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Costa Rica Costa Rica · Me encantan las galletas
Críticas de Javier Moreno
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Críticas 234
Críticas ordenadas por utilidad
8
27 de mayo de 2013
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Surrealismo costumbrista que se adecua a las situaciones dadas en la cultura española que, lejos de tener un sentido unívoco, se entretejen como abanico de dimensiones abismales para engendrar sinsentidos más allá de las bromas.

José Luis Cuerda es un ejemplar cómico que retuerce nuestra base cultural y nos muestra qué somos, cómo nos comportamos y qué nos impide cambiar radicalmente.

En "Amanece, que no es poco" vemos el regreso a España de Teodoro, un ingeniero que da clases en la universidad de Oklahoma. Al volver se encontrará, sin mucha sorpresa, con la sociedad en la que se crió y que permanece fiel a sus costumbres. La descripción, a pesar de su anunciada extravagancia, no escapa a la realidad del interior de un país de ritos ancestrales. Todo está desfigurado con el fin de parodiar, tal vez criticar, la ignominia que en ocasiones acompaña la falta de cultura, el aferramiento al clavo ardiendo y la negación del avance.

La Guardia Civil como institución, el alcalde como inservible fuerza política, la importancia del campo y el amor que surge en su trabajo, la iglesia como lugar de reunión y desfachatez moral, pero también la enseñanza en las escuelas como único escape, la esperanza de los niños y borrachos, la falta de cultura exterior, la figura familiar descoyuntada y el existencialismo.

No es la primera vez que se realiza una película a modo de sátira con semejante propósito, los Monty Python son ejemplo de toda una saga de brillantes análisis culturales, que una década antes ya permitían que nos desternilláramos con Brian, los caballeros y la explicación al sentido de la vida. Pero en España nadie se atrevió, o nadie se lanzó a tamaña aventura, hasta que Cuerda nos dejó esta perla.

En la escuela se enseña con amor y sin dolor, dato opuesto al modo educativo que primaba en el país. En las tabernas se escucha ópera y se respira cultura burguesa, los extranjeros pasan casi desapercibidos y el respeto abunda rechazando estereotipos racistas, clasistas u homófobos. Además, y aquí el detalle más determinante, toda conversación viene aliñada con el vocabulario más exquisito. Exigencia de guión que toda palabra tenga el significado apropiado. Los abuelos se disculpan de no manejar cierto tema de discusión con la solvencia necesaria acusando su incultura, que les dominan las bajas pasiones. Asombrosas las propuestas al alcalde, las benévolas discusiones del cura. Increíble que mostrando la situación de manera inversa, se vean más claras las carencias y necesidades de un país precioso pero estancado en ciertas miserias.

Mi análisis cobra subjetividad y se torna oblicuo cuando dejo matices por destacar, pero dejo para debate todos los detalles que hacen de esta comedia un lugar maravilloso durante 110 minutos. Son muchas las frases para recordar, mucho surrealismo de jocosidad infinita, para resumir una sola persona. Os brindo, pues, la oportunidad de rellenar con los recuerdos de dichos pasajes.

Me quedaría con dos o tres puntos que hacen de la película una pieza clave del humor delirante, y probablemente serían el modo en el que uno puede ser nacido de la tierra, la veneración por Faulkner (que desata el conflicto central) y la distinción entre paradigmas filosóficos a manos de campesinos. Todos somos contingentes, pero esta película se hacía necesaria.

Recomendación absoluta para disfrute relativo, pasen y rían.
Javier Moreno
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7
18 de febrero de 2013
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la década de los 70, pero extrapolable a cualquier momento en la joven historia de los Estados Unidos, el orgullo americano y el ansia de poder llevó a un país como Irán a reivindicarse frente al opresor que, curiosamente, era el autoproclamado "país de la libertad". Por eso, y por la creciente demanda de atención de la dictadura del Ayatolá Jomeini, que demandaban la extradición del Sha de Persia, irrumpen en la embajada estadounidense con la intención de ocuparla y, ya de paso, secuestrar o asesinar a quien se encuentran por el camino. Como todos sabemos, en la radicalidad de ciertas expresiones masivas, la reflexión brilla por su ausencia, por eso que la acción popular iraní no cuente con apoyos en el ámbito internacional. Pero el retrato que pretende reflejar Affleck es algo más que bochornoso. No porque los ofenda con imágenes de barbarie, sino porque no da la oportunidad de que juzguemos, sólo nos da un poco de humo y su vejado discurso sobre civismo.

El caso es que la película cuenta que tras esa ocupación seis estadounidenses se refugiaron en una casa de la que no podían salir por la amenaza que corrían sus vidas y debían ser rescatados. Para ello, tal y como pasó en 1979, se traza un plan en el que un supuesto grupo de grabación de cine se hace pasar por canadienses que pretender producir una película en Irán. Con esa excusa, llevarán la documentación falsa que permitirá a los refugiados poder huir como guionistas, actores y cámaras canadienses.

Desde la toma de decisiones se pone de manifiesto el desconocimiento del país y de las circunstancias y Ben Affleck encarna el papel de aquel salvador que urde mañoso la disparatada idea. El más listo de la clase, lleno de coraje y paciencia. Pero humano, y eso nos lo dice su miedo a perder definitivamente a su familia, que para más descripción tópica, consta de una bella mujer y un hijo encantador. Se arrepiente de su pasado y nos mezcla el empalagoso drama con la brillante historia del rescate. El guión es adaptado por basarse en un acontecimiento ya pasado, y no es malo, pero adolece esa parte final en la que todo va sobre ruedas hasta que se empiezan a abalanzar (intriga de libro) todos los problemas sobre el mismo personaje y en el mismo momento. Es cierto que sabe dirigir esos momentos apresurados y la tensión resulta eficaz, pero nada especial, ni a nivel estético ni interpretativo.

La escenografía no es llamativa pero acorde a unos atractivos finales años 70 que ya sonaban disco. La diplomacia queda relegada al segundo plano cuando la gallardía americana asoma su pechera. Y es que los héroes han de fardar. Para eso se utilizan dos trucos, inhabilitar a los poderes de mando en una decisión de último minuto para que todo penda del hilo de un acto providencial, y que el personaje más débil se convierta, gracias al discurso convincente del verdadero héroe humilde, en la piedra angular del éxito de la misión. Todo sucede de tal modo en Argo que el detalle más interesante se olvida con prontitud y la farsa va más allá de la pantalla.

Además, hay dos críticas más que Affleck intenta explorar. El guiño al trabajo hollywoodiense en el que primaba la fama y no la calidad, y el rechazo a aquellos que queman la bandera del país que los oprime. Por eso en el final, norma tácita de las pretenciosas americanadas, vemos volver al guerrero, salvador de la humanidad y herido de guerra, sano al hogar en el que debe recobrar el amor perdido. Se asoma a la puerta, ondea la seguridad en un mástil con barras y estrellas, la reconciliación injustificada se cumple y papá contará un cuento a su hijo en una casa donde siempre reinó la paz.

Almíbar para una historia bastante divertida. La emoción está asegurada y el entretenimiento no se duda. Esta película podría haber sido una historia increíble y se queda en un buen relato. Abandonando los estereotipos y los análisis posteriores, Argo se disfruta sin lugar a dudas, pero no buscaré recordar algún momento que perdure mucho tiempo en mi memoria, sólo el desarrollo de tan absurdo plan es el intrigante suceso de esta película.

Ben Affleck suspenso, pese a los premios, pero Argo en su conjunto es una buena cinta. Ahora miren la foto de cabecera y vean su afán por los galardones. Parece insinuar: "¿Qué creían, que era el nene bobalicón de Armageddon, Pearl Harbour y Pánico nuclear?" Sí, y no hay más, querido Ben.
Javier Moreno
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7
26 de diciembre de 2012
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el imperio yanqui del miedo y la conspiración se abrieron grietas tras el 11-S que aún toda la población tiene en mente. Y desde entonces no sólo creció la preocupación, los planes de guerra y las paranoias islámicas. También se alimentaron las medidas de seguridad, las mentiras encubiertas y, sobre todo, aumentó la amenaza terrorista (real o no) y todo el mundo de ficción que rodea un acontecimiento del tamaño de aquél.

Por eso prolifera la literatura, el cine y las producciones audiovisuales respecto a las amenazas, los espías y las conspiraciones. Y eso gusta. Mucho. ¿Preocupante? Digamos interesante.

En Homeland la trama se basa en un solo motivo, si bien hay pequeñas aventuras que lo rondan. Carrie Mathison trabajó en Irak como agente de la CIA y un terrorista condenado a muerte le confiesa en el último minuto de vida, antes de ser ejecutado, un pequeño secreto. Años más tarde, y ya situados en Estados Unidos, los soldados estadounidenses descubren un zulo en el que encuentran a un superviviente americano. Éste dice ser el Sargento Brody, que tras 8 años de cautiverio había sido dado por muerto. Tendrá que adaptarse a una familia que empezaba a cambiar de planes y que apenas conoce. El país entero, algo conmocionado, ve en Brody al héroe que muchos necesitan para justificar las guerras y al político perfecto para levantar el ánimo de una sociedad algo atemorizada. Sin embargo la agente Carrie ve algo más allá y cree que hay todo un teatro tras la aparición sospechosa del marine. Lo que sabe ella, y nadie más, es la confesión de aquel terrorista: "Un soldado americano ha sido convertido".

La CIA es comandada por David Estes, que no confía en los métodos algo heterodoxos de Carrie, por lo que no le permiten investigar como ella querría. Pero se lanza por su cuenta y espía a Brody en su casa. Descubrimos con ella y su equipo que esconde algo en el garaje y que no consigue restablecer la relación con sus hijos y su esposa. Brody no establece conexión con ningún enlace musulmán ni parece perpetrar ningún crimen. De Carrie sabemos que toma medicación porque tiene algún trastorno psicológico (más adelante sabremos que es bipolar, aunque estable si se medica).

Dentro de la agencia de espionaje, Carrie sólo confía en Saul Berenson, quien aprecia tanto a Carrie y su trabajo que dedicará todo su tiempo a ambos. Es la conciencia y sentido común de la serie y, aunque enfrascado en una vida inevitablemente triste, jugará bazas importantísimas para la acción de los acontecimientos.


Durante los capítulos vemos un ir y venir de espionaje y conversaciones que nos hace volcarnos de un lado a otro para saber qué está pasando. Mantienen una tensión y una complicidad que no nos permite saber hasta pasada la primera temporada quiénes son los buenos y los malos. De hecho, ahora que ya ha acabado la segunda, todavía quedan dudas sobre algunos personajes. En ese tambaleo, la relación entre Carrie y Brody será crucial, no sólo para la investigación, sino también para el devenir de los hechos, que girarán, casi siempre por la astucia de Carrie y el respaldo de Saul. Éste intenta basarse siempre en los datos empíricos, pero sabe que si Carrie tiene una corazonada no está muy lejos de la verdad. Por ello que, normalmente, las decisiones no vengan tomadas tras un interrogatorio, un documento o unos datos filtrados, sino tras todos estos y un momento de reflexión (ingenioso y necesario detalle) en el que Carrie interpreta alguna connotación y se arranca en un ataque de aparente locura. Así se enfrentará a su adversario personal (su obsesión por hacer lo correcto) y también al terrorista más buscado: Abu Nazir.

No daré muchos detalles para que, los que aún no habéis visto parte o toda, tengáis la oportunidad de disfrutarla, pero ahora en el final de la segunda temporada parecen aclararse muchos motivos y acciones. Podrían haber cerrado con estos capítulos, sin embargo en el último dejan algo abierto que, sin mucha intriga, da lugar a una tercera temporada pactada y, al parecer, en proceso de producción.

...Sigue abajo sin spoiler por falta de espacio.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Javier Moreno
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7
13 de diciembre de 2012
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En un coche de alta gama se encuentran dos personas. Como desde un tiempo lejano suena un piano que encamina unas imágenes de profundidad que aún tenemos que descubrir. No se emiten palabras para crear un pequeño suspense en la acción que se desarrolla. Tras la calma inicial se lanzan en una huida inexplicable y son perseguidos por la policía. Parecen apostar y jugar con la situación.

Entonces son alcanzados y una vez fuera del coche, Driss se violenta y justifica al verse en la obligación de llevar a su copiloto tetrapléjico al hospital. Los tipos de uniforme ingenuamente los escoltan hasta el más cercano y una vez allí escapan riéndose de la autoridad.

En esta presentación algo graciosa y muy comercial se encierra el esquema de toda la película. Un chicho malo de un barrio marginal y con problemas familiares ayuda al ricachón Phillipe a llevar una vida digna, o al menos divertida, sin indulgencias, cursiladas ni caritas de pena.

Es elegido en una entrevista que no tiene mucho sentido, pero que al parecer sucedió en la realidad, y sin que Driss quiera se convierte en dama y amigo de un completo desconocido que necesita de alguien como él. Podría caer en la manida idea de "arriba y abajo" y basuras como "The blind side" pero no cae en frivolidades sin alejarse del tópico.
Tras el comienzo con el mensaje "somos los más chulos" y unas imágenes de gran calidad pero superfluas, nos muestran las diferencias entre el gueto y la aristocracia, sin escapar a la realidad pero con imágenes que suenan a lugares comunes. Sin embargo juega con unas imágenes muy dignas con cámara al hombro para ver la vida de Driss, ese senegalés traído casi como mercancía a una Francia que aún adolece de un racismo clasista que se oprime y reprime alimentando la desorientación humana. Nuestro chico es un pobre diablo, aunque por no aburrir no nos detallan completamente su pasado.

Y una vez instalado en su nueva casa, se suceden momentos cómicos, no muy originales, pero graciosos. Aparece Ludovico Einaudi al piano y asegura una historia que ya hemos visto otras veces. Apuntala tecla a tecla un guión que no es espléndido (tal vez por no alejarse de la base real) pero que con el aderezo musical se convierte en drama interesante. La adaptación de Driss a la mansión de Phillipe es lo que más flojo se ve en la película, pero la actuación de Omar Sy hace de todo momento un fluir de expresiones lleno de devenir lúdico.

Este "indio en Nueva York" flirtea con la atractiva secretaria y se hace un hueco entre los trabajadores de la casa. No tiene miedo, y eso le otorga fuerza y carácter a un personaje que, lo acepto, era muy dudoso por la capacidad de caer en el drama de siempre. Todos se van presentando y parece que ya los conocemos. Las bromas mejoran pero se ve venir un conflicto, el que ya nos contaron en todas las cintas de superación personal. Pero ese conflicto no llega. No es eso lo que nos quieren contar. Se trata del mismo tema con un François Cluzet que refresca la caricatura del enfermo. La contención y la sabiduría de la experiencia lo hacen nuevo y necesariamente más consciente de la audiencia.

Y otra vez Ludovico.
Y otra vez ese sentimiento amargo que necesitamos.
Y otra vez esa madurez de Vivaldi.
Y otra vez ese despliegue de vida en Kool & The Gang.
Y una intención por hacer las cosas bien que no van a funcionar y que pasan pero duelen.
Y otra vez Ludovico.

Gran banda sonora para una película que parecía destinada al fracaso dramático, al cliché fácil y a la lagrimita de los incultos. Pero que posee mayor carisma, tal vez gracias a Ludovico, y que alcanza mayor profundidad (tampoco exageremos) por parecer más fiel a una realidad. Parte de un 7 que, de no cambiar con algún giro tipo "Haneke", sabemos que no podrá superar. Y sin embargo lo alcanza y demuestra la posibilidad de elegir ideas ya mostradas y darles un aire más agradable.
Recomendables 109 minutos que dejan un par de momentos en nuestra retina, unos créditos para hundirse en el sofá y una música para adorar.
Javier Moreno
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3
25 de noviembre de 2012
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una cámara se mueve entre una ciudad aparentemente iluminada por sueños y secretos por descubrir. La magia parisina se muestra con un halo de recuerdo por un tiempo que ya no volverá. El objetivo se introduce en esta maravillosa ciudad con planos imposibles y efectos asombrosos. Dirige el gran Scorsese, esto será increíble. Y tanto.

Un ojo ingenuo observa desde una estación de trenes. Entre manillas y herramientas se encuentra Hugo Cabret, hijo de un mago soñador que ansiaba arreglar una obra perdida y, tras su muerte, su único legado para el pequeño y huérfano Hugo. Este observador vive en una clandestinidad necesaria para un relato de misterio infantil. Nadie puede descubrirle, aunque no se entiende muy bien por qué. De hecho se vuelve punto central dramático cuando parece meramente banal.

Un pequeño viaje, o intento de, al interior del tiempo. Al interior de un reloj al que sigue dando cuerda Hugo. Este mensaje es el que me quedo para no maltratar en exceso al viejo Martin: alguien con alma inquieta debe seguir dando cuerda a este mundo en donde las normas y las formas se imponen a los sentimientos. El arte como modo y camino de una vida para la ilusión. Tonos de cuento, iluminación muy cerca de la fantasía. El relato la sobrepasa. Todos los estereotipos aparecen: secretos, niños, ilusiones y deseos del pasado. Donde se conseguirá aquello que nuestra esperanza ansía si despertamos nuestro niño interior. Las nauseas se empiezan a permitir.

La magia del artesano, casi mago, se torna vínculo esencial con Hugo sin aparente necesidad. Su ahijada se enamora de la aventura de Hugo (aún no sabemos cual es, ni tendremos la suerte de entender un conflicto justificado). Y así se enzarzan en una búsqueda donde todo viene dado, donde cualquier tiempo pasado fue mejor y donde sólo nos queda soñar. Pero quien quiere las aventuras no es nuestro protagonista, sino su recién conocida amiga burguesa con olor a biblioteca e ingenuidad pedante. El relato es un acercamiento a la literatura sajona para jóvenes del S.XIX con más artilugio que verdadera parafernalia. Sin un bonito adorno artesanal todo parece compuesto ad hoc. Y es que no cuida Scorsese más que una imagen impecable de luces creativas. Demasiada post-producción y muy poco ingenio al guión. Todo plano es una hermosa fotografía, por eso tampoco destaca ninguna en especial.

Pero como la película es un elogio al cine, casi una elegía, se reproducen ciertas proyecciones de un cine que encandiló a todos por su valor antiguo. Mala copia de Keaton y otros genios. Intenta recuperar una magia por la pantalla y esa luz que dibuja unos rostros y unos momentos, pero cae en los clichés y los cose sin gracia. Como digo, los giros no tienen justificación alguna, y eso distorsiona toda la obra. Se trata de una cinta más pretenciosa que intrigante, nos ofrecen todo mascado sin dejar lugar a la impresión en el espectador. Tal vez muy infantil, pero creo que ni a los pequeños deberían tratarlos así. Hay que descifrar un mensaje que no interesa, y que además dura más de dos horas. Entonces, para provocar, nos ralentizan una imagen con errores por las capas. Me explico: un objeto vuela de una manera artificial y Hugo trata de recogerlo en el aire, pero cada uno se mueve a una velocidad diferente, y consigue que ni los golpes de efecto fluyan.

Las interpretaciones son flojas en cuanto a los niños, aunque la cara de esa jovencita encandilaría a muchos, pero Baron Cohen y, sobre todo, Ben Kingsley sobresalen y gracias a él que la cinta renace en su tramo final para aportar algo de sensibilidad.

Sinceramente, jamás vi una obra, dirigida por expertos, con una escenografía de infarto, tan mal contada. Es una pena que se hable de algo tan bonito y no sintamos nada frente a la pantalla. El movimiento, como bien explica Deleuze (no sin complicación) se aplica entre fotograma y fotograma pero no es tangible, sino que se vuelve un acontecimiento ocurrido en un instante en el que dos planos de realidad se unen. Y el cine puede lograrlo, por eso es arte, por eso quizás sea la mayor exposición de arte que el hombre haya creado. Y en esto tiene mucho que ver George Méliès, que comenzó una etapa artística que dejaría tanta huella como para que tantos y tantos nos asombráramos con una pantalla que se mueve, con un tren que nos atropella, con unos caballos cabalgando o con un apartamento lleno de historietas.

Mejora porque nos cuenta el comienzo del cine y roba imágenes dignas de halago, respeto y amor eterno. Y por ello que la ternura florezca. Pero es una maqueta para navidad, para mentes infantiles y sin respeto por la elaboración de un buen guión. Y luego me dirán que Allen está mayor por escribir, dirigir y protagonizar "A Roma con amor" o "Midnight in Paris" con gusto exquisito y giros asombrosos en esta última. Que miren a su coetáneo Scorsese y vean cómo sí se puede derruir una carrera de maravillas y obras maestras. Sigo sin encontrar al mismo que dirigió "Toro salvaje", "Casino", "Uno de los nuestros" o "Taxi driver".
Javier Moreno
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