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Críticas de Adrián Esbilla
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Críticas 92
Críticas ordenadas por utilidad
3
6 de noviembre de 2008
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una película lamentablemente desperdiciada aunque no carente de interés en la que Haneke, al igual que otros directores de "qualité" antes que él, usa un género popular no desde la modestia y el conocimiento de los códigos sino desde la fatuidad de quien se considera por encima del mismo. Una premisa argumental espléndida y con logrados momentos de inquietud (aunque eso sí, robada de la "Carretera perdida" de David Lynch) acaba extraviándose a mitad del pomposo camino, entre interminables planos del vacío (la película abusa sin remisión del plano medio y general estático hasta lograr el efecto inverso de lo que pretende) que retratan simplemente eso, el vacío. La trama comienza a alargarse en exceso, pasando de la paranoia y el desasosiego a un batiburrillo de ideas sobre la deshumanización de la sociedad moderna, el racismo subyacente, la pérdida de sabe dios que (atención al plano sostenido de un informativo, de un simplismo que ruboriza) y la incomunicación que ya aburría cuando Antonioni era moderno. La película acaba por despeñarse en un tercio final que ya pone a prueba el aguate del espectador (todo el final bordea el ridículo con su hermetismo y de regalo contiene un desnudo más gratuito que los de Nadiuska). Lástima del buen hacer de Juliette Binoche y sobre todo de Daniel Auteuil, uno de esos actores verdaderamente infalibles, o de la manera en que se dilapida todo el espléndido inicio del acoso junto a escenas y encuadres de conseguida potencia (magistral la tensa escena del ascensor) incluso se desvirtúa la idea de un director demiurgo que manipula la ficción desde dentro para desencadenar el drama de un modo perverso quedando sepultada por una narración que se finge rigurosa y no resulta más que encantada de conocerse y repleta de todos los malos tics de autor que se cree importante.
Adrián Esbilla
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6
5 de julio de 2010
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Bloody Territories”, sin ser en absoluto un film memorable, tiene un doble interés, por una parte la garantía de diversión, ritmo y estilo que supone el cine del Yasuharu Hasebe de los 60 y primeros 70, cuando era uno de los realizadores abanderados del cambio estilístico emprendido por la Nikkatsu a mediados de los 60. Por otra la oportunidad de encontrar un género, el “yakuza eiga” en este caso, justo en su momento de cambio, debatiendose entre romper los últimos lazos con el “ninkyo eiga” y su concepción romántica del fuera de la ley, o lanzarse al abismo que a mordiscos estaba a punto de abrir el nuevo “jitsuroku eiga”, las películas basadas en la crónica negra con las que Kenji Fukasaku y la Toei cambiarían el género de arriba a abajo.
En esta encrucijada histórica radica lo más interesante de una cinta en absoluto despreciable por si misma, pero sobre la que pesa demasiado esta indefinición. Algo a lo que no es ajeno el carácter de vehículo para el cambio de imagen de un progresivamente endurecido Akira Kobayashi, aquí el último yakuza con código en un universo crepuscular.
Por lo demás una historia farragosa de clanes enfrentados que narra la conversión del crimen organizado en asociaciones empresariales. Tocada por un desmayo de ritmo en la parte central que Hasebe sortea con su poderoso estilo visual y apurando un desaforado sentido del melodramatismo que desembocará en un tercio final, este si, apoteósico. Haciendo cumbre en el enfrentamiento a cuchillo y traiciones que aprovecha espléndidamente el decorado de la oficina y las escaleras de un enorme edificio moderno en contraste directo con un climax nocturno y callejero que mezcla la sangre con el agua.
Adrián Esbilla
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6
7 de abril de 2010
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una serie apreciable aunque no especialmente memorable que tiene el buen gusto de referirse (aunque en muchos aspectos lo banalice y en otros tanto lo simplifique de forma aplastante) al universo tortuosamente pop, crudamente lúcido y post-modernamente mulirreferencial del gran Dennis Potter, de donde toma esencialmente el uso de la música popular para forzar la disonancia interna de la ficción y como fuerza evocadora (para los personajes y para el público) a la vez, como fuga mental y comentario socarrón. Usa con cierta inteligencia la geografía kitsch de la ciudad de Blackpool como fondo luminoso contra el que contraste la negrura de una familia en descomposición y combina las convenciones de diferentes géneros- desde el thriller policial al melodrama romántico o la comedia negra y, claro está, el musical- para radiografiar el fondo tras la forma. Pero no siempre logra armonizar un conjunto resbaladizo por sus muchos elementos, amén de que la manera de introducir las canciones termina por resultar rutinario en ocasiones -especialmente por empeñarse respetar una cierta estructura en todos los capítulos en lugar de dejar fluir con mayor naturalidad y de este modo integrarlas más profundamente- y que algunos números se balancean peligrosamente del lado de lo cursi sin ironías. Muy bien interpretada por su elenco masculino, sobre todo un soberbio David Morrisey como el (literalmente) hecho a si mismo Ripley Holden y ese David“Doctor Who”Tennant que crea un personaje tan desagradable y carismático que lo valida como un perfecto John Costantine, en cambio sorprende la flojera de su reparto femenino con una Sarah Parish que limita su interpretación al mohín casi por completo. Así y todo resulta disfrutable y abundan los grandes momentos y las elecciones agudas (memorable ese “Brilliant mistake” del siempre grande Elvis Costello) que convierten este trabajo en una disfrutable rareza, aunque su originalidad sea relativa.
Adrián Esbilla
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3
21 de agosto de 2009
7 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un film particularmente demencial y hasta divertido si se ve con el ánimo adecuado (esta ambientada de aquella manera en Francia, censura obliga, pero por mucho que Pilar Bardem se pasee fumando con boquilla el bar que regenta es mesetario a más no poder), pero un producto malo de solemnidad, principalmente por culpa de un guión mentecato y carente de cualquier estructura mínimante reconocible, además de trufadita de recursos ratoneros. Una trama (o así) por la que pululan unos personajes sin pies ni cabeza, un caos absoluto que desde luego Carlos Aured no mejora (recordar que este hombre es autor de un título ya perteneciente al acervo popular, esa cumbre del “S” que fue: “El fontanero su mujer y otras cosas de meter”) por mucho que se esfuerce en dotar a la película de cierto empaque visual, hay que reconocer que en su segunda película Aured se muestra más mañoso con la cámara, la pelea final en las escaleras está estupendamente rodada e iluminada (no así los ridículos “flashback” alucinados), pero igual de necio con la narrativa que en “El espanto surge de la tumba” (tiene recursos de verdadera vergüenza ajena y carcajada involuntaria), lo que acaba por dar como resultado un título de cierto empaque técnico pero nulo ritmo interno, que aburre soberanamente durante su primera parte, animada por el desnudista furor uterino de la suculenta Eva León, e indigna en una resolución más allá de lo rocambolesco y lo barriobajero, incluso para los estándares embaucadores del género al que imita. Por lo general una película soportable que trata de mimetizar sin creatividad alguna el tono de los exitosos “gialli” coetáneos, reproduciendo los consuetudinarios crímenes fetichistas sobre beldades acosadas por el charcutero de turno en algún lugar aislado (premisa que el “slasher” reduciría a su esencia: teta, grito y cuchillazo), a los que se salpimenta con mucha actividad picante (a veces de una grosería sonrojante), perversidades de todo tipo y un Paul Naschy más narcisista aún que de costumbre, luciendo torso de luchador entre un gineceo de taradas y necesitadas. Queda la clase de Maria Perschy (encantadora actriz austriaca que trabajó incluso para Hawks en “Su juego favorito” y que recaló en la muy activa cinematografía popular española de los 70) y algunos momentos muy logrados (la muerte sobre la nieve, el santuario del asesino, la mano dejando su huella ensangrentado sobre el suelo blanco...) todos ellos torpedeados por una banda sonora de Juan Carlos Calderón capaz de provocar embolias.
Adrián Esbilla
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7
30 de octubre de 2009
6 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un “americana” mezcla de sequedad y ternura que supone casi el último buen título (al menos hasta la nada despreciable “Paseando a Miss Daisy” y despues de ella, también) de Bruce Beresford, uno de los más interesantes directores de finales de los 70 y primeros 80 asombrosa y rápidamente devaluado tras este exitoso (y hoy olvidado) trabajo, el primero tras su soberbia etapa australiana. Beresford impone su estilo sobrio y un punto árido, basado en la fuerza de una puesta en escena y una planificación precisa y sin altisonancias llamativas, sobre cualquier posible tentación melodramática en esta historia de un acabado cantante borrachín que termina por rehacer su vida tras una monumental curda al conocer a la mujer y el muchacho que regentan la gasolinera y motel en el que se ha quedad tirado. Una historia de amor tan sincera como desnudada de folletín entre dos personajes necesitados que además usa con elegancia la belleza magullada del “country”, el único “blues” posible para los blancos, de los “honky tonk heroes” a los que cantaba Waylong Jennings como simbología vital y perfecta ambientación rebosante de autenticidad, planteando con inteligencia y modestia una (otra) relectura de los códigos del “western” en su vertiente “contemporánea”. Dramática, tierna, rugosa y sobretodo profundamente americana en esa segunda oportunidad, en esa posibilidad de rechazar el pasado pese a que el pasado siempre vuelva a asomarse, siempre vuelva a revolver el polvo.
Adrián Esbilla
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