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Críticas de Sergio Berbel
Críticas 920
Críticas ordenadas por utilidad
5
25 de noviembre de 2020
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Era difícil que saliera mal, pero salió. Jorge Torregrossa dirige con afán artesano un guión de Elvira Lindo interpretado por Javier Cámara y Raúl Arévalo. Se trata de una comedia romántica en Nueva York con sombra de Woody Allen muy alargada. ¿Por qué no funciona “La vida inesperada”? Los motivos son múltiples pero la conclusión diáfana: en efecto, no funciona.

Para los que creemos que el cine, como la novela, es el arte de contar una buena historia alrededor de la fogata de un campamento de verano, es obvio que el guión es la pieza capital para que una cinta luego pueda crecer o no en lo visual. Estoy convencido de que con un buen guión se puede hacer una mala película pero nunca se puede hacer una buena película con un mal guión, jamás.

Y éste lo firma ni más ni menos que Elvira Lindo, escritora de referencia para mí, pero… todo buen maestro a veces emborrona unos folios, y es el caso. El guión es una acumulación de tópicos de inspiración alleninana que nunca funciona, ni es creíble, ni emociona, ni, lo que es aún más grave, llega a ser gracioso en ningún momento.

Tampoco Javier Cámara ni Raúl Arévalo están especialmente inspirados en esta cinta y la asumen con el piloto automático puesto, quizás como un producto meramente alimenticio. La dirección de Torregrossa no llama la atención (ni para bien ni para mal) y de nuevo en ella pesa la sombra inmensa de Woody Allen, y todo se va al traste y nunca levanta el vuelo definitivamente.

Y ello a pesar de una dirección de fotografía de Kiko De la Rica mucho más que notable, pero que no basta para salvar esta anodina cinta de un primo del pueblo que visita a un habitante de Nueva York para escapar de su insulso destino que pasa por casarse con una buena chica del mismo pueblo y que decide expandir fronteras y mentes en la Gran Manzana durante un mes.

Buenas intenciones que nunca llegan a buen puerto. Un quiero y no puedo alleniano.
Sergio Berbel
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6
12 de noviembre de 2020
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
A pesar de que acaba resultando un tanto alambicada y excesiva, rizando el rizo en demasía hasta separarse demasiado de lo creíble y entrando en el terreno de lo terriblemente distorsionado, me temo que no exagera en demasía House Of Cards a la hora de plasmar los entresijos de la política en general y de la norteamericana en particular (tan distante, eso sí, de nuestra propia cultura política). No dista demasiado de la partida de ajedrez por el deseo omnímodo de poder que se refleja en la misma. Hay un momento en el último episodio de la primera temporada en la que la pareja protagonista se pregunta para qué acumular tanto poder. No deja de ser un vicio. Un vicio que marca una serie estirada como un chicle hasta el límite en temporadas y contenido.

House of Cards (serie sobre política, un tema no demasiado deseado por mi parte en la ficción) es una creación que, como todo producto de Netflix, acaba prometiendo más de lo que realmente da. Un producto cultural que va de más a menos de forma descarada, pero que remonta un tanto en su Temporada 4 cuando humaniza a sus dos protagonistas y los hace pasar por experiencias dolorosas nada alambicadas para variar.

House Of Cards nos asoma a lo que ocurre en el interior del Capitolio de los USA y de la Casa Blanca a través de Frank Underwood, un ser maquiavélico carente de escrúpulos que, junto con su esposa Claire (tan salvajemente amoral como él), forman un tandem dedicado exclusivamente al ascenso a la cúpula del poder, renunciando para ello a hijos, vida familiar o fidelidad si ello es preciso. Un matrimonio que no conoce límites legales o ilegales en su ambición política.

Sin duda, lo mejor de la serie y lo que la hace única y reconocible son esos comentarios mirando a cámara de Kevin Spacey hablando directamente con el espectador en cada tesitura en la que se encuentra. Eso eleva el producto a altas cotas y le otorga credibilidad y brillantez. Una pena que el puritanismo asfixiante de Netflix lo expulsara de la serie en su última temporada y la dejara reducida a despojos, porque House of Cards no puede existir sin Frank Underwood como Six Feet Under sin Nate Fisher, Los Soprano sin Tony, Mad Men sin Don Draper, The Affair sin Alison, The Leftovers sin Nora Durst o Shameless sin Fiona Gallagher.

Todo gira en torno a ellos dos, a un Kevin Spacey perfecto como siempre y a una Robin Wright hipnótica que mantiene el tipo en semejante duelo actoral. El plantel de secundarios que entran y salen de escena quedan un tanto apagados ante el brillo de su pareja protagonista, pero así es esta serie, desequilibrada por excesiva para lo bueno y lo malo.
Sergio Berbel
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5
11 de noviembre de 2020
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Katyn” debió ser mucho mejor película de lo que lo acaba siendo finalmente. En primer lugar, por la necesidad histórica de lo que cuenta: la carnicería criminal que el ejército soviético perpetró contra 22.000 polacos durante la II Guerra Mundial en la ciudad que da título a la película. En segundo lugar, por la solvencia de los nombres que atesora, tanto el veterano Andrzej Wajda a la dirección como el genial músico Krzysztof Penderecki (“culpable”, entre otros muchos hitos del cine, de la selección musical de Stanley Kubrick para “El resplandor”) con su música típicamente desasosegante, ni más ni menos, pero… algo no funciona y la película no conmociona ni emociona más allá de su primera y metafórica escena y sus últimos diez minutos, esos sí realmente crudos, reales y salvajemente insoportables. Su plano final es una lección de cine inconmensurable, pero para una cinta que presenta más frialdad general que la Polonia que retrata, por sumirse a ratos más en la tesitura propia del thriller que en la de la denuncia de unos aberrantes hechos históricos.

Polonia, cuna de grandes cineastas, es un país especialmente torturado por su historia (quizás sea por ello). En los tiempos en los que se ambienta “Katyn”, en mitad de la II Guerra Mundial, acosados y masacrados por los nazis por un lado del país y por los soviéticos por el otro. Ambas máquinas de guerra imparables en sembrar la muerte en el pueblo polaco de una forma insoportable. Y esa dicotomía de similitudes sí está muy bien representada en la cinta.

Donde la película empieza a fallar seriamente es en el uso de una forma excesivamente coral que hace imposible al espectador empatizar con ningún personaje concreto y donde su argumento, a ratos enrevesado y propenso al noir, aparta más que conmociona. Y esta película requería mucha más carga de profundidad sentimental, para impactar a la altura de los terribles acontecimientos que retrata.

Ni la sorprendentemente escasa música del dios Penderecki conmociona, salvo en su réquiem final porque, como digo, la última escena de la película la redime de ser un chasco total por su virtuosismo brutal a la hora de cerrar la historia.
Sergio Berbel
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7
11 de octubre de 2020
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A veces la grandeza de una película está en su falta de pretensiones, en su modestia, en la sencillez y honradez de su propuesta. Es el caso de “A cambio de nada”, la película de Daniel Guzmán que, como cualquier ópera prima, partiendo de parte de su propia biografía, nos regala una pequeña joyita de un menor de edad que es carne de cañón.

Darío, su protagonista, es un adolescente procedente de una familia humilde y desestructurada. Sus padres se han separado y sobreviven como pueden en una situación económica angustiosa. Él no ha nacido para los estudios, sino para sobrevivir en la calle trapicheando o directamente robando. En esa espiral de perdición arrastra a su obeso amigo Luismi, con menos personalidad que él pero escondiendo bajo sus capas de grasa corporal el mismo espíritu inconformista y rebelde, aunque menos valiente. Un Sancho Panza del siglo XXI adorable.

Pero Darío encierra mucha bondad detrás de su vida imposible. Por eso encuentra el cariño y la protección de Julio, fracasado propietario de una tienda de reparación de motos o de Antonia, una anciana que sobrevive revendiendo muebles que recoge en la basura con su motocarro, sin duda el gran personaje secundario de la película y, curiosamente, interpretado por la propia abuela del director.

Una película contada de forma directa, sincera, honesta, sin pretensiones. Ahí reside su gran virtud, con un impresionante equilibrio entre drama y comedia, con momentos de humor precedidos por situaciones dramáticas muy bien trabajadas.


Todo ello sostenido por una inconmensurable interpretación del joven Miguel Herrán, que dota de carga de profundidad y humanidad a su personaje, que lo hace creíble y sobre el que gravita todo el peso de la película.
Sergio Berbel
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6
15 de septiembre de 2020
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque estemos ante la película más floja en forma y contenido de su filmografía, estamos ante una película de David Fincher. Y eso es más que suficiente para prestarle toda nuestra atención. Un Fincher, además, que atempera sus ansias de estilo para dejar que brille el guión del archipremiado (y puede que un poquito sobrevalorado) Aaron Sorkin, zambullido en los orígenes de Facebook y en la compleja figura de Mark Zuckerberg, ni más ni menos.

Sin grandes planos secuencia ni virtuosismos visuales (que sinceramente echo en falta en una cinta de Fincher), de una manera bastante comercial y convencional, nos asomamos a dos procedimientos judiciales distintos contra el fundador de Facebook y, mediante una cadena continua de flashbacks, vamos conociendo cómo nació la red social más universalizada e importante del planeta. Desde una forma de relacionarse para ligar entre universitarios de la elitista Universidad de Harvard hasta dominar el mundo e influir en nuestras vidas de forma directa y absoluta. La vida virtual venciendo a la real.

Para ello, Fincher tira de ortodoxia de estilo y de ritmo de montaje comercial para introducirnos en una historia de emprendedores, listillos, pijos, traidores, amantes del pelotazo, horteras, niñatas y… una Rooney Mara que se hace con la película con tan sólo dos escenas en las que participa (la que principia la película es antológica) y que sostiene en su virtuosismo interpretativo al único personaje de la película con el que no dan ganas de vomitar. Una película sin buenos, donde todos (menos el personaje de Rooney Mara) son malos, antipáticos y desgradablemente horteras, pijos, snobs e imbéciles. Sin duda, el gran acierto de la cinta de Fincher.

Eso sí, para mí la película pierde muchos enteros en un error de casting flagrante, entregando un personaje apasionadamente radical y un tanto autista como Mark Zuckerberg al pavisoso y mediocre actor Jesse Einsenberg, que tira por la borda la oportunidad de su vida de haber entrado en los anales del cine por culpa de un trabajo plano, anodino y previsible. Debió ser otro actor de más carácter el elegido.

Eso sí, la película de Fincher ofrece una moraleja perfecta y totalmente actual: ser conocido y popular no significa tener amigos, sino más bien todo lo contrario.
Sergio Berbel
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