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España España · Palma de Mallorca
Críticas de Robert Denigro
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Críticas 217
Críticas ordenadas por utilidad
5
28 de noviembre de 2022
7 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cada generación tiene sus monstruos. El cine va adaptando a las modas los nuevos estereotipos de vampiros, zombies y licántropos. Algunos directores respetan el género, pero otros lo ponen patas arriba con pretenciosas intenciones de modernidad. Entre estos últimos estarían las propuestas "queer" de Julia Ducournau, las nuevas brujas de Ari Aster y "Hasta los huesos" de Guadagnino.

La gran aportación de Guadagnino es el intercambio de géneros. El director presenta "Hasta los huesos" como una historia de amor donde el terror parece circunstancial. Una "road movie" con pareja de forajidos marginales similar a la magistral "Malas tierras" de Terrence Malick. Su tono recuerda mucho al estilo "grunge" del primer Gus Van Sant y sus decadentes escenarios rurales.

De nuevo Guadagnino profundiza en los conflictos de la sexualidad. "Hasta los huesos" nos habla de la maldición genética y la tiranía biológica de la pulsión y el deseo. Los terribles apetitos que ocultan los protagonistas parecen una clara alegoría sobre la represión (o no) del instinto. Si la homosexualidad era el secreto conflicto en "Call me by your name" en esta ocasión Guadagnino propone una sexualidad primitiva de violencia y muerte.

El gran problema de "Hasta los huesos" es que su provocación es una impostura. Bajo su aparente modernidad la película cuenta una historia de amor muy clásica. Una sublimación de la pasión adolescente más vista que el tebeo y tambien un poco cursi.
Robert Denigro
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7
13 de noviembre de 2023
4 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la mentalidad urbanita (o sea todos nosotros) se ha instalado la hipócrita idea de que en el campo se vive mejor. Una retórica que sublima el campo como un espacio donde todo es paz, salud y alegría. De ahí las frases cursis: "una escapadita al campo", "voy al campo a desconectar". Lo cierto es que nadie quiere vivir desconectado. Las ciudades están cada día más pobladas y donde realmente se producen escapaditas es en los pueblos, cada día más vacíos.

La idea del campo como paraíso no es nueva. Ya en el siglo XVIII se entendía la naturaleza como portal hacia la trascendencia divina. Al menos esa idea tenía profundidad, en cambio la idea actual es superficial, surgida de la vanidad del hombre de ciudad. Una idea narcisista que le pide al campo que los bosques tengan calefacción, que las vacas den leche desnatada y que los tomates tengan puerto usb.

"Un amor" hace añicos esta idea del campo. Isabel Coixet nos habla, de nuevo, sobre el amor pero sobre todo de ese espejismo de lo rural con el que fantasea la sociedad del bienestar. Coixet nos muestra un campo frío y plomizo. Para ello la directora se distancia de su estilo en un valiente ejercicio de anti-climax. Ni rastro de la dialéctica poética habitual en sus guiones ni del lirismo juguetón de sus montajes. Prácticamente no hay en la película ninguna escena de esas que llamamos bonitas. No se trata de mostrar la fealdad del campo, sino algo más sutil, más bien un campo que no es ni chicha ni limonada. Un lugar anodino.

Isabel Coixet, al amparo de la novela de Sara Mesa, ha bordado una radiografía desencantada del campo. Una película triste pero también llena de sarcasmo. Desde la mirada inadaptada de Laia Costa, recién llegada a una pedanía de La Rioja, entramos en contacto con una vecindad hermética muy alejada de la campechanía folclórica. La protagonista es traductora de idiomas, pero allí el entendimiento se resiste a ser traducido. Un lugar donde el lenguaje, la comunicación, incluso el amor tiene sus propios códigos. En definitiva, un lugar bastante antipático.

Ni el campo ni el amor son actualmente situaciones definitivas. Cogemos el coche, vamos al campo un rato, decimos que es maravilloso pero volvemos corriendo a la ciudad. Con el amor pasa algo parecido. Pero si usted es de los valientes que defiende un amor para siempre o que en el campo se vive mejor, no vea esta película.
Robert Denigro
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7
1 de noviembre de 2021
4 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el origen todo era tiniebla. Dijo Ridley Scott hágase la luz y concibió "Los duelistas". Obra maestra. Comprobó Scott que eso era bueno y concibió "Alien". Obra maestra. Comprobó Scott que eso era bueno y rodó "Blade Runner". Su cumbre cinematográfica. Al cuarto día el director descansó y se quedó totalmente sobado.

"El último duelo" nos sitúa de nuevo en el medievo, terreno conocido del director, en esta ocasión para juzgar una violación, con la particularidad de una narración en tres actos que responden a la mirada de los tres protagonistas. Scott plantea hábilmente las múltiples caras de un hecho, con "Rashmon" de Kurosawa como claro referente.

Más interesado en la taquilla que en el rigor histórico, el director convierte la Edad Media en un lugar donde todo el mundo opina. Una Edad Media dialéctica, más cercana a la democracia actual que a las tinieblas religiosas de aquella época. Su narración se adapta a las convenciones del actual lenguaje de género, con un mensaje coloquial muy lejos del oscurantismo medieval. Su anacronismo es tan escandaloso como eficaz para conectar con un público que pide más inmediatez que filosofía. La gran contribución de la película al progresismo pasa por dar voz a la mujer en un mundo de hombres. Otra vuelta de tuerca al feminismo oportunista, inverosímil pero de mensaje facilón.

Entonces la película se resiente con una contradicción irresoluble: por un lado su vocación realista, con una puesta en escena cuidada al detalle y por otro un argumento sin el menor respeto histórico que impide todo realismo. Una ensalada de conceptos excluyentes y tan vulgares que roza lo "kitch". Tampoco ayuda al espíritu medieval unas escenas de acción cuyo efectismo está más cerca de la velocidad de "Matrix" que de la lentitud contemplativa de "El séptimo Sello".

PD: ¿Soy el único que piensa que el talento de Scott se esfumó tras sus primeras tres películas?
Robert Denigro
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5
7 de octubre de 2020
4 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se abre el telón: aparece un señor disfrazado de domador de leones. Lleva un gran bigote, sombrero de copa, levita roja y botas de caña alta. En la mano agita un gran látigo de cuero que estalla contra el suelo con un fuerte chasquido. Los niños en las gradas gritan y aplauden eufóricos. La película se llama "El lobo de Wall Street" y el señor del disfraz es Martin Scorsese. Efectivamente, el mismo Scorsese de obras maestras como "Taxi Driver" o "Toro Salvaje".

En "El lobo de Wall Street" no hay espacio para sutilezas. Un carnaval frenético cuya naturaleza brutal anula cualquier intento de reflexión. Puro instinto primitivo al servicio de los apetitos del público. Imposible retener una escena memorable en mitad de ese barroco "horror vacui". No hay posibilidad de fascinación porque la vulgaridad es tan básica que roza lo infantil.

Todo en la película recuerda a Scorsese pero sin Scorsese. Hay sarcasmo, mala leche y un montaje de ritmo trepidante, con el sello inconfundible del director. Pero la película es incapaz de llamar a las puertas de la inteligencia, atrapada en una obscenidad agotadora.

La vigorexia de "El lobo de Wall Street" se hunde en la reiteración. Un leve destello salva a la película del naufragio: la desternillante escena del subidón inesperado de barbitúricos Quaalude (Metacualona) que sirve de excusa a un flashback magistral sobre la subjetividad.

De cara al futuro le rogamos a Martin Scorsese que sus próximas películas no sean tan evidentes, que dirija sobrio y sobre todo que no se obsesione en querer gustar a todo el mundo.
Robert Denigro
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1
25 de noviembre de 2022
3 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ustedes me disculparán pero no empatizo con la desesperación de esta señora. No se trata de falta de caridad sino simplemente que no me creo la situación que proponen los Dardenne. La empresa donde trabaja la protagonista quiere echarla pero deja la decisión en manos de los trabajadores que para ello celebrarán una votación. La película relata como la desesperada protagonista se persona en casa de cada trabajador suplicando el voto a su favor.

Toda la situación me parece irreal y muy demagógica. No es juego limpio influir en una votación. Lo honorable sería confiar en la libre opinión de la gente sin querer dar pena como lo hace la protagonista. No sólo me parece poco ético sino un esfuerzo inútil. En la vida real no serviría de nada excepto para caldear el ambiente.

Tampoco me creo la profunda depresión en la que se hunde la protagonista. No es el fin del mundo. Hay vida más allá. Recuerdo con afecto la triste situación del protagonista de "El ladrón de bicicletas", callejeando y preguntado a los peatones por su bici robada. Esa bicicleta era su vida. Era muy creíble. Eran otros tiempos.

Pero aun más increíble es la forma de actuar de la empresa. Muchos lectores habrán sufrido un despido laboral y con toda seguridad la empresa que los despidió no pidió la opinión de los empleados. Ya nos hubiera gustado a muchos. Una empresa nunca tomaría una decisión semejante que, a buen seguro, causaría conflictos internos en contra de sus propios intereses. Lo siento pero todo me parece un sinsentido.
Robert Denigro
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