Brandon lo tiene todo: es joven, guapo y con cuerpo danone. Además tiene un buen trabajo y piso propio. Sin embargo no es feliz. ¿Por qué? Porque tiene una obsesión con el sexo de mucho cuidado. Este es el arranque y el nudo y el desenlace. Eso sí, la cosa está muy bien contada. Asistimos a la soledad del protagonista y a su intento por liberarse de su adicción y entablar una relación normal. Luego está su hermana, una joven tan perdida como él que le pide una ayuda que no sabe prestarle. La película es angustiosa y claustrofóbica. Me recuerda en algo "La pianista", de Haneke, aunque bastane menos efectista y mucho más contenida. Aquí no conocemos apenas nada de los personajes. Sólo hay una alusión a su origen irlandés, lo que puede ponernos en la pista de una educación católica tradicional, donde podría estar el origen del problema. Buenas interpretaciones de los actores. Fotografía y ambientación muy cuidadas.

Lo primero que sorprende de esta película es un guión atrevido y sorprendente. Lo segundo la belleza de las imágenes y lo eficaz de la planificación. Los actores están acertados en su naturalidad y los diálogos no son los tópicos ni tampoco afectados. ¿Qué más se puede pedir?
Es verdad que la historia resulta en algunos puntos increíble y un punto absurda y traída por los pelos. Pero, sorprendentemente, en la pantalla convence y mantiene el interés. Hay para empezar una historia principal seria, profunda, de complejo drama humano, y otra tan grotesca que roza el absurdo. Ambas caras de una misma moneda constituyen una historia que se mantiene en equilibrio sobre el canto. Hay planos de especial belleza, como, sin ir más lejos el inicial, con ese muro separador y misterioso entre padre e hijo. Es un prólogo que, en pocos minutos, nos cuenta todo lo que necesitamos saber sobre el personaje y su circunstancia. Luego, está ese plano de cama tan original, en el bis a bis, con ambos acostados en sentidos contrarios y sus caras dialogando. Interesante el uso que se hace de la azotea, con el implícito homenaje al Hitchcock de "La ventana indiscreta".

Estos temas escabrosos suelen dar lugar, cuando no a productos directamente pornográficos, a películas ligeras, morbosas o trucuentas. Así recordamos por ejemplo "Nueve semanas y media", videoclip resultón con final moralizante, o "Historia de O", situada en ese incierto límite entre lo erótico y lo porno que solo busca llenar salas más grandes. La película que nos ocupa va dirigida más a hacer pensar sobre hasta donde llegan los derechos de la persona en una democracia que a mostrarnos escenas sexuales "raras". Tratada casi como docu-drama, la película narra el calvario de un amante esposo que pretende ser feliz con una mujer que sólo goza con el dolor. El tema, que quedaría en la intimidad de la alcoba, se complica por el cargo público del marido. Y ahí está el alegato contra la intolerancia de los "puros". Un tema valiente y bien tratado, con una narración ajustada a lo que se quiere contar y con la sordidez mínima para poder hacerlo con la suficiente claridad.

Y quizá también nosotros mismos. Por ahí va, creo, el discurso de Bresson en esta cinta en que un burro va recibiendo palos por la vida hasta el fin. Alrededor del asno está una angelical Anne Wiazemsky (por cierto, acaba de sacar una novela donde habla de su relación con Godard) que se va moviendo entre el amor y la desesperanza. Y por allí anda un joven sin escrúpulos, y un viejo avaro y cruel, y los propios padres de la chica. Todos parecen más suecos que franceses en cuanto a unos comportamientos fríos y desconcertantes. Más que personajes se trata de arquetipos que van vocalizando sus recitativos, como piezas de un gran retablo en que el autor trata de plasmar el mundo. El clima es inquietante y desesperan un tanto ciertos comprotamientos aparentemente gratuitos y masmoquistas. Habría que conocer algo más el universo bresoniano y sus presupuestos ideológicos y estéticos. Lo que sí se aprecia al momento es un interés muy especial por la belleza de la fotografía y por la música, que crean una pátina de belleza que contrasta con la angustia de lo narrado.

Lo primero que llama la atención de esta película es que haya triunfado en los cines siendo tan típicamente francesa. Y además en versión doblada, cuando la mitad o más de los chistes se refieren a la distinta pronuciación de los franceses del norte y de los del sur. Adaptando las historia a España, la cosa es de un andaluz de Jaén que quiere una plaza de cartero en la propia costa, porque ama el calorcito y los pescaitos fritos y las churris tomando el sol y, por cosa de su mala cabeza, acaba en León, pasando un frío del demonio y rodeado de gentes hoscas y poco amigables. El andaluz habla con su gracejo y sus "seseos" y los de león le contestan con sus frases cortantes y no les entiende. Pero pasan los días y el andaluz va descubriendo el corazoncito amable de los leoneses y, detrás de ese aspecto fiero, va viendo que son leales y sinceros cuando uno se gana su confianza. A esto se le añade una mujer que queda en el sur y ya, película conseguida. La verdad es que hay pasajes en que me he reído con ganas y no es moco de pavo, así que le voy a subir a un 6.