Cuando uno consulta las críticas que los usuarios hacen de determinadas películas no sabe qué pensar. Lo bueno de este sitio es que puedes expresar libremente tus opiniones. Todo lo más, te van a inflar a votos inútiles, o quizá algún exaltado sin muchas luces se tome tu opinión como algo personal y te mande algún correo fuera de lugar. Al menos a mí me ha pasado; un beso para el que se identifique con el de las luces.

Al consultar opiniones acerca de una de Van Damme, por poner un ejemplo, siempre nos encontramos con un grupo de fanáticos seguidores que sitúan a su ídolo por encima del bien y del mal. Sin atender a razones. La mayoría de los demás pensamos que son unos frikis descerebrados. Pero cuando los fanáticos seguidores lo son de algún director de prestigio, un Woody Allen o un Campanella, sin ir más lejos, parece que disentir es una blasfemia. Entramos en el terreno de lo intelectualmente reprobable.

Pues yo tampoco voy a atender a razones, sino a impresiones, gustos y sensaciones, que es lo que me mueve a poner cuatro bobadas desde hace un par de años cada vez que termino de ver una película. Así que voy a blasfemar, y espero con ansia ser excomulgado, porque esta obra, como tantas otras de la cinematografía argentina, es un inmejorable exponente del estilo Valdano: verborrea pedante de apariencia vistosa y contenido más bien raquítico. Puro formalismo cinematográfico o cómo alargar innecesariamente una historia. Nadie va a discutir las dotes interpretativas de sus actores, o la espléndida recreación de la Argentina de los setenta, ni el oficio del realizador.

Pero esto de clásico no tiene nada, el clasicismo es concisión. Esto es puro exceso manierista, mera especulación disfrazada de profundidad. Contiene momentos brillantes, pero ni de lejos me parece una gran película.

Para amantes del tono nostálgico y los amores complicados. La trama policiaca, que es lo más flojo, puro pretexto.

P.D. Un cero para el departamento de maquillaje. Algunos postizos son de escándalo.

Dos horas y media largas de película que bien se hubieran podido reducir a casi la mitad. Vale, con el responsable de “Laura”, su única verdadera gran película, podemos ser un poco condescendientes. No hay duda de que la película de Preminger rezuma oficio y una factura técnica, incluso narrativa, impecable. Tampoco hay que olvidar que las interpretaciones cumplen de largo con su cometido, aunque si en el personaje de abogado defensor no hubiera estado James Stewart (como dice la marca de cerveza, probablemente, el mejor actor del mundo), tal vez mucha gente no tendría reparos en admitir que se ha aburrido como una ostra viendo un juicio por momentos tedioso e inacabable. Tampoco anda la obra escasa de efectismo y algunos de los tópicos más vistos del género de juicios. Creo que, casualmente, lo mejor de la película es la hora inicial, antes de que empiece el proceso, y los dos minutos finales, cuando conocemos el desenlace, hasta cierto punto inesperado. Unas bragas dan de sí en un juicio, pero si se tensan más de la cuenta, se acaban desgarrando. Aunque sean las de Lee Remick. James, eres un crack.

¿A quién se le ocurrió una traducción para el título tan ridícula? Porque muerte hay mucha, pero flores… Si el original “Miller’s Crossing” resultaba demasiado críptico para la parroquia española, ¿qué tal “Tom el Liante”?

Una de las mejores películas de gángsters, con un sólido e intrincado guión, al que hay que estar enormemente atento para no perderse. La interpretación de Byrne es memorable y la creación de esa atmósfera a medio camino entre lo onírico y lo más sórdido es casi irrepetible. Los diálogos son ágiles y ácidos a partes iguales; violencia y tiros hay para regalar en medio de un universo en el que la ética, una de las primeras palabras que se pronuncian, brilla por su ausencia. La corrupción, la ambición y la mentira campan a sus anchas desde el primer fotograma hasta el último. Entretanto, sombreros por los suelos.

Reagan es una de las más afortunadas encarnaciones cinematográficas de la inteligencia sin escrúpulos. Junto con las andanzas del Nota, lo mejor de los Coen. Sólo le encuentro un defecto a la película, la secuencia del asalto a la casa de Finney. Ni licencias artísticas, ni estilemas barrocos, ni coreografías operísticas, ni hostias en vinagre: esa escena resulta casi cómica e inverosímil tal como está rodada. Por eso le quito una estrella; y otra, como a todas, porque ninguna película es perfecta.

El alcohol es un producto de nuestra cultura, tan añejo como la propia civilización, por el que la sociedad ha pagado, a cambio de momentos de placer, un precio considerable en forma de violencia, enfermedad, muerte y variados tipos de dolor. El personaje de Milland se refiere al alcoholismo como un tío vivo; más bien debería compararlo con una montaña rusa, pues, como todo el mundo ha podido comprobar tras algún exceso espirituoso, a la fase efusiva de “exaltación de la amistad”, le sigue otra de decaimiento físico, que culmina en el estadio “dormir la mona”. Wilder ilustra a la perfección una de las claves del problema: los alcohólicos tratan de paliar su inseguridad y el miedo ante el mundo a través de un licor capaz de infundirles una ilusoria certeza, de calmar una ansiedad irracional. Es entonces cuando el individuo se convierte en esclavo de la botella, aparece la dependencia y más tarde el síndrome de abstinencia cuyo exponente más reconocible es el delirium tremens.
La construcción del personaje protagonista es impecable, ilustra de forma pormenorizada las diferentes fases por las que pasa un alcohólico prototipo. Quizá sea eso lo que impide que la película redondee el resultado final. El cáustico humor de Wilder está ausente por completo, así como la ácida crítica social. Llama la atención que, pese a estar producida en plena II Guerra Mundial, no haya alusiones al conflicto. Y apenas una a la Ley Seca, que había estado en vigor hasta la Gran Depresión. Por momentos, me parece una obra políticamente correcta, al servicio del lucimiento de Milland, que se llevó el Óscar, y de un cierto mensaje moralizante que desvirtúa algunos de los momentos más dramáticos. Más parece un encargo de la sanidad estadounidense que la auténtica creación de un maestro del cine. Tampoco es un guión original, y eso se nota. Con todo, es una de las pocas buenas aproximaciones a la lacra del alcoholismo. Aunque me sigue gustando más “Días de vino y rosas”.

La temática es, qué duda cabe, apasionante, de una actualidad rabiosa que nos afecta prácticamente a todos. Damon, en su papel de narrador, hace una buena labor. Pero le encuentro un gran problema a ‘Inside Job’: es un documental antipedagógico. La sucesión de nombres, datos, entrevistas, gráficos y declaraciones resultan difíciles de procesar para el espectador medio, que se pierde en un maremágnum de informaciones que, literalmente, no puede asimilar.

En cualquier caso, queda claro algo que cualquier persona con un mínimo de sentido común y percepción de la realidad conoce: en manos de qué gentuza está el mundo y lo estúpidos y faltos de recursos que estos indeseables se muestran delante de una cámara y un par de preguntas directas. Lo que no entiendo muy bien es el final esperanzador que cierra la obra, cuando no está en absoluto claro que el problema se haya superado o que vayamos hacia un mundo mejor; más bien al contrario.

Espero equivocarme, pero en los próximos años vamos a ver que la cosa no va a ir viento en popa, precisamente, aunque puede que sí para políticos corruptos (perdón por la redundancia), especuladores sin escrúpulos (ídem) y demás caterva de hijos de puta. Claro que, luego se vota lo que se vota, y sólo nos movilizamos para chorradas sin importancia, así que, tampoco podemos hablar demasiado alto. Es evidente que unos son más culpables que otros, pero la responsabilidad de la situación actual también debemos compartirla los ciudadanos de a pie, por cómodos, por lerdos, por querer vivir como ricos, por paletos. Y yo el primero; bueno, el segundo o el tercero, pero también.