo de la tradición de los relatos de camaradería de los llamados directores “duros” de Hollywood (los Hawks, Walsh, Ford…), presenta unos arquetipos de masculinidad algo trasnochada al estar regida por una exaltación más bien primaria de los ceremoniales de virilidad (dicho de otra manera, los personajes no parecen tan interesados en identificarse y validarse a sí mismos y entre ellos en tanto que “personas” o “seres humanos”, como en tanto que “machos”).

Y ello va muy ligado a esa querencia del cineasta por la extrema violencia, en otro aspecto que, esta vez desde el punto de vista estético, no siempre me convence. Creo que hay una cierta contradicción interna, quizás irresoluble, en la voluntad de realismo y veracidad, de querer hacer sentir al espectador el verdadero horror sin cortapisas de la violencia, y al mismo tiempo y a merced de unos determinados recursos estilísticos, procurar que ese mismo espectador sienta fascinación y delectación ante esas imágenes. (*)

El resultado de todo ello es una recepción particular bastante desigual de su cine. Me desagrada mucho, por ejemplo, "Perros de paja", mientras que tampoco logro empatizar con los personajes de "Grupo salvaje", con lo cual su suerte no me emociona. Mi gran preferida suya de hace muchos años -y también entre las favoritas del cine (anti)bélico- ha sido "La cruz de hierro", y me gustan además bastante "Pat Garrett y Billy Niño", "Duelo en la alta sierra", "Convoy" (gran recuerdo de infancia) o "La balada de Cable Hogue".

Pero ninguna de estas es realmente de llevarme a una isla desierta, ninguna es de agujerarme el corazón y las entrañas y formar parte de las elegidas, de las que se convierten en compañeras de vida.

Hasta ahora. Por eso estoy tan contento y esta es la dicha que me place transmitir. Nunca podré ser, a mi pesar, el peckinpahiano que me habría gustado ser. Pero "Quiero la cabeza de Alfredo García" me ha dado y me ha hecho sentir todo aquello que siempre soñé que el cine de Peckinpah me diera y me hiciera sentir.

Y con eso basta.

¡Gracias, Sam!
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Quim Casals
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9
15 de noviembre de 2019
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
No soy fan de las películas contemporáneas de superhéroes –en su mayoría proponen un frenesí visual de montaje entrecortado y saturación digital, un poco ese parque temático del que habla Scorsese, que en esta época cinéfila de mi vida no me apetece demasiado– y, de hecho, de la trilogía de Nolan sobre Batman solo he visto escasos minutos en alguna emisión televisiva, sin que me animara a continuar. Esta vez, en cambio, me llamaron la atención las imágenes de un primerizo tráiler que parecían apuntar a otras direcciones y, desde luego, siempre resulta estimulante la presencia de Joaquin Phoenix, para mí el mejor actor norteamericano de su generación junto a Di Caprio.

Ya visionada, uno se da cuenta de que el León de Oro en Venecia no supuso ninguna excentricidad en cuanto a premiar a un subgénero que no se acostumbra, porque en definitiva no se trata de ninguna película de superhéroes, sino de un violento drama humano de carácter, para entendernos, netamente “realista”. Una historia que perfectamente podría cerrarse en sí misma y que en su esencia dramática remite más a la que fuera la inspiración para el cómic, “El hombre que ríe” (Paul Leni, 1928). De hecho, tal como está planteado el personaje en esta película (un ser atormentado, con graves trastornos mentales y no excesivamente inteligente), no parece en modo alguno que esté destinado a convertirse en un “genio del mal”, ni tampoco (por la citada mirada realista) en un supervillano archienemigo de un tipo que combate la delincuencia disfrazado de murciélago.

En este sentido, sin embargo, el guion sí juega una original baza en uno de los escasos momentos de conexión con el universo mítico reconocible por el público, como es la presencia de un joven Bruce Wayne y su padre. De una manera bastante subversiva, quien será el futuro héroe se muestra más bien como un niño repelente (o así lo veo yo), mientras que su padre aparece como el auténtico malvado de la función. Una inversión de roles que nos lleva al gran acierto de la confección del Joker, o mejor Arthur Fleck, donde se logra el fascinante equilibrio entre atracción/repulsión. Nos pueden producir escalofríos los actos a los que le lleva su locura y, sin embargo, empatizamos con su inmenso dolor, podemos comprender al hombre que habita en el monstruo.

Pero quizás el aspecto más interesante sea la manera de entrelazar la andadura individual con un contexto social donde reina el malestar y la opresión del sistema para con los más débiles y olvidados, de modo que personaje y situación devienen mutuas cajas de resonancia o vasos comunicantes, hasta converger en la espeluznante escena final (opino que habría sido un mejor cierre para la película dejarla en ese punto, sin el epílogo subsiguiente algo redundante y anticlimático). De manera honesta y adulta –y muy lejos de la pretendida apología de la violencia que tanto parecían temer los protectores del puritanismo norteamericano–, el film no juzga ni moraliza, y al actuar así tanto en lo individual como en lo colectivo nos invita a debatir sobre determinados fenómenos desde la complejidad ética que albergan, lo cual siempre resulta sumamente retador para la confortabilidad burguesa de pensamiento: Ley a veces puede significar injusticia y Orden a veces puede significar represión.

Pero si todo ello adquiere un valor artístico es, obviamente, debido a su plasmación cinematográfica. Un gratísimo descubrimiento para mí, puesto que no he visto ninguna de las anteriores películas de su director, Todd Phillips (aunque parece ser que también ha sido una sorpresa para muchos de los que sí conocen su filmografía). La sensacional fotografía y dirección artística nos sumergen en una desoladora, malsana y lúgubre atmósfera que se me antoja deudora del cine de los setenta de William Friedkin (ahí están las acongojantes y antológicas secuencias en el destartalado metro o las correrías entre la podredumbre de las calles) y nos transmite una expresividad emocional acorde con los sentimientos del protagonista, asfixiado también en la justeza de los encuadres. Con la apoyatura de una excelente banda sonora, oscilamos rítmicamente de forma muy medida entre la laxitud de la soledad y el ímpetu del estallido virulento.

Y, como no podía ser menos, no puedo concluir estas líneas sin adscribirme incondicionalmente el ya unánime elogio para la interpretación de Joaquin Phoenix, llamada a perdurar en la memoria de varias generaciones. Solo apunto que en mi caso, no obstante, dado lo que comentaba al principio sobre el hecho de que esta es una película sobre el Joker de los tebeos y el cine de la misma manera que podría no serlo (y prefiero la segunda lectura), y dado mi desconocimiento de la interpretación precedente de Heath Ledger en ese rol, mi admiración no nace de ninguna comparativa ni de ideas preconcebidas sobre cómo “debe ser”. Y debo confesar que me satisface más así, viéndolo como la creación autónoma de un hombre, Arthur Fleck, que nace ante mis ojos mientras contemplo la película. Porque, en definitiva, así me gusta el cine y así me gusta el arte, que me seduzca y me sorprenda ofreciéndome aquello que quiera ofrecerme, y no en cambiar valorarlo según se amolde a lo que espero que me ofrezca.
Quim Casals
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8
9 de noviembre de 2010
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me alegra que haya sido ésta mi primera aproximación al cine filipino, dada la gratísima impresión que me ha causado. Ignorando, pues, el grado de representatividad del film y del director en el contexto de su industria, la considero una propuesta sumamente interesante.

Lo primero que sorprende —ya que solemos asociar el cine asiático con la censura en la mostración de lo que eufemísticamente se denomina "vello púbico"— es la explicitud genital, incluyendo masturbaciones, felaciones, etc. Unas escenas que, sin embargo, no son ninguna concesión a la galería ni transmiten una sensación erotizante, ya que están mostradas y se inscriben en un clima de sordidez que impregna absolutamente el metraje.

Casi todo el film transcurre en el interior de un destartalado y maloliente cine, residencia de una numerosa familia que trata de sobrevivir como puede, donde proyectan películas pornográficas al tiempo que sirve de prostíbulo. Digo film, y no historia, porqué ésta ya se inició mucho antes de empezar la película y continuará mucho después que finalice. Asistimos, por tanto, a un fragmento de vida corriente, una dramaturgia que no se apoya en ningún hecho excepcional para esas almas, sino que muestra unos días que son como los que ya fueron y nada, o muy poco, hace presagiar que sean distintos de los que vendrán.

Y, sin embargo, no hay abnegada resignación al pesimismo, tal como parecen dar a entender simbólicamente detalles como cuidar de una rosa, limpiar los baños atascados o intentar repintar de blanco una pared llena de grafitis. De manera análoga, cuando en una de las pocas salidas al exterior la cámara muestra una multitud en procesión con velas rezando el Ave María, el director también parece querer extrapolar ese deseo de esperanza a todo su pueblo.

Conviene destacar la absolutamente natural interpretación de los actores, ante la verdad de la cual uno duda incluso si se trata de profesionales, y la sencilla y funcional puesta en escena de Brillante Mendoza, sin efectismos ni aspavientos, transmitiendo a su vez con gran fuerza esa total sensación de verismo.
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Quim Casals
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8
12 de marzo de 2009
12 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los ladridos de un perro. Un nacimiento inmaculado. Animales conocidos, desconocidos y en la palma de la mano. Un sueño sin agua. La propia voz devuelta por las montañas y la voz antigua de los amigos. Una huella —una sola— sobre la arena. Vestido de mujer sin mujer dentro. Disquisiciones sobre el libre arbitrio. Mirarse en un espejo. Momentos.

Momentos privilegiados que perduran en la memoria del espectador cuando Robinson ya ha reingresado al mundo lleno de gente (¿civilizado?). Eso ya no lo vemos. Tampoco vemos qué pasó antes. Buñuel siempre fue al grano. El hombre y su isla. La aventura exterior, tan entretenida como si nos la hubiese contado Raoul Walsh (largos años para el protagonista pero una exhalación para nosotros), y, al mismo tiempo la aventura interior, que nos lleva en un salto sin red a la soledad, los recuerdos, la desesperación, la búsqueda del otro, el nacimiento de la amistad.

La historia del Robinson de Buñuel podría parecer la aventura de sobrevivir. Pero quizá tan sólo sea la aventura de vivir.
Quim Casals
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